Boca de lobo: Marcelo Ebrard y la hora de los ganchos, rectos y volados

Aníbal Santiago escribe sobre las aspiraciones a la candidatura presidencial de Marcelo Ebrard.

Texto de 29/05/23

Aníbal Santiago escribe sobre las aspiraciones a la candidatura presidencial de Marcelo Ebrard.

Tiempo de lectura: 3 minutos

Marcelo Ebrard estaba desesperado. La Línea 12 del Metro —orgullo de su gestión— estaba cerrada por fallas técnicas, y a él lo aplastaban acusaciones de corrupción. El PRD lo había expulsado. El diario Le Monde denunciaba que su hermano Eugenio poseía cuentas bancarias hinchadas en Suiza, mientras Marcelo gobernaba la capital. Reforma publicaba que a su muñeca la circundaba un Rolex de 14 mil dólares. Y El Universal divulgaba que, como funcionario, había usado un jet privado para hacer viajes al extranjero que costaron 235 mil dólares.

Parecía sepultado: en aquel marzo de 2015 daba la impresión de que su vida política moría sin remedio, aunque Marcelo buscaba salvarla con una modestísima candidatura a diputado plurinominal por Movimiento Ciudadano.

Me recibió en un penthouse de Polanco, donde lo entrevistaría para Newsweek en Español. Me dio un apretón de manos y miró el reloj por primera vez. Miraría el reloj otras cinco veces en la hora de la entrevista. Serio, casi enojado, se sentó a una mesa y me interrogó: “¿Es muy larga tu entrevista?”. Al ver dos hojas repletas de preguntas torció la boca como diciendo: “Uy, no”. Miró su reloj por segunda vez y me ordenó: “Arranquémonos”. Durante esa hora, en siete ocasiones no permitió que yo concluyera mi pregunta. Me interrumpía: el tiempo apremiaba. 

Me impresionaron sus manos huesudas. A mordidas, o acaso con la fuerza de sus propios dedos, se había arrancado las uñas hasta dejar expuesta -del anular al meñique- la carne viva, el lecho ungueal. Marcelo se comía a cachos a sí mismo.

El hombre tenso, ansioso, inclusive descortés, hacía poco más de tres años había renunciado a ser candidato presidencial por el partido al que entonces pertenecía, el PRD, para que sí lo fuera Andrés Manuel López Obrador, cuatro puntos arriba en una encuesta.

En ese panorama asfixiante, lleno de enemigos (entre ellos los hombres más poderosos del país, su examigo el alcalde Miguel Mancera y el presidente Enrique Peña) y borrado del mapa político nacional, le hice una pregunta que sonaba ridícula: si aún aspiraba a ser presidente. “Las aspiraciones nunca cambian”, me respondió, en una respuesta que entonces sonaba aún más ridícula. Y eso sí lo dijo tranquilo, seguro. Por eso titulé a la entrevista: “El náufrago quiere ser presidente”.

El viernes, Reforma publicó su Encuesta Rumbo a 2024. Los náufragos son Adán Augusto López y Ricardo Monreal, que juntos no suman ni el 11 % de las preferencias para ser candidatos por Morena. Adiós. Claudia Sheinbaum alcanza 31 % y apenas abajo, con 26 % está Marcelo Ebrard. 

Discreto, protocolario, cuidadoso, elusivo de polémicas vulgares, gritos y manotazos, el secretario de Relaciones Exteriores ha sido la antípoda de su jefe, el presidente. No se pelea si no hay necesidad, no declara barbaridades, ni brama “fuchis cacas” de ningún tipo. En una época en la que dar alaridos, calumniar, hostigar, acusar, aplastar, ningunear y abrir frentes de guerra todos los días es lo que otorga popularidad, mantenerse fiel a su estilo mesurado no le debe ser nada sencillo. Con su modo de ser le dice a López Obrador: somos distintos.

Andrés Manuel ha invadido el terreno de Marcelo a patadas y puñetazos: declara su amor por el dictador Daniel Ortega, por Vladimir Putin, por Nicolás Maduro, por Donald Trump. Y a la vez se ha peleado con Estados Unidos, Perú, España, El Salvador y Ucrania, cuyo gobierno lo mandó al cuerno cuando en su afán de pasar a la historia se propuso como mediador de la guerra. 

Marcelo demostró que también es bombero: cuando Andrés Manuel incendia algo, él presuroso apaga el fuego. Eso sí, siempre intenta que sus declaraciones no irriten al primer mandatario y a la vez no pulvericen la imagen de México y su presencia en el mundo. Su lógica: no lo confronto y si me mete en broncas, resuelvo.

Y su campaña prosigue. Tan rígido él, ya se anima a bailar, a sonreír más, a sacarse fotos con sus fans. 

¿Y cómo la lleva con Claudia? Como el boxeador que elude el enfrentamiento directo con ganchos, rectos, volados, se limita a soltar uppers, suavecitos pero efectivos para mantenerla a distancia. Sabe que ella es la consentida del hombre más poderoso de México y mantiene la guardia levantada, por si las dudas; es decir, ha exigido a la cúpula de Morena “reglas claras” y transparencia sobre “qué se vale y qué no se vale” en la lucha para ser el ungido/la ungida en una encuesta que desde ya pinta opaca. Ni caso le hacen.

Por lo pronto, el político que hace ocho años estaba demolido, hoy está más vivo que nunca: no era ningún disparate que el náufrago quisiera ser presidente. 

Está solo cinco puntitos abajo. Pocos y a la vez muchos: por eso quizá pronto veamos a aquel Marcelo impaciente que mira el reloj todo el tiempo, agresivo y ansioso, ahora sí con un cambio de estrategia para remontar. Es probable que sea tiempo de pasar con fiereza a la ofensiva, ponerse los guantes, tirar golpes e incluso arrancarse las uñas de ansiedad. Retraerse, ser cauto, en el 2023 no parece ser gran método para disolver desventajas, y más cuando no eres ni de lejos el favorito de este “presi” que hace su voluntad como le viene en gana. EP

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