Marco Verde, el soldado que cayó sonriendo

Siempre sonriente, el boxeador Marco Verde ganó la medalla de plata en los Juegos Olímpicos París 2024. Aníbal Santiago escribe la crónica de la final contra el uzbeko Muydinkhujaev.

Texto de 13/08/24

Siempre sonriente, el boxeador Marco Verde ganó la medalla de plata en los Juegos Olímpicos París 2024. Aníbal Santiago escribe la crónica de la final contra el uzbeko Muydinkhujaev.

Tiempo de lectura: 4 minutos

Si tiene enfrente un periodista, Marco Verde se imagina con botas, boina y camisa camuflada. Más que pelear con guantes de boxeo, parece que se esconderá entre trincheras con su fusil para eludir la terrible metralla del enemigo y descargar la propia: “Subirme el ring es matar o morir” o “voy a la guerra a morirme”, son dos de las cosas que dice para ilustrar el espíritu bélico que lo ha hecho ganador de oro en Centroamericanos y Panamericanos, y que en 2024 lo tiene al borde del oro en Juegos Olímpicos.

Y no es todo. Cerca del Stade Roland Garros ―donde se disputan las finales de boxeo este viernes en que podrá volverse el mejor del planeta en -71 kg (welter)―, su equipo y familia hacen en plena calle parisina una bolita humana con el peleador mexicano en medio. Es un breve ritual: todos cierran los ojos, tocan su espalda y gritan: ¡Mexicanos al grito de guerra! La guerra y Marco, otra vez.

Algo no cuadra. La noche cae y el púgil mazatleco sale de vestidores para recibir el aliento multitudinario de sus compatriotas, pero olvida algo: la cara de combatiente que está yendo a la guerra. Es decir, uno sabe que al soldado que está por jugarse la vida le engarrotan la cara emociones diversas: la ansiedad, la incertidumbre, la fiereza, el odio por el enemigo, la ilusión de volver a casa vivo.

Pero aquí no es así. Al joven de 22 años que viste de azul para enfrentar al uzbeko Muydinkhujaev no se le nota cara de guerra. Es sorprendente que Marco sonría tanto. Aparece frente a las cámaras que transmitirán al mundo su pelea con la misma sonrisa del niño que era apenas hace una década y al que su madre, Fabiola Álvarez, llevaba a jugar a la playa del barrio mazatleco donde creció, La Montuosa. Marco emerge de vestidores y sonríe. Observa a las gradas que han colmado 14 mil personas, y sonríe. Toma agua, y sonríe. Da saltitos para aflojar su cuerpo, y sonríe. Sube entre las cuerdas a la lona, y sonríe. Nada que ver con los púgiles que se disponen a demoler al enemigo con mirada de depredadores, de leones hambrientos.

Es cierto, para llegar hasta aquí, cumbre del boxeo amateur, debió vencer en territorio francés y en solo seis días a un peleador de Mozambique, a otro de India y al británico Lewis Richardson. Para vencer a esos contrincantes de tres distintos continentes no habría servido gran cosa sonreír, pero hoy no da la impresión que vaya a la guerra el estudiante de nutrición en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Se le escapa por todos lados una sonrisa tranquila, quizá porque le informaron que hacía cuarenta años un mexicano no peleaba por el oro en Juegos Olímpicos. Cuarenta veces doce meses, un universo de tiempo. El zurdo no halla el modo de disimular su hazaña y opta por la alegría.

Suenan las campanadas y una sorpresa: el uzbeko corre hacia atrás, retrocede todo el tiempo, obliga al sinaloense a correr detrás de él como una liebre traviesa que escapa de un coyote terco. Y en esa persecución frenética, en ese “verás que te voy a alcanzar”, Marco se desespera y jamás logra conectar. Los jueces dan el round al asiático.

Sentado por primera vez en su esquina, escucha una exigencia de su manager: “¡Doble jab! Lo hiciste al principio, después te quedaste”. Radamés Hernández quiere que su muchacho establezca el ritmo del combate y guarde distancia con jabs, pero cuando inicia el segundo round el desconcierto se confirma: el uzbeko, en un constante pelear corriendo, protagoniza más una prueba de atletismo que de boxeo. Marco corre, en ocasiones lo alcanza y suelta un par de rectos que contactan el pómulo del adversario. Nada muy poderoso. Al mexicano le está costando ser él y en la tribuna se hace un silencio decepcionado que a Marco molesta. Por eso durante la pelea levanta un brazo, apunta al guante hacia el cielo para mandar un mensaje: quiere que su gente se encienda y le dé fuerzas en esta corretiza interminable con poquísimos golpes donde el libreto se repite: el uzbeko corre, el mexicano persigue. Fin de los tres minutos. Otra vez gana el asiático.

En el round final, la caza prosigue pero Marco no logra impactar a Muydinkhujaev. Ni rectos, ni volados; si acaso un gancho débil. Sus miles de seguidores en las gradas luchan contra la impotencia mediante una porra que es una plegaria: ¡Sí se puede, sí se puede! Pero todo lo que Marco puede es tirar golpes al aire. Puro aire porque el adversario, escurridizo, se da cuenta que el coyote no tiene piernas ni reflejos para cazarlo, por más que intenta una vez y otra y otra, y en algún momento lo acorrala contra las cuerdas en una tentativa que no culmina con daños sino con abrazos. Ambos boxeadores terminan abrazados, uno agotado de correr para atrás, otro de hacerlo para adelante, y los abrazos en el box no dan puntos.

Se acabó: el tercer round es uzbeko y el oro se esfuma.

No hay llanto, en cuanto escucha al anunciador dar por ganador al rival, Marco vuelve a sonreír. A 10 mil kilómetros de la capital de Francia, la banda sinaloense que se preparaba para celebrar en La Montuosa, su barrio, se queda en silencio. No suenan clarinetes, ni trombones, ni a nadie hacen bailar de euforia la tarola ni los timbales. Será plata para el soldado que, al menos, vuelve a casa con su identidad intacta: sonriendo. EP

Foto: Conade y Federación Mexicana de Boxeo

Este País se fundó en 1991 con el propósito de analizar la realidad política, económica, social y cultural de México, desde un punto de vista plural e independiente. Entonces el país se abría a la democracia y a la libertad en los medios.

Con el inicio de la pandemia, Este País se volvió un medio 100% digital: todos nuestros contenidos se volvieron libres y abiertos.

Actualmente, México enfrenta retos urgentes que necesitan abordarse en un marco de libertades y respeto. Por ello, te pedimos apoyar nuestro trabajo para seguir abriendo espacios que fomenten el análisis y la crítica. Tu aportación nos permitirá seguir compartiendo contenido independiente y de calidad.

DOPSA, S.A. DE C.V