El acceso a internet, que es considerado un derecho humano, también es un reflejo de diversos rubros donde la desigualdad traza brechas, como la edad, la educación, el género y la pobreza. ¿Cómo se han transformado sus indicadores en los últimos años?
(Des)conectados en desigualdad
El acceso a internet, que es considerado un derecho humano, también es un reflejo de diversos rubros donde la desigualdad traza brechas, como la edad, la educación, el género y la pobreza. ¿Cómo se han transformado sus indicadores en los últimos años?
Texto de Máximo Ernesto Jaramillo-Molina 02/08/21
Conforme pasa el tiempo, algunas dimensiones de la desigualdad van disminuyendo sus brechas o van siendo menos importantes. Otras, en cambio, empeoran o se suman a las desigualdades preexistentes. Este último es el caso de la brecha digital: la desigualdad relacionada con el acceso a internet y a las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC).
Tal brecha implica diferencias importantes, como el acceso a la educación, al empleo y a otras oportunidades para el desarrollo personal, productivo y comunitario. Además, esta brecha se ha vuelto aún más importante en el contexto de la pandemia: desde comprar la despensa y la comida vía alguna app, hasta cumplir con las clases virtuales luego del cierre de las escuelas.
En este artículo, se analiza la brecha digital, su evolución histórica y su intersección con otras dimensiones de la desigualdad, incluyendo a los tiempos de COVID-19. En pocas palabras, la brecha es más grave para mujeres en comunidades rurales, lo que profundiza sus condiciones de vulnerabilidad y reproduce las desigualdades en términos históricos. Veamos con detalle tales diferencias.
El acceso a internet en México y el mundo
A nivel global, 6 de cada 10 personas tenían acceso a internet para el año 2020. Las diferencias entre las regiones y los países son muy distintas, desde el norte de Europa con un alcance de 97%, hasta 24% en África Oriental. Al respecto, México se encuentra entre los países con un rango medio de acceso a internet; por ejemplo, supera ampliamente a Perú y Ecuador, tiene niveles similares a los de Brasil y Colombia, y está por debajo de Argentina y Chile, así como de países de la OCDE del norte global, como España, Estados Unidos y Corea del Sur (donde, de hecho, 95 de cada 100 personas tienen acceso).1
En 2016, el acceso a internet fue declarado un derecho por la ONU, y desde ese momento hasta la actualidad, algunas estimaciones indican que ha aumentado un 45% la población mundial conectada. En México, el crecimiento ha sido importante durante los últimos años: en 2001, 6% de la población tenía acceso a internet, indicador que creció a 22% para 2010, 39% para 2015 y 56% para 2019, según datos de la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH). El aumento durante los últimos años, paralelo a lo que sucede a nivel global, es sumamente relevante.
De hecho, como se puede observar en la siguiente gráfica, es interesante cómo es a partir de 2016 que el acceso a internet en México rebasa a la disponibilidad de computadoras en los hogares, debido, en gran medida, al crecimiento de nuevas posibilidades de dispositivos para estar conectados: tabletas, celulares inteligentes, etcétera. Así pues, desde dicho año, comienza a disminuir la disponibilidad de computadoras en los hogares del país, estancándose en poco más de 4 de cada 10. Las diferencias e implicaciones en las formas de conexión a internet y la disponibilidad de equipos de TIC no son menores, y más adelante se volverá a este tema.
Algunas de las recomendaciones de la ONU en el citado documento de 2016, así como otras posteriores, apuntaban a la importancia de las políticas públicas de los gobiernos para promover la mayor conexión de sus ciudadanos. En ese sentido, para el caso mexicano, durante 2019 sólo 14% de los usuarios que se conectaban a internet lo hacían mediante accesos en sitios públicos sin costo (7% si se trata de usuarios de estrato social bajo), mientras que sólo 1.5% de los hogares se conectaba a internet desde el hogar vía una red wifi abierta.2
La magnitud de la brecha digital
El mayor problema de México en términos de conectividad es el de la amplia magnitud de la brecha digital, según distintas variables geográficas y sociodemográficas que a continuación se muestran. Lo primero es el carácter predominantemente urbano del acceso a internet; y, mejor dicho, la exclusión de las áreas rurales en la conectividad. En ese sentido, y como se observa en la gráfica 2, la penetración de internet en los hogares mexicanos en localidades con más de 100 mil habitantes es prácticamente seis veces mayor que la observada en localidades rurales (con menos de 2.5 mil habitantes).
Claramente el sesgo en conexión a internet de los hogares tiene un carácter excluyente también para la población hablante de lenguas indígenas: para el año 2018, sólo 12% de dicha población estaba conectada (dato similar al de las localidades rurales).
La brecha digital es más clara aún cuando vemos el gradiente de acuerdo con los distintos estratos sociales. En ese sentido, en la gráfica 3 se puede observar cómo el acceso a internet aumenta gradualmente de acuerdo con los deciles de ingreso. Así pues, mientras que sólo 8% de los hogares del decil I (equivalentes al 10% más pobre) tenían acceso a internet, en el decil X (el 10% más rico) el indicador se multiplica por 10, llegando hasta 8 de cada 10 hogares.
Algo similar sucede en el caso de la disponibilidad de una computadora en los hogares: prácticamente la totalidad de aquellos que están en el decil I no tienen computadora (sólo 4% cuenta con ella), mientras que esto llega a 65% para los hogares con mayores ingresos.
Claramente, la mayoría de quienes no tienen computadora señala como principal motivo la “falta de recursos económicos”. Pero también hay un 21% que dice no tener porque “no les interesa”, además de otro 17% que afirma que “no saben usarla”.3 De ahí la importancia que ha señalado la ONU para que los gobiernos de los países lleven a cabo medidas para aumentar la alfabetización digital. Así pues, no basta con tener acceso a internet o a un dispositivo para accederlo, sino que también importa la enseñanza de las utilidades de estas herramientas.
El rostro de género y generacional en la brecha digital
La dimensión de género y su brecha digital, así como la dimensión generacional (un tanto más obvia), merecen una mención especial en este análisis desde las desigualdades. En el caso de género, la brecha digital suele ser amplia a nivel global: creció entre 2013 y 2016 (pasó de 11 a 12%); es baja en países de altos ingresos (2.8%), mucho más alta en países con ingresos medianos (17%) y sumamente alta en los países más pobres (31%). De ahí la justificación para el informe del Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU, que busca señalar estrategias para cerrar esta importante y preocupante brecha.4
En México, la brecha de género en el acceso a internet es de 3%, más cercana a la de países de ingresos altos, aunque es prevaleciente y, por lo mismo, importante señalarla. Además, destaca que esta brecha se ensancha cuando se analiza el acceso de acuerdo con el tipo de dispositivo usado. Específicamente, para el caso del acceso vía computadora, la brecha sube a 6%, y baja a 2% en el caso del uso del celular.
Más allá de la brecha digital en torno a género en su dimensión de disponibilidad, es importante mencionar otros factores que suelen acentuar las diferencias, tales como asequibilidad (menores recursos económicos de parte de las mujeres), barreras culturales (como los estereotipos asignados por género),5 los riesgos y las violencias que se ejercen, entre otros. A este último aspecto, el informe de la ONU dedica un apartado especial, señalando los riesgos del acoso a las mujeres en internet y otro tipo de violencias como la “pornografía de venganza”, donde al menos ya hay avances en la legislación mexicana.6
Por último, hay que mencionar que las diferencias generacionales en torno a la brecha digital son sumamente amplias y, como tal, implican nuevas desventajas, especialmente para personas adultas mayores, de entre quienes la incidencia en el uso de internet es sumamente baja (18%), además de realizarse en su mayoría vía celular.
En cuanto a eso, es importante mencionar que si bien las tabletas, los celulares y otros dispositivos que han cobrado mayor relevancia durante los últimos años y suelen ser más intuitivos en algunos aspectos para personas con poca experiencia en el uso de computadoras (como los adultos mayores),7 también implican ciertas limitantes; por lo que debe diferenciarse su uso al evaluar la magnitud de la brecha digital.
Las consecuencias de la brecha digital en una sociedad sin educación presencial
Porque pareciera que no son suficientes todas las distintas capas o niveles analizados hasta este punto sobre la brecha digital en términos de desigualdades, desde el año pasado es sumamente trascendental un nuevo aspecto: los efectos graves de desigualdad que se prevén (y observan ya) en torno a la educación a distancia, estrategia implementada ante las medidas de confinamiento y cierre de escuelas por la pandemia de COVID-19.
En México, prácticamente no ha habido clases presenciales durante los últimos 16 meses, y los hogares con estudiantes se han enfrentado a una modalidad de educación virtual sumamente desigual. Mientras que algunos estudiantes toman sus clases y resuelven sus tareas en su computadora personal, a veces asistidos con herramientas como tabletas, desde el internet de casa, otros se han tenido que conformar con las clases por televisión del programa Aprende en casa de la SEP, en algunas ocasiones acompañadas de asistencia vía Whatsapp de las y los profesores (mediante la madre, principalmente).
La explicación de dicha diferencia es una combinación de condiciones previas sumamente desiguales en torno a la disponibilidad de conexión a internet, sumado a la disponibilidad diferenciada de dispositivos como computadoras y otros para solventar la educación en modalidad presencial. Por ejemplo, como se observa en la gráfica siguiente, era casi nula la disponibilidad de conexión a internet (7%) entre los estudiantes de hogares más pobres del país y sumamente baja (19%) para quienes estudiaban educación media superior y tenían ingresos similares. Por el contrario, en el decil más alto, 3 de cada 4 estudiantes de educación básica tenían acceso a internet en 2018, así como 9 de cada 10 estudiantes de educación superior. Para los más ricos, eran buenas las condiciones para llevar clases de forma virtual.
Esto sin entrar al detalle de las diferencias en torno a los espacios en casa para llevar las clases, la disponibilidad suficiente de equipos y la calidad de estos, así como la oportunidad de padres de acompañar y asesorar a estudiantes, entre muchas otras variables que claramente muestran la gravedad de las diferencias.
A lo anterior, habría que agregar que durante estos meses no ha destacado alguna estrategia del gobierno para mitigar estos efectos, que reproducirán y ensancharán las brechas de desigualdad en el futuro. Justo ahora hay un debate respecto a si el siguiente año escolar debería comenzar de manera presencial y si hay condiciones en las escuelas para lograrlo, garantizando y cuidando la salud de las y los estudiantes. Lo que es claro es que, mientras más meses pasen de clases virtuales con las condiciones tan desiguales en conectividad ya mencionadas, más aumentará la brecha educativa entre los estratos sociales en el país.
¿Qué nos espera en el futuro de la brecha digital?
La pregunta que titula este último apartado es una trampa, porque no hay respuesta clara. Lo que sí se puede afirmar es que las consecuencias de la brecha digital serán graves, si no se atienden oportunamente. Estos últimos años de pandemia han demostrado la importancia de estar conectadas como personas, no sólo en términos educativos, sino que muchas han resuelto así sus obligaciones laborales (o buscan trabajo por este medio), gran parte de su consumo de alimentos, despensa, etcétera. Además de las posibilidades que brinda la conectividad para mantenerse informado de lo que sucede en el país o la sociedad.
La obligación del gobierno debe ser aumentar la conectividad a internet de las personas en el país, especialmente en las áreas rurales y entre los más pobres, pero también tomando en cuenta las grandes diferencias en torno a género, edad y otras condiciones que limitan el pleno acceso a derechos. Además, debe tomarse en cuenta la calidad y la forma en que nos conectamos, para así tratar de disminuir esa brecha digital que se suma a las muchas que nos separan como sociedad y que nos vuelve cada vez más desiguales. EP
1 Para esta comparación se utilizan datos del Banco Mundial desde la plataforma Our World in Data, estandarizados para el año 2017 y 2016, y que tienen algunas diferencias poco significativas con lo recopilado por otras consultoras y distintas fuentes.
2 Existen algunas estrategias destacables que han intentado cerrar esta brecha, como el aumento de puntos de internet gratuitos en la CDMX (que habían superado los 13 mil para mediados del año pasado). De igual forma, para conocer su impacto sustantivo en los hogares, debería de evaluarse el porcentaje de hogares que aprovechan este tipo de infraestructura.
3 Esto con base en la encuesta ya citada de INEGI, la ENDUTIH.
4 Aquí se puede leer más sobre lo que llaman gender digital divide.
5 Un ejemplo que ha sido criticado por muchos años, y sirve para este caso, es la asignación de los talleres de escuela secundaria de acuerdo con roles de género.
6 Para entender más sobre esto, puede leerse sobre la llamada Ley Olimpia.
7 No puedo evitar compartirlo: ¿Ya vieron el video de abuelitas y abuelitos usando Alexa?
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