Un sueño aun más lejano

Taberna es la columna mensual de Fernando Clavijo

Texto de 02/03/20

Taberna es la columna mensual de Fernando Clavijo

Tiempo de lectura: 6 minutos

Hace un par de meses empecé a visitar el Lago de Texcoco. Como este sitio es a la vez arqueológico, ecológico y polémico, pero sobre todo enorme, empezaré por relatar algo relacionado con la alimentación. Pero prometo reportar más sobre las ruinas del aeropuerto, su paisaje y población aledaña, así como los grandes rasgos del proyecto arquitectónico y ecológico en desarrollo, en una entrega subsecuente y cuando las cláusulas de confidencialidad me lo permitan.  Aun así, no puedo dejar de reconocer y agradecer la información y perspectiva que me brindaron los equipos de arquitectura y paisajismo del PELT.

PELT es el nombre retomado por el gobierno actual para el proyecto del polígono que incluye el Parque Ecológico Lago de Texcoco[1]. Es un área de 12,300 hectáreas (un par de veces la isla de Manhattan o, para comparar con la mancha urbana de la CDMX, es como desde Xochimilco hasta la Santa María la Ribera), conformado por tres grandes partes. Al norte, el famoso “caracol” que se aprecia desde el avión, en realidad una planta de tratamiento de agua, desalinizadora, actualmente en desuso y utilizada como zona de cascajo. Esta colinda con Ecatepec y mis guías me informaron que no era posible visitarla por razones de seguridad, pues recientemente había habido secuestros. Inmediatamente debajo de esta antigua planta se encuentra el área propiamente del lago, en la que en realidad hay muy poca agua a la vista, pero que consiste de humedales al este y de la zona donde se estaba construyendo el NAICM al oeste. La parte correspondiente al predio del aeropuerto sigue cercada, con la famosa valla de 100 mil pesos por metro lineal, acompañada de postes con celdas solares y delineada al sur por la Autopista Peñón-Texcoco y al oeste por el Circuito Exterior Mexiquense. Al sur de esta Autopista se encuentra el Lago Nabor Carrillo, un lago artificial de 900ha creado por este arquitecto luego de mostrar que la desecación de estos cuerpos de agua afectaba la estabilidad del suelo colindante, y algunos vasos más como la Laguna de Oxidación, la Laguna Recreativa, las lagunas Churubusco de alta toxicidad y el PTAR Contracorriente (desde donde se ven cárcel, terrenos baldíos y la zona otorgada a Antorcha Campesina). Más al sur están Ciudad Nezahualcóyotl y Chimalhuacán, poblaciones que suman casi dos millones de habitantes y con los menores ratios de metros cuadrados verdes por persona en toda la zona metropolitana.

En esta ocasión le dimos una vuelta al Nabor Carrillo, cuya entrada es por un bosque pequeño que parece sacado de una película de Wes Anderson. En esa zona se pensaba tener listo ya un vivero de 25ha pero que no solo no se ha podido siquiera empezar (retrasos administrativos) sino que por razones presupuestales ya se redujo a 10ha. Lo primero que llama la atención es la ondulación de los caminos que lo rodean, lo que prueba la hipótesis del antiguo rector de la UNAM y hace patente el nivel de mantenimiento que toda obra magna requiere en este el punto más bajo de la cuenca de la Ciudad de México. Cambiar el cauce del agua siempre me ha parecido una insensatez, pues hasta Venecia se inunda, pero no formemos por ahora conclusiones apresuradas. Mejor, como ofrecido, veamos brevemente las oportunidades alimentarias que ofrece este lago. Porque, eso sí —y contrario a las fotografías casi desérticas que circulaban en redes sociales al momento de la “consulta” inverificable del actual presidente— este sí es un lago, con extensiones de agua que casi se pierden en el horizonte y donde abundan los patos y otras aves acuáticas (entre ellos ibis, monjitas, chorlitos y una pareja de flamencos — phoenicopterus— que se ven a lo lejos como un puntito rosa). Las batallas navales citadas por el muy extrañado Miguel León Portilla (QEPD) parecen mucho menos inverosímiles.

El primer producto comestible es el alga espirulina, una micro alga que los aztecas llamaban tecuitlatl y que se daba de forma natural en las aguas alcalinas y saladas del lago. Lo interesante de este producto es su alto contenido proteico, alrededor del 57% de su masa. Es decir, si un filete de res de 100g tiene entre 27g y 30g de proteína, una porción de 100g de esta alga aporta 57g de proteína, lo que cubre las necesidades diarias de una persona normal. No solo eso, sino que, a diferencia de la carne animal, el alga no viene acompañada de grasas saturadas ligadas a la acumulación de colesterol. Y lo más interesante, la producción de esta alga libera oxígeno, con lo cual es una opción mucho más sana para el planeta que la ganadería, que no solo utiliza cantidades enormes de agua y tierra, sino que produce metano.  Encima de todo, es negocio: Bloomberg estima que el mercado es de 350 millones de dólares, y según la FAO los principales productores son China, EEUU, India y Chile.

Otro producto prometedor es el ahuautle, la hueva de un mosco llamado axayácatl y que también se cultiva en la zona, con un contenido proteico superior al 60%. El producto es insigne de una gama entera de larvas llamadas aneneztli, y que en general se consumen mezcladas con huevo en tortitas fritas que luego se bañan en salsas picantes. Como con otros ingredientes, por ejemplo los hongos silvestres, creo que hundirlos en chile no es su único destino; la comida del sureste asiático, que tanto utiliza el nam pla o salsa de pescado en salteados de verdura con fideos, o que muele los charales y camarones secos con ajo y especias para convertirlos en pastas de uso similar al curry, nos ofrece opciones interesantes; el ahuautle seco podría servir de condimento al estilo del furikake para tostadas.

Tanto los pequeños camarones y charales endémicos que se dan en las piscícolas cerca al calendario azteca, como la amplia gama de insectos (según la BBC, en México se consumen 531 de los 2,111 insectos comestibles clasificados) representan una solución sustentable, nutritiva, y autóctona a la alimentación de nuestra megalópolis. Pero la zona es tan extensa que admite una producción mucho más ambiciosa. La tierra mayormente salada podría producir quinua, producto del que ya hemos hablado en otras entregas de esta columna. Pero la salinidad, que en general restringe el tipo de cultivos que pueden extraerse de esta tierra, no es tan definitoria como se piensa.  La zona 1 ha recibido el cascajo del terremoto de 1985 y la zona 4 del más reciente en 2017. De esta manera, distintas partes del polígono se hallan cubiertas por capas de hasta 10m de grosor que actúan como aislantes del terreno natural, y en cuyas superficies podrían crecer todo tipo de hortalizas hidropónicas. De hecho, cada diciembre Antorcha Campesina organiza la feria de la aceituna en Chimalhuacán y en verdad esa parte del terreno se parece a la zona catalana que da lugar al priorato.

Es tan fácil dejarse llevar por los sueños. ¿Podría la CDMX convertirse en una ciudad con un terreno de una proporción tan importante dedicado a la producción natural de alimentos? ¿Podrían estos alimentos ser cultivados y distribuidos por ciudadanos locales? De nuevo, me hace pensar en Hanoi, Vietnam, donde principalmente señoras traen desde vegetales hasta gallinas y langostinos en motos, bicicletas y carretillas, convirtiendo así las esquinas en centros de abasto pequeñísimos. Hay también mercados un poco más grandes, como nuestros tianguis, pero con la diferencia de que no se surten de algo equivalente a nuestra Central de Abasto (que a su vez se abastece de comercializadores de todas partes del país, incluyendo agroindustriales e importadores) sino de pequeños productores de las afueras de la ciudad.

Este sueño es tan parecido al de Wendell Berry que debo suponer que la visión me viene de él, pero en chinampas estilo Xochimilco en vez de granjas del tipo Amish. El poeta-granjero de Kentucky describe una ciudad ideal, una en que sus fuentes productivas, laborales, energéticas y alimentarias están todas ligadas de forma coherente (lo contrario de la agroindustria)[2]. Una ciudad auto-sustentable, ecológica y sana, un proyecto aun más ambicioso que el antiguo NAICM.

Quiero pensar que sí, que sí podría la CDMX volver a ser una de las ciudades más avanzadas del mundo. Ejemplos de inexperiencia ejecutiva como el del vivero son de esperarse, pero aun quedan ases bajo la manga. Ningún país que emprende un proyecto de esta envergadura (e.g., China, Emiratos Árabes) lo hace a menos de 20 años —no en un sexenio— y todos han hecho asociaciones público-privadas, pues no es realista financiar un proyecto así únicamente con ingreso propio. Además, la experiencia de las comunidades de esta zona —que ya explotan algas, hueva y otros productos desde hace mucho— puede ser muy valiosa en la asignación de unidades productivas. Conforme nuestro país considere las alianzas ya ofrecidas de la iniciativa privada nacional e internacional, y se aleje de la idea de planificación centralizada para reconocer la sana complejidad y diversidad de un proyecto como este, la posibilidad de rescatar una reserva natural descomunal justo donde más la necesitamos se puede ir transformando en realidad. EP


[1] La página actual del proyecto es escueta pero está disponible en: https://www.gob.mx/conagua/articulos/rehabilitacion-del-lago-texcoco-202165. Un intento previo de este rescate puede verse en los libros blancos del final de la administración calderonista, que también llamó al proyecto PELT: http://www.conagua.gob.mx/conagua07/contenido/Documentos/LIBROS%20BLANCOS/CONAGUA-07%20Programa%20Parque%20Ecol%C3%B3gico%20Lago%20de%20Texcoco%20(PELT).pdf.

[2] La descripción reza: “If that demand is serious, if it is taken seriously, if it comes from informed and permanently committed consumers, if it promises the necessary economic support, then that radically oversimplified landscape will have to change. The crop monocultures and animal factories will give way to the mixed farming of plants and animals. […] If the urban consumers would extend their competent concern for the farming economy to include the forest economy and its diversity of products, that would improve the quality and care […]. As the acreage under perennial cover increased, soil erosion would decrease and the water-holding capacity of the soil would increase. […] As farms diversified, they would tend to become smaller because complexity and work increase with diversity, and so the landscape would acquire more owners. As the number of farmers and the diversity of their farms increased, the toxicity of agriculture would decrease –insofar as agricultural chemicals are used to replace labor and to defray the biological costs of monoculture. […] we could just say that a dangerously oversimplified landscape would become healthfully complex, both economically and ecologically.” Wendell Berry (2010), Bringing it to the table: On farming and food, p.71, Counterpoint.

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