
Montserrat Aldave reflexiona sobre cuáles deben ser las condiciones materiales básicas para que la inteligencia artificial se vuelva una herramienta al servicio de todos y no solo de los más privilegiados.
Montserrat Aldave reflexiona sobre cuáles deben ser las condiciones materiales básicas para que la inteligencia artificial se vuelva una herramienta al servicio de todos y no solo de los más privilegiados.
Texto de Montserrat Aldave Hoyo 15/04/25
Montserrat Aldave reflexiona sobre cuáles deben ser las condiciones materiales básicas para que la inteligencia artificial se vuelva una herramienta al servicio de todos y no solo de los más privilegiados.
La inteligencia artificial llegó para quedarse y, como todo en la vida, trae consigo desafíos y oportunidades. Aunque la mayoría tenemos una idea general de lo que es, vale la pena detenernos un momento para asegurarnos de partir de un terreno común. El concepto de inteligencia artificial (IA) existe desde la década de 1950 con Alan Turing, aunque el término fue acuñado formalmente en 1956 por John McCarthy. La IA ha sido objeto de investigación y desarrollo por más de 80 años, pero fue hasta las últimas décadas que el acelerado avance tecnológico permitió su aplicación a gran escala.
Antes de analizar su impacto, es importante definirla. La IA es una tecnología que utiliza algoritmos avanzados que le permiten procesar datos, reconocer patrones y generar respuestas que simulan procesos de pensamiento humano. No solo procesa información y resuelve problemas, sino que lo hace con cierta autonomía y originalidad, lo que podría confundirse con “capacidad creativa”. Es justamente esta aparente “creatividad” la que ha generado debate en la comunidad artística, donde se sostiene que la creatividad proviene de la conciencia, la imaginación y los sentimientos —un debate complejo que merece su propia discusión.
En términos técnicos, su funcionamiento se basa en el procesamiento masivo de datos, entrenamiento con modelos estadísticos y la actualización constante de su conocimiento a partir de nueva información disponible en la red.
Durante años, la IA pareció pertenecer al mundo de la ciencia ficción, a las novelas futuristas o a películas utópicas y distópicas. Sin embargo, hoy es una realidad tangible que forma parte de nuestra vida cotidiana. Desde asistentes virtuales como Siri y Alexa, el reconocimiento facial en dispositivos y edificios, las recomendaciones de contenido en plataformas como TikTok, Amazon y Netflix, hasta la automatización de vehículos y procesos industriales, la IA está en todas partes.
Y si ya está aquí, ¿por qué seguimos hablando de ella como algo del futuro? Por todo lo que promete y por la magnitud de sus efectos a largo plazo. Se espera que su adopción aumente la productividad e innovación, reduzca costos y tiempos de trabajo, y facilite un acceso más rápido a la información. Pero también conlleva desafíos significativos, como su impacto en el mercado laboral, la presión sobre el medio ambiente (por su alto consumo de electricidad y agua) y, por supuesto, la exacerbación de desigualdades. Es precisamente en este último punto donde quiero centrarme. La IA solo puede transformar vidas si hay acceso equitativo a ella. Y aquí surge una pregunta clave: ¿realmente todos podrán aprovechar su potencial o solo unos cuantos?
El acceso a la IA no solo depende de la tecnología en sí, sino de infraestructura básica como electricidad e internet confiable. Y esto, en un país como México, no es un tema menor. La brecha digital, es decir, la desigualdad en el acceso y uso de tecnologías de la información y comunicación (TICs), es un factor determinante en quién podrá beneficiarse realmente de la IA. A pesar del avance en la democratización de la información, el verdadero potencial de esta tecnología solo estará al alcance de quienes tienen cubiertas necesidades básicas, como electricidad constante, conexión a internet de alta velocidad y dispositivos adecuados (computadora, tableta o smartphone). Pero eso no es todo: también se requiere cierta alfabetización digital, es decir, el conocimiento necesario para manejar estas herramientas y aprovecharlas al máximo.
El acceso a las TICs no es uniforme y varía por región, nivel socioeconómico, edad, escolaridad y sector laboral. Durante la pandemia quedó en evidencia cómo no todos pudieron adaptarse al entorno digital. Mientras algunos mantuvimos nuestros empleos y educación de manera remota, otros se vieron excluidos, ya sea por la naturaleza de sus trabajos o por la falta de acceso a internet, dispositivos o incluso electricidad.
Desde 2011, la ONU reconoce el acceso a internet como un derecho humano, y en 2013 México lo incorporó a su Constitución. A pesar de ello, las cifras muestran una realidad desigual. Según la última Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) del INEGI (2023), 97 millones de mexicanos son usuarios de internet, lo que representa el 81.2 % de la población total. Sin embargo, hay diferencias marcadas: el 85.5 % de la población urbana tiene acceso, mientras que en zonas rurales solo el 66 %. Además, el uso de computadoras ha disminuido, por lo que la mayoría accede a internet únicamente a través de sus teléfonos (ver Figura 1).
La brecha digital no es el problema de fondo, sino cómo esta profundiza desigualdades estructurales ya existentes. Y ahí es donde entra la verdadera preocupación: la IA puede hacer que los extremos se alejen aún más.
El acceso desigual a la IA y a la tecnología genera diferencias sociales y culturales que repercuten en la formación de talento y el acceso a oportunidades laborales. La automatización está haciendo que muchas habilidades tradicionalmente enseñadas en las escuelas queden obsoletas, especialmente en países con rezago educativo. Mientras que en economías avanzadas se está formando talento en ciencia de datos, programación y matemáticas, en países como México la brecha educativa sigue siendo una barrera para integrarse a una economía impulsada por IA.
Si la educación no evoluciona al ritmo del cambio tecnológico, el acceso a empleos bien remunerados en la nueva economía será un privilegio reservado para quienes han tenido una formación especializada, dejando fuera a amplios sectores de la población.
La IA no impacta a todos los trabajadores por igual. Mientras que ingenieros, analistas de datos y desarrolladores ven un aumento en la demanda y en sus salarios, otros, especialmente aquellos en trabajos rutinarios o con menores requerimientos técnicos, enfrentan un riesgo alto de ser reemplazados por automatización. Esto genera una polarización en el mercado laboral, lo que reduce el tamaño de la clase media profesional y acentúa la desigualdad salarial. En términos simples: quienes logren adaptarse y aprovechar la IA tendrán mayores oportunidades laborales y salariales, mientras que quienes no puedan hacerlo quedarán rezagados.
La inteligencia artificial promete ser transformadora, pero no de la misma manera para todos. Si no tomamos medidas adecuadas, el riesgo es que termine beneficiando solo a quienes ya tienen ciertas ventajas, dejando a muchos rezagados y ampliando las brechas existentes. El acceso a la IA dependerá en gran medida de factores como la conectividad, la educación y las oportunidades laborales, lo que podría marcar una diferencia aún mayor entre quienes pueden aprovechar su potencial y quienes no.
Por eso, es clave impulsar estrategias que hagan esta tecnología más accesible para todos, desde mejorar la infraestructura digital y energética, incorporar habilidades digitales y programación en la educación básica, hasta incentivar la digitalización y capacitación de pequeñas empresas. No podemos darnos el lujo de quedarnos atrás en esta transformación; el costo de no hacerlo no es solo tecnológico, sino social y económico.
La IA tiene el potencial de cambiar el mundo, pero ¿será una herramienta de inclusión o solo un privilegio para unos cuantos? EP
La autora se auxilió de la IA en la elaboración de este texto.