Osmar y Juan, clavadistas que cascarean en el aire

Con gran gozo, Osmar Olvera y Juan Manuel Celaya obtuvieron la presea plateada en clavados sincronizados. Esta crónica, escrita por Aníbal Santiago, recupera los momentos definitivos de su participación en París 2024.

Texto de 06/08/24

Con gran gozo, Osmar Olvera y Juan Manuel Celaya obtuvieron la presea plateada en clavados sincronizados. Esta crónica, escrita por Aníbal Santiago, recupera los momentos definitivos de su participación en París 2024.

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No están en los Juegos Olímpicos de París, sino en la cancha del barrio antes de una cascarita. O bueno, se toman su deporte con esa liviandad: más vale divertirse. Antes de cada competencia, aunque lo que disputen no sea un Jarrito de tamarindo en la tienda de la esquina sino una medalla olímpica en clavados, Juan “Meme” Celaya y Osmar Olvera se ríen mientras se saludan de puñito, dorso, pulgares, palmas, para acabar desparramando al aire billetes invisibles. Y ahora sí, el dueto asciende al trampolín de tres metros porque lo que hoy se juegan es una medalla contra los mejores del planeta.

Pero no es todo. Antes de saltar seis veces en los clavados sincronizados sobre la plancha flexible de fibra de vidrio, Juan, el regio, y Osmar, el chilango, se murmuran algo. No tiene que ver con las vueltas o los giros que darán, ni con el secreto para sumergirse cual agujas en la Piscine olympique de Saint-Denis, donde enfrentarán el poder de los astros mundiales chinos Long y Wang. Los mexicanos intercambian ―lo han confesado― dos palabras: “échele, disfrútelo”. Sí, allá arriba se prometen gozar el salto aunque vivan segundos medulares de sus vidas. A la vez se hablan de usted, con respeto. Quizá tal deferencia es porque saben lo que han vivido y sufrido para llegar hasta acá, la cumbre de sus carreras. Y no solo se trata de las previsibles miles de horas de entrenamiento. Juan, en su niñez, experimentaba pánico escénico arriba del trampolín si su madre no lo estaba viendo en las gradas. Y Osmar padeció el quirófano hace dos años, con una artroscopia en su hombro izquierdo cuando apenas rozaba la mayoría de edad.

Ya después, al emerger empapados de la alberca, se hablan otra vez de tú. Cuates como siempre para pulir su arte volador dialogando con franqueza. En los clavados sincronizados no mejora quien no habla. Palabras entre salto y salto, desde luego, pues a pesar de que se elevan, suspenden y desploman en tres fases llenas de sucesos, éstos son de duración infinitesimal y el salto es brevísimo. Dos segundos, a lo sumo, donde confiarán en la exactitud de su coreografía y en lo que sus cuerpos se comunican silenciosamente en el aire.

Este viernes 2 de agosto, Osmar y Juan se disponen a su clavado 1 con bajo grado de dificultad, 2.0, en el que Osmar se pasa al entrar al agua pero que los deja en tercer sitio. En el segundo clavado, de rutina, flaquean y caen al quinto. Y listo, no habrá más crisis: desde ese momento, todo es ascenso. El salto 3 tiene 3.4 grados de dificultad, pero lo superan y recuperan el tercer lugar. Y el cuarto clavado, con tres y media vueltas, los encumbra. Si las rondas acabaran aquí serían oro. Pero calma, falta.

Con 3.8 grados de dificultad ejecutan hacia el frente cuatro y media vueltas, celebradas en la tribuna por algún grito mexicano que se entromete en la transmisión televisiva cuando Osmar y Juan aún están contorsionándose con su clavado 5. “¡Esoooooo!”, es la voz con la que un fanático pulveriza el espeso silencio de la alberca.

Y ahora sí, el clavado seis, momento definitivo: dos y media vueltas con tres giros en una evolución de muy alta dificultad: 3.9. Los mexicanos se instalan en el extremo posterior del trampolín ―quietos para concentrarse― y comienzan a avanzar en la ejecución que marcará sus existencias. En total, desde que sus pies inician el traslado en la plancha hasta que están íntegramente dentro del agua, pasan ocho segundos. Ocho segundos que concentran décadas de esfuerzo en el deporte, años y años de práctica bajo la guía virtuosa y estricta de Ma Jin, su entrenadora china. Juan y Osmar dan vueltas, giran y estiran sus cuerpos en simetría de espejo, irreprochable, como si sus músculos, huesos, pieles, formaran dos androides clonados que responden a idéntico comando. Caen y se sumergen en dos borbotones tímidos, se hunden discretamente en el líquido azul. La porra mexicana abandona sus butacas en un resorte eufórico y la piscina es una loca caja de resonancia verde, blanca y roja. El clavado final ha sido una sinfonía.

Al sacar la cabeza del agua, Juan chapotea como un niño en un domingo de Semana Santa, feliz le pega al agua con sus manos y salpica a Osmar y a él mismo. Ahora, justo cuando los 11 jueces están calificando la estética, la sincronización, las formas, los atletas mexicanos son dos amigos radiantes que festejan su clavado y la vida.

Ya salen de la alberca. Afuera, con sus trajes de baño frente a la pantalla gigante, aguardan el veredicto. Osmar aplaude, afloja los brazos, respira, brinca. La ansiedad flota en cada gotita que lo cubre. Juan comprime el gesto, la angustia engarrota sus músculos cincelados. ¿Oro, plata? Oro, ¡por favor!

Los deportistas chinos Long y Wang temen lo peor: desesperados, al borde de la piscina tapan sus caras. De pronto, hallan alivio. Implacable, algún juez rebelde da a los mexicanos un 7. Serán plata. Osmar maldice frente a la TV algo incomprensible, pero su compañero abraza el segundo lugar con una sonrisa que le jalonea las orejas.

Bandera tricolor en alto, reciben las medallas, alzan los brazos, cierran los puños y Juan, quizá a sus 25 años de edad recuerde al niño que sin la mirada su madre se aterraba en pleno trampolín. “¡Mamá, te amo; mamá, te amo!”, le grita y la televisión lo registra.

Y claro, sobre el podio Juan y Osmar reirán con su saludo de puñito, dorso, pulgares, palmas, para acabar desparramando al aire billetes invisibles. EP

¡🇲🇽 Momento inolvidable! Osmar Olvera y Juan Manuel Celaya suben al podio de los Juegos Olímpicos tras conquistar la presea de plata. Foto: Conade

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