Once puntos sobre el estado de las pornografías en un mundo impúdico

Naief Yehya, narrador y periodista, brinda una serie de reflexiones breves sobre temas en los que es experto: la violencia sexualizada y la pornocultura.

Texto de 25/02/21

Naief Yehya, narrador y periodista, brinda una serie de reflexiones breves sobre temas en los que es experto: la violencia sexualizada y la pornocultura.

Tiempo de lectura: 4 minutos

1. El gran problema o virtud de la pornografía es que en cierta forma es como el humor. Si nos cuentan un chiste que no nos da risa difícilmente vamos a defenderlo o a volverlo a contar. A lo mejor está cargado de sarcasmo o de crítica punzante, es un chiste con valores edificantes, pero si no nos causa hilaridad lo ignoramos esperando que nos cuenten uno mejor, que sí nos haga reír. La pornografía funciona de manera semejante. Algunas imágenes nos parecen excitantes y otras no, independientemente de méritos intelectuales, artísticos, perversos o morales. Es así y eso es todo. Difícilmente es imaginable alguien que pueda entrenar a su cerebro para disfrutar imágenes pornográficas que no lo estimulan. No es como una obra complicada que al ver o leer en repetidas ocasiones finalmente se vuelve comprensible. Por el contrario, si vemos muchas veces algo que nos estimula eventualmente pierde su poder. De ahí que la búsqueda pornográfica nunca acaba.

2. El extraño mecanismo que nos hace excitarnos con unas cosas y no con otras es selectivo y parece operar de acuerdo con improntas en la imaginación, producto de experiencias y genes. Es posible que estas idealizaciones asimiladas puedan cambiar al exponernos a nuevos estímulos pero en general permanecen relativamente estables en términos de lo que nos produce deseos. De ahí que la terapia de conversión para la homosexualidad sea un fraude y que la gente que tiene deseos socialmente inaceptables e ilegales, como la pedofilia o la necrofilia, no puedan simplemente cambiar lo que les estimula. 

3. La noción de manufacturar el deseo a través de una pornografía mejor, más justa, igualitaria, woke, democrática y moralmente aceptable es ingenua. Aunque podemos imaginar que hay quien encuentre estímulos eróticos de esa manera es francamente poco probable. 

4. La pornografía establece un diálogo íntimo y personal con esa impronta mental de lo deseable, de ahí naturaleza solitaria de la pornografía y lo difícil o embarazoso de verla en compañía. 

5. Por supuesto que es deseable y necesario que en la industria pornográfica se respeten los derechos laborales y humanos de los trabajadores, como en cualquier otro ámbito. Lamentablemente no es el caso y la explotación, el abuso y el chantaje son comunes ahí tanto como en buena parte de las industrias y servicios en esta era del capitalismo tardío (como en cualquier otra).

6. Para algunos el criterio que determina lo que es pornográfico de lo que no lo es radica en juzgar si es o no redimible; es decir, si una obra de naturaleza sexual u obscena contiene elementos culturales singulares que la hagan sobresalir de lo meramente lúbrico o lujurioso. Así, el debate en torno a los valores de la obra crea un discurso que separa a lo meramente masturbatorio de lo artístico. Pero la valoración crítica que determina dónde se pone la frontera entre ambos está de origen prejuiciada. Hoy una película pornográfica explícita, hecha en la primera década del siglo XX, se considera un artefacto histórico valioso, aunque sus méritos técnicos no sean superiores a los de cualquier video porno comercial posteado en una de las innumerables páginas del web.

7. La difunta Andrea Dworkin y su cómplice de inquisiciones, Catherine MacKinnon, se asociaron con la extrema derecha estadounidense y canadiense con tal de lograr que se censurara la pornografía y se persiguiera a los pornógrafos y sus clientes. Para la década de los noventa, ese feminismo reaccionario parecía ir de salida con la llegada de activistas y pensadoras agudas que aceptaban que la liberación de las estructuras patriarcales no residía en la negación del deseo y el oscurantismo de lo que nos estimula. Sin embargo, las visiones rancias, condescendientes y antieróticas de Dworkin, quien creía que todo sexo heterosexual era una violación y que la pornografía era propaganda fascista, tienen a su descendencia en el puritanismo charlatán, excéntrico, limitado y fulminante de Gail Dines y otra/os fanáticos que nutren la imaginación de los nuevos victorianos, ansiosos por cancelar y sepultar las expresiones que juzgan indeseables.

8. La pornografía como la entendieron Dworkin, MacKinnon y otras militantes del feminismo de segunda generación de los años 70 no tiene nada que ver con el fenómeno pornográfico contemporáneo, en donde las grandes productoras se han colapsado, donde el “producto” ha perdido valor en un mercado saturado de material gratuito. En donde los nuevos imperios son plataformas como Pornhub, y todo mundo tiene acceso a sitios tube gratuitos donde se mezclan y confunden todo tipo de imágenes y fetichismos, con un mínimo de moderación.

9. La vieja idea de lo pornográfico como un producto secreto creado por la explotación de jóvenes doncellas ha sido reemplazada por la autoexplotación de quienes se exhiben en redes sociales en busca de reconocimiento y “monetización”. 

10. Obviamente, aún hay trata de mujeres y menores, asimismo es cierto que la pornovenganza es una catástrofe que ha causado numerosos suicidios y ha destruido muchas vidas. No obstante, contrariamente a quienes pregonan que basta teclear tres palabras en el buscador de Google para encontrar pornografía infantil, la realidad es que los principales traficantes de esos materiales son agentes del FBI y otras agencias que se dedican a cazar pedófilos. Por supuesto que queda el dark web como territorio semimístico donde todo es posible, pero ahí no se llega por la vía del Google.

11. Lo que en realidad determina si una obra es o no pornográfica no tiene nada que ver con lo que se muestra ni con cómo se muestra, sino con la tolerancia de la sociedad en un momento y un lugar determinado. Es decir, la palabra pornografía es tan sólo un sinónimo de censura o de estigmatización y no una categoría clara y definida. Es evidente que debido a criterios comerciales, ahora consideramos pornográfico y obsceno aquello que incluye penetraciones explícitas y eyaculaciones externas, así como penes erectos y vulvas expuestas. No obstante, hay muchas expresiones consideradas pornográficas que no incluyen esos elementos y otras que sí lo hacen y no son por tanto consideradas pornográficos. Los criterios son esquizofrénicos. Basta pensar que Tumblr, una de las redes sociales más explícitas, decidió eliminar aquellas imágenes femeninas que “presenten pezones”. EP

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