1
Una
tabla de arcilla (circa 250 y 300 a. C.) narra la interacción entre hombre y
pez demonio más antigua de la que se tiene registro.
Un
grupo de pescadores bengalíes, con los anzuelos limpios, volvía al Puerto de
Kolikata cuando uno de los hombres en cubierta alertó sobre un resplandor
intermitente bajo el océano. Pasado un rato, emergió el cadáver de un pez que
ninguno de ellos pudo clasificar, negro como las antiguas naves de guerra. Con
la intención de venderlo, lo recogieron y colocaron en una vasija con agua de
mar.
Bajaron
al pez de la embarcación y, para exhibirlo, le atravesaron un gancho en la
superficie de las branquias. Los mercaderes y transeúntes miraban asombrados al
animal cornudo, pero nadie estaba dispuesto a entrar en el aura tibia que
emanaba del espécimen.
Terminó
el día de mercado sin que ningún usurero o rico excéntrico se interesara por el
pez demonio. Tal vez, pensó el líder del grupo, tendrían mejor suerte con un
espécimen vivo, en especial si conservaba su luz. Reunió a sus hombres y
acordaron zarpar en la madrugada. Por la noche, el cadáver del pez demonio
alimentó a dos de las familias de los pescadores y a sus gatos. Salieron a la
hora pactada, pero no hay registro de su regreso.
En
otra tabla, encontrada incompleta, se narra una búsqueda y un ataque de
naturaleza mágica que mermó la población de la bahía. También contiene un
decreto del Consejo de ancianos: “El portal hacia el Reino de los Narakas está
abierto y la humanidad como la conocemos ha llegado a su fin”.
2
Maria
Salomea Skłodowska tenía dieciséis años cuando su padre estrelló contra la nuca
del médico psiquiatra la pecera con las carpas doradas.
Recuerdos
en orden cronológico:
Las
carpas aleteando sobre los cristales rotos. La huida del hospital. Su padre
mintiendo acerca de la sangre en sus zapatos. Un billete de autobús al golfo de
Gdansk. Dos cartas para sus parientes. El ejido que no reconocía pero que por
precisión geográfica (Maria Salomea estaba convencida de la exactitud de los
mapas que compró antes de salir de Varsovia) tenía que ser la propiedad de su
padre. La habitación en planta baja de la casa de granja. La sopa de cabeza de
merluza que le arruinó el apetito.
Fragmentos
de conversaciones:
—No
puede compararse a la fuerza de mi padre.
—Tu
padre dejó de luchar hace veinte años. Está fuera de forma.
—¿Por
qué los niños pequeños se mueven juntos como los lobos?
—Aquí
no hay lobos. Los cazamos hasta exterminarlos.
Lo
demás son cosas sueltas:
Las
manos hundidas en el sazonador de la carne. La arena entre los pies mientras
leía el manual de funcionamiento del nuevo tractor de orugas. El martilleo de
un hueso de durazno dentro de su boca. Los metros de costa que le
correspondían. Personas gritando su nombre. Un sueño donde descubrió que su
madre hablaba sola todo el tiempo y no con el anciano Kotik de orejas
puntiagudas, como creyó durante años.
La
primera vez que Maria Salomea se encontró con el pez, iba o venía del ejido
hacia o desde el pueblo al que tenía prohibido acercarse. Órdenes de su padre.
Un
resplandor púrpura sobre el Báltico en un día sin marea. Los cuernos que la
hicieron pensar en bisontes, aunque la única vez que había visto uno, vomitó
por el asco que le causó el cuerpo desmembrado sobre el camino de terracería.
El pez completo que le recordó a la superficie de la luna.
Durante la noche, Maria Salomea pensó
en lo que el pez le había dicho. Lo que le había dicho sin decirle nada. Pensar
que el pez era capaz de decir algo sería exagerado. No conocía el lenguaje; de
eso estaba segura. Sabía lo que era tener el lenguaje reordenado con base en
parámetros absurdos dentro de la cabeza. En una ocasión olvidó el lenguaje por
completo. Y la inyectaron. Y la electrocutaron. Pero cuanto más lo pensaba, más
le parecía obvio que con el pez se había entendido. Que le había dicho (insinuado, fue la palabra que al
final eligió) que volviera al día siguiente y nadara desnuda junto a él. Pensó
que lo haría, a una distancia prudente. Podía atacarla, y eso le daba miedo.
Estos animales muerden por instinto, decía su padre cada vez que veían las
pirañas en el acuario de Varsovia.
Una
mañana se dio cuenta de que habían transcurrido dos años. Su padre se lo hizo
saber en una carta.
Enfureció
y pensó en contarle que había copulado con un pez. Que volvería a Varsovia y se
matricularía en la primera universidad que aceptara su solicitud de ingreso.
Pero sólo escribió sus saludos y luego corrió hacia la costa.
Se
quitó la ropa. Se sumergió. Se acercó al pez hasta donde el calor era
soportable. Recibió el impacto de una secreción negra y espesa. El orgasmo fue
de una potencia inusitada. Entonces se olvidó de su padre y las lecciones del
pez continuaron.
La
lección sobre la mística de los hilos que unen las partículas en el polvo.
Sobre la mística de los planetas similares a la Tierra. La mística de los
minerales.
Pronto
llegó otra carta de su padre. No estaba dirigida a Maria Salomea, pero uno de
sus parientes la leyó en voz alta para que ella pudiera entender que se
marchaba.
Asuntos
de su padre.
Agitada,
llegó a la costa. El pez ya no estaba y en el paisaje no había nada en que
valiera la pena fijar los ojos.
Bajo
el agua, ahora helada, sólo hubo silencio.
En
la superficie la buscaban a gritos.
3
Dr.
Hiroto, Instituto de Investigaciones de Neurobiología Orientada al Diseño.
Conferencia magistral:
Dedico los resultados de nuestra
investigación a la memoria de los cientos de neurobiólogos que, a lo largo de
las últimas décadas, pasaron su vida refinando el conocimiento que tenemos
acerca de las funciones mentales del piscis
diabolus.
a) El piscis diabolus es un dispositivo generador de
ideas.
b)
Su cráneo contiene el órgano telequinético OT, único en la naturaleza,
responsable de escanear el horizonte vivencial de otro ser vivo y emitir
imágenes y pensamientos hacia éste.
c)
El pez no tiene autonomía del OT del mismo modo en que las personas no la
tenemos de los latidos de nuestro corazón.
d)
El OT genera ideas a partir de los datos del horizonte vivencial. Estas ideas
tienen una precisión escalofriante respecto a aquello que el objetivo, a un
nivel subconsciente, desea ver, escuchar o saber, siempre y cuando dichas
variables puedan resolverse a partir de la información recopilada: todo ser
vivo guarda dentro de sí al menos un acertijo que podría plantearse y resolver
aunque se encontrara desnudo en una habitación vacía.
Con base en estas conclusiones,
convocamos a agencias y corporativos hasta que elegimos a Yandex para colaborar
en una de sus campañas publicitarias. El objetivo era desarrollar una nueva
marca de papel de baño que sería lanzada en el mercado de Europa Oriental.
Reclutamos una muestra heterogénea de la población de Moscú y colocamos a los
individuos en una habitación junto a un contenedor de piscis diabolus. Les pedimos
imaginar un rollo de papel de baño y describirlo a detalle, ponderando pros,
contras, estética, precio y funcionalidad. El resultado fue unánime; y la
campaña, un éxito.
Luego de difundir en Nature los resultados del
experimento, otras transnacionales se acercaron al instituto, pero, como
sabemos todos, el gobierno mexicano restringió el uso de piscis diabolus con el fin de
unificar la ideología de los individuos a favor de la iniciativa privada y el
libre mercado.
Así, la investigación abandonó la
sociología y derivó cada vez más en los estudios psicológicos. Concluimos que,
con la guía adecuada, el piscis
diabolus puede inducir un trance profundo con el cual un
psicólogo entrenado podría “operar” mediante el uso de símbolos, escenarios y
laberintos, psicopatologías tales como fobias, bloqueos, regresiones,
desdoblamientos, etcétera.
De
la fase de experimentación con humanos surgió un caso sobre el que quiero
comentar antes de iniciar la puja:
Un
hombre en sus veintes llegó a mi laboratorio con un caso de TOC (Trastorno
Obsesivo-Compulsivo). Los objetos que desataban su compulsión eran los que
componían la parafernalia clásica de un deporte llamado béisbol que se jugó en algunos
países hasta finales del siglo XXI.
Cuando
era niño, el hombre robó la caja de herramientas de su padre, un excavador
profesional, e hizo un agujero en el casco de aluminio de su patio trasero.
Encontró una esfera que después descubriría que se llamaba pelota. Días después
cavó en el patio trasero de la casa de uno de sus amigos y encontró una esfera
idéntica. Luego lo hizo en el primer nivel de la plaza de su distrito y
encontró una gorra de pelotero. A partir de ese día se dedicó a cavar en cualquier
sitio que le pareciera conveniente. A veces tenía suerte y a veces no, pero no
quería detenerse hasta encontrar un bate con el cual golpear las esferas. Con
el pasó de los meses su obsesión se acrecentó hasta que, mientras buscaban
cascos de aluminio en las afueras del distrito, cavó en la espalda de uno de
sus hermanos.
La
corte decidió no congelarlo como dictaba su sentencia; en cambio, lo enviaron
al instituto como sujeto de pruebas.
Esta pequeña historia sólo fue real
para el paciente. El trance duró menos de cinco horas, pero para él habían
transcurrido dos años. Cuando despertó, su trastorno había desaparecido. El
paciente quería curarse y, con mi ayuda y la del piscis diabolus, construyó,
deconstruyó y subvirtió los símbolos necesarios para tal propósito.
Y es gracias a este caso de éxito que
hoy tengo la autorización y el gusto de iniciar la puja por uno de
nuestros piscis diabolus para
el instituto, laboratorio o psicólogo particular que desee experimentar con el
tratamiento.
Lo
considero un animal invaluable; iniciamos con diez millones de pesos.
¡Veinte
millones!
¿Escucho
veinticinco?
¡Treinta!
¡Quiero
escuchar cuarenta!
¡Vendido por cuarenta y cinco al
representante de la Universidad de Calcuta! EP