80 años de recuerdos: un viaje por la historia económica de México de la mano de Francisco Suárez Dávila

Federico Reyes Heroles nos presenta Un viaje por la historia económica de México (y sus crisis). Mis primeros 80 años (Penguin Random House, 2023), libro escrito por Francisco Suárez Dávila, quien con talentosa pluma reflexiona sobre algunos de los eventos que marcaron el rumbo económico de nuestro país en las últimas décadas.

Texto de 04/01/24

Francisco Suárez Dávila

Federico Reyes Heroles nos presenta Un viaje por la historia económica de México (y sus crisis). Mis primeros 80 años (Penguin Random House, 2023), libro escrito por Francisco Suárez Dávila, quien con talentosa pluma reflexiona sobre algunos de los eventos que marcaron el rumbo económico de nuestro país en las últimas décadas.

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Francisco Suárez Dávila es un gran economista, reconocido por su capacidad, seriedad y visión de futuro. Su paso por el sector público sacó lo mejor de él, en tanto que disposición al aprendizaje de los aciertos de otros, siempre en función de lo que es inocultable en su persona: su profundo amor a México. Como legislador mostró su disposición y capacidades para negociar y llegar a acuerdos. Como banquero, su imaginación para encontrar fórmulas adecuadas para impulsar proyectos con beneficios concretos para nuestro país. Como servidor público en Hacienda, la templanza necesaria para enfrentar el vendaval.

“Este texto es, claramente, un ejercicio literario que busca transportarnos a un diálogo imposible, pero muy deseable, entre Justo Sierra, Vasconcelos, Gómez Morín, José María Luis Mora, el profesor Silva Herzog, Limantour y… el Diablo mismo.”

En las sociedades contemporáneas se ha vuelto común manejar a las personas a través de etiquetas. Etiquetas que cercenan las complejidades del ser humano, de las personas. Decir que Francisco Suárez Dávila es solo un economista es profundamente injusto. En primer lugar, porque con frecuencia se olvida que en su origen está otra disciplina, el derecho, troquel de su pensamiento que le dio otra dimensión. Francis, como se le dice casi sin excepción, es un ser humano complejo, pero no confundir con complicado —por cierto es muy común toparse con personas complicadas que… no son complejas; son por el contrario muy simples. Bastante desagradables, por cierto—. No se nace complejo: la complejidad se construye, se trabaja. ‘Complejo’, según la primera acepción de la RAE, es algo o alguien, para el caso una personalidad, que se compone de elementos muy diferentes.

Francisco Suárez Dávila es un excelente técnico y eso en nuestras sociedades sería equivalente a frialdad y distancia. Pero nada más lejano de su personalidad. Es cálido, con un profundo sentido del humor, bien plantado en este mundo con su compañera de vida, Diana, y su amplia familia; y, por si fuera poco, es un gozoso verdadero de lo esencial en la vida, como una buena plática o lanzar un chascarrillo, algo que acostumbra hacer con frecuencia.

Sin embargo, me gustaría escudriñar una duda que me visita hace tiempo. ¿Por qué nuestro amigo —desde hace décadas— recurre a una escritura que mezcla los datos duros con la historia e incluso con anécdotas personales? Francis no se ha propuesto dejar huella como un gran tratadista, se ve que no le interesa. ¿Si no para qué convocarnos al purgatorio, a una convención sobre el futuro de México, como lo hizo hace casi treinta años? Este texto es, claramente, un ejercicio literario que busca transportarnos a un diálogo imposible, pero muy deseable, entre Justo Sierra, Vasconcelos, Gómez Morín, José María Luis Mora, el profesor Silva Herzog, Limantour y… el Diablo mismo.

Este ejercicio literario —que crea un mundo imposible, lo cual es parte de la riqueza de la literatura— me recuerda un bellísimo texto que acabo de leer gracias a un regalo de Eduardo Garza: Mi testamento filosófico, de Jean Guitton. En ese texto, el brillante y prolijo filósofo francés, creyente, cita en su lecho de muerte a numerosos pensadores, a Pascal, por ejemplo, y también a Dante, para debatir con ellos algunos puntos. Bergson lleva a la recamara del moribundo explicaciones más amplias del cristianismo materialista. De Gaulle trae sus dudas y hasta Paulo VI se presenta a verlo. 

Suarez Dávila hizo lo propio dando un paso más: mejor hablar desde el purgatorio, donde no se acepta que hicimos las cosas del todo bien, pero tampoco se nos condena a la hoguera eterna.

Flaubert lanzó un dardo quizá aplicable a esa pasión de Francis por la escritura: “El arte de escribir —asentó el francés— es describir en qué crees”. Pienso que Francis comparte la entraña del escritor: sabe que el razonamiento hablado siempre encontrará un nivel superior de elaboración en las líneas. El propio Rousseau fue en esto implacable: “Un hombre que habla, se divierte. Un hombre que escribe, piensa”. Francisco no hurta, hereda. En los años que decidió hurgar sistemáticamente entre los laberintos de la biblioteca de su padre está parte de la explicación. Un amigo mutuo, Carlos Fuentes, lo vio desde otra perspectiva: “Tienes que amar la lectura para ser un buen escritor, porque escribir comienza contigo”. Francis es un gran lector y eso anuncia al escritor. Francis es un gran conversador y eso delata al escritor. Basta con observar el incansable movimiento de sus ojos que anuncian un verdadero bombardeo de ideas que no pueden ser articuladas oralmente a la misma velocidad. De ahí sus devaneos permanentes con formas de explicar nuestro imperfecto desarrollo económico en un lenguaje cruzado por una sencillez que atraiga a cualquier lector. Volver complicado lo sencillo, es sencillo. Volver sencillo lo complicado, es complicado.

“Pienso que Francis comparte la entraña del escritor: sabe que el razonamiento hablado siempre encontrará un nivel superior de elaboración en las líneas.”

Francis no escribe para los conversos. Quizá por eso en su libro la Reprivatización bancaria fracasada se vería en la necesidad de agregar una estructura de la dramaturgia: Tragedia nacional en 3 actos. Y también en México 2018: en busca del tiempo perdido, que en algo me suena conocido. Ya en el 2013, con cierta desesperación, volvió a su tema-obsesión, sana obsesión, Crecer o no crecer, con resonancias shakesperianas, Del estancamiento estabilizador al nuevo desarrollo. Hombre de letras, el maestro en Economía de Cambridge aprendió muy bien la que para mí es la lección fundamental de Adam Smith y que no está en La riqueza de las naciones, sino en ese bellísimo primer libro que por desgracia se lee poco, pero que contiene buena parte de las grandes coordenadas éticas del pensamiento liberal: La teoría de los sentimientos morales.

En las primeras líneas, en el capítulo “De la simpatía”,  Smith da en la diana: “y será sólo mediante nuestra imaginación que podremos formar alguna concepción de lo que son sus sensaciones…”. Smith se refiere a los sufrimientos de los otros, a esa capacidad que debemos desarrollar para entender el dolor humano y actuar en consecuencia. Le llamamos empatía y, por lo visto, es un bien muy escaso en nuestro país. De no se así, ¿cómo explicar que 7 de cada 10 niños carezcan de un cuadro básico de vacunación? ¿Cómo explicar que se impida la importación de medicamentos imprescindibles para personas que sufren algún trastorno emocional? ¿Cómo explicar los recortes al sector salud y el no ejercicio de casi 300 mil millones de pesos, en un país con carencias inhumanas, y en paralelo ostentar el despilfarro y la obcecación? ¿Cómo explicar el maltrato contra los migrantes, contra las mujeres, o el desdén hacia Guerrero y en particular hacia Acapulco? ¿Cómo explicar…? ¿Cómo explicar…? Por eso el texto del cual aquí escribo, Un viaje por la historia económica de México (y sus crisis). Mis primeros 80 años (Penguin Random House, 2023),1 no podría tener mayor pertinencia. 

Portada del libro

Cuando tuve la oportunidad y el privilegio de leer el manuscrito original, con el realista remate de Mis primeros 80 años, cuando Francis me recalcó su deseo de que el texto apareciera el año que acaba de terminar y con disciplina férrea se dedicó a terminarlo, caí en cuenta de que ese deseo no era un capricho personal. Se me vino a la mente una escena del texto que recupera la imborrable canción de Edith Piaf Non, je ne regrette rien. Ese es el ánimo que cruza estas páginas: narrar la experiencia propia, no por vanidad o por pretensión de trascendencia. Lo que hay detrás es algo muy diferente y poco común en nuestro país: contar la historia desde adentro, compartirla en su complejidad, delatar los errores para evitar el tropiezo con la misma piedra. Pero también recordar que “¡Sí se pudo!” —en palabras del autor— y sí se puede tener un desarrollo dinámico e incluyente.

“[…] es un libro que busca servir a las nuevas generaciones, busca ser útil al compendiar, desde una óptica por supuesto personal, vivencias relevantes para nuestro país.”

En ese sentido, es un libro que busca servir a las nuevas generaciones, busca ser útil al compendiar, desde una óptica por supuesto personal, vivencias relevantes para nuestro país. Se me viene a la mente Max Horkheimer cuando dice que toda experiencia social es, al final, una experiencia personal, individual.

Festejo que Francis se haya dado el tiempo para elaborar esta rica entrega. Festejo que el escritor inconfeso que lleva dentro lo vuelva a visitar. Festejo la limpieza y claridad de la edición. Festejo que Francis festeje así sus primeros 80 años y que nos brinde el privilegio de compartir ese festejo. Festejo que México esté a discusión. EP

  1. Suárez Dávila, F. (2023): Un viaje por la historia económica de México (y sus crisis). Mis primeros 80 años, Ciudad de México: Penguin Random House. []
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