Bernie Sanders, el populismo y Maquiavelo

Los Discursos sobre la primera década de Tito Livio son conocidos porque, a diferencia de lo que comúnmente se piensa sobre Maquiavelo, en ellos el escritor florentino manifiesta abiertamente su republicanismo, una firme defensa de la libertad y un apoyo decidido al pueblo como sujeto político. ¿Ofrece esta obra también una lección para el momento que viven hoy los Estados Unidos y el Partido Demócrata?

Texto de 24/02/20

Los Discursos sobre la primera década de Tito Livio son conocidos porque, a diferencia de lo que comúnmente se piensa sobre Maquiavelo, en ellos el escritor florentino manifiesta abiertamente su republicanismo, una firme defensa de la libertad y un apoyo decidido al pueblo como sujeto político. ¿Ofrece esta obra también una lección para el momento que viven hoy los Estados Unidos y el Partido Demócrata?

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Ocuparle sus caminos

En uno de los capítulos finales del primer libro de los Discursos, Maquiavelo reflexiona sobre el fracaso de los enemigos de Cósimo de Médici, el fundador de la dinastía que gobernó Florencia durante buena parte del Renacimiento. Para frenar la creciente influencia que el patriarca ganaba en la política florentina del siglo XV, nos cuenta Maquiavelo, sus rivales maniobraron para hacerlo arrestar y condenarlo al exilio. Sin embargo, este revés no minó el prestigio ni redujo el número de partidarios de Cósimo: apenas transcurrido un año de la sentencia, Medici regresó triunfante a Florencia y, aclamado por el pueblo, desterró a sus enemigos.

Maquiavelo explica que el error de los republicanos que se oponían al patriarca fue no adoptar el “estilo de favorecer al pueblo” que caracterizaba a Cósimo, lo que hubiera sido una estrategia más segura para frenarle “sin tumultos ni violencia”. Con base en esta experiencia, el florentino extrae la siguiente máxima: para hacer frente a un político insolente en ascenso que se vale de una retórica demagógica, la estrategia más prudente es actuar “ocupándoles los caminos por los que se ve que él anda para llegar a los puestos que ambiciona”.

Adoptar el estilo de esos políticos es para el autor de El Príncipe el método más sencillo y menos violento para quitarles de las manos aquellas armas con las que se engrandecen y de las que se valen para ganarse al pueblo. Maquiavelo es enfático al caracterizar a los liderazgos a los que hay que hacer frente con este método: habla de “insolencia” y de “ambición”, amenazas autoritarias a la libertad de una república. También subraya el carácter “corrupto” de las sociedades en las que surgen, donde los arreglos políticos y económicos tradicionales se encuentran agotados.

Este episodio, en apariencia lejano, ilustra los dilemas a los que hoy se enfrentan el Partido Demócrata y la oposición estadounidense en su conjunto: desde las tortuosas (e inútiles) maniobras para destituir a Trump a través de un juicio político hasta, sobre todo, la nominación del candidato que se enfrentará al presidente en las elecciones de noviembre. 

Populismos en pugna

Leído en clave contemporánea, lo que hace Maquiavelo en este pasaje de los Discursos no es otra cosa que argumentar que la mejor defensa frente a un populismo de derecha y autoritario, como el que representa hoy Donald Trump, es la construcción de un populismo democrático, de izquierda y emancipatorio que “le ocupe sus caminos”.

Es una idea que ha estado presente en la oposición a Trump desde la noche misma de su elección. Tan pronto se conocieron los resultados electorales que daban la victoria al millonario neoyorkino, un crítico tan popular como Robert Reich llamaba en su página de Facebook a sus simpatizantes a no rendirse. Para Reich, quedaba claro que “eventualmente la disputa iba a ser entre el populismo autoritario y el populismo progresista”. Por el momento, el populismo autoritario había vencido, pero con trabajo e inteligencia, el populismo progresista podría triunfar. 

Esta pugna entre populismos bien podría ser el signo de nuestro tiempo. La idea de que el populismo no es un fenómeno monolítico, sino que, por el contrario, tiene el potencial de tener manifestaciones de distinto signo político ha sido estudiada por politólogos como Cas Mudde y Cristóbal Rovira. Estos autores diferencian entre un tipo de populismo excluyente y otro de signo incluyente. Las diferencias entre ambos consisten en la ideología que acompaña —y en buena medida da sustancia— al discurso populista y la manera en la que se define quién pertenece al pueblo que se invoca.

Actualmente, la mayor parte de los populismos que existen en Europa mantienen un matrimonio de conveniencia con el nativismo (la versión xenófoba del nacionalismo) y el autoritarismo. El Rassemblement (antes Front) National de Le Pen en Francia y la Lega de Salvini en Italia pertenecen a esta familia. El trumpismo en Estados Unidos también. La definición del pueblo al que apelan es marcadamente excluyente: no incluye a inmigrantes, refugiados ni a minorías como los musulmanes. Incluso en los casos en que su programa incluye un conjunto de programas sociales, este adopta la forma de un Chauvinismo de Bienestar.

Por el contrario, un populismo incluyente debería de focalizar los recursos estatales en los colectivos que han sufrido un prolongado patrón de discriminación, dar voz a quienes no han sido tomados en cuenta y elevar la dignidad del pueblo, formado no sólo por los “pobres” sino por todas aquellas y aquellos que han sufrido algún tipo de exclusión. En Estados Unidos, el único candidato que hoy plantea una propuesta de esta naturaleza para enfrentar al populismo autoritario de Trump es el senador Bernard Sanders.

El Partido Demócrata y los nuevos tiempos

Durante el mes de febrero, Sanders ganó el voto popular en el caucus de Iowa, ganó las primarias en New Hampshire y es el favorito en Nevada. Hoy el senador por Vermont no sólo es el pre-candidato con más probabilidad de obtener la nominación Demócrata sino que, de acuerdo con algunas encuestas, es el único entre los aspirantes que podría derrotar a Trump en un cara a cara.

El movimiento del senador por Vermont ha crecido a partir de la labor de organizaciones de base, voluntarios y pequeños donantes, resistiendo ataques de los miembros más connotados del partido, que ven con temor el eventual triunfo de una candidatura basada no sólo en la oposición a Trump sino al establishment Demócrata. Es por ello que el momento ascendente que hoy vive la campaña de Sanders puede, como explicaba Elizabeth Bruenig en The New York Times, convertirse en un parteaguas en la lucha entre el centro del partido y su ala más izquierdista.

En 2016, ante la amenaza de un outsider autoritario como Trump, los Demócratas no eligieron para enfrentarlo a un político que le “ocupara sus caminos” a la manera de Maquiavelo, como Sanders, sino a una políticacurtida dentro del sistema, como Hillary Clinton.

Frente al autoritarismo nativista del hoy presidente de Estados Unidos, los Demócratas intentaron resucitar lo que la filósofa Nancy Fraser ha llamado “neoliberalismo progresista”: la alianza entre ciertas corrientes de los nuevos movimientos sociales —feminismos, multiculturalismo, derechos LGBT— con las fuerzas del mercado, en la que las primeras “prestan” su carisma a las segundas, dotándolas de una fechada popular y seductora. En pocas palabras, optaron por buscar una continuidad imposible antes que una propuesta de cambio radical que apelaba a las mayorías. Se equivocaron. Y hoy podrían volver a hacerlo.

Los dos rivales de Sanders en la elección primaria más consentidos por el establishment, Joe Biden, el ex vicepresidente de Obama y hasta hace poco el heredero natural de la candidatura presidencial, y Pete Buttigieg, el ex alcalde de Indiana políglota y millennial, repiten, cada cual a su manera, los errores de la campaña de Clinton en 2016.

Biden personifica la falsa idea de que para derrotar a Trump es necesario un político centrista que pueda transigir y contemporizar: el mito de la “elegibilidad”. Por su parte, Buttigieg representa como nadie el elitismo cosmopolita (en su caso, con una dosis de pinkwashing) contra el que se rebelaron tantos votantes de Trump[1].

La alternativa más viable de victoria para los Demócratas está en otra parte.

Como en los tiempos de Maquiavelo, el mundo no vive hoy circunstancias normales sino extraordinarias (¿cómo, si no, un ex presentador de reality show sin experiencia política ocupa la Casa Blanca?). Y quizá ese sea el gran problema de comentaristas, think tanks y el propio Comité Nacional Demócrata: no aceptan la nueva realidad.

Llegados a este punto, los consejos del florentino vuelven a ser provechosos pues, para Maquiavelo, la clave del éxito en política radica en reconocer la fuerza de las circunstancias, aceptar los dictados de la necesidad y procurar siempre armonizar el comportamiento propio con los tiempos que se viven. De no hacerlo, a los Demócratas puede ocurrirles con Trump lo que a los florentinos que se enfrentaron al patriarca de los Medici: frenarlo les resultará —otra vez— imposible.

Maquiavelo elegiría a Bernie

Hoy el tiempo del elitismo y del “gobierno de los expertos” parece haber pasado. Sin embargo, el “momento populista” surgido tras el ocaso de la tecnocracia parece, por momentos, decantarse a la derecha y, más que empoderar al pueblo valiente, prudente y celoso de su libertad del que hablaba Maquiavelo, en países como Estados Unidos ha llevado al poder a personajes xenófobos y violentos.

Ante estas amenazas, el método más seguro para plantar cara a estos nuevos líderes autoritarios como Trump es respaldar a un candidato que sea capaz de “ocuparles sus caminos” por medio de un populismo de signo contrario, progresista y democrático.

En los Estados Unidos, Bernie Sanders es el único candidato que se ajusta a esta estrategia. Es, además, entre los aspirantes a la candidatura Demócrata quien encarna con mayor claridad dos enseñanzas finales que nos dejan los Discursos sobre la primera década de Tito Livio: que la ambición de las élites tiene que mantenerse a raya, pues de lo contrario acaba con las ciudades, y que la concentración de riqueza y la desigualdad son la principal causa de la corrupción de las repúblicas. EP


[1]Mención aparte merecería la candidatura de Michael Bloomberg, aunque la posibilidad de una elección entre Trump y este multimillonario haría preguntarnos si el sistema político estadounidense es una democracia representativa o se trata más bien de una oligarquía.

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