Aníbal Santiago escribe sobre el estado de terror y la ola de violencia que se vive en Culiacán a causa de las recientes pugnas entre grupos del crimen organizado.
Boca de lobo: A ver quién se anima a turistear en Culiacán
Aníbal Santiago escribe sobre el estado de terror y la ola de violencia que se vive en Culiacán a causa de las recientes pugnas entre grupos del crimen organizado.
Texto de Aníbal Santiago 23/09/24
Con la cara del hombre abatido por el insomnio, quebrado por algún imponderable, arruinado por una crisis repentina, el técnico de Dorados de Culiacán, Sebastián Abreu, escuchó en rueda de prensa la pregunta deportiva de un reportero sobre la pobre actuación de sus dirigidos. Minutos atrás, el Atlante había goleado a su equipo 4-0.
—¿Por qué no intentar un poco más? —Estuvimos tres días sin entrenar, dentro de nuestras casas—, contestó el uruguayo.
El técnico del conjunto de Sinaloa no habló de futbol, ni justificó su postura en el Estadio Azulgrana con argumentos tácticos que hubieran divagado sobre las razones de su atrincheramiento con algo parecido a un asustadizo 5-4-1, con cinco zagueros y cuatro medios que blindaban espacios, y al frente un solitario delantero, por no decir un impotente cazador de milagros.
En vez de hablar de futbol, Abreu informó que la guerra de “Mayos” y “Chapitos” que sucede en su ciudad les impidió entrenar; les había imposibilitado a sus jugadores y a él algo tan habitual como viajar de sus casas al Estadio Dorados porque se exponían a que una bala los perforara. Es decir, ese choque armado les había suspendido la vida, los había orillado a una cuarentena no por virus sino por plomo. Dorados no juega en Ucrania ni Palestina ni Myanmar, pero sí en México, donde oficialmente no estamos en guerra pero estamos en guerra. Y donde hay guerra se suspenden los entrenamientos y algo más: se suspende la vida.
En el breve diálogo con la prensa el entrenador restó importancia a la derrota: “Lo que nos está tocando vivir en Culiacán son cosas más importantes que el futbol”; y añadió: “Cada uno mira a su ombligo, nadie levanta el teléfono: ¿cómo la están pasando?, ¿les podemos echar la mano en algo?”.
Esas dos preguntas, un ruego de un entrenador desde una diminuta y desértica sala de prensa de un estadio vetusto, en realidad es el clamor de auxilio de 3 millones de sinaloenses, entre ellos cientos de miles de niños que suspenden la vida dentro sus casas, sus últimos refugios, para que la crueldad de la guerra que sucede allá afuera no les quite la vida.
Hasta el jueves pasado, la numeralia era macabra: 64 desapariciones forzadas, 51 asesinatos, 30 enfrentamientos armados. Y sobran los factores de cualquier guerra: bloqueos, desplazamiento de personas que engendran pueblos fantasma, como El Palmito, y clases canceladas en todos los niveles educativos. “Por lo menos tres personas han sido decapitadas, se ha dejado mensajes sobre sus cuerpos, se les ha abandonado en carreteras y calles dentro de las ciudades. Se les ha masacrado, les han dado tiro de gracia y han dejado a otros con los rostros desfigurados a golpes”, informa la revista sinaloense Espejo. El catálogo del terror se nutre con carreteras sembradas con ponchallantas “y se han tomado pueblos enteros como rehenes. Se han incendiado casas y atacado otras con balazos”, añade la publicación.
El jefe de la Tercera Región Militar, Jesús Leana, fue honesto, categórico e incluso valiente (se le podía venir el gobierno encima) cuando la semana pasada declaró que la paz en Sinaloa no depende del Ejército ni de la Guardia Nacional, sino “depende de ellos” (los Mayos y los Chapitos). Aunque a sus palabras les faltó la pompa castrense, constituyeron una ceremonia de rendición. El gobierno, en sus múltiples versiones policiales y militar, desde las municipales hasta las federales, ya no puede. No tiene idea de cómo alcanzar la paz: no posee los recursos económicos, ni el poder logístico, ni la inteligencia, ni la sagacidad en combate, ni la voluntad, ni la preparación, para que Sinaloa y México recobren la paz. Y cuando en la vida hay un objetivo que por décadas resulta inalcanzable, el primer paso para revertir el fracaso es admitir la derrota. ¿Y la autoridad qué hace? Uno, establecer vía legislativa que la Guardia Nacional (esa inútil esperanza de inicio de sexenio) sea parte de la Secretaría de la Defensa Nacional, cuando la SEDENA tiembla ante los cárteles. O sea, más responsabilidad a un ente aterrorizado. ¿Y qué más hace el gobierno de México? Su presidente afirma que lo sucedido en Sinaloa no es para tanto porque en Guanajuato (gobernado por un panista) la tragedia es más grave. Como cuando en la Primaria te decían “estás gordo” y tu respondías “y tú tienes cara de mosca”. Así de burdo (por cierto, presidente, usted también gobierna Guanajuato).
Mientras jugamos al “cállate, al fin tú eres más feo”, Sinaloa y el entrenador de Dorados mantienen su ruego. Que alguien les hable y les pregunte: “¿Les podemos echar la mano en algo?”.
Cuando un viernes 20 de septiembre a las 10:17 a. m. concluyo esta columna, por la sabiduría del algoritmo en mi navegador aparece a todo color la siguiente publicidad de Viva Aerobus: “Destinos Top. CDMX AIFA – Culiacán 389 pesos ¡Compra ya!”. Está bien baras. En esa ciudad norteña nuestros hermanos viven; a ver quién al menos se anima a turistear unos días en Culiacán. EP
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