
El reporte Lost Boys respalda el retrato de Adolescence, la miniserie de Netflix: los niños y jóvenes viven una ausencia profunda de modelos de hombres y hombres modelo.
El reporte Lost Boys respalda el retrato de Adolescence, la miniserie de Netflix: los niños y jóvenes viven una ausencia profunda de modelos de hombres y hombres modelo.
Texto de Adán Aguilar & Enrique Siqueiros 23/07/25

El reporte Lost Boys respalda el retrato de Adolescence, la miniserie de Netflix: los niños y jóvenes viven una ausencia profunda de modelos de hombres y hombres modelo.
Las plataformas de streaming mantienen una guerra de trincheras por nuestra atención. Sus armas son películas, series y documentales que intentan romper nuestro letargo por saturación informativa. En marzo de 2025, Netflix lanzó una bomba: Adolescence.
La miniserie es una experiencia de violencia adolescente, de influencias y abusos en redes sociales, y de reacciones de sorpresa, evasión y culpa de entornos familiares y escolares. Un chico británico de trece años es acusado de terminar con la vida de una compañera de la secundaria. Desde el arresto hasta las consecuencias del crimen, la serie retrata las complejas tramas de vida en las que nuestros adolescentes tejen su identidad.
A nivel técnico, Adolescence suma cuatro horas de proeza cinematográfica. Cada capítulo está grabado en una sola toma. Te sientes espectador privilegiado de matices emocionales desplegados de inicio a fin: de casa de Jamie a la estación de policía, de ahí a la escuela y al centro de menores. Y de vuelta a casa, a la habitación del joven. No hay manera de sentirnos ajenos. Las actuaciones también han recibido muchos elogios. Owen Cooper (Jamie) debutó con una interpretación que genera al tiempo compasión y repulsión. El viejo Aristóteles analizó este fenómeno de encontrar belleza en la virtuosa imitación del horror: “Nos deleitamos contemplando las imágenes más exactas de cosas cuya visión es penosa en la realidad” (La Poética, 1448b11-12).
Un joven inglés encarna la pesadilla de todo padre o madre. Un temor que llevó a Stephen Graham, coproductor y actor de la serie —otra actuación cruda y sentida, como papá de Jamie— a crear una historia inspirada en una colección de casos reales. En sus palabras, las noticias de crímenes violentos en adolescentes despertaron una preocupación que muchos compartimos: “Antes, la habitación de nuestros hijos era un lugar seguro; ahora es el más peligroso”.
Pero como muchas pesadillas de papás preocupados, Adolescence puede ser inverosímil y poco representativa. Como sugiere John Duggan en “Adolescence is Unrealistic” (First Things, 2025): un púber de familia unida y modesta, inteligente, articulado, sensible y sin historial de abusos… generalmente no apuñala. Los asesinos de los casos referidos por Graham no necesariamente son del perfil Jamie. Sin embargo, lo relevante de la serie es que denuncia una enfermedad social que avanza veloz, silenciosa y generalizada, como desierto nietzscheano.
La calidad artística de la serie ha sido ensombrecida por realidades locales, conversaciones globales y hasta políticas públicas. Adolescentes que han visto la serie muestran opiniones favorables en torno al tratamiento de la meta-cultura de mensajes en Instagram y al retrato de la manosphere o manosfera, ese conjunto de sitios web y foros de discusión alimentados por algoritmos de recomendación que promueven desde fraternidad varonil, bien escaso en la epidemia de soledad, hasta antifeminismo y cualquier exceso imaginado por ocio puberto, resentimiento y anonimato. Cuerpos públicos como la policía de Portugal han producido guías para explicar a los padres los significados ocultos de los emojis que aparecen en la serie o de jerga específica como el término incel (célibes involuntarios ). La prensa ha sido insistente en el tema, como el periódico australiano The Sydney Morning Herald, que diseñó infografías para ayudar a los padres a hablar con sus hijos y no caer en los errores de los adultos interpretados en la serie.
Quizás el caso más notorio de la influencia del show en la vida real apareció en Reino Unido. El Primer Ministro británico Keir Starmer hizo un llamado a la inclusión de Adolescence en programas educativos, para fomentar discusiones sobre violencia de género y seguridad en línea. Aunque respaldado por muchos, también se hicieron oír críticas a ésta y otras iniciativas similares, acusando el desvío de la atención a las causas multifactoriales de la violencia de género y el estado actual de los adolescentes varones, ignorando hechos como el entorno socioeconómico, el acceso a armas, la calidad de la educación escolar y muchas más. La problemática de los jóvenes es compleja y borrosa, y al tiempo, visiblemente urgente.
Si bien la serie no es tan verosímil, tiene algo de verdad: no es coincidencia que el prestigioso think tank británico, The Centre for Social Justice, publicara en marzo de este año su informe anual Lost Boys, enfocado en la crisis de infantes y jóvenes varones. A lo largo del Reino Unido —y con ecos similares en muchos países occidentales— los hombres jóvenes acumulan desventajas educativas, afectivas y sociales que no solo los marginan, sino que los colocan en trayectorias de riesgo, exclusión y daño, tanto para sí mismos como para los demás.
El rezago empieza desde temprano. Según el estudio a los cinco años, apenas el 60 % de los niños está considerado “listo para la escuela”, frente al 75 % de las niñas. Esta brecha se mantiene hasta la adolescencia: a los 16, ellos obtienen en promedio medio punto menos que ellas en los exámenes estandarizados. La crisis no se detiene al dejar la escuela. El 15.1 % de los hombres jóvenes (16-24 años) está fuera del sistema educativo y sin empleo, cifra notablemente superior al 11.2 % femenino. Hoy son mayoría entre los NEETs (Not in Education, Employment or Training), un acrónimo que no solo captura una estadística, sino una sensación de desconexión, incompetencia y falta de propósito.
La salud mental tampoco ofrece refugio. Las tasas de suicidio entre varones de 15 a 19 años triplican las de las mujeres. En algunas regiones del Reino Unido, un joven tiene hasta seis veces más probabilidades de quitarse la vida. No es casualidad: los hombres suelen tener menos redes de contención emocional, menor acceso a espacios seguros para hablar de sus problemas y crecen bajo mandatos culturales que aún castigan la vulnerabilidad con desprecio.
A todo esto se suma el terreno digital, donde los algoritmos y las redes no han hecho sino exacerbar el desorden y el vacío. Mientras los modelos masculinos saludables escasean, influencers de la manosphere como Andrew Tate lideran el escenario. En ese universo, 91 % de las víctimas de sextorsión son varones, y uno de cada cuatro adolescentes varones consume pornografía casi a diario, donde 88 % del contenido muestra violencia. La masculinidad que se les ofrece es brutal, simplista y misógina.
El reporte Lost Boys respalda el retrato de Adolescence: los niños y jóvenes viven una ausencia profunda de modelos de hombres y hombres modelo. Dos millones y medio de niños en Reino Unido crecen sin su papá en casa, y el 76 % de los jóvenes en custodia penal no tuvo una figura paterna. El vacío que deja la ausencia de figuras paternas o mentores sanos es rápidamente ocupado por discursos extremos, y promesas de poder y placer en plataformas como Discord, Reddit o 4chan.
Pero esto no es un problema sólo de Inglaterra: quizá la instancia de violencia adolescente más extrema está en el mismo lugar donde se originaron estos algoritmos de agrupación y radicalización, escalados por una baja regulación armamentista: Estados Unidos. Según el Washington Post, desde la masacre de Columbine en 1999 ha habido 428 tiroteos en escuelas. Y entre los atacantes, los adolescentes hombres son mayoría abrumadora: el 70 % tenían menos de 18 años. Los tiroteos estadounidenses y de otros países dejan de ser tragedia individual para convertirse en síntoma colectivo: una generación de chicos que, sin comunidad, sin propósito y sin guía, encuentra en la violencia la única manera de hacerse visibles. Por eso Scott Galloway, psicólogo NYU, repite una y otra vez una sentencia que sacude cualquier foro: “estamos generando al ser más peligroso: un varón, solitario, aburrido y resentido”.
La falta de representaciones sanas así como el uso precoz y desmedido de tecnología sociales son un cóctel molotov. La psicopatía es atípica, pero la adolescencia solitaria, lastimada y radicalizada está volviéndose un fenómeno generalizado, resultado del aislamiento social, la ausencia de hombres admirables, y la exposición temprana y desproporcionada de contenidos violentos.
No basta con señalar síntomas: repensemos cómo cuidamos, educamos y acompañamos a niños y jóvenes.
Adolescence muestra cómo los adolescentes, particularmente varones, viven procesos de construcción de identidad al interior de cajas de resonancia, amplificadas por morbo y anonimato, en las que sus problemas los convierten en víctimas, ofreciendo un falso sentido de pertenencia y alimentando reacciones virulentas y agresivas. Si los jóvenes encuentran opciones viables, abiertas, saludables para expresar y retar sus crisis, la resonancia puede volverse diálogo. El reto compromete actores familiares, escolares y políticos por igual.
A nivel individual, las y los adolescentes necesitan ejercitarse en pensamiento crítico y habilidades socioemocionales. Pensamiento crítico, para dimensionar adecuadamente sus experiencias, sin la victimización y radicalización que ofrecen foros virtuales, pero con la atención y espacio que muchas veces se les niega en familias o colegios. Y habilidades “blandas” para construir y disfrutar relaciones abiertas a la complejidad, evitando el simplismo maniqueo del like —conmigo o contra mí— para que puedan convivir con el disenso de forma empática y asertiva.
La construcción de grupos de apoyo es una carencia que puede solucionarse a nivel familiar, educativo y social. Crear grupos de varones para generar espacios seguros de expresión y de crítica, para romper el aislamiento y generar acompañamiento en el viaje personal. A diferencia de los foros virtuales, conformar comunidades de amigos, de gente “que los quiere bien” y les dice verdades a la cara, buscando no la viralización de un mensaje sino el trato uno a uno. La participación de otros varones puede ayudar también a “aprender a admirar”, a considerar modelos a seguir en la vida real.
Finalmente, la serie Adolescence y el reporte Lost Boys nos sugieren un mensaje sutil, pero hondo: necesitamos moderar la narrativa de los varones como “los malos del cuento”. Los niños y adolescentes también son víctimas del machismo y la misoginia. Y dadas sus carencias intelectuales y afectivas, la narrativa que generemos en torno a ellos puede significar la condena o la posibilidad, el mensaje tóxico de Instagram o la mano tendida de carne y hueso. Los niños no son propensos agresores. Solo están perdidos. EP