La CDMX: los perdedores de la polarización

Los resultados de las recientes elecciones en CDMX suscitaron diversas controversias. ¿Cómo se llegó a ese punto? En este agudo análisis, Antonio Villalpando explica las causas de esta “polarización política”.

Texto de 25/06/21

Los resultados de las recientes elecciones en CDMX suscitaron diversas controversias. ¿Cómo se llegó a ese punto? En este agudo análisis, Antonio Villalpando explica las causas de esta “polarización política”.

Tiempo de lectura: 10 minutos

Los resultados de las elecciones del 6 de junio en la Ciudad de México generaron un torbellino de clasismo y especulación. De repente, la geografía electoral despertó el interés en una realidad que muchas personas no quieren ver o que, incluso, no han visto: que la CDMX, al ser un microcosmos de una zona metropolitana y un país sumamente desiguales, está polarizada socioespacial y económicamente. La “polarización política”, en tal caso, se corresponde con esta sociedad capitalina, cuya estratificación es cada día más aguda, una división más tajante que la que existe entre quienes defendemos las libertades y sus detractores.

The Great Divide

La Gran Divisoria es una frontera orográfica e hidrológica que parte América en dos; a su poniente están los ríos que desembocan en el océano Pacífico y a su oriente los que desembocan en el Atlántico. Muchas y muchos tuiteros vieron algo similar en el mapa de alcaldías por fuerza electoral vencedora hace unos días. Como documentó el doctor en políticas públicas Enrique García-Tejeda en una entrada de Medium, esta histeria de la división política fue causada por un uso tramposo de los mapas. La supuesta berlinización de la CDMX, en la práctica, es tan sólo un reacomodo modesto de las preferencias políticas de una proporción minoritaria del electorado. No es como que del lado poniente de Circuito Interior oriente todos seamos panistas.

Ahora bien: este reacomodo, aunque no es insustancial, despertó un “debate” sobre las diferencias entre el poniente y el oriente de la ciudad. Algún mentecato hizo un meme que caracterizaba al occidente como pagadores de impuestos y al oriente como recipientes de subsidios. Otros tuitstars se enfocaron en contravenir esta agresión clasista con mensajes de unidad que enfatizaban nuestra cooperación, algo a lo que todas y todos deberíamos contribuir. Sin embargo, ninguna de las dos cosas es cierta: todos pagamos impuestos y todos recibimos subsidios de una u otra forma, pero nuestra convivencia citadina está lejos de ser una relación simbiótica, igualitaria y horizontal. Existe una división sumamente clara entre los ganadores y los perdedores de la polarización, y aunque no coincide perfectamente con ningún límite sociopolítico, esta es visible a varias escalas, entre ellas, el nivel alcaldía. 

“…todos pagamos impuestos y todos recibimos subsidios de una u otra forma, pero nuestra convivencia citadina está lejos de ser una relación simbiótica, igualitaria y horizontal”.

Empecemos por algo simple: ¿cómo se ven nuestros ingresos? No es ninguna sorpresa que los hogares más afluentes estén en la alcaldía Benito Juárez, la pequeña “Suiza” de México. Llama la atención que, al pasar a la alcaldía Iztapalapa, el promedio de ingresos corrientes por hogar se reduzca cuatro veces en comparación con la BJ. La posición privilegiada de dicha alcaldía como nodo entre Santa Fe, Coyoacán, Cuauhtémoc y Miguel Hidalgo, aunada a su traza urbana, causa que vivir en la mayoría de sus colonias sea una posibilidad sólo para los deciles superiores de la población. No es descabellado especular que muchos habitantes de esta alcaldía crucen la frontera no tan imaginaria entre el poniente y el oriente de la ciudad sólo para ir al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.

Si nos preguntamos sobre las condiciones laborales, aunque la imagen se vuelve más compleja, también se dibuja sobre la ciudad una dinámica socioespacial congruente con el ingreso. Si preguntamos, a modo de proxy sobre la ‘derechohabiencia’ laboral, si alguno de los miembros económicamente activos de la familia recibió aguinaldo en 2018, lo que resultaría por alcaldía sería algo como esto:

No invoco esta tendencia con la finalidad de escribir una crítica superficial hacia las clases medias o altas como las que se han escuchado durante los últimos días. Estos indicios de una dinámica socioespacial tan claramente segmentada sustentan una discusión algo más profunda: la relación que existe entre los polos de desarrollo al interior de México, sus ciudades y hasta sus municipios. Y es que México es como una matrioska: cada división político-administrativa desigual y polarizada tiene, a su vez, subdivisiones político-administrativas desiguales y polarizadas a su interior. En muchas ciudades, como CDMX, el mosaicismo socioeconómico sólo se detiene a nivel colonia, la que, probablemente, sea la unidad máxima de sentido socioeconómico en este país. Pero más allá de que caminar de la Hipódromo-Condesa hacia la colonia Valle Gómez sea en sí mismo un viaje entre realidades sociales, enfoquémonos por ahora en el nivel alcaldía.

“México es como una matrioska: cada división político-administrativa desigual y polarizada tiene, a su vez, subdivisiones político-administrativas desiguales y polarizadas a su interior”.

Atravesar la CDMX de poniente a oriente es una experiencia peculiar que no muchas personas pueden describir, sea porque no cruzan esta frontera, o bien, porque estamos tan acostumbrados a la desigualdad que las únicas diferencias que nos impactan son entre zonas urbanas y rurales. Sin embargo, observando con agudeza, es posible notar la gradiente que define a la ciudad. Si te desplazas a pie hacia el oriente, verás cambios dramáticos tanto en la traza y la infraestructura urbanas —forma, tamaño, materiales y estado de conservación de casas y edificios— como en la gente —indumentaria, estatura, complexión, fenotipo, acento—. Las amplias avenidas de Polanco, ese camino adosado hecho de concreto hidráulico o reforzado siempre en perfectas condiciones con sus aceras de adocreto amuebladas con acero inoxidable, se torna en agrietadas calles de asfalto semiflexible y banquetas sinuosas a medida que te aproximas al centro de la ciudad. Al atravesar hacia el oriente, el panorama cambia aún más: sobre el asfalto irregular circulan vehículos de transporte público y automóviles con claras salpicaduras de lodo en llantas y travesaños, señal inequívoca de que transitan por calles sumamente deterioradas o con escasa infraestructura en la conurbación oriental.

Estas diferencias en la infraestructura pública tienen varias causas que un o una urbanista podría describir mejor que yo; pero, sin lugar a duda, la ratio entre inversión y población es un proceso general que describe más o menos bien esta diferencia tan pronunciada. Mientras que la llamada ‘ciudad central’ (las alcaldías Benito Juárez, Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo y Venustiano Carranza) se despobló desde la mitad del siglo pasado —al pasar de 2,234,795 habitantes en 1950 a 1,838,211 en 2020—, la población residente del primer contorno de la ciudad (Álvaro Obregón, Azcapotzalco, Coyoacán, Cuajimalpa, Gustavo A. Madero, Iztacalco e Iztapalapa) se multiplicó ocho vecesde 676,120 habitantes en 1950 a 5,437,007 en 2020— (Gobierno de la Ciudad de México, 2001; INEGI, 2020). El caso paradigmático es la alcaldía Iztapalapa, cuya población aumentó en ese periodo ¡24 veces! —de 76,621 en 1950 a 1,835,486 en 2020— (Ídem). Pese a que las últimas administraciones de la ciudad han tratado de extender el paraguas de servicios hacia el oriente, la atomización de los proyectos de inversión pública y la inequidad presupuestaria entre alcaldías —las principales responsables de la obra pública y del desarrollo urbano— han impedido aminorar la distancia entre estos dos mundos de vida material. La alcaldía Benito Juárez, a 2021, tiene un presupuesto por habitante de 4,843 pesos, mientras que el de la alcaldía Iztapalapa es de 2,987 pesos por persona (SAF-CDMX, 2021). 

Este indicador no dice mucho sobre la voluntad política o la racionalidad del gasto; la composición del presupuesto es una tarea más compleja que involucra estrategias, líneas de acción, proyecciones y análisis costo-beneficio. Añádase que saber cómo ejerce cada alcaldía lo que tiene presupuestado es, hasta cierto punto, un acto de psicomagia, pues la fiscalización de los egresos en México es aún un ejercicio esencialmente jurídico-contable, “de que cuadren las cifras”, pero que está subdesarrollado en términos del cálculo del beneficio para la ciudadanía. Sin embargo, de todas formas, es notorio que regiones de la ciudad que reciben turistas, inversión y dinero fideicomisario a manos llenas dispongan de más presupuesto (relativamente) que las extensas cuadrículas habitacionales de la Gustavo A. Madero o de Iztapalapa —con la notable excepción de Milpa Alta, la alcaldía más rezagada en desarrollo humano y la que más presupuesto recibe por habitante—. No es una casualidad, pues, que el metro colapse ahí donde ‘se va’ el agua y se inunda cada que tromba. Si observamos el nivel de carencia por calidad y espacios de la vivienda (materiales y calidad de pisos, techo y muros, así como personas por habitación), resulta que esta realidad de desventaja material no se queda del otro lado de la puerta:

Esta división socioespacial, más que una Gran Divisoria, es en realidad un fenómeno radial y, en muchos aspectos, concéntrico en relación con el proceso de conurbación de la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM). Describirlo así, no obstante, sugeriría que los “círculos exteriores” sólo se han rezagado en integrarse al desarrollo metropolitano, pero no sólo es eso. La llamada ‘ciudad central’ se ha vuelto cada vez más inaccesible para la mayoría de los habitantes de la ciudad y, a la par, ha incrementado su demanda de trabajo no calificado. Al reemplazar al pequeño o pequeña comerciante por servicios de lujo como cierta clase de restaurantes y bares, las zonas afluentes de Benito Juárez, Miguel Hidalgo y Cuauhtémoc y, en menor medida, Coyoacán y Venustiano Carranza, son el epicentro de un fenómeno conocido, por lo menos, desde la década de 1960: la gentrificación.  

Polos opuestos, ¿se atraen?

Desde que la socióloga Ruth Glass acuñó el término gentrification —de gentry, ‘baja nobleza’ o ‘burguesía terrateniente’—, es decir, la expulsión de los habitantes originales de las colonias centrales de las ciudades producto del incremento de los alquileres, se ha acumulado evidencia de que este proceso socioespacial camina de la mano otras dos tendencias.

“De la mano del llamado ‘cartel inmobiliario’, muchos espacios de la ciudad se han vuelto cada día menos costeables para la mayoría de los capitalinos”.

Por un lado, como lo documenta un estudio hecho en la Universidad de Harvard, esta expulsión concéntrica de ciudadanos corre a la par del adelgazamiento de las clases medias: una pequeña proporción de estas logra ascender al escaño de las gentries —y vivir en las zonas céntricas— mientras que el resto —la gran mayoría— se integra de a poco a los deciles de menores ingresos. Aunque la evidencia de dicho estudio se refiere a ciudades de Estados Unidos, la Ciudad de México también da cuenta de este proceso. De la mano del llamado ‘cartel inmobiliario’, muchos espacios de la ciudad se han vuelto cada día menos costeables para la mayoría de los capitalinos, ello, con la complicidad de políticas y políticos de varios partidos y administraciones. La consecuencia más visible de ello es la atomización de los espacios habitacionales: el alquiler de habitaciones individuales y la creciente tendencia a vivir con roomies, la forma glamurosa en que cierta clase media le llama a su hacinamiento.

Por otro lado, esta fuerza centrífuga también ha tenido consecuencias políticas. Esta clase media hacinada no es, ni de cerca, parte de los perdedores de la polarización. Ellas y ellos se resisten a la expulsión concéntrica por una razón: en la gran mayoría de las ocupaciones derivadas de la educación superior, pero especialmente las liberales —diseño, mercadotecnia, comunicación, ciencias sociales, ciencias naturales, etcétera—, es imprescindible, o por lo menos altamente recomendable, permanecer cerca de sus empleadores o clientes: las dependencias gubernamentales, las universidades y las empresas relativamente desarrolladas. Como lo notan el geógrafo francés Christophe Guilluy (2019) y Michael Lind (2020), profesor de la Universidad de Texas, los núcleos urbanos y sus zonas gentrificadas concentran a las clases [desigualmente] integradas a la globalización y su modelo socioeconómico. Estas clases se distinguen políticamente porque, debido a su nivel de educación formal, tienden a tener en alta valoración los temas de la agenda progresista fincados en los valores posmateriales como la equidad de género, el cuidado del medio ambiente y los derechos sexoafectivos. Claro está: en muchos casos, no es que estas clases medias hacinadas tengan todo lo demás resuelto —o no estarían hacinadas—; pero para seguir asimilados al lado afluente de la ciudad y la sociedad, también han de hacer ciertas concesiones políticas.

“La pérdida de terreno capitalino por parte de la izquierda se debe, en gran medida, a que esta no ha logrado consolidar una alianza interclasista.”

Entonces, ¿qué pasó en CDMX? ¿Se volvió ‘antiderechos’?

No. Además de que, como se mencionó, el tránsito electoral hacia la derecha por parte del poniente de la ciudad surge de cambios más bien modestos en las preferencias políticas respecto de elecciones anteriores, el sentido del voto debe ser interpretado en función de la polarización aquí descrita. La pérdida de terreno capitalino por parte de la izquierda se debe, en gran medida, a que esta no ha logrado consolidar una alianza interclasista. Como apuntó el profesor de la UNAM, Massimo Modonesi, cuando el proyecto obradorista y su vehículo electoral ganaron las elecciones de 2018, no estaba claro si el nuevo gobierno sería progresista in extenso, o bien, una más de las llamadas ‘revoluciones pasivas’ de América Latina (2018). Visto a la distancia, parece más lo segundo debido a dos rasgos: el bonapartismo del presidente y “la incorporación de demandas populares en un proyecto conservador” (Ídem). Sin embargo, para sostener una alianza con las clases medias y altas, una revolución pasiva debe ofrecer ciertas reformas a cambio de su lealtad. Además del colapso de la línea 12 del metro, un factor nada despreciable, la alianza de Morena con el PES, así como las diatribas familistas y ultraconservadoras del presidente, cancelaron la noción de que la fuerza política hegemónica está en un polo opuesto en términos de libertades. Quienes ironizaron que los sectores progresistas de la ciudad se “dispararon en el pie” al votar a la oposición, lo dicen como si antes el 6 de junio Morena y la oposición hubiera sido abiertamente antagónica en la agenda de los derechos. 

Es un rasgo característico de las gentries suponer que los asuntos políticos se dirimen en las arenas posmodernas y posmateriales que a ellas y ellos les apasionan. No obstante, lo que probablemente afianzó la resegmentación política de la ciudad fueron intereses económicos específicos más directos en los que Morena y el bloque opositor sí han antagonizado: la red de sustento y fomento de la clase media educada —como la política educativa y científica— y la ministración de apoyos gubernamentales —la política social—. Si bien estas arenas de política residen en gran medida en el nivel del gobierno federal, es ingenuo suponer que el presidente no estuvo presente de manera simbólica en la elección por no haber estado en las boletas. Además, como señala Michael Lind, la clase profesional citadina, al tener en su educación su identidad más firme, asume que un dinero gastado en su desarrollo es dinero bien invertido —con independencia de que se puede demostrar el efecto multiplicador de la investigación científica y la educación—, mientras que quienes desempeñan los trabajos manuales y que no poseen la estima social que otorga la educación superior se sienten más identificados con su comunidad y su familia y, en consecuencia, con la oferta política que ofrezca beneficios más directos para ellas y ellos en esos términos.

“Lo que posiblemente sustentó el cambio fue el sustrato socioespacial que nos polariza cada vez más”.

Conclusión

Aunque es un tema para otro artículo, la pasada elección no se definió en la CDMX en función de qué fuerza política estuvo a favor o en contra de los derechos y libertades, porque ninguna estuvo decididamente a favor. Lo que posiblemente sustentó el cambio —modesto, repito— fue el sustrato socioespacial que nos polariza cada vez más: los espacios iluminados, pavimentados y adoquinados en los que residen los ciudadanos que se han integrado mediante su educación a cierta prosperidad material y cierta clase de valores, versus las áreas de la ciudad que parecen irreversiblemente deterioradas y que son habitadas, en mayor proporción, por dos grupos sociales: los trabajadores no calificados que sostienen la economía de la ciudad central con empleos mal pagados y sin prestaciones, así como las y los exiliados de las antiguas clases medias que han perdido la brutal competencia por vivir ahí donde el metro no se cae y donde corre agua todos los días. EP

Referencias

Gobierno de la Ciudad de México. (2001). Programa General de Desarrollo Urbano del Distrito Federal 2001. Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial. 

Guilluy, C. (2019). No Society: El fin de la clase media occidental (1.a ed.). Taurus.

INEGI. (2020). Cuéntame | Información por entidad. Instituto Nacional de Estadística y Geografía. 

Lind, M. (2020). The New Class War: Saving Democracy From the Managerial Elite (1.a ed.). Portfolio/Penguin.

Modonesi, M. (2018, agosto 2). México: El gobierno progresista «tardío» Alcances y límites de la victoria de AMLO. Nueva Sociedad | Democracia y política en América Latina. 

SAF-CDMX. (2021). Presupuesto de egresos 2021. Secretaría de Administración y Finanzas de la Ciudad de México. 

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