Boca de lobo: Un sexenio que enferma, hipnotiza, atonta

Aníbal Santiago escribe sobre las conferencias de prensa mañaneras del presente sexenio.

Texto de 13/03/23

Aníbal Santiago escribe sobre las conferencias de prensa mañaneras del presente sexenio.

Tiempo de lectura: 3 minutos

Cuando asumió la presidencia y anunció que daría conferencias de prensa diarias durante todo su sexenio, cada uno de los días laborales de los 6 años de gobierno, muchos —adeptos, opositores y neutros— sacamos ansiosos la calculadora para establecer cuántas mañaneras tendría que dar. La ecuación arrojaba un número absurdo: algo cercano a 1600. Andrés Manuel prometía comparecer ante los medios esa cantidad de veces, una bestialidad aunque las conferencias duraran 10 minutos, como las de los futbolistas. 

Por aquí y allá se oía la misma oración convencida: “no va a aguantar”. Antes, en cosa de meses, el tabasqueño desfallecería en el templete de Palacio o sus cuerdas vocales se secarían hasta quedar arruinadas como las del El Príncipe de la Canción. 

Nos equivocamos. Sus ruedas de prensa ya van para cuatro años, no se divisa el fin, y por si fuera poco las emite en discursos sin el menor apuro y con las larguísimas pausas silenciosas de su hablar lerdo. Las conferencias no duran instantes como las de Messi, que sentado dice tres frases, se levanta y se va: han alcanzado hasta 3 horas 27 minutos. De un tirón y además de pie (jamás una silla). Sigue ahí, estoico, manoteando su atril, rascando su nariz, carcajeándose, descargando su voz aguda. El viejo vital de corpachón de roble habla, habla y habla. Quién sabe si sea el segundo mejor presidente del mundo como presume todo el tiempo, pero sí es el primero que más habla; y no habrá nunca en la humanidad, ni en Indonesia, ni en Zimbabue, ni en Micronesia, en ningún lugar del planeta de aquí al año 3000, un presidente que rompa su récord Guinness de parloteo infinito.

Su conquista es inaudita: veamos. Si nos fascinara The Office y nos dijeran que tenemos que aventarnos 1600 episodios, muy probablemente nos agotaría solo la idea de ver ese volumen de veces delirante a Michel Scott y Dwight, y pediríamos piedad ante el castigo que podría volvernos locos. Aunque The Office es maravillosamente ingeniosa, divertida, sorprendente, nuestra respuesta sería: “no me castigues así, te lo ruego”. 

Las mañaneras de Andrés Manuel, que seguro serán compiladas por Morena y un día saldrán en Netflix con sus 160 temporadas de 10 episodios, cada uno con dos a tres horas de duración (a eso equivaldrían), tienen momentos de chistoretes y furcios, pero son, en esencia, iguales unas a otras: frente a ellas, el Día de la Marmota es un albur. Oímos las mismas palabras, expresadas con la misma entonación, los mismos gestos y los mismos ademanes: corruptos, adversarios, no se equivoquen, conservadores, no somos los mismos, saqueo, el pueblo ya no se deja, neoliberales, gobierno distinto, no admitimos la corrupción, periodistas del viejo régimen. Nos las sabemos de memoria. Si nos pasaran una y otra vez el mismo episodio de The Office, el que más nos gustara, a la décima vez diríamos “¡basta!” y le cambiaríamos para curarnos hasta con Galilea Montijo en Hoy. Bajo esta lógica, si el presidente siempre dice lo mismo, ¿nos hemos alejado para siempre de sus transmisiones al amanecer? No. Ahí estaremos, ya sea a las 7:30 am en vivo, a las 4 pm o a las 8 de la noche en la repetición de algún momento clave, no importa si es en una pantalla grande o en nuestro dispositivo. Con un deseo mórbido queremos saber qué dijo Andrés Manuel, aunque tenemos claro que dijo lo mismo que ayer en este episodio 1321 de su serie. 

¿Acaso no tiene ideas nuevas, o simplemente sabe que esa repetición perpetua es políticamente efectiva? Para el caso, no importa. O es tan abrumadora la simpleza de lo que dice y oímos, que nuestras neuronas se desconectan, caen a un estado vegetativo, sufren un coma.

Es muy probable que en los últimos seis años hayamos visto más al presidente en su atril café y plata, con el fondo guinda y la bandera de México, que a nuestros propios hijos. Así el cuadro que ilustrará para siempre un sexenio: un señor de casi 70 años hablando en una sala.

¿Tiene la culpa Andrés Manuel? No. Gente que habla sin pausa, dice barbaridades, agrede y repite ideas, sobra. El problema es de quien decide observar y oír, un día y otro también, al que habla sin pausa, dice barbaridades, agrede y repite ideas, ya sean simpatizantes, opositores, medios, políticos de todos colores. Un misterio la razón, pero lo volvemos a ver porque así lo queremos o porque los medios nos obligan. Un tormento.

Serán pronto seis años de ponernos frente a un señor que habla. Este sexenio nos ha enfermado, nos ha hipnotizado, nos ha atontado. EP

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