Desigualdad, masculinidad y la crisis de liderazgo. ¿Qué nos enseña la elección en Estados Unidos?
La desigualdad se ha convertido en uno de los males del siglo XXI que, junto a la crisis de la masculinidad, es capaz de desestabilizar los sistemas políticos democráticos. En este texto, Alexandra Haas apunta que con la elección de Donald Trump, un “hombre fuerte”, la concentración de riqueza en unas cuantas manos está lejos de solucionarse.
La desigualdad se ha convertido en uno de los males del siglo XXI que, junto a la crisis de la masculinidad, es capaz de desestabilizar los sistemas políticos democráticos. En este texto, Alexandra Haas apunta que con la elección de Donald Trump, un “hombre fuerte”, la concentración de riqueza en unas cuantas manos está lejos de solucionarse.
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En el año 2000 no pensábamos que cumpliríamos el cuarto de siglo en estas condiciones. La mística de una nueva era nos daba esperanzas y algunos avances significativos durante las últimas décadas del siglo XX nos hicieron pensar que, indefectiblemente, el mundo tendería a mejorar. El mal de siglo no fue a inicios sino ahora, al cumplir 25 años el XXI.
Es imposible pensar en el futuro y no mirar a Estados Unidos. No necesariamente porque su realidad sea anticipatoria de la nuestra, pero lo que pasa allá tendrá repercusiones en México y en el mundo.
Al final de 2024 los periódicos y revistas se inundaron de hipótesis sobre por qué perdieron los demócratas y por qué ganó Trump. Fueron menos las que se plantearon sobre por qué ganaron los republicanos y perdió Kamala Harris. Quizá es porque la elección presidencial de Estados Unidos en 2024 es, en el fondo, la victoria de un hombre sobre dos partidos.
Dos de los ejes analíticos de esa gran reacción mediática llaman la atención. El primero es el de la desigualdad como un caldo de cultivo para desestabilizar los sistemas políticos democráticos. El segundo es el de la masculinidad en crisis, con hombres y niños que se sienten desplazados, sin rumbo ni identidad.
Los datos sobre cómo el sistema económico mundial produce muchos pobres y pocos ultra ricos se publican cada año en el informe global de Oxfam. Este sistema premia el capital sobre el trabajo, reduce el Estado a un regulador débil y manipulable, y ha generado un desequilibrio ambiental del que no sabemos bien cómo salir a pesar de que constituye una amenaza existencial para la humanidad.
La forma en la que funciona el sistema económico no es necesariamente materia de conversación en las cenas familiares. Sin embargo, la inflación sí lo es. Las familias saben que los costos se han elevado, lo sienten en los bolsillos. La inflación causada por la interrupción de las cadenas de suministro durante la pandemia persistió después de que se reanudaron las actividades económicas. El costo de las cosas aumentó y se mantuvo elevado, y con ello se potenciaron los dividendos de los dueños de las empresas. No así los salarios de las personas.
De acuerdo con Isabella Webber la inflación es la causa principal del resultado electoral en Estados Unidos, ya que fue desatendida por el partido demócrata que se enfocó sobre todo en grandes inversiones a sectores particulares y no ofreció ni políticas ni propuestas de campaña de cómo resolver las dificultades concretas de las personas. Uno de los datos más sorprendentes de la elección es el crecimiento de afroamericanos e hispanos que votaron por Trump. También son quienes más padecen la inflación por tener empleos más precarizados y peor pagados.
La desigualdad es problemática desde el punto de vista ético, porque no hay forma de justificar que una persona concentre más dinero que el cincuenta por ciento más pobre. Por sentido común y por un entendimiento elemental de la justicia, no conviene un sistema que genere estos resultados.
La desigualdad también es un problema político, en dos sentidos. Como lo explica Ingrid Robeyns en su libro Limitarianism: la democracia no es viable si se permite la actual concentración de la riqueza pues fomenta la captura del sistema por quienes tienen más recursos.
“la democracia no es viable si se permite la actual concentración de la riqueza pues fomenta la captura del sistema por quienes tienen más recursos.”
Por otra parte, la desigualdad y la captura subsecuente tienen gran impacto sobre la pérdida de confianza en las instituciones. En su momento, el presidente Biden presionó a las empresas farmacéuticas a liberalizar la patente de la vacuna contra el Covid19. Las empresas no lo hicieron y mantuvieron el flujo de ganancias millonarias en detrimento del acceso a la salud global. El gobierno no tuvo manera de lograr ese objetivo. Otro ejemplo es el del control de armas. Aunque hay consenso en la opinión pública mayoritaria de que debería haber controles más estrictos sobre las armas, las empresas que las producen y sus cabilderos premian o castigan económicamente a quienes hacen campaña según sus posturas sobre el tema. Existen numerosos ejemplos de cómo la fragilidad institucional y la captura del Estado precipitan la caída de las instituciones, ya que éstas se consideran inútiles para resolver los problemas para los cuales fueron creadas.
Esa evidencia de la falta de músculo regulatorio y de control subyace al deseo de tener un presidente que logre cosas, que tenga poder. Si los gobernantes no logran resultados por la vía institucional, quizá un “hombre fuerte” (y rico) que se atreva a actuar por fuera de los canales establecidos será más capaz de alcanzar sus objetivos. Desafortunadamente, el modelo económico que propone ese “hombre fuerte” propiciará aún más la concentración de la riqueza en detrimento de la ciudadanía que votó mayoritariamente por él.
La masculinidad está íntimamente relacionada con esta crisis de liderazgo, de ahí que el segundo eje analítico se ligue directamente con el primero. Fueron muchos más los hombres que votaron por Trump que las mujeres. A los hombres blancos se sumaron los latinos, que dieron un giro importante. Como en otras elecciones anteriores, las mujeres votaron menos por Donald Trump que los hombres, aunque hay diferencias considerables entre mujeres blancas, latinas y afroamericanas.
Estos resultados electorales no pueden comprenderse sin una lectura de las narrativas de campaña que acompañaron a Donald Trump desde el partido republicano. Desde J. D. Vance y sus expresiones despectivas sobre las mujeres sin hijos hasta la exaltación de la masculinidad de Elon Musk y Hulk Hogan, toda la campaña fue una afirmación de los valores tradicionales asociados a la masculinidad que incluyen la fuerza física, el ejercicio aparente del poder (en uno de los rallys, había un tanque estacionado afuera), la hegemonía racial y la preeminencia del individualismo.
Públicamente, Donald Trump se muestra rebelde, resuelto y macho sin pudor. Sus propuestas son contrarias a la mesura, el equilibrio (incluso ecológico) y la contención. Gracias a sus nombramientos tiene control sobre la Corte y logró tirar el precedente de Roe V. Wade que protegía a nivel federal el derecho de las mujeres al aborto. Sigue el replanteamiento completo de la función del Estado, que, en su visión, tiene el rol de renegociar sin piedad los tratados comerciales, ganarle a China en la batalla por la hegemonía global y expulsar a todos los migrantes que sea posible.
Llama la atención que después de décadas de lucha feminista y grandes avances en derechos humanos, el viraje hacia el machismo asertivo sea tan decidido. Hay una hipótesis que está ganando terreno en el análisis político: los hombres se perdieron en el camino porque las políticas de igualdad han beneficiado a las mujeres. Los periódicos The Economist, The New York Times y The Wall Street Journal han publicado una serie de artículos sobre la crisis de la masculinidad en Estados Unidos. Robert Reeves, un especialista en el tema, afirma, por ejemplo, que la transformación del sistema escolar ha favorecido a las mujeres en detrimento de los hombres. En Estados Unidos, se gradúan menos hombres de la preparatoria, se inscriben significativamente menos hombres que mujeres en la universidad y en 2020, por la pandemia, mientras que 0.7 por ciento de mujeres dejó la educación superior, para los hombres la tasa fue de 5.7 por ciento. Este autor propone adaptar el sistema escolar a las necesidades de los hombres, ofreciéndoles mejores alimentos y más deporte para motivarlos a permanecer en la escuela. A estos datos se suman el consumo elevado de fentanilo, la pérdida de un empleo fijo y la disminución en la esperanza de vida de los hombres en Estados Unidos.
Algunas de las propuestas que se formulan para resolver la crisis de masculinidad son, fundamentalmente, formas diversas de volver a posicionar el machismo tal y como lo conocemos como algo valioso. El diagnóstico es claro: los hombres se sienten desplazados y desprovistos de una misión que les dote de valor e identidad. Sin embargo, preocupa que la respuesta a ello sea afirmar el rol de proteger y proveer, imponer y acumular, en detrimento de la posibilidad de que los hombres desarrollen capacidades para cuidar y expresar sus emociones de formas no violentas. Más que asustarnos con el extravío masculino, deberíamos tomarlo como una señal de la imperiosa necesidad de salir de las lógicas binarias que tanto daño nos hacen.
Como lo explica Virginia Heffernan en su excelente artículo The Crisis Over American Manhood Is Really Code for Something Else, publicado en Politico en 2023, las alarmas sobre la “crisis de la masculinidad” no son nuevas. Ella identifica una pelea conceptual entre definiciones de masculinidades de John Adams y Alexander Hamilton, ambos considerados padres de la patria estadounidense, que se ha perpetuado y renovado cíclicamente desde el siglo XVIII. Podemos ir incluso más atrás: la exaltación de la importancia de lo masculino y los momentos en los que se percibe que hace crisis son tan viejos como el mundo.
La mirada sobre la masculinidad es importante pero no debe distraernos de las verdaderas crisis globales que enfrentamos: desigualdad, agotamiento del sistema ecológico y violencia. Los deseos de regresión que estamos observando, con la fantasía de reconstruir la hegemonía de este tipo de masculinidad no sólo es inaceptable por razones de justicia. Sería la peor solución de todas, porque es, en gran medida, la causa de origen de las crisis que intentamos resolver. EP
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