Salvador Novo, el pícaro escritor de Los Contemporáneos, se mudó a Coyoacán en 1941 donde fundió el teatro La Capilla. Veka Duncan sigue sus pasos.
Salvador Novo, historia y leyenda de Coyoacán
Salvador Novo, el pícaro escritor de Los Contemporáneos, se mudó a Coyoacán en 1941 donde fundió el teatro La Capilla. Veka Duncan sigue sus pasos.
Texto de Veka Duncan 19/11/20
En 1971, Historia y leyenda de Coyoacán llegó a los estantes de las librerías capitalinas. Era el segundo título que Salvador Novo dedicaría a narrar el pasado del barrio que lo había adoptado tres décadas atrás. Escrito en el ocaso de su vida (Novo moriría tres años después), el cronista de la Ciudad de México ofrece en el prólogo una reflexión de lo que Coyoacán significó para su escritura:
“En este año de 1971 cumplo 30 de vivir en Coyoacán. Casi la mitad —no podría decir si la más feliz, pero sí que la más fecunda, de mi vida. Un balance somero señala en esos años algunas fechas importantes en mi carrera de escritor: 1946, Premio Ciudad de México por la Nueva Grandeza Mexicana, escrita en el estudio que entonces construí al fondo del jardín para aislarme a escribir mis Memorias —tarea interrumpida y no aún reanudada. En 1947, al colaborar con Carlos Chávez en el lanzamiento del Instituto Nacional de Bellas Artes, tres obras teatrales escribí en la tranquilidad de Coyoacán: Don Quijote en 1947, Astucia en 1948, y La Culta Dama, que estrenaría con gran éxito en 1950.”
Y así fue como la historia de Coyoacán quedaría irremediablemente vinculada a la vida de Novo.
Cuando Novo llegó a Coyoacán, los barrios alrededor de su Centro Histórico estaban cargados de nostalgia, con pastizales que evocaban su pasado rural y un imbricado sistema de callejones cuya traza ha resistido los embates de la modernización. Este carácter pueblerino debió ofrecer un ambiente propicio para la reflexión y la escritura. Novo decidió establecerse en el Barrio de Santa Catarina, a unos pasos del Río Magdalena, que desde los tiempos de José María Velasco había sido fuente de inspiración para pintores y escritores. Novo quedaría prendado de estos rincones que habían quedado como testigos de un México en extinción y, a partir de entonces, se dedicaría a investigar —y también a inventar— la historia de Coyoacán. Desde su estudio en la calle que ahora lleva su nombre, Novo no sólo escribiría sus memorias, sino también las de su entorno, que resultarían en dos referencias obligadas para la crónica de este enclave sureño de la Ciudad de México: Breve historia de Coyoacán, de 1962, y el ya mencionado Historia y leyenda de Coyoacán,de 1971.
La entrega de Novo a la investigación y al rescate del pasado coyoacanense fue reconocida con el nombramiento, en su honor de la calle que habitó: una modesta vía que conecta la zona de los Viveros con la Avenida Miguel Ángel de Quevedo y que fue trazada por el mismísimo ingeniero en 1903[1]. Resulta una coincidencia verdaderamente fortuita —o quizá no—, que la esquina en la que el escritor construyó su casa ahora entrecruce los nombres de los dos cronistas más destacados de Coyoacán: el propio Novo y Francisco Sosa.
Pero el legado coyoacanense de Salvador Novo sobrepasa la crónica. Como él mismo apunta en su balance de la obra que produjo en aquella casa, Coyoacán fue escenario de su mejor dramaturgia, en más de un sentido; no sólo se dedicaría a escribir sus mejores obras teatrales en Coyoacán, sino que también traería el teatro de vanguardia a sus calles.
En 1953, el Teatro La Capilla abrió sus puertas en la Colonia del Carmen, estrenando sus tablas con El presidente habla de Cesare Guilio Viola el 22 de enero de ese año y muy pronto se convertiría en un espacio para las obras que no tenían cabida en los escenarios de la Ciudad de México. Ubicado en una antigua hacienda sobre la calle de Madrid, a primera vista no parecería un espacio natural para impulsar el teatro experimental; las calles de terracería de aquella colonia porfiriana todavía estaban rodeadas por tierras de cultivo, Churbusco aún era río, y su oferta gastronómica en realidad no ofrecía gran cosa, salvo pulque. Sin embargo, cuando Novo adquirió el predio, en 1949, le vio un enorme potencial a sus ya ruinosas construcciones, particularmente a la capilla. Al poco tiempo, el arquitecto Alejandro Prieto emprendió la remodelación de la finca, convirtiendo ese sacro espacio en un teatro que muy pronto recibiría profanas funciones, como Esperando a Godot, que se presentó ahí por primera vez en México. Prieto tenía para entonces una reconocida trayectoria en el diseño de teatros, siendo la firma detrás del Teatro de Insurgentes y el Teatro Xola, entre otros, y hermano del escenógrafo Julio Prieto.
Al ser Coyoacán todavía un pueblo a las afueras de la Ciudad de México, a Novo le preocupaba que las multitudes no se agolparan para llenar las butacas de La Capilla; las vías eran un poco limitadas desde el Centro y la vida nocturna prácticamente nula. Empecinado en atraer al público hasta su pueblo, el escritor echó mano de su segunda pasión: la gastronomía. Lo poco que quedaba de las casas de la hacienda fueron transformadas en un restaurante donde Novo exploró su faceta de chef; de sus experimentos nacieron platillos como el filete a la pimienta negra y la pasta con huitlacoche, con la que probablemente inauguró la comida fusión en México. No es fortuito que fuera también en la década de los 50 que Novo se dedicara a rastrear la historia de la cocina mexicana y donde nuevamente volvería a figurar Coyoacán como lugar de nacimiento del pan, el café y las carnitas – aunque quizá hay que tomar sus fuentes con un grano de sal. EP
Nota al lector: El inmueble en el que el cronista de la Ciudad de México escribió uno de los libros más trascendentes para la historia de la capital, Nueva Grandeza Mexicana, no sobrevivió al ímpetu modernizador. Como a menudo sucede en esta ciudad, la casa de Novo fue demolida en aras del desarrollo para crear en su lugar un fraccionamiento. La empresa inmobiliaria no prosperó gracias a la persistencia de la comunidad vecinal y cultural, pero el daño ya estaba hecho: ahora, en la esquina de Salvador Novo y Francisco Sosa hay un terreno baldío y una somera placa que recuerda la presencia del escritor, ingrato homenaje a su legado en Coyoacán. Ese predio está ahora a la venta y seguramente pasará a manos que borrarán cualquier indicio de su importancia patrimonial para nuestra ciudad. Al asomarse por las roturas de la puerta de madera que resguarda esta ruina, quién esto escribe siempre ha pensado —ingenuamente — que ahí se podría crear un jardín dedicado a las letras y la crónica, pero a sabiendas que los proyectos ecológicos o culturales jamás vencerán a la avaricia inmobiliaria. Quizá una declaratoria de patrimonio artístico abonaría a su rescate, pero, siendo sinceros, probablemente también sería un esfuerzo inútil.
[1] Alberto Peralta de Legarreta, Rescate etnohistórico de callejones y calles de Coyoacán. Un proceso urbanístico colonial y contemporáneo, ENAH.
1 Alberto Peralta de Legarreta, Rescate etnohistórico de callejones y calles de Coyoacán. Un proceso urbanístico colonial y contemporáneo, ENAH.
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