Taberna es la columna mensual de Fernando Clavijo. Esta es la segunda parte de la serie sobre Texcoco, cuyo inicio se publicó el mes de marzo en este sitio web.
La mano del hombre
Taberna es la columna mensual de Fernando Clavijo. Esta es la segunda parte de la serie sobre Texcoco, cuyo inicio se publicó el mes de marzo en este sitio web.
Texto de Fernando Clavijo M. 19/05/20
Hace dos meses describí una visión de lo que se podría realizar en la zona del Lago de Texcoco1. Me centré en el potencial alimentario, no solo porque esa es la vocación de esta columna, sino porque pienso que los procesos de producción, distribución y consumo de alimentos están fundamentalmente ligados a la forma en que nos relacionamos con la ecología, la energía y el trabajo, es decir nuestra forma de vida. Sin embargo, el terreno y proyecto conocido como Proyecto Ecológico Lago de Texcoco, promovido y liderado por Iñaki Echeverría2 —y a cargo de la Comisión Nacional del Agua— es tan amplio que debe al menos esbozarse, y ahora puedo hacerlo con la debida autorización. El proyecto abarca un área de 12,300 hectáreas que intentaré describir de sur a norte, desde el Lago Nabor Carrillo hasta el caracol. Dentro de este predio, la “araña” que identificamos con el proyecto del NAICM es apenas una mancha, aunque en el imaginario nacional signifique algo mucho mayor, y haré mi mejor esfuerzo por describir su estado actual3.
La parte del sur, el lago Nabor Carrillo, permanecerá como proveedor de agua a Ecatepec y Chimalhuacán, y como vaso regulador en beneficio del suelo colindante. Otros vasos y plantas de tratamiento de agua recibirán mantenimiento para el funcionamiento de la red de agua capitalina. En esa zona, que incluye un bosquecillo encantador, se encuentra un edificio estilo internacional que parece de Mies Van der Rohe: el Centro Mexicano de Capacitación en Agua y Saneamiento. Hace poco, ahí empezamos nuestra visita trece personas: el arquitecto Daniel Holguín, encargado del proyecto arquitectónico; el paisajista Pedro Camarena, responsable de la recuperación de flora y fauna; un continuo de arquitectos y biólogos notablemente jóvenes; y yo, un economista con una libreta.
Las veredas que rodean al CEMCAS están prácticamente inservibles debido al hundimiento del suelo, pero el edificio permanece intacto gracias a que está piloteado. En esto, en su fachada baja y alargada, y en el uso que se le piensa dar (un museo del agua y del PELT en general), se parece a varias estructuras de la UNAM. Ahí asisto a la primera de muchas lluvias de ideas sobre la adaptación del espacio. Esta va más o menos así: por fuera habrá que restaurar jardines, levantar el concreto y reemplazarlo con algo más natural y autóctono, como tepetate o un aplanado de tezontle; para ingresar, puede retirarse la escalera actual y ponerse en su lugar una rampa; por dentro, las salas rectangulares y luminosas pueden mejorarse desechando el plafón y, colocando una escalera gruesa —tal vez de madera— se puede aprovechar la azotea.
El recorrido de un edificio abandonado, con escritorios vacíos, da la impresión de que nos encontramos en una película post-apocalíptica, sensación que se repetirá con frecuencia a lo largo del día. Los restos del Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México se ven en todas partes como evidencia de una época anterior y que tapaba a otra era anterior todavía, y así sucesivamente, como en las novelas The Nameless City o The Mountains of Madness de H.P. Lovecraft4.
Del CEMCAS cruzamos la Autopista Peñón-Texcoco hacia el norte para encontrarnos con dos accesos, las puertas 7 y 8 del predio hasta hace poco controlado por el GACM y aún resguardado con guardias de uniforme militar. Ahí vimos un glamping de oficinas y dormitorios en proceso de desmantelamiento, con pilas de diferentes materiales (como aluminio y lámina) y basamentos de concreto. En proporción mucho mayor, queda el recubrimiento de tezontle utilizado como plantilla de desplante, lo que tuvo el efecto fortuito de aislar la superficie del terreno salitre. Como el tezontle trae semillas, la zona se ha poblado de plantas (e.g., tabaquillo). Lo más impresionante, sin embargo, es el acero sobrante: vigas y partes de dimensiones descomunales llenan un parque costosísimo, y que con su peso está hundiendo el suelo.
Ahí, caminando entre los pastos, los proyectistas se ubican con ayuda de mapas y comentan “por aquí son las canchas de basket”, o “aquí es la zona de conciertos”. ¿De eso se trata?, me pregunto, ¿de cambiar un aeropuerto por un centro de entretenimiento? Mi conversación con Daniel Holguín despeja esa duda5. “No se trata de hacer un Chapultepec enorme”, me reitera, la intervención arquitectónica no se limita al tamaño de la obra. Volviendo a Van der Rohe, menos es más, sobre todo cuando se trata de preservar un espacio. Se trata, en sus propias palabras, de “re imaginar la Ciudad de México como un nuevo tipo de ciudad, balancear lo urbano-rural con lo urbano-duro en un parque productivo que actúe como puente conector de ideas y formas de vida pre-existentes y vecindades adyacentes”. Esto significa que más que protagonismo se busca respetar el área y hacerla accesible a los millones de personas que habitan los territorios colindantes, así como potenciar economías locales. Por ello, la obra consiste en un cinturón de concreto liviano que recorre el lado oeste y sur del terreno, intercalando instalaciones deportivas con sitios culturales. Dentro de esta “L” se planea restaurar el lago, que puede tener una función recreativa pero cuya verdadera vocación es ecológica y productiva. Hacia el norte, el plan incluye la reactivación del caracol como desalinizadora y la producción de alga espirulina. Al este, la arquitectura se funde con el paisajismo para repoblar los humedales —alimentados por los ríos que bajan de Atenco— de flora y fauna.
Conforme nos movemos hacia el norte empiezan a divisarse los “funiles”, estructuras de acero que habían de soportar el segundo piso del NAICM, algo parecido al vestíbulo que tenemos en la parte superior de la T2 del AICM. Hay un resplandor, y conforme nos acercamos compruebo que se trata del concreto de la plataforma ideada por el Barón inglés y arquitecto galardonado Norman Foster, ahora completamente rodeada de agua. Estamos a la altura de las patas inferiores de la “araña”; la parte por la que debía entrar el transporte multimodal está sumergida y alberga a tal cantidad de patos que parece que hubiese sido diseñada para ello. Los taludes presentan grietas y se desmoronan, y según veo es cuestión de tiempo para que los funiles se caigan solos. “La naturaleza ya retomó este espacio, y en tan poco tiempo”, me comenta Camarena. “¿Cómo, no lo inundaron ustedes? ¿O es la lluvia?”, le pregunto. “¿Cuál lluvia? Es agua salada, de lo más corrosivo que hay. Texcoco es la parte más baja del DF, y aquí donde estamos parados es la parte más baja de Texcoco. El agua emerge del suelo porque estamos bajo el nivel freático”, me explica6.
Camarena tiene una visión muy amplia del PELT, lo que según entiendo tiene que ver con que en su profesión se trabaja con sistemas vivos7. Por ello, piensa en el sistema lacustre de México como lo que fue, una red de distribución comercial entre Texcoco, Tláhuac, Iztacalco y Xochimilco, en la que el agua servía como factor de producción pero también medio de transporte. “Hay cosas a las que es difícil ponerle precio”, me dice, “pero deberíamos intentarlo.” En esto coincide con Holguín, que proyecta producir más nubes al rehidratar el suelo y dejar que el agua retome cursos naturales. ¿Cuánto vale, por ejemplo, que estas nubes humecten a la CDMX y que, combinadas con bosquetes-filtro, reduzcan la cantidad de partículas volátiles dañinas? ¿Cuánto vale consumir alimentos producidos localmente, no solo en términos de huella de carbono, sino de salud y empleo? ¿Qué precio tiene reconectarnos con un lado tan palpable de nuestra identidad?
Más aún, como trata al terreno como un paciente, Camarena no tiene una receta o idea fija de lo que debe hacerse, sino que entabla una conversación con este. En ese sentido tampoco es un Chapultepec, no se trata de poner florecitas que decoren el paisaje, sino de recuperar el ecosistema con la mayor biodiversidad posible. Citando al botánico Jerzy Rzedowski me describe o muestra las principales plantas: pasto salado (distichlis spicata), cola de mico (heliotropum curassavicum), saladillo (atriplex linifolia), romerito (suaeda difusa), cola de zorrillo (horderum jubatum), lipia (lippia nodiflora), especies que forman asociaciones vegetales. Ensambles que conviven con insectos y aves.
Mis guías se asombran ante la diversidad y la vastedad de la zona. “Esto vale por sí mismo, es valioso que exista esta naturaleza”, me dicen. Que alguien valore el sentido estético de la flora y fauna me devuelve cierta fe en nuestro destino. Desde José María Velasco, hace unos 130 años, pocos han apreciado Texcoco por su belleza y no solo como algo a lo que debe extraérsele rentabilidad8.
Avanzando al norte por la pista 3, ya un poco ondulada, nos encontramos en otro ecosistema, plano y completamente blanco. Campos de tequesquite, que brota naturalmente y se extrae desde antes que ningún ambientalista o escritor alimentario lo propusiera9. La explotación consiste en trazar surcos —llamados melgas— que dejan pasar el agua sin que esta alcance la superficie, y así la sal sale y se acumula en largas filas blancas que llenan el paisaje hasta donde da la vista. Que no es mucho, pues el viento es enceguecedor desde que las obras retiraron los “tamaris”, cedros de tierra salada, que hacían de barrera natural. Los ecosistemas son así, enredados. “Hace cinco años éramos más de 100, ahora somos menos de 10”, nos dice el Sr. Villanueva, productor, refiriéndose a los dependientes del cultivo de este y otros productos milenarios de los alrededores, como son el alga espirulina, el ahuautle (discutidos ya en la entrega anterior), ciertos tipos de ajolote, y la artemia.
La artemia es un crustáceo branquiópodo de aguas salobres, un camaroncito parecido a los sea monkeys que tiene la particularidad de ser una reliquia evolutiva del Triásico. Se utiliza como alimento para peces, pero lo que me llamó la atención fue su pesca, y no por otra cosa que por su belleza. Esto es al norte sobre la pista 1. Red milimétrica en mano, los pescadores sumergidos hasta la cadera recorren estanques naturales en un terreno salado, a la vez desértico y marino, y cuando llegan a tierra parecen no haber conseguido más que algunos puñados de lodo. Pero cuando vierten esa masa en una cubeta, resulta que está llena de vida.
Comparto imágenes de esta pesca y de las melgas de tequesquite. Como estos hay más productos, economías locales, y especies que solo se dan bajo condiciones específicas de salinidad, aunque en esta ocasión solo hablamos con dos productores antes de continuar con el recorrido. Más adelante, justo antes de llegar a la zona cercana al caracol, el terreno se vuelve inhóspito —y no solo por la inseguridad que implica la colindancia con Ecatepec—. El viento sopla arrastrando polvo y coquias, una especie asiática de forraje que se desplaza como en las películas de vaqueros y da la sensación de estar en el fin del mundo. Estos arbustos rodantes atraviesan el camino y se pegan a las rejas de la valla carísima licitada por la SEDENA.
A lo lejos se ve el Popo, y hacia el oriente los cerros que traen el agua que alimenta la zona. Qué vano parece el emprender humano, me digo, y de nuevo pienso en Lovecraft y en eras pasadas: antes aquí hubo una civilización que supo coexistir con esta tierra y usar el agua10. Luego, podríamos pensar, vino otra, más violenta y voraz. ¿Y ahora, habrá un cambio? La historia, aunque queramos, no la escribimos nosotros, pues solamente el tiempo podrá separar a un charlatán de un visionario. Serán los hechos los que hagan esa distinción.
Agotado, el equipo multidisciplinario se sube a la camioneta con sus cuadernos llenos de apuntes, tal vez con más preguntas que respuestas. Algunos ya hacen dibujos, otros dormitan. Mi lado economista piensa en las negociaciones laborales y de derechos productivos que conllevaría el revivir esta zona, pero eso es tema para una tercera entrega. El que maneja es el arquitecto: propone invitarnos unos tacos para hacer otra lluvia de ideas sobre las posibilidades de Texcoco. EP
2 Urbanista y paisajista, este arquitecto estudió en la UNAM y la universidad de Columbia. Ha dado clases en Harvard y es miembro del Consejo Asesor de Desarrollo Sustentable.
3 Si la vez pasada hablé de la periferia de los predios protegidos del tan polémico NAICM, lo hice porque, como escribió Soren Kierkegaard en Either/Or: aunque no podamos conocer un reino, es posible conocer su forma rodeándolo, y espiando un poco cuando se abre la puerta. Así, acercándonos, eventualmente nos invitarán a pasar.
4 Tanto The Mountains of Madness como The Nameless City, publicadas en 1921, fueron adaptadas a novela gráfica en 2014 por el japonés Gou Tanabe (que también ha hecho mangas de comida, como Ramen para dos) y publicadas por Dark Horse, y son un ejemplo excelso del poder de la imagen en la narrativa.
5 Este arquitecto de la UNAM y Columbia University tiene una visión planetaria del poder de la arquitectura para modelar el futuro, que se nota en un CV lleno de innovación: de un hotel de sal Al Ula, Arabia Saudita hasta el museo de la Acrópolis en Atenas. Ha trabajado con una variedad de firmas, como ROTH, Multiplicities, Rockwellgroup y TEN.
6 No es objeto de esta columna cerrar la discusión respecto a la viabilidad teórica del NAICM. Ante la pregunta obvia, ¿por qué se intentó hacer ahí?, debe tomarse en cuenta que el proyecto original de Fox quedó imposibilitado por la invasiones de Atenco, y que el terreno actual ofrecía menores grados de libertad en cuanto a diseño y orientación. Grupos como “Manos a la cuenca” siguen exigiendo la devolución de terrenos tras cancelación del NACIM (2mil hectáreas) por parte de Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra. Para esta discusión ver: https://www.eluniversal.com.mx/metropoli/edomex/exigen-proyecto-para-restaurar-terreno-tras-cancelacion-del-aeropuerto-de-texcoco.
7 La idea de que este proyecto tiene un solo fin o uso utilitario es completamente ajena a este investigador de la UNAM, que trabajó durante 14 años en la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel para proteger los ensambles de flora y fauna que vemos en piedra volcánica en el sur de la ciudad. Se ha dedicado a cambiar la mentalidad del paisajismo, que buscaba reemplazar estos ecosistemas naturales —de diversidad biológica de 25-30 especies— con áreas verdes tradicionales —que solo tienen 7-10 especies. Para saber más sobre este proyecto, visitar: http://www.repsa.unam.mx/.
8 Cómo no recordar al recién fallecido Luis Eduardo Aute: Mercaderes, traficantes/ más que náusea dan tristeza./ No tocaron ni un instante/ la belleza.
9 Su patrona es la diosa de la sal, Huixtocihuatl.
10 Los famosos Trono y Baños de Nezahualcóyotl también son parte del paisaje.
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