
En esta columna, Aníbal Santiago se pregunta si hay una relación entre la erotización y el papel que han jugado algunas mujeres en el ámbito político en los últimos años.
En esta columna, Aníbal Santiago se pregunta si hay una relación entre la erotización y el papel que han jugado algunas mujeres en el ámbito político en los últimos años.
Texto de Aníbal Santiago 04/02/25
En esta columna, Aníbal Santiago se pregunta si hay una relación entre la erotización y el papel que han jugado algunas mujeres en el ámbito político en los últimos años.
Vi a la alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega, descubrir su nalga para que todos nos enteráramos que se inyecta un medicamento para ser funcional en la vida, y no sé si me nació una acertada intuición o, por el contrario, se engendró mi prejuicio de hombre (u onvre). Lo cierto es que, sin una sola certeza, me dije: “Le importa un pepino que sepamos que se mete al músculo lo que sea. Lo que quiere es que veamos su redonda nalga”.
“esta columna no tiene una sola certeza y sí puras dudas.”
Y entonces, de inmediato, aparecieron en mi mente otras políticas, en activo o receso, que en Instagram, X, TikTok, muestran sus senos con grandes escotes, sus nalgas apretadas por leggins, sus muslos descubiertos. Ya encarrerado, publiqué en X: “Sandra Cuevas, Alessandra Rojo, Sofía Yunes y varias más. No descarto su existencia, pero me está costando un poquito identificar el mérito político-ideológico de algunas políticas”.
Sin ser viral ni mucho menos, el tuit despertó la inquietud analizable de varios hombres. El abogado Clemente Molina Enríquez respondió: “Mejor que no te cueste nada [identificar su mérito político-ideológico] porque no lo hay”. El cineasta Raúl Cuesta me ofreció un plan de negocios: “En tu próximo libro inyéctate un pectoral en la presbicia y comparamos el impacto de los efectos especiales”. Otro usuario me pidió que en la lista de mujeres incluyera a la senadora morenista Andrea Chávez. Con la duda, busqué fotos. Lo más candente que hallé fue a la juarense cruzada de piernas con falda corta chupando una Tutsi Pop. Supongo que ese usuario advirtió su error pues en minutos borró su comentario, lo que prueba la incapacidad de los hombres de ver a la mujer individualmente y caer en el “seguro esa es igual”.
Y hubo otra contestación en X de alguien llamado Mario López que me hizo recapacitar: “Sería interesante que nos preguntemos si hay otras mujeres políticas jóvenes que hacen uso de su ‘capital erótico’ en la construcción de sus personajes públicos y que sí les veamos un mérito político-ideológico más claro”. No por usar su “capital erótico” debía descartar la capacidad de la mujer política en su profesión. O sea, ¿por qué no una mujer política puede tener capacidad profesional y a la vez presumir su cuerpo? Con inteligencia, Mario me dio una bofetada.
Más tarde me seguía atormentado el tema. Me preguntaba si un asunto serio no se está frivolizando porque en la política solo importan las ideas y acciones —y no las apariencias—, cuál es la intención de una política al erotizar su imagen, o si sacarse fotos sensuales no era un distractor del trabajo en favor de la sociedad. E incluso si publicar fotos así era un “servicio” a la parte de la población que siente satisfacción corporal al ver una atractiva mujer sexuada. También especulé sobre la ilegalidad de explotar el “capital erótico” durante horas de trabajo o incluso si el “capital erótico” ya podría estar instituido como parte del trabajo. E incluso medité (como buen onvre) si los políticos hombres toman con más seriedad su profesión porque no pierden el tiempo capturando en redes imágenes de su cuerpo semidesnudo (salvo Noroña, que nos deleitó en toalla duchándose).
Como verán, esta columna no tiene una sola certeza y sí puras dudas. Por eso hice dos cosas. Primero pregunté a Diana Nava, una excelente reportera, su opinión sobre las “políticas eróticas”. Y así me contestó: “Para ser exitosas, a las mujeres se le suele pedir que sean guapas. A los vatos, no. Y no deberíamos juzgar a una política por cómo muestra su cuerpo, sino por sus méritos políticos. ¿No es parte del machismo sistemático inmediatamente pensar en el cuerpo?”.
Y en seguida llamé a Yaotzin Botello, gran periodista de la Deutsche Welle y amigo-hermano, más sensato y justo que yo. Por si fuera poco, me unen a él las Águilas de Filadelfia.
—¿Qué te parecen las políticas que sexualizan su imagen? Te lo pregunto como periodista, ciudadano y heterosexual, o eso creo (le hice un chiste de onvre). ¿Está bien que se sexualicen? —pregunté. —¿Tú lo ves mal? —me reviró. —No lo veo ni mal ni bien. Solo me llama la atención.
Y entonces relató esta escena: “Imagino a sus equipos de redes sociales diciendo: ‘¡escotes más abiertos, menos ropa, muéstrate más humana!’. Y mostrarse más humana es mostrar más piel. Con lo privado quizá llegan a una audiencia que quiere ver más allá de un saco o una oficina y que cree en una mujer política que hace lo mismo que ellos. Sin embargo, que se mercadeen con sus atributos me dice algo falso como política: me quiere llamar la atención con sus atributos sexuales y no con lo que verdaderamente importa. Ahora, sin desafiar tu perspectiva —me cuestionó—, ¿no tenemos tú, yo y otros un tapón mental de pudor? Vi un video con una política corriendo con la cámara desde arriba y obviamente se ve su escote, ¡ni modo que corra con un pinche cuello de tortuga! Quizá una mujer que se filma corriendo con un leotardo es para ti impúdico porque una política no debe mostrar abajo de la clavícula. Es algo normal para una nueva generación. ¿No lo es para la nuestra por nuestra perspectiva anticuada? —concluyó.
“Las reglas de la política han cambiado…”
En mi defensa, le pregunto desde aquí a Yaotzin: ¿quién chingaos corre con leotardo? Por lo demás todo lo que dice suena cierto. Las reglas de la política han cambiado: ya no solo valen las ideas sino la incitación, el deseo, la piel. Somos unos anticuados. EP