Ocuparle
sus caminos
En uno
de los capítulos finales del primer libro de los Discursos, Maquiavelo
reflexiona sobre el fracaso de los enemigos de Cósimo de Médici, el fundador de
la dinastía que gobernó Florencia durante buena parte del Renacimiento. Para
frenar la creciente influencia que el patriarca ganaba en la política
florentina del siglo XV, nos cuenta Maquiavelo, sus rivales maniobraron para
hacerlo arrestar y condenarlo al exilio. Sin embargo, este revés no minó el prestigio
ni redujo el número de partidarios de Cósimo: apenas transcurrido un año de la
sentencia, Medici regresó triunfante a Florencia y, aclamado por el pueblo,
desterró a sus enemigos.
Maquiavelo
explica que el error de los republicanos que se oponían al patriarca fue no
adoptar el “estilo de favorecer al pueblo” que caracterizaba a Cósimo, lo que
hubiera sido una estrategia más segura para frenarle “sin tumultos ni violencia”.
Con base en esta experiencia, el florentino extrae la siguiente máxima: para
hacer frente a un político insolente en ascenso que se vale de una retórica
demagógica, la estrategia más prudente es actuar “ocupándoles los caminos por
los que se ve que él anda para llegar a los puestos que ambiciona”.
Adoptar
el estilo de esos políticos es para el autor de El Príncipe el método
más sencillo y menos violento para quitarles de las manos aquellas armas con
las que se engrandecen y de las que se valen para ganarse al pueblo. Maquiavelo
es enfático al caracterizar a los liderazgos a los que hay que hacer frente con
este método: habla de “insolencia” y de “ambición”, amenazas autoritarias a la
libertad de una república. También subraya el carácter “corrupto” de las
sociedades en las que surgen, donde los arreglos políticos y económicos
tradicionales se encuentran agotados.
Este
episodio, en apariencia lejano, ilustra los dilemas a los que hoy se enfrentan
el Partido Demócrata y la oposición estadounidense en su conjunto: desde las tortuosas
(e inútiles) maniobras para destituir a Trump a través de un juicio político hasta,
sobre todo, la nominación del candidato que se enfrentará al presidente en las elecciones
de noviembre.
Populismos
en pugna
Leído
en clave contemporánea, lo que hace Maquiavelo en este pasaje de los Discursos
no es otra cosa que argumentar que la mejor defensa frente a un populismo de
derecha y autoritario, como el que representa hoy Donald Trump, es la
construcción de un populismo democrático, de izquierda y emancipatorio que “le
ocupe sus caminos”.
Es
una idea que ha estado presente en la oposición a Trump desde la noche misma de
su elección. Tan pronto se conocieron los resultados electorales que daban la
victoria al millonario neoyorkino, un crítico tan popular como Robert Reich llamaba en su página de Facebook a sus simpatizantes a no rendirse. Para Reich, quedaba
claro que “eventualmente la disputa iba a ser entre el populismo autoritario y
el populismo progresista”. Por el momento, el populismo autoritario había vencido,
pero con trabajo e inteligencia, el populismo progresista podría
triunfar.
Esta pugna entre populismos bien podría ser el signo de nuestro tiempo. La idea de que el populismo no es un fenómeno monolítico, sino que, por el contrario, tiene el potencial de tener manifestaciones de distinto signo político ha sido estudiada por politólogos como Cas Mudde y Cristóbal Rovira. Estos autores diferencian entre un tipo de populismo excluyente y otro de signo incluyente. Las diferencias entre ambos consisten en la ideología que acompaña —y en buena medida da sustancia— al discurso populista y la manera en la que se define quién pertenece al pueblo que se invoca.
Actualmente,
la mayor parte de los populismos que existen en Europa mantienen un matrimonio
de conveniencia con el nativismo (la versión xenófoba del nacionalismo) y el
autoritarismo. El Rassemblement (antes
Front) National de
Le Pen en Francia y la Lega de Salvini en Italia pertenecen a esta
familia. El trumpismo en Estados Unidos también. La definición del pueblo al
que apelan es marcadamente excluyente: no incluye a inmigrantes, refugiados ni
a minorías como los musulmanes. Incluso en los casos en que su programa incluye
un conjunto de programas sociales, este adopta la forma de un Chauvinismo de
Bienestar.
Por
el contrario, un populismo incluyente debería de focalizar los recursos
estatales en los colectivos que han sufrido un prolongado patrón de
discriminación, dar voz a quienes no han sido tomados en cuenta y elevar la
dignidad del pueblo, formado no sólo por los “pobres” sino por todas aquellas y
aquellos que han sufrido algún tipo de exclusión. En Estados Unidos, el único
candidato que hoy plantea una propuesta de esta naturaleza para enfrentar al
populismo autoritario de Trump es el senador Bernard Sanders.
El
Partido Demócrata y los nuevos tiempos
Durante el mes de febrero, Sanders ganó el voto popular en el caucus de Iowa, ganó las primarias en New Hampshire y es el favorito en Nevada. Hoy el senador por Vermont no sólo es el pre-candidato con más probabilidad de obtener la nominación Demócrata sino que, de acuerdo con algunas encuestas, es el único entre los aspirantes que podría derrotar a Trump en un cara a cara.
El
movimiento del senador por Vermont ha crecido a partir de la labor de
organizaciones de base, voluntarios y pequeños donantes, resistiendo ataques de
los miembros más connotados del partido, que ven con temor el eventual triunfo
de una candidatura basada no sólo en la oposición a Trump sino al establishment
Demócrata. Es por ello que el momento ascendente que hoy vive la
campaña de Sanders puede, como explicaba Elizabeth Bruenig
en The New York Times, convertirse en un parteaguas en la lucha entre el centro del partido y su ala más izquierdista.
En
2016, ante la amenaza de un outsider autoritario como Trump,
los Demócratas no eligieron para enfrentarlo a un político que le “ocupara sus
caminos” a la manera de Maquiavelo, como Sanders, sino a una políticacurtida
dentro del sistema, como Hillary Clinton.
Frente al autoritarismo nativista del hoy presidente de Estados Unidos, los Demócratas intentaron resucitar lo que la filósofa Nancy Fraser ha llamado “neoliberalismo progresista”: la alianza entre ciertas corrientes de los nuevos movimientos sociales —feminismos, multiculturalismo, derechos LGBT— con las fuerzas del mercado, en la que las primeras “prestan” su carisma a las segundas, dotándolas de una fechada popular y seductora. En pocas palabras, optaron por buscar una continuidad imposible antes que una propuesta de cambio radical que apelaba a las mayorías. Se equivocaron. Y hoy podrían volver a hacerlo.
Los dos rivales de Sanders en la elección primaria más
consentidos por el establishment, Joe Biden, el ex vicepresidente de
Obama y hasta hace poco el heredero natural de la candidatura presidencial, y
Pete Buttigieg, el ex alcalde de Indiana políglota y millennial, repiten,
cada cual a su manera, los errores de la campaña de Clinton en 2016.
Biden personifica la falsa idea de que para derrotar a Trump
es necesario un político centrista que pueda transigir y contemporizar: el mito
de la “elegibilidad”. Por su parte, Buttigieg representa como nadie el elitismo
cosmopolita (en su caso, con una dosis de pinkwashing) contra el que se
rebelaron tantos votantes de Trump[1].
La alternativa más viable de victoria para los Demócratas
está en otra parte.
Como en los tiempos de Maquiavelo, el mundo no vive hoy circunstancias
normales sino extraordinarias (¿cómo, si no, un ex presentador de reality
show sin experiencia política ocupa la Casa Blanca?). Y quizá ese sea el gran
problema de comentaristas, think tanks y el
propio Comité Nacional Demócrata:
no aceptan la nueva realidad.
Llegados a este punto, los consejos del florentino vuelven a
ser provechosos pues, para Maquiavelo, la clave del éxito en política radica en
reconocer la fuerza de las circunstancias, aceptar los dictados de la necesidad
y procurar siempre armonizar el comportamiento propio con los tiempos que se
viven. De no hacerlo, a los Demócratas puede ocurrirles con Trump lo que a los
florentinos que se enfrentaron al patriarca de los Medici: frenarlo les
resultará —otra vez— imposible.
Maquiavelo
elegiría a Bernie
Hoy el
tiempo del elitismo y del “gobierno de los expertos” parece haber pasado. Sin
embargo, el “momento populista” surgido tras el ocaso de la tecnocracia parece,
por momentos, decantarse a la derecha y, más que empoderar al pueblo valiente,
prudente y celoso de su libertad del que hablaba Maquiavelo, en países como
Estados Unidos ha llevado al poder a personajes xenófobos y violentos.
Ante
estas amenazas, el método más seguro para plantar cara a estos nuevos líderes
autoritarios como Trump es respaldar a un candidato que sea capaz de “ocuparles
sus caminos” por medio de un populismo de signo contrario, progresista y
democrático.
En los Estados Unidos, Bernie Sanders es el único candidato que se ajusta a esta estrategia. Es, además, entre los aspirantes a la candidatura Demócrata quien encarna con mayor claridad dos enseñanzas finales que nos dejan los Discursos sobre la primera década de Tito Livio: que la ambición de las élites tiene que mantenerse a raya, pues de lo contrario acaba con las ciudades, y que la concentración de riqueza y la desigualdad son la principal causa de la corrupción de las repúblicas. EP
[1]Mención aparte merecería la candidatura de Michael Bloomberg, aunque
la posibilidad de una elección entre Trump y este multimillonario haría
preguntarnos si el sistema político estadounidense es una democracia
representativa o se trata más bien de una oligarquía.
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