La victoria de Caeleb Dressel en la prueba de 100 metros libres destaca no sólo por las marcas rotas, sino también por la forma en que su peculiar anatomía contribuyó.
Juegos Olímpicos Los 100 metros libres de natación también se conquistan en el aire
La victoria de Caeleb Dressel en la prueba de 100 metros libres destaca no sólo por las marcas rotas, sino también por la forma en que su peculiar anatomía contribuyó.
Texto de Aníbal Santiago 29/07/21
Cuando los periodistas deportivos intentan simplificar las virtudes del estadounidense Caeleb Dressel para que el mundo entienda su dimensión como atleta, lo han llegado a llamar “el nadador del futuro”. Y si uno escudriña en lo que guarda ese cuerpo de 1.91 metros, 88 kilos y 24 años, entiende que el apodo no es un absurdo. Primero, el apasionado de la vida salvaje que tatuó su torso con un águila y un oso hizo lo que casi nadie: superó marcas de Michael Phelps.
¿Cómo lo consiguió? Una de las razones nos deja atónitos. Caeleb no tiene nalgas, o las tiene tan planas que ayudan a su genio. “No tiene culo. Su espalda y su trasero están muy alineados, ejercen muy poco rozamiento”, explica el analista español Javier Soriano. El miércoles, al disputar la final de los 100 metros libres de los Juegos Olímpicos, quizá ese músculo imperceptible fue su primera virtud. La pistola sonó, se lanzó y, al impulsarse, la fricción de su cadera con el líquido fue casi nula: el deportista de Florida avanzó con la naturalidad de un delfín con lomo liso.
Sin embargo, volvamos atrás porque su magia arrancó antes. En el momento en que los competidores aflojaban y se movían en las plataformas para relajarse, Caleb se quedó estático. Como maniquí, nada de su físico se movió hasta que con una fuerte exhalación se alistó para saltar.
Se escuchó “in your marks”, el arranque tronó y Caeleb se desprendió del borde de la alberca para viajar en el aire. Los rivales ya se sumergían y él aún volaba, postergaba un instante la ley de gravedad para flotar en la piscina con el cuerpo alargado después de impulsarse con un movimiento brusco como una convulsión. Siempre es un poco clavadista y otro tanto gimnasta centésimas antes de nadar.
Después de viajar tres metros en la atmósfera aérea del Centro Acuático de Tokio, ahora sí cayó al agua. La disputa por el oro comenzó con la flecha submarina: brazos fijos y patada de mariposa, sólo agitando la cadera. Y después sí, a partir del segundo cinco, sus brazos como turbinas arrastraron volúmenes densísimos de agua. Ya era el total puntero. Apenas iniciaba una de las dos carreras más explosivas de la natación, y Caeleb aventajaba medio cuerpo al vigente campeón olímpico, el australiano Kyle Chalmers, y al ruso Kliment Kolesnikov, entre sus siete rivales los dos más peligrosos en la mañana japonesa.
Pero esa gran distancia se fue acortando. Cuando Dressel llegó a los 50 metros y dio el giro, superaba sólo por 10 centésimas al ruso y 32 al australiano. Para ese instante, el estadounidense avanzaba 2.12 metros por segundo. La segunda mitad de la prueba continuó con Caeleb perdiendo ventaja a cada instante. El rival australiano escalaba desde el tercer puesto y se ponía cabeza con cabeza con el estadounidense cuando a la prueba le faltaban menos de siete segundos. En el tramo final, a 2.5 metros de concluir el gran evento esperado cinco años, el ojo humano era incapaz de detectar diferencia entre Dressel y Chalmers. Imposible anticipar un ganador entre sus figuras difusas que hacían estallar el agua con los brazos de más de un metro de largo que entraban y salían castigando con sus manazas la superficie.
Fue en el estertor de los 100 metros que la última brazada de Caeleb, estirada con angustia como una liga, le hizo tocar la marca seis centésimas antes que su adversario. Con los pulmones extenuados que ampliaban y reducían su enorme tórax, el estadounidense vio la pantalla gigante aún con la gorra negra y los goggles multicolores puestos: leyó 47.02, es decir, había llegado primero y además en tres centésimas menos que el récord olímpico vigente de Eamon Sullivan, una marca imbatible desde los Juegos Olímpicos Beijing 2008.
En esta final, desde su largo impulso en el aire, nunca dejó de ser primero.
Silencioso y con una sonrisa discreta en medio de su carril, levantó los dos brazos que ampliaron su espalda sin fin y oyó el griterío de su equipo.
Hace un año, cuando la pandemia inició y sus aspiraciones olímpicas se suspendían, Caeleb no soportó la idea de guardarse en casa y esperar a que el mundo sanara. Detuvo sus entrenamientos acuáticos para emprender en la primavera del 2020 una aventura a un sitio donde el virus jamás llegaría. Tomó su casa de campaña, su lámpara, la bolsa de dormir y algunas cosas más para realizar con su novia Meghan una larga expedición por los Apalaches y volver a sumergirse, pero ahora en el bosque. Quién sabe cuándo la natación iba a ser prioridad otra vez para el monstruo de la alberca que antes de la pandemia ganó 7 medallas de oro en el Campeonato Mundial de Natación Budapest 2017 y 8 medallas (6 oros) en el Campeonato Mundial de Natación Gwangju 2019.
Pero ha pasado más de un año, Caeleb se casó y ha vuelto el agua. Sobre el podio, cubierto por el cubrebocas, se quiebra. Ve la medalla de oro y llora sin pausa, como un niño desconsolado, hasta que termina su himno.
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