El embarazo de Ashley Olsen me hizo sentir acompañada

Alejandra Ibarra Chaoul reflexiona sobre el embarazo a través de una narrativa personal que conecta la nostalgia por las gemelas Olsen con la realidad actual de la maternidad. Explora las complejidades emocionales y las tensiones entre los ideales feministas y la decisión de procrear en un mundo en crisis, destacando cómo esta experiencia desafía tanto el cuerpo como las convicciones de una nueva generación.

Texto de 13/08/24

Alejandra Ibarra Chaoul reflexiona sobre el embarazo a través de una narrativa personal que conecta la nostalgia por las gemelas Olsen con la realidad actual de la maternidad. Explora las complejidades emocionales y las tensiones entre los ideales feministas y la decisión de procrear en un mundo en crisis, destacando cómo esta experiencia desafía tanto el cuerpo como las convicciones de una nueva generación.

Tiempo de lectura: 7 minutos

Cuando era niña quería ser como las gemelas Mary Kate y Ashley Olsen. Irene tenía toda la colección de sus películas en VHS y las veíamos en la sala de tele de su casa mientras sus hermanos nos molestaban. Debimos haber visto la colección completa por lo menos tres veces. Mis favoritas eran Double Double, Toil and Trouble, cuando son niñas en Halloween; Our Lips are Sealed, cuando las gemelas se van a Australia y tienen que viajar clandestinamente después de presenciar un crimen; Winning London, donde se vuelven novias de un par de ingleses durante una estadía en Londres; When in Rome, cuando viajan por toda la ciudad italiana en vespas, comiendo gelatos y enamorándose de un par de italianos. Vimos todas, desde la primera, que salió en 1992 —cuando nosotras teníamos 2 años y ellas 6— hasta la última de la serie, que salió en 2004. 

Alejandra Ibarra Chaoul

A finales de los noventa, mis papás nos regalaron a mi hermana y a mí un Game Boy. Mientras mi hermana jugaba Yoshi Story en el suyo; en el mío, que era morado, todo el tiempo estaba el casete de The New Adventures of Mary-Kate & Ashley donde las gemelas tenían que resolver misterios con un look detectivesco de boinas y gabardinas, acompañadas por un sabueso que las ayudaba con pistas ocultas. Después de los dosmiles, las gemelas desaparecieron del ojo público o por lo menos de mi vida. Se interesaron más en el mundo de la moda y las fui perdiendo de vista, hasta la semana pasada cuando apareció en mis redes sociales el enlace a una nota de prensa rosa que anunciaba que una de las gemelas acababa de tener a su bebé (en realidad lo tuvo en 2023, pero yo me enteré en julio de 2024). 

Escribo esto con 12 semanas de embarazo y, desde que empecé a sentir los cambios en mi cuerpo, me sentí aislada. Hacía tiempo que Jorge —mi pareja— y yo habíamos hablado sobre la decisión de tener hijos. Ambos coincidimos en que era algo que queríamos. Nos casamos hace seis meses y empezamos a platicar sobre planes y fechas para intentar embarazarnos. Todavía no, acordamos. Yo había escuchado decenas de historias sobre parejas que buscaban procrear y se volvía dificilísimo. Empecemos a intentar sin presión, pensé, y quizá en unos seis o siete meses veamos resultados: me embaracé al primer mes. 

Alejandra Ibarra Chaoul

De mis amigas con las que convivo cotidianamente en Ciudad de México, ninguna es mamá. Ninguna, tampoco, está embarazada. Si acaso las conversaciones que teníamos antes de embarazarme giraban más en torno a la importancia y los enormes logros en torno a la despenalización y legalización del aborto —parte del espectro de la conversación sobre derechos reproductivos—, pero los embarazos, como tal, rara vez eran parte de esas pláticas en mi día a día. Comentábamos, por el contrario, lo terrorífico que parecía el parto, el miedo a la carga económica de traer una vida al mundo y lo ajeno que nos parecía todo el mundo de la maternidad. 

Quizá la conquista generacional por excelencia de las millennials, reivindicada por muchas y con la que yo coqueteé algún tiempo, es la posibilidad de elegir no maternar. Decidir no tener hijos no porque no puedas, sino porque no quieres. Una conquista inédita: ser dueñas de nuestros cuerpos, agendas, futuros, sueldos y planes. Algo impensable para la generación de nuestras madres y abuelas, para quienes el mandato social de ser mujer venía de la mano con procrear. Mientras yo batallaba con el agotamiento del primer trimestre, las náuseas, la micción cada cinco segundos y el dolor insoportable e infranqueable de senos, no podía evitar preguntarme si estaba traicionando al feminismo; a la posibilidad de una vida sin esclavizarme a las tareas de cuidado y del hogar; a mí misma y a la posibilidad de tener libertad para buscar el éxito profesional y la estabilidad económica autónoma. Ante la confusión, decidí contarle a muy pocas personas sobre mi embarazo. 

“Quizá la conquista generacional por excelencia de las millennials, reivindicada por muchas y con la que yo coqueteé algún tiempo, es la posibilidad de elegir no maternar”.

Cuando Jorge y yo nos casamos, nuestro perro fue el invitado de honor. Nunca he entendido esa explicación somera (“solo son perros”) que expresa la gente cuando quiere ignorar las necesidades o emociones de su lomito. En nuestro caso, Groot nos ha enseñado cómo brindar apoyo emocional incondicional, así como infinitas maneras de comunicarse que van más allá de las palabras. Groot llegó hasta el altar que pedimos para la boda, hecho de flores, donde nuestros dos mejores amigos oficiaron la ceremonia en la que decidimos elegirnos para construir una vida de proyectos conjuntos. Después de la fiesta, le escribieron a Jorge unos amigos para darle las gracias por validar y compartir otros formatos de familia que no fueran la tradicional: perrhijos en vez de hijos. ¿Y ahora? ¿Los estábamos traicionando a ellos también? O mucho peor, ¿estábamos traicionando a Groot?

Las primeras semanas del embarazo se sentían demasiado íntimas y vulnerables. Poco antes de cumplir dos meses, fui a Colombia por trabajo y en Bogotá fui con un amigo a La Trocha, una cervecería de un grupo de excombatientes de las FARC-EP como apuesta por la paz. Adentro me di cuenta de que mi realidad había cambiado: no podía pedir bebidas alcohólicas, no sabía qué era seguro comer y me moría de sueño. Me despedí temprano y regresé llorando al hotel, pensando si alguna vez volvería a ser yo misma. 

Finalmente, después de un tiempo, le contamos a amigos cercanos del embarazo. La mayoría fueron efusivos y se alegraron enormemente, pero de algunos sentí franco desinterés y de otros, cierto prejuicio. Jazmina Barrera narra algo similar en Linea Nigra cuando algunas de sus amigas no parecen poder compartir lo que ella vive. Lo entiendo. Cuando mis únicas dos amigas que son madres se embarazaron, me di cuenta de que no sabía qué preguntarles ni cómo involucrarme en su travesía. Es verdad que viven en el extranjero y la distancia complicaba la comunicación, pero la realidad es que me distancié. Ahora lo veo como lo que fue: una falta de esfuerzo y de empatía de mi parte por escuchar y estar presente en su proceso. Es más fácil dar un paso al margen y desaparecer.  

Alejandra Ibarra Chaoul

Antes de empezar a intentar embarazarnos, Jorge y yo leímos The Quickening, de la periodista Elizabeth Rush. Era difícil imaginar que fuera justo, ético o sensato traer vida a un mundo donde los incendios salvajes son cada vez más avasalladores y en lugares antes impensables; donde las olas de calor generan sequías que producen desabasto de agua en zonas urbanas y merman la producción agrícola; donde las lluvias torrenciales inundan ciudades enteras y las tormentas se convierten en huracanes devastadores en cuestiones de horas. Hasta los tiburones están desorientados. En The Quickening, Rush relata su viaje a la Antártida donde atestigua el derretimiento de glaciares antes imponentes y los esfuerzos de los científicos que intentan medir la velocidad estrepitosa de la emergencia climática. A pesar de eso, concluye que quiere maternar. Sería menos ético dejarle el mundo a quienes sí se van a reproducir y buscan solo su propia sobrevivencia a costa del resto, concluye; a los millonarios que construyen búnkeres y submarinos; a los que viajan en jet privado generando más emisiones de carbono. Es peor privar al mundo de una nueva generación de seres conscientes, solidarios, empáticos; de activistas por la justicia climática que puedan pensar de manera distinta el consumo y proponer alternativas para acompañarnos, ayudarnos, cuidarnos y… quién sabe, quizá hasta pensar en maneras de salvar al planeta.

“Era difícil imaginar que fuera justo, ético o sensato traer vida a un mundo donde los incendios salvajes son cada vez más avasalladores y en lugares antes impensables”. 

El primer trimestre de mi embarazo no fue como la cultura popular lo pinta ni como lo imaginaba ni como lo deseaba. No fue fácil. No fue idílico. Fue angustiante, agotador y aislante. Fue confuso. Como escribe la ginecóloga y obstetra Yoalli Palma: “Un embarazo, por más normalizado que lo tengamos, es un suceso familiar y biológico, una experiencia muy violenta para el cuerpo porque exponemos la vida, y desde lo celular hasta lo emocional sufrimos cambios profundos en un tiempo muy corto”. Y sí: es una experiencia muy violenta para el cuerpo. Las primeras semanas son extenuantes. 

No tenía energía para hacer nada. No podía terminar el día sin tomar una siesta. No me podía concentrar en el trabajo. La comida me daba asco. El miedo a desaparecer como persona individual me abrumaba. Y, cuando finalmente podía despertar y buscar algo de comer, tenía que pensar en qué podía ingerir y qué no, qué tipos de pescado tienen suficiente omega 3 para contrarrestar la cantidad de mercurio que han absorbido, cuáles quesos están hechos con leche pasteurizada y qué tipos de carnes frías pueden contener bacterias. Mi mente estaba secuestrada por la necesidad de tomar un sinfín de decisiones cotidianas para no afectar –o, mejor aún, para beneficiar— el desarrollo del feto creciendo en mi cuerpo. 

Alejandra Ibarra Chaoul

Es un proceso muy raro. Rápidamente tus días cambian, la proyección de tu futuro se bifurca. Parte de lo que pasa (o me pasó a mí) es que embarazarse —decidir procrear para quienes tenemos la posibilidad de hacerlo y el privilegio de poderlo elegir— es un acto político: no lo haces por falta de opciones o porque toca; lo estás haciendo porque crees en la poderosa fuerza de construir comunidad, expandiendo la familia nuclear desde el amor, a pesar de los retos de un mundo desigual y polarizado que arde. 

“De muchas maneras, el primer trimestre es un juego mental”, escribe la doula Erica Chidi en Nurture, donde también describe que para la persona gestante, este juego mental es el reto de aceptar tu inminente maternidad. Y, aunque las piezas poco a poco se van acomodando y hay más elementos para disminuir la angustia —la probabilidad de un aborto espontaneo disminuye del 10% al 2% entre las semanas 6 y 11, según explica la economista Emily Oster en Expecting Better—, me sorprendió sentir tanto confort con la noticia de la gemela Olsen.

Entiendo que Ashley Olsen probablemente no sea el modelo de una madre frugal, cuyo hije viva en comunidad y que criará con conciencia climática, pero aun así saber de su embarazo me hizo sentir validada. Me recordó que cuando tenía 6, 10 y 14 años quería vivir las aventuras que ella vivía a través de los personajes que interpretaba en sus películas y, más que eso, me recordó que verlas me hacía sentir reflejada en ellas, otras niñas millennials viviendo las mismas cosas con todas las proporciones guardadas (ellas, famosas de Hollywood y yo una mujer mexicana común, aunque privilegiada): ellas actuaban que se enamoraban de un italiano en Roma, mientras yo me enamoraba del niño que jugaba basquetbol en mi secundaria; ellas experimentaban su primer beso en una película que sucedía en otro continente, mientras yo estaba viviéndolo en los pasillos del colegio. Veinticinco años después, Ashley Olsen estaba viviendo lo mismo que yo. Y yo otra vez estaba siendo parte del momento que me tocaba vivir. EP

Este País se fundó en 1991 con el propósito de analizar la realidad política, económica, social y cultural de México, desde un punto de vista plural e independiente. Entonces el país se abría a la democracia y a la libertad en los medios.

Con el inicio de la pandemia, Este País se volvió un medio 100% digital: todos nuestros contenidos se volvieron libres y abiertos.

Actualmente, México enfrenta retos urgentes que necesitan abordarse en un marco de libertades y respeto. Por ello, te pedimos apoyar nuestro trabajo para seguir abriendo espacios que fomenten el análisis y la crítica. Tu aportación nos permitirá seguir compartiendo contenido independiente y de calidad.

DOPSA, S.A. DE C.V