Exclusivo en línea: Una amenaza constante

Taberna es la columna mensual de Fernando Clavijo

Texto de 04/02/20

Taberna es la columna mensual de Fernando Clavijo

Tiempo de lectura: 4 minutos

Casi todos los días camino de madrugada desde mi casa hasta mi natación tomando Insurgentes Sur. A veces creo que tengo miedo, como cuando en la oscuridad me cruzo con un par de borrachos de pinta agresiva o, peor aún, sus guaruras[1]. Entonces miro de frente y camino con decisión. Pero miedo, miedo… eso es lo que siente una mujer, sin importar edad o estrato, cuando se cruza conmigo. Me doy cuenta porque apuran el paso, a veces casi dan un brinco.

No soy un tipo grande ni digno de intimidar a nadie, pero entiendo que todo hombre es una amenaza. “No soy yo”, me digo cuando veo a alguien alejarse de mí a toda prisa, es la amenaza general con la que las mujeres —no esta mujer en particular— se niegan a acostumbrarse a vivir. Esto no existe en un vacío, me digo mientras sigo caminando con lo que entonces me doy cuenta es holgura, sino que responde a una realidad socio-económica específica en la que confluyen empleo, composición familiar, arreglo institucional, todo un sistema en el cual está inmersa la fragilidad (peligrosísima) de la masculinidad[2]. Eso me digo, pero no me quita la sensación de monstruosidad.

El miércoles 15 de enero también caminé en esa dirección, sólo que un poco más tarde, casi a las 10 de la mañana: hora programada para el diálogo entre las Mujeres Organizadas FFyL y las autoridades de la UNAM. (Debo confesar que llevaba tiempo intentando escribir sobre la UNAM, y había pensado en hacerlo a través de la comida que se vende afuera de la Facultad de Filosofía y Letras, mayormente vegana. Como he estado dando clases en el ITAM, se me ocurrió que sería interesante averiguar si existe alguna diferencia en el precio de una bolsa de papas de carrito en cada escuela. Ahora no me parece tan interesante, pero he aquí un resumen de los resultados: una bolsa afuera del ITAM cuesta 18 pesos, y una a la salida de la FFyL cuesta 15 pesos.)

Al llegar a la puerta de la Facultad tomada me dispuse a sacar una foto de las principales demandas de Mujeres Organizadas, y en ese momento alguien dijo “no fotos”[3]. Se abrió la puerta y salieron las integrantes del colectivo, vestidas de negro y encapuchadas, en dirección a la escalinata que lleva a la Biblioteca Central y de ahí hacia el espacio conocido como “los pilares”[4]. Allí estaba la mesa de diálogo y una congregación más bien pequeña de personas.  Entre alumnos y autoridades me encontré con una profesora de la FFyL. “Otro semestre perdido”, le dije a forma de saludo; “con esto aumenta mucho la deserción”, me contestó antes de irse tras un directivo.

El diálogo se centró en las demandas, por el lado de las Mujeres, y en los procedimientos por el lado de las autoridades. Es de esperarse, pero no por eso resulta menos desesperanzador: la voluntad de cambio ataca al sistema y este defiende su funcionamiento. Por ejemplo, se demandan acciones contra acusados, a lo que las autoridades responden que tanto acusadores como acusados tienen derechos. Se demandan cambios a estatutos, a lo que se responde que estos deberían venir como resultado de un debate más amplio. Etcétera, con cada intercambio el problema parece más complejo.

El grupo de gente —interesada, involucrada, espectadora— había crecido considerablemente. Me alejé un poco para para leer los mensajes grafiteados en el edificio vacío: “Muerte al macho”, “Aquí nos matan”, No hay hombres feministas”, “Aborto legal seguro y gratuito ya”, “Mata a tu violador”, “Si se dice homosexual macho se queda / Si se dice libertario macho se queda”, “La UNAM no nos cuida, nos reprime.”

Me alejé un poco más, subí las escaleras amplísimas que llevan hacia Rectoría y me detuve a ver los planos, explanadas, escalinatas y rampas en el espacio de Ciudad Universitaria. “Es la geometrización del paisaje que conforma el espacio, como en Monte Albán”, me dijo una profesora de arquitectura que me acompañaba. Es verdad, es un espacio prehispánico con el estadio (un volcán escarbado) en un extremo, luego el espejo de agua entre Arquitectura y la Biblioteca Central, y más allá, después de un largo recorrido verde y completamente peatonal, el edificio de Ciencias (ahora Humanidades)[5]. Increíble pensar que de estos edificios salió una de las mayores contribuciones a la lucha feminista: la pastilla anticonceptiva.

Caminando por este patrimonio que es CU —a donde cuando yo era chico traíamos a los visitantes foráneos— hablé con mi acompañante sobre la nueva novela de Ben Lerner, en la que el personaje Jane relata varias tonalidades de inequidad de género: minimización ante el éxito académico, burla ante el triunfo comercial, insultos y la amenaza de violencia física y sexual[6]. “Es constante,” aclaró mi compañera, “pero no es abstracta. En mi facultad es un tipo asqueroso, lleva años chingándome.”

Llegamos al edificio hermosísimo del Auditorio Antonio Caso y ahí, en pleno sol, había un carrito de papas. No me atreví a pedir una bolsa, en ese momento decidí cambiar el enfoque de esta reseña. Porque puedo pensar en este tema —la opresión de género— cuando quiero.  Y cuando no quiero, no. En contraste con muchos otros, puedo decidir, y esa es una muestra del tamaño del problema. EP


[1]Las ratas del parque La Bombilla ya no me dan miedo, me dan ternura.

[2]La fragilidad y toxicidad masculina son el nicho psicológico de mayor crecimiento. En los EEUU representan una industria de miles de millones de dólares con libros, terapias y campamentos (e.g., Everyman: become the man you want to be, https://evryman.com/) que desafortunadamente entran en la cultura del self-care y del wellness, un poco como el https://goop.com/ de Gwyneth Paltrow pero con hachas, barbas y fogatas en el bosque.

[3]Para conocer las demandas, visitar https://www.facebook.com/MujeresOrganizadasFFyL .

[4]Como en otros edificios de CU, el canon del Bauhaus se aprecia en la intención de no dejar huella sino permitir la circulación de personas instalando las construcciones sobre pilotes. El propio edificio de Rectoría era así originalmente, hasta que la necesidad de espacio para medios y comunicación “rellenó” estas primeras plantas.

[5]Ambos edificios (Humanidades y Rectoría) fueron criticados por Frank Lloyd Wright por romper con los bajos planos, pero son también los ejes que marcan el movimiento de este espacio.

[6]The Topeka School, pero recomiendo también sus otras dos novelas, 10:04 y Leaving the Atocha Station (esta última con un deus ex machina muy efectivo y que casi se ha vuelto lugar común entre escritores latinoamericanos).


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