Lecciones desde la India: el oscuro auge de la ultraderecha

En este texto, el historiador Daniel Kent Carrasco examina los porqués del éxito de la derecha hindú y cómo sobresale como un ejemplo alarmante de la infiltración de agendas fascistas.

Texto de 01/11/23

En este texto, el historiador Daniel Kent Carrasco examina los porqués del éxito de la derecha hindú y cómo sobresale como un ejemplo alarmante de la infiltración de agendas fascistas.

Tiempo de lectura: 7 minutos

El pasado 10 de octubre un juez de Delhi inició un proceso en contra de la famosa escritora Arundhati Roy. Desempolvando una controversia de 2010, el magistrado acusa a la autora de El dios de las pequeñas cosas de recurrir al discurso de odio y, más grave, de “sedición”, una figura que según el código legal de la República de India refiere a cualquier persona que instigue a la “desafección” con el gobierno de aquel país. La autora, una de las voces más reconocidas y admiradas de la ficción, el periodismo y la crítica social a nivel global, corre el riesgo ahora de pasar el resto de su vida en la cárcel.

Las acusaciones retoman un hecho sucedido hace más de una década y enmarcado en un periodo de amplias protestas y movilizaciones sociales en Cachemira, la región fronteriza con Pakistán que desde hace más de medio siglo se encuentra en el centro de un conflicto geopolítico y religioso aparentemente irresoluble. Poblado en su mayoría por comunidades musulmanas, Cachemira fue integrada a la India tras la independencia de 1947 y la partición del subcontinente que desembocó en la creación de aquel país y su vecino Pakistán. Desde entonces, la región ha sido escenario de una continua lucha entre facciones políticas, y uno de los puntos de conflicto e inestabilidad más importantes de Asia. Hoy en día, Cachemira es una de las zonas más militarizadas del mundo.

En octubre de 2010, un amplio movimiento social tomó forma en defensa de una exigencia por desmilitarizar Cachemira y de atender las innumerables denuncias de violaciones a los derechos humanos por parte de autoridades y fuerzas armadas indias. En aquel contexto, Roy declaró que Cachemira nunca había sido una “parte integral” de India debido al trato diferenciado y discriminatorio que había recibido por sucesivas administraciones nacionales. Sus dichos fueron mal recibidos en las filas del gobierno, cuyas autoridades acusaron a Roy de ser “antinacional”.

Desde hace décadas, Arundhati Roy ha sido consistentemente crítica de las políticas y posturas ideológicas de la derecha hindú, movimiento político al que pertenece el actual gobierno del Primer Ministro Narendra Modi. La escritora ha acusado a sus integrantes y dirigentes de promover una política tóxica de militarización, agresión y odio entre comunidades. En su valiente ensayo “El fin de la imaginación”, declaró que las políticas de la derecha hindú no eran en nada diferentes, ni menos peligrosas, que aquellas promovidas desde las madrasas de Pakistán y Afganistán que habían servido de semillero para el Talibán.

“La acusación en contra de Roy forma parte de una ofensiva más amplia en contra de la crítica y la oposición lanzada por el gobierno de Narendra Modi en los últimos meses”.

La acusación en contra de Roy forma parte de una ofensiva más amplia en contra de la crítica y la oposición lanzada por el gobierno de Narendra Modi en los últimos meses. Pocos días antes, más de 3 500 elementos de la policía de Delhi participaron en una redada masiva en contra de decenas de periodistas, académicos e investigadores críticos del gobierno; encarcelaron a decenas de personas y destruyeron innumerables discos duros y computadoras con su trabajo. Este, que no es más que uno de los múltiples episodios de acoso a la crítica, forma parte de un programa consistente de represión, acoso y violencia encabezado por el gobierno del BJP (Bharatiya Janata Party), partido que desde 2014 gobierna la India, en contra de minorías, sectores críticos y opositores de distintos tipos. 

En la India, un país que desde mediados del siglo XX se ha jactado de ser “la democracia más grande del mundo”, la violencia de Estado y la represión abierta del disenso encabezada desde el poder son cada vez más comunes. Las acusaciones en contra de Arundhati Roy son, por un lado, parte de una campaña más amplia para aterrorizar a la disidencia y los sectores críticos del país. Por el otro, esta acción se inscribe en el marco de un proyecto más amplio, de tintes claramente fascistas, que busca redefinir los contornos y parámetros de la política y la nacionalidad en la India, un país de más de mil cuatrocientos millones de personas e integrado por innumerables comunidades lingüísticas, religiosas e ideológicas. 

El objeto principal de los ataques del gobierno de Modi, y de la derecha hindú que su partido encabeza, es la población musulmana. La violencia sistemática —algunas veces velada y otras abierta y brutal— en contra de esta comunidad, que en la India ronda los ciento setenta millones de personas, ha sido señalada de manera consistente y enfática por organismos internacionales como Human Rights Watch y Amnistía Internacional. A pesar de esto, el régimen de Modi no ha cambiado de rumbo, y ha llevado a medios occidentales a hablar de la posibilidad de un genocidio antimusulmán en el país más poblado del mundo.

“El objeto principal de los ataques del gobierno de Modi, y de la derecha hindú que su partido encabeza, es la población musulmana”.

Para dimensionar lo que está pasando desde casi una década en este país —uno antes celebrado como un ejemplo de secularismo, convivencia y armonía interétnica— es necesario entender un poco más sobre la plataforma ideológica del nacionalismo hindú. 

Defendido por el BJP de Modi desde la década de 1980, el nacionalismo hindú abreva de los planteamientos de ideólogos como Vinayak Damodar Savarkar, quien en la década de 1920 acuñó el término Hindutva, traducible al español como “Hinduidad”. En contrapunto al nacionalismo secular y pluralista defendido por figuras como Jawaharlal Nehru o M. K. Gandhi, Savarkar planteaba que la identidad india debía estar definida por el apego a la matriz cultural del hinduismo. Tomando prestadas ideas orientalistas y nativistas surgidas en el siglo XIX, los defensores de la Hindutva imaginaron una comunidad nacional excluyente en la que no tenían lugar comunidades “extranjeras”, como las musulmanas o las cristianas. A pesar de que el Islam ha sido la religión de millones de personas en el subcontinente desde el siglo X, los defensores del nacionalismo hindú han optado por excluir a esta enorme minoría de la identidad india y, en tiempos más recientes, de los derechos que la ciudadanía india confiere. 

En 1948, un miembro de la Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS, por sus siglas en inglés) o Asociación Nacional de Voluntarios, núcleo ideológico del nacionalismo hindú desde la década de 1920, asesinó a M. K. Gandhi. El homicida, Nathuram Godse, justificó su crimen acusando a Gandhi de debilidad. En su opinión, la política de no-violencia del histórico líder y su acercamiento con las poblaciones musulmanas constituían una traición a la virilidad y la promesa de la nación. Con su crimen, Godse buscaba demostrar que en India “aún había verdaderos hombres” dispuestos a sacrificarse por la causa excluyente del nacionalismo hindú.

Este acto ejemplar de violencia paralizó el corazón de millones de indios que veían en el Mahatma un faro capaz de dirigir la incierta trayectoria de la nueva nación independiente. La RSS fue rápidamente ilegalizada y sus miembros comenzaron a operar de manera velada. Durante las siguientes décadas, la organización avanzó su agenda a través de la creación de distintas agrupaciones culturales y civiles, atrayendo diversos sectores a través de un hábil manejo de fórmulas y modelos de comportamiento y convivencia extraídos de las antiguas escrituras sánscritas. Echando raíces entre sectores desfavorecidos —de casta baja y clase trabajadora— y grupos de élite —empresarios y algunos sectores políticos opuestos al Partido del Congreso— la RSS llevó a cabo una ardua labor de organización que incluyó la creación de una red nacional de clínicas, comedores comunitarios y centros culturales, y de adoctrinamiento dirigidos en especial al reclutamiento de hombres jóvenes en distintas regiones de India. En palabras de M. S. Golwalkar, líder histórico de la organización, el objetivo final de la RSS era “la creación de un estado de perfecto orden social en el que cada individuo esté moldeado de acuerdo al ideal de la hombría hindú y convertido en una extensión viviente de la personalidad cooperativa de la sociedad”.

Los cuadros formados en el seno de la RSS fueron centrales para la creación del BJP, partido del actual Primer Ministro Modi, que en décadas recientes se ha consolidado como el brazo político de la derecha hindú. A partir de su fundación en 1980, el BJP avanzó la agenda ideológica de la Hindutva hasta lograr consolidarse como el principal partido de oposición al Partido del Congreso. A la labor de organización de la RSS, el BJP sumó campañas espectaculares de movilización en torno a causas como la violenta e ilegal destrucción de la mezquita de Babri en 1992 y la masacre orquestada desde el poder de más de dos mil musulmanes en Gujarat en 2002. Tras un breve primer lapso en el gobierno encabezado por Atal Bihari Vajpayee entre 1998 y 2004, en 2014 el BJP llegó nuevamente al poder de la mano de Modi, uno de los políticos más exitosos de las últimas décadas.

“…el nacionalismo hindú representa una respuesta profundamente autoritaria a los claroscuros de la democratización y las contradicciones del capitalismo tal y como estas toman forma en el contexto indio de las últimas décadas”.

Hace unos años, el filósofo Aijaz Ahmad caracterizó a las fuerzas del nacionalismo hindú como representantes de una fuerza clásicamente fascista. Su política basada en la movilización en torno a la escenificación de actos espectaculares, su dúctil presencia en cuerpos partidistas e informales, su reivindicación de un nacionalismo resurgente vinculado a una masculinidad violenta y su recurso simultáneo a lo legal y lo extralegal, entre otras cosas, las emparentan claramente con movimientos fascistas bien conocidos de raigambre europeo. Como todo fascismo, aclaró Ahmad, el nacionalismo hindú representa una respuesta profundamente autoritaria a los claroscuros de la democratización y las contradicciones del capitalismo tal y como estas toman forma en el contexto indio de las últimas décadas. 

Por otro lado, como ha señalado Radhika Desai, el nacionalismo hindú debe ser entendido como un resultado especialmente dramático del vaciamiento de la democracia generado por la globalización neoliberal después de 1980. A partir de entonces, las ganancias obtenidas por los sectores populares en países del Tercer Mundo respecto a la limitación del poder del capital comenzaron a ser minadas como resultado de la creciente influencia del dinero en las campañas electorales y los medios de comunicación, el auge de la política de los expertos y la tecnocracia, que conllevó un ataque sostenido en contra de sectores organizados de izquierda, y la preocupante despolitización de sectores enteros de la sociedad global.

En este contexto de “vaciamiento de la democracia”, la posibilidad del fascismo se volvió global. Para las masas del Tercer Mundo, esto propició una situación similar a la de la Europa de entreguerras en la que vastos contingentes sociales vieron cómo la estabilidad, la promesa de la movilidad y la posibilidad de la dignidad se evaporaban. En el nuevo mundo del neoliberalismo, agendas como la Hindutva ofrecían a las masas desfavorecidas un programa ideológico capaz, en apariencia, de restaurar un horizonte de respetabilidad y futuro, al tiempo que movilizaban a los peores impulsos del resentimiento y la irracionalidad. 

El caso de la India resulta muy importante como caso de estudio y señal de alarma. En aquel país, la crisis de la democracia representativa fue aprovechada por un grupo bien organizado y con una narrativa ideológica potente para establecer una nueva forma de fascismo electoralmente exitosa. En términos geopolíticos, además, la agenda antimusulmana del BJP encaja armoniosamente con la islamofobia occidental, cuyos contornos han quedado al descubierto con la reciente ola de criminal apoyo al genocidio de Israel en Gaza. En un mundo en el que proliferan las opciones de ultraderecha, la India sobresale como un ejemplo alarmante del éxito de la infiltración de agendas fascistas en todos los rincones de la sociedad. 

Sin embargo, el éxito de la derecha hindú no puede ser visto como un caso aislado. En muchas regiones del mundo —desde el Atlántico Norte hasta el Medio Oriente y, en fechas más recientes, Brasil y Argentina— el atractivo de la ultraderecha ha crecido de manera importante en los últimos años a lo largo y ancho del mundo. Las reivindicaciones del fascismo pueden tomar muchas formas. El único camino para oponerse a esta marea global atraviesa por la defensa de narrativas, programas y proyectos de organización que neutralicen el vaciamiento neoliberal de la democracia y la doten de nuevas direcciones y sentidos. Fortalecer este esfuerzo es tarea de todos. EP

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