Correo de Europa: Francia salva a Europa (de momento)

El camino de Occidente hacia una globalización creativa, capaz de explotar las ventajas de las nuevas tecnologías para intensificar la prosperidad general y de contener y revertir la destrucción física del planeta, había quedado afectado por dos obstáculos inquietantes: el brexit británico y la elección de Trump en Estados Unidos, fenómenos que han acreditado un ascenso insoportable […]

Texto de 18/06/17

El camino de Occidente hacia una globalización creativa, capaz de explotar las ventajas de las nuevas tecnologías para intensificar la prosperidad general y de contener y revertir la destrucción física del planeta, había quedado afectado por dos obstáculos inquietantes: el brexit británico y la elección de Trump en Estados Unidos, fenómenos que han acreditado un ascenso insoportable […]

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Correo de Europa: Francia salva a Europa (de momento)

El camino de Occidente hacia una globalización creativa, capaz de explotar las ventajas de las nuevas tecnologías para intensificar la prosperidad general y de contener y revertir la destrucción física del planeta, había quedado afectado por dos obstáculos inquietantes: el brexit británico y la elección de Trump en Estados Unidos, fenómenos que han acreditado un ascenso insoportable de los populismos.

El tercer episodio que afectaba claramente al futuro de Europa era la elección francesa del presidente de la República, tras un quinquenio de decadencia y desánimo en el país, cada vez más influido por la presión de una extrema derecha que se ha aprovechado de la gran crisis y del mal gobierno para invocar una vuelta al pasado, al proteccionismo, al franco y hasta a la autarquía.

No parece aventurado afirmar que si el populismo hubiera ganado esta vez la partida —la extrema derecha de Le Pen o la extrema izquierda de Mélenchon, con sospechosas coincidencias programáticas entre sí—, la Unión Europea (UE) no habría soportado el nuevo descalabro. Felizmente, los franceses han entronizado al moderado, europeísta y liberal Macron con un apreciable apoyo, que deja abiertas todas las opciones (sobre todo si Macron consigue que el respaldo logrado cristalice también en la Asamblea Francesa en junio). Pero el apoyo otorgado por la sociedad francesa a este mirlo blanco no es incondicional: lo ha prestado a cambio de que Macron cumpla su palabra de rescatar a las clases medias, reducir el desempleo, impulsar el crecimiento, modernizar el Estado, fortalecer y racionalizar a la UE, generar los lazos internos de solidaridad continental que vinculen las instituciones europeas a la ciudadanía. Si fracasase tal designio, el populismo terminaría ganando la partida dentro de cinco años. Que nadie lo dude.

Los dos elementos más significativos del proceso electoral francés han sido, en primer lugar, el fracaso por consunción de la vieja política tradicional, y, en segundo, una peligrosa depauperación de las clases medias, fenómeno que ha producido la irritación más exacerbada de quienes padecen tal reflujo y han decaído irremisiblemente en el proletariado.

En lo tocante al primer elemento mencionado, el fracaso del Partido Socialista y de los Republicanos, ambos excluidos de la segunda vuelta electoral, es reseñable el hecho de que en la primera vuelta los dos principales partidos populistas y antisistema sumaron el 40.88% de los votos (21.30% Le Pen, 18.58% Mélenchon), que llegaba a ser más del 45% del voto si se añadía a esta amalgama el sexto clasificado, el gaullista antieuropeo Nicolas Dupont-Aignan, que alcanzó el 4.8%. De donde se desprende que la victoria de Macron debe situarse en este contexto expresivo: frente a él, el euroescepticismo alcanza al menos la mencionada proporción del 45%, aunque una parte de él no haya querido arrojarse en brazos del neofascismo. En cualquier caso, Macron reinará sobre un panorama políticamente desolado: obligado a construir un nuevo centro sobre las cenizas de las antiguas organizaciones (éste es el sentido de su primer gobierno, una mezcla de sensibilidades liberales y progresistas), nadie sabe, sin embargo, cómo se reorganizará la política francesa, que necesita mantener la clásica dialéctica entre un centro-izquierda y un centro-derecha para no perder la racionalidad democrática.

El segundo elemento en cuestión, la decadencia de la clase media, impone
la necesidad de tomar iniciativas frente a una inacción económica incomprensible en el último quinquenio. Desde hace años, Francia no avanza —en 2016 creció el 1.1% y sólo lleva dos años por encima del 1%—; el paro, del 9.8%, no es excesivo, pero está por encima del 8% que es la media de los países del euro; la deuda se aproxima al 100% del pib… Ha sido últimamente muy citado el diagnóstico del ensayista Nicolas Baverez, quien publicó en 2003 Francia en declive, y efectuó entonces una propuesta de “una modernización alternativa” basada en reformas sucesivas que nunca se han llevado a cabo. La deriva ha provocado una gran fractura entre la Francia rural, feudo de la extrema derecha, y la Francia urbana, encastillada, aviejada y renqueante…

Ambas características —fin de la vieja política y creciente proletarización—, que son comunes al brexit y a la elección de Trump en los Estados Unidos, planteaban un dilema a los franceses, que podían arrojarse al populismo o reconocer los errores del cosmopolitismo y abogar por las reformas y por un replanteamiento de la globalización, como sugería Macron. Finalmente, han actuado con inteligencia y se han inclinado por la menos mala de las soluciones. Pero no es una adhesión incondicional ni perpetua. La victoria de Macron es una esperanza para todos los europeístas del continente, y en cierto modo una oportunidad para la idea de reconstruir a la UE con las experiencias aprendidas, pero no debe perderse de vista que ésta es, como ha quedado dicho, la última oportunidad. EstePaís

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Antonio Papell, periodista y analista político español, es autor de Elogio de la Transición (Akal, Madrid, 2016) <@Apapell>.

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