Colonialismo energético: falacias y mentiras sobre las energías renovables

¿Por qué es una falacia afirmar que la transición energética corporativa es la solución para superar la crisis energética y mitigar la emergencia climática?

Texto de 30/12/24

¿Por qué es una falacia afirmar que la transición energética corporativa es la solución para superar la crisis energética y mitigar la emergencia climática?

Tiempo de lectura: 7 minutos

Reseña de Sánchez Contreras, Josefa y Alberto Martarán Ruiz. Colonialismo energético. Chiapas, Ard Seiba, València: ONA, 2024.

El colonialismo energético es un fenómeno definido como la desigualdad en el acceso, en la generación energética y en sus impactos. En este proceso, la energía se obtiene mediante la destrucción cultural y el desmantelamiento de los bienes comunes de cientos de pueblos y, a través de vínculos coloniales ejercidos tanto desde el norte global como desde las redes empresariales y capitalistas locales. Además, permite la continuidad de las relaciones históricas de dominación instauradas desde el siglo XVI en las Américas. De esta forma, Josefa Sánchez Contreras, escritora y activista zoque de las tierras comunales de San Miguel Chimapala, y Alberto Matarán Ruiz, estudioso y también activista nacido en Granada, en el estado español, definen el eje analítico de Colonialismo energético editado por ONA en 2024.

¿Cómo se vincula la energía y el colonialismo? ¿Por qué es una falacia afirmar que la transición energética corporativa es la solución para superar la crisis energética y mitigar la emergencia climática? ¿Por qué las supuestas energías verdes han generado resistencias y luchas en los territorios que han sido cubiertos de paneles solares o convertidos en campos eólicos?

“¿Por qué es una falacia afirmar que la transición energética corporativa es la solución para superar la crisis energética y mitigar la emergencia climática?”

Pertenezco a una población urbana que, como primera generación de familias campesinas y migrantes en acceder a la educación superior, advirtió los límites del crecimiento económico que hasta la década de 1980 parecía una promesa cumplida. Por tanto, aprendí a valorar –sin ignorar la marca de clase y de prestigio implicada– la energía solar y renovable; incluso, he encontrado cierta belleza en las imágenes que muestran cientos de hectáreas cubiertas con gigantescos ventiladores. Energía limpia, pensaba, en el entendido que la energía sucia es aquella enlazada con el régimen fósil.

Pese a todas mis creencias, al leer Colonialismo energético entendí aquello que Josefa Sánchez Contreras y Alfredo Mararán Ruiz denominan falacias, esto es, las mentiras, engaños y artificios que sostienen estas y otras fantasías sobre las energías renovables, equívocamente llamadas “limpias”, y que quizá son compartidas por quienes leen estas palabras.

Falacia 1. Las energías renovables transforman la matriz productiva. Si tomamos como ejemplo la infraestructura eólica y fotovoltaica –entre otras como la solar, la hidroeléctrica, biomasa, geotérmica y la proveniente de los océanos–, advertiremos que todas y cada una de ellas depende del régimen del carbono. Es decir, las energías renovables son, en el fondo, energías sucias que impactan principalmente territorios y poblaciones autodefinidas como indígenas, afrodescendientes o similares. El principal motivo es que “la infraestructura asociada requiere de insumos energéticos y materiales mucho mayores que la mayoría de las energías fósiles” (p. 30). Álvaro Campos, ingeniero y activista conjura la paradoja: “sin una descarbonización de los procesos productivos, las tecnologías renovables quedan reducidas a mera infraestructura fósil [y] el problema que se quiere resolver finalmente se agrava” (p. 31). Esta discusión resuena en las reflexiones que conocí gracias a la escritora y activista digital Tajëëw Díaz Robles sobre la necesidad de visibilizar el costo material y energético de nuestra vida virtual, pues la infraestructura de internet continúa y continuará basada en el régimen de carbón, tal como han documentado en Estampa.

Falacia 2. Las energías limpias transforman la matriz de consumo. Por el contrario, estas energías aceleran los consumos energéticos y materiales pues su objetivo no es transformar ni adaptar la matriz productiva a un menor consumo o un uso directo de los flujos naturales mediante tecnología renovable. No. Los megaproyectos de energías renovables están vinculados al consumo industrial, por ejemplo, con la minería.

Falacia 3. Producen más energía. “Las energías renovables tienen una baja densidad energética, es decir, necesitan mucha superficie para producir energía” (p. 37). Y de ahí que el colonialismo continúa siendo el pilar de su producción, pues gran parte de los territorios donde se genera esta energía, por lo bajo de sus costos, se produce en el sur global para luego ser vendida a los grandes centros de consumo globales. La soberanía energética, bajo estos términos, no existe.

Sumado a esto, para comprender qué es el colonialismo energético, Josefa y Alberto proponen enfocar nuestra atención en las dimensiones geopolíticas, económico-financiera, del poder, del acaparamiento y el despojo de tierras, de los impactos territoriales y sobre los bienes comunales, que configuran este colonialismo mediante las siguientes preguntas: ¿dónde se genera y dónde se aprovecha la energía?; ¿para quién es la energía?; ¿quién decide dónde y cómo se produce y consume energía?; ¿cómo se sacrifican los territorios?; ¿cuál es el sacrificio del territorio y de quienes lo habitan, sean personas, plantas, animales y otros? Aquí podemos pensar que los espacios dedicados a la producción energética, muchos de ellos pertenecientes a pueblos y naciones que se autodenominan indígenas, son considerados sacrificables o vacíos, como terra nullis, y en la mayoría de los casos también sus habitantes son definidos como sacrificables al ser concebidos políticamente como “primitivos” o subdesarrollados.

Josefa Sánchez Contreras y Alberto Matarán Ruiz exploraron estas interrogantes en el libro Colonialismo energético. Territorios de sacrificio para la transición energética en España, México, Noruega y el Sáhara Occidental, editado por Icaria en 2023. A diferencia de la obra aquí reseñada, en aquel volumen colectivo se analizan detalladamente casos particulares, cuyos procesos de defensa territorial fueron acompañados por quienes portan la autoría de cada capítulo. Desde esta perspectiva, local y con una posición política definida, se da respuesta a tales cuestiones; pues si bien el colonialismo energético es un problema global, las condiciones locales son fundamentales para entender los mecanismos concretos bajo los cuales se reproduce y perpetúa.

La relevación, clara, puntual y precisa de las falacias antes referidas, así como las dimensiones que definen el colonialismo energético son las aportaciones más preciadas de Colonialismo energético. Sin embargo, quizá por la brevedad y la concisión del libro reseñado, un argumento que lo cruza de principio a fin me provocó cierta inquietud.

Las primeras palabras del libro están dedicadas a narrar la experiencia de diálogo y escritura de Territorios de sacrificio para la transición energética en España, México, Noruega y el Sáhara Occidental (Icaria, 2023) para luego relatar cómo, durante la presentación de este trabajo colectivo entre compañeras y compañeros de los territorios en resistencia del Istmo de Tehuantepec, la colaboración entre Josefa y Alberto fue cuestionada: “fue en nuestra conversación con compas del pueblo ikoots, donde una de las compañeras preguntó sobre el sentido que tenía el hecho de que una mujer zoque y un hombre moel escribieran juntxs sobre colonialismo” (p. 10).

Si bien, Josefa y Alberto aclaran que esta duda “remitió a la más profunda conciencia de que somos dos personas de latitudes distantes, cuyas historias son incluso antagónicas” (p. 10), para luego exponer su punto de enunciación sobre las problemáticas discutidas, a lo largo de las 127 páginas que conforman el libro, dicha especificidad se borra gradualmente y casi sin percibirlo se concluye que o se argumenta que “ningún paisaje sobre la Tierra ha quedado exento de ser colonizado” (p. 105), o bien, que en “el fenómeno de colonialismo energético global (…) todos los territorios son susceptibles de ser colonizados en tanto sean necesarios para sostener procesos de industrialización profundamente dependientes de los combustibles fósiles” (p. 112); incluyendo los territorios y poblaciones que de alguna u otra forma, durante más de 500 años se han beneficiado del colonialismo. “Ningún paisaje sobre la Tierra queda exento ser colonizado” (p. 105), pero me pregunto ¿sólo por eso es importante hablar de colonización?, ¿sólo por esta razón las palabras de quienes han enfrentado el colonialismo durante cientos de años adquieren sentido? Evidentemente no, pero la idea de homogeneizar bajo un mismo fenómeno procesos locales con historias divergentes e incluso opuestas es inquietante hasta volverse incómodo.

Pensemos en la palabra que utilizó la mujer ikoots para referirse al hombre moel, es decir, a Alberto. En la lengua huave, moel es una palabra para hablar de los extranjeros, es decir, de quienes no son ikoots, pero tampoco son ajküw sabisen o mixiig (zapotecos en ambos casos). Más allá de reflexionar sobre la historia de una supuesta humanidad compartida que se gestó desde el siglo XVI y sólo ha sido cuestionada hasta el siglo XXI, lo que evidencia la pregunta de aquella mujer es la importancia de sabernos diferentes al sentarnos en la mesa de la historia colonial. Es necesario construir desde la diferencia y desde la contradicción, debemos abandonar el deseo de crear un horizonte común que aplane la diversidad y aspirar a estar dispuestos a habitar el conflicto y desde ahí construir lo común. Esto decía la filósofa Isabelle Stengers al reflexionar sobre la catástrofe que trajo consigo el huracán Katrina en 2005, quizá una de las primeras que dejó claro que incluso siendo vecinos, amigos o parientes no somos iguales ante la muerte.

“Es necesario construir desde la diferencia y desde la contradicción, debemos abandonar el deseo de crear un horizonte común que aplane la diversidad y aspirar a estar dispuestos a habitar el conflicto y desde ahí construir lo común.”

Es cierto que con la transición del biopoder hacia lo que el historiador y teórico político Achille Mbembe denominó el necropoder, el combustible del capital (hablando de fuentes energéticas) y de la colonización es la muerte antes que la vida. Pero como nos mostró Katrina y todos los desastres que le han seguido en el mundo, ni siquiera en la muerte somos iguales. El problema que trae consigo la homogeneización o esta aparente igualdad es que, desde mi lectura, invisibiliza una vez más las diferencias, las contradicciones y los desencuentros que resultan necesarios para imaginar nuevas formas de relación y de coexistencia si queremos continuar apostando por ser distintos. Como aprendí de un amigo y agudo pensador, Alejandro Fujigaki, el riesgo de esta igualdad es caer en una empatía egoísta bajo la cual solamente vale la pena hablar y afrontar un problema si me afecta; en gestar, como concluyó su reflexión, una empatía tóxica; pues aquella con menor toxicidad implicaría ser afectados por cuestiones cuyos impactos son indirectos.

Esta necesidad de partir desde la diversidad y el conflicto me recuerda la discusión que la escritora Brigitte Vasallo entabla sobre el lenguaje incluyente y la exclusión de clase. Somos diferentes y he ahí el gran problema de lo que implica la inclusión y, sobre todo, los términos de tal inclusión. Somos diferentes, dirá Vasallo en su análisis interseccional sobre el poder de ostentar el lenguaje, porque quizá tu mamá sabía leer y eso, impugna, crea un abismo entre nosotros. La incomodidad de aquel argumento que cruza Colonialismo energético es que parece implicar, nuevamente, que ese abismo no existe, pues homogeneizar los impactos del colonialismo podría ser –un poco– colonial. No. El abismo existe y para ello requerimos construir puentes desde la heterogeneidad. La pregunta es cómo hacerlo.

Carezco de las respuestas adecuadas, pues esto es un debate abierto y las palabras que siguen pueden ser una suerte de anticonclusiones que vislumbran los diálogos por venir. Sin embargo, me atrevo a imaginar, por ejemplo, que “el nosotros” evidentemente no se reduce a la vieja y oxidada fórmula entre nosotros y los otros; esta colectividad y los lazos que la conforman no preexisten al encuentro, al desencuentro y al diálogo que coloca en el centro la diferencia, la desigualdad y el conflicto. “El nosotros”, cualquier que sea su configuración, está en negociación constante y combate la captura promovida por cualquier de sus partes en pro de la multiplicidad y la creatividad social. Y aquí vuelvo a aquellas lenguas amerindias en donde “el nosotros” puede ser incluyente o excluyente, donde el mundo es una diversidad de formas de existencia y no una dualidad de identidades entre el norte y el sur, el occidente (the West) y el resto del mundo (the Rest); una advertencia gramatical que podría mostrarnos por donde comenzar la edificación de aquellos puentes. EP

Libros referidos

  • Isabelle Stengers. En tiempos de catástrofes. Cómo resistir a la barbarie que viene. España: Ned, 2024.
  • Brigitte Vasallo. Lenguaje inclusivo y exclusivo. España: Almadía, 2024.
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