
Aníbal Santiago escribe sobre la cuestionable promesa del petróleo como herramienta de desarrollo nacional y sobre los crímenes que se comenten en torno a este recurso.
Aníbal Santiago escribe sobre la cuestionable promesa del petróleo como herramienta de desarrollo nacional y sobre los crímenes que se comenten en torno a este recurso.
Texto de Aníbal Santiago 23/06/25
Aníbal Santiago escribe sobre la cuestionable promesa del petróleo como herramienta de desarrollo nacional y sobre los crímenes que se comenten en torno a este recurso.
Nos enseñaron la historia como una aburridísima lista de acuerdos políticos de la que, sí o sí, había que memorizar fechas y personajes porque, si no, seríamos mexicanos a medias: el Plan de Iguala, el Tratado de Guadalupe Hidalgo, el Plan de Ayutla, los Tratados de la Soledad, el Plan de Ayala y así unos 25 más.
—A ver, niños, ¿cuándo fue el Plan de San Luis y de quién contra quién? —preguntaba la maestra Chelo en la Primaria República Española de la calle Coruña, fastidiada de hacer idéntica pregunta generación tras generación desde que había egresado de la Normal. —El-cin-co-de-oc-tu-bre-de-mil-no-ve-cien-tos-diez-de-Fran-cis-co-I-Ma-de-ro-con-tra-don-Por-fi-rio Dí-az- —repetíamos los niños robots. —¿Y qué dijo Madero? —Su-fra-gio-e-fec-ti-vo-no-ree-lec-ción.
La educación pública aspiraba a menores con memoria de elefante más que con discernimiento de individuos lúcidos. Nos convertía en unos excelentes loritos de Finsch a los que solo les faltaba el plumaje verde y el pico ganchudo.
Pero ¡ojo! Había una excepción: la Expropiación Petrolera. Aquí, más que fechas y nombres, nos contaban a los pequeños una divertida historia y eso nos encantaba. Un presidente bueno, Lázaro Cárdenas (al que de cariño le decían “Tata”) un día de 1938 había decidido que las compañías británicas y gringas, todas formadas por hombres malos, ya no hicieran negocio con el petróleo mexicano y se largaran a sus países. Para eso, a los empresarios güeros había que pagarles muchísimo dinero que el gobierno no tenía. ¿Cómo le haría? Pues resulta que los mexicanos, adoradores del Tata, llevaron a Palacio Nacional sus cositas. Los señores sus puerquitos, las viejitas sus alhajas, las mamás sus gallinas y hasta los niños sus triciclos. Y así juntaron dinerito para que los extranjeros se fueran para siempre. Gracias al patriotismo de los pobres, la “vaquita” se juntó y todos juntos pagamos el último adiós de los invasores villanos.
¿Y por qué era importante que el petróleo fuera de todos los mexicanos? El petróleo, nos explicaba la maestra Chelo, era “el motor del desarrollo” (así decía), pues servía para el transporte, la industria y la electricidad. ¿Cómo sales adelante sin autobuses, fábricas y luz? Además, el petróleo, apodado “oro negro”, deja fortunas si se exporta.
Fin del cuento de hadas que a todos nos contaron.
Pues bien, han pasado 87 años desde que el petróleo es más mexicano que el mole de olla con elotitos. O sea, ya deberíamos ser riquísimos porque vamos para un siglo de que ese oro es nuestro y solo nuestro.
Pero, oh, sorpresa. En un día cualquiera de 2025, si echamos un ojo a las noticias, leeremos cosas así: “Incautan 1.2 millones de litros de hidrocarburo ilícito en Allende”. “Detectan refinería clandestina con 500 mil litros de crudo en Coatzacoalcos”. “México pierde 554 mil millones de pesos por huachicol en gasolinas”. “Cierran 100 gasolineras por anomalías”. “Huachicol fiscal (importación ilegal de combustibles) liga a Morena”. “Pemex en 2024, con su peor desplome en 10 años”. “Empresarios mexicanos, vinculados a familia estadounidense acusada de la gran red de huachicol fiscal binacional”.
“Siempre nos quedará París”, decía Humphrey Bogart a Ingrid Bergman en la lucha a muerte por su amor cuando todo parecía perdido. “Siempre nos quedará el petróleo”, decíamos los mexicanos cuando el país se hundía y todo parecía perdido.
Maestra Chelo, ¿qué cree? También nos quitaron nuestro último cuento de hadas. EP