Ante su reciente partida, Aníbal Santiago dedica un sentido homenaje a Cristóbal Ortega, una de las figuras más importantes del América y del futbol mexicano.
Boca de lobo: Cristóbal Ortega, el americanista que daba vida
Ante su reciente partida, Aníbal Santiago dedica un sentido homenaje a Cristóbal Ortega, una de las figuras más importantes del América y del futbol mexicano.
Texto de Aníbal Santiago 06/01/25
Jugadores que combaten, gladiadores, hombres dispuestos a perder la dentadura, sobran. Eso de “este futbolista juega con el cuchillo entre los dientes” para que apreciemos al rabioso pirata sin un ojo y con un garfio por mano, no es mucha virtud. La sería si el futbol fuera una pelea de pandilleros en la que gana el más valiente y mamey.
Cristóbal Ortega era un gladiador, un bucanero con pañoleta en la cabeza y diente de oro, cuchillo entre los dientes y parche negro, pero todo eso era apenas una letra de su amplísimo vocabulario futbolístico. Desde luego, no hay ningún proyecto en la vida que funcione sin hambre y arrojo, pero el mediocampista del América que murió la semana pasada a los 68 años sabía que esos valores eran solo un principio, indispensable pero nada más que un principio.
Cuando en los años 80 iba con mi papá a ver al Atlante que visitaba al América en el Estadio Azteca, la sensación era que estábamos por encarar la lucha de David contra Goliat. América era un equipo monstruoso, brillante, portentoso, creativo, que te iba a desangrar 90 minutos. ¿Querías arrancarles un empate? “Perfecto —te advertían los azulcremas—, no lo descarto, pero en la lucha yo voy a intentar arrancarte la cabeza”. Metía pavor.
Y en ese duelo contra el ejército imposible, las Águilas contaban con Cristóbal como mariscal. Decía Menotti que en el futbol hay cuatro actividades: defender, recuperar, gestar y definir. Como son muy demandantes, los equipos las reparten entre sus 11 elementos. Pero Cristóbal elegía hacer todo. Defendía, recuperaba, gestaba y, por si algo faltara, definía. Vuelto una bestia enloquecida recobraba el balón, como amenazado por la guillotina si se alejaba de sus pies. Entonces el morenazo se responsabilizaba de toda la chamba de la oficina.
1.- Robaba balones en la media y cortaba los avances contrarios. Fabuloso lector del partido, se anticipaba a las jugadas del rival sin necesidad de talar las piernas enemigas. Era limpio.
2.- Con deliciosa visión de campo iniciaba el ataque resistiendo la presión enemiga y distribuyendo a sus delanteros, que más que compañeros eran cómplices. ¿Nadie a quién dársela? Gambeteaba.
3.- Sin ser un cabecilla carismático que alzara la voz u organizara con indicaciones tácticas, armonizaba al equipo mediante el toque, movimientos sin balón y conducción. El liderazgo también es silencioso.
4.- Era un medio de contención con gol (algo bastante raro).
Y Cristóbal gozaba de una primera fortaleza que consolidaba todas las demás. Hablaba con simplicidad como cualquiera, no explotaba su imagen con publicidad, no presumía amoríos con modelos ni creaba escándalos mediáticos para realzar su imagen pública. Quizá porque era un futbolista que defendía su identidad y no envolvía su pequeño cuerpo de melena esponjada con fuegos artificiales, con las peligrosas trampas de la fama. “Su sencillez no correspondía al estereotipo de un ídolo. Cristóbal Ortega parecía no cargar con ínfulas estorbosas”, escribió impecablemente el periodista Jesús Mejía.
Americanista desde niño, séptimo de ocho hermanos, hijo de obrero y habitante de las cuadras más pobres de Azcapotzalco, sede de su Secundaria, la 55 República de El Salvador. Jugando en el extremo derecho del equipo de esa escuela durante el Torneo Intersectores, donde competía contra otras secundarias, lo descubrió el detector de talentos Gilberto Gálvez, quien lo llevó a las fuerzas formativas del equipo que el adolescente siempre había adorado. En Coapa picó piedra dos años desde la Primera Juvenil, Juvenil Especial, Tercera Especial y Reserva. Y entonces, sin ser aún profesional, apareció una tentación: el Cruz Azul se acercó a ofrecerle al chico de 18 años un sueldo mensual de 6 mil pesos más un bono de 40 mil. “Les dije que sí iba a jugar futbol profesional pero con América, el equipo que yo amaba. Firmé al América mi primer contrató por 2 mil pesos”, contó alguna vez. Menos mal que el aroma del dinero no lo sedujo. Con las Águilas jugó 711 partidos (más que ninguno), ganó 14 títulos (más que ninguno) y perteneció al club cerca de 22 años (más que ninguno). A Cristóbal lo quisieron comprar Monterrey, Atlas, UdG e incluso el archirrival Chivas. Panchito Hernández, presidente de las Águilas, se negó con este argumento: “hay jugadores que no pueden salir del club”.
Junto a figuras como Brailovsky, Tena, Outes, además de su amigo y casi hermano Juan Antonio Luna, Cristóbal contribuyó a un conjunto glorioso que aunque odiaras era una fantástica explosión de futbol. Orgulloso por el jugador que había hallado en las canchas de tierra de la Magdalena Mixhuca, el club de Coapa adoptó una frase memorable: “Cristóbal Colón descubrió América, pero América descubrió a Cristóbal”.
Pedí a José Luis Hernández, aficionado al América de 75 años edad —azulcrema eterno que fue cuidador de vacas, peluquero, abarrotero, mecánico industrial, chofer y hoy abuelo—, explicarme qué representó Cristóbal y contestó esto: “Un jugador extraordinario. En la cancha unía a los jugadores, los atraía. Cristóbal le daba vida al equipo”.
Como José Luis dice, el Cristóbal que se nos acaba de ir representó la vida: sangre, cerebro, pulmones y corazón del América de todos los tiempos. EP
Con el inicio de la pandemia, Este País se volvió un medio 100% digital: todos nuestros contenidos se volvieron libres y abiertos.
Actualmente, México enfrenta retos urgentes que necesitan abordarse en un marco de libertades y respeto. Por ello, te pedimos apoyar nuestro trabajo para seguir abriendo espacios que fomenten el análisis y la crítica. Tu aportación nos permitirá seguir compartiendo contenido independiente y de calidad.