Naturaleza Posible: El Pinacate, origen del universo. Entrevista con el biólogo Carlos Castillo Sánchez

En esta nueva entrega de una serie dedicada al tema urgente de la naturaleza y su conservación, Carlos Castillo Sánchez nos habla en entrevista del Pinacate, maravillosa región del noroeste del país, y de las especies que lo habitan, entre ellas el berrendo.

Texto de 05/06/15

En esta nueva entrega de una serie dedicada al tema urgente de la naturaleza y su conservación, Carlos Castillo Sánchez nos habla en entrevista del Pinacate, maravillosa región del noroeste del país, y de las especies que lo habitan, entre ellas el berrendo.

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¿Cuál es el valor de las áreas naturales protegidas en México? Es bien sabido que los espacios silvestres proveen “servicios ambientales” cruciales para el sustento de la civilización: equilibrar el clima, conservar la calidad del aire, controlar los ciclos del agua, proporcionar alimentos, fármacos y espacios de recreación. Sin embargo, esta visión utilitaria del ambiente no da cuenta de los motivos por los cuales muchas personas nos interesamos por la naturaleza. Al escuchar al biólogo Carlos Castillo Sánchez, director regional del Noroeste y Alto Golfo de California de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), se reconoce el asombro, la curiosidad y la pasión que existen en toda persona comprometida con la protección de los espacios silvestres. Al comenzar nuestra entrevista, le pregunté cómo supo que quería dedicarse a lo que llamé, en un intento fallido por sonar poético, “ciencias de la vida”.

“Mi interés por la vida —respondió—, sobre todo la vida silvestre, comenzó desde que pude empezar a hacer dibujos, porque de niño me la llevaba pintando elefantes en las paredes. Siempre me gustaron los animales, me gustaban mucho los reptiles, y cuando estaba por terminar la preparatoria, me llegó información de la Universidad Autónoma de Guadalajara y decidí irme a estudiar biología”.

Carlos Castillo creció en Córdoba, Veracruz. Se graduó con una tesis sobre las iguanas de la isla de San Esteban, en el Golfo de Baja California, y aunque pensaba dedicarse a trabajar con cocodrilos, una invitación a trabajar en el recién inaugurado Centro Ecológico de Sonora lo llevó a ese estado en 1986.

“El primer proyecto que me asignaron fue el de Recuperación del Berrendo Sonorense. El berrendo tiene su distribución, o tenía su distribución, en todo el noroeste de Sonora. Empecé en la región del Pinacate, que todavía no era reserva de la biósfera. Entre 1987 y 1997 fui investigador de esta especie. Recorrí a pie desde los municipios de Caborca y Puerto Peñasco hasta San Luis Río Colorado, porque el berrendo se distribuye también fuera de la región del Pinacate”.

Gracias a un artículo escrito por Carlos Castillo, yo ya sabía que el berrendo es “el único antílope americano que aún existe en Norteamérica y que es considerado el segundo animal más veloz del mundo después del cheetah o guepardo”. Carlos se convirtió en un experto en el comportamiento del berrendo y en la ecología de la región del Pinacate, una sierra volcánica al noroeste de Sonora, muy cerca de la frontera con Estados Unidos. Con base en el trabajo de Carlos y el de otros biólogos de la región, se decidió proteger la riqueza biológica de la zona y en 1993 se decretó la Reserva de la Biosfera El Pinacate y Gran Desierto de Altar.

“En 1996, el Gobierno Federal asumió la administración de la Reserva y el Gobierno del estado me propuso como director del Pinacate, donde estuve de 1996 a 2004. Justo en el año 2000 (al inicio del sexenio de Vicente Fox), cuando se creó la Conanp, inició un proceso de regionalización y me designaron responsable de crear la región Noroeste”.

Después de diversas modificaciones, la región quedó formada por 10 áreas naturales protegidas en Sonora, Sinaloa y las islas ubicadas frente a la costa de estos estados. Una de las reservas más fascinantes, que Carlos conoció gracias a su trabajo con el berrendo, es precisamente la del Pinacate y el Gran Desierto de Altar. Sobre esta zona, Castillo escribe: “Con sus más de 750 mil hectáreas de superficie, la Reserva de la Biosfera de El Pinacate y Gran Desierto de Altar se conforma como un extenso mar de dunas de arena fijas, semifijas y activas (es decir, en constante movimiento) que rodean y cubren parcialmente un inmenso escudo volcánico de aproximadamente 250 mil hectáreas de superficie y con más de 10 cráteres gigantes, cientos de conos de cenizas volcánicas y espectaculares flujos de lava, así como largas y escarpadas sierras de rocas aparentemente desprovistas de vegetación. La combinación de todos esos elementos da a este lugar la apariencia de un paisaje lunar, con la diferencia de que en este entorno inhóspito y solitario vive y se desarrolla una gran diversidad de flora y fauna adaptada a las condiciones extremas del desierto”.

Interesado en saber más sobre el berrendo, le pregunté a Carlos Castillo si este único antílope americano suele cruzar la frontera entre México y Estados Unidos. “Es muy raro que los berrendos crucen carreteras —me respondió—. Están adaptados a andar en médanos, dunas semiestabilizadas o estabilizadas, y el pavimento les resulta muy extraño. En los 10 años que trabajé con ellos, era muy raro que se dieran movimientos, y esto lo pudimos ver una vez que empezamos a poner collares transmisores y a identificar cómo se movían. No tengo un registro de cruce de animales”.

El Pinacate es un sitio sagrado muy importante para la nación Tohono O’odham, que está dividida entre México y Estados Unidos, porque es el sitio de la génesis de su pueblo y del universo

Me parece irónico que las carreteras de asfalto, hechas para permitir el desplazamiento rápido de los humanos, sean justamente las que impiden el libre movimiento del animal más rápido de América.

“En la frontera con Estados Unidos tenemos una doble barrera: por un lado la carretera Sonoyta-San Luis Río Colorado, que es una carretera de mucho tráfico pesado, y por otro lado la línea fronteriza, que en gran parte del Pinacate tiene un cerco muy sencillo, pero que no permite el cruce de los berrendos. Ahora ya hay una gran barrera de metal que se extiende varios kilómetros, de Sonoyta hacia el oeste, pero que todavía deja algunos sitios, sobre todo en las sierras, de libre tráfico de fauna; los aprovechan los borregos cimarrones, que sí se mueven a través de las sierras entre Sonora y Arizona. Para el berrendo es muy poco factible que haya movimiento entre ambos países. De hecho, la población de Arizona estaba ya en una situación muy pero muy crítica: estamos hablando de que tenían 20 ejemplares, y se hicieron capturas del lado mexicano en la zona donde hay mayor cantidad, fuera de la reserva. De ahí se tomaron individuos para trasladarlos a criaderos muy grandes. Este programa tuvo éxito y la población de Estados Unidos empezó a recuperarse bastante bien en el sureste de Arizona”.

Le pregunté cuáles fueron las causas que provocaron el declive del berrendo en México y Estados Unidos.

“La causa principal que llevó casi a la extinción de las poblaciones en Sonora fue la cacería ilegal: la cacería deportiva. Recuerdo que cuando empecé a trabajar en esta región, los ejidatarios ya grandes en aquella época platicaban que personas de otras partes del país llegaban en helicópteros o en aviones a dispararles a los berrendos como deporte, y ni siquiera aprovechaban su carne; simplemente era como tiro al blanco. La distribución, que antes llegaba prácticamente hasta Hermosillo, se fue restringiendo, hasta que quedó confinada al extremo noroeste del estado. La destrucción del hábitat del berrendo por la creación de distritos agrícolas fragmentó a la población y dejó individuos dispersos que fueron eliminados por cazadores ilegales. En este momento, la población en el Pinacate está protegida, pero no es la más importante. La más importante y la de mayor densidad está al sureste del Pinacate; en esa zona se está desarrollando actividad minera, que transforma el hábitat preferido del berrendo, las zonas de dunas semiestabilizadas, llamados ‘médanos’ en Sonora. Los berrendos están siendo desplazados y va a llegar un momento en que no van a tener adónde irse o cómo moverse”.

Una de las cualidades más asombrosas del desierto sonorense es la gran abundancia de vida que tiene. Al leer el texto de Carlos, me sorprendió descubrir, por ejemplo, que las pitahayas, esos deliciosos y exuberantes frutos, provienen de unas cactáceas polinizadas por murciélagos residentes y migratorios. Al respecto, me comentó:

“Rodrigo Medellín —célebre ecólogo de la UNAM y autoridad internacional en el estudio de murciélagos— visita cada año una cueva en el Pinacate, una de las colonias de maternidad más grandes que hay del murciélago polinizador Leptonycteris curasoae, que se alimenta del néctar de las flores de los sahuarios y pitahayas. Ahí se trasladan esos murciélagos y ahí se encuentran estas cactáceas, que florecen entre mayo y junio. Los investigadores monitorean la entrada y salida de las cuevas, tubos de lava que se han convertido en cuevas de murciélagos. Es impresionante. Gracias a la presencia de estos animales, las poblaciones de dichas cactáceas están saludables”.

Cada vez más emocionado, Carlos procedió a contarme que los nativos de la región, los Tohono O’odham, tienen una ceremonia religiosa que coincide con la colecta de los frutos de la pitahaya en la zona. Los ancestros de este pueblo habitaron el Pinacate hace miles de años, y existe una gran cantidad de restos arqueológicos que dan testimonio de la larga historia humana de la zona.

“Cuando leí el libro The Sierra Pinacate, de Julian D. Hayden, sobre la ocupación humana de la Sierra, entendí al Pinacate desde otra perspectiva, porque además de ser un laboratorio a cielo abierto para los geólogos y los biólogos, es un laboratorio para los arqueólogos. Todas las evidencias están a la vista, y pueden tener 10 mil años en ese lugar sin haber sido tocadas por nadie. La teoría de Hayden, que muchos investigadores del inah no comparten, es que la ocupación humana del Pinacate puede ser de las más antiguas de Norteamérica. Hubo periodos altitérmicos en que la zona se convertía en desierto y las poblaciones se iban, mientras que en periodos postaltitérmicos, cuando los cráteres eran lagos y tenían árboles, las personas regresaban. Estamos hablando de miles de años de ocupación humana en diferentes periodos”.

Como si fuera un experto en la materia, Carlos Castillo me habló con detalle de los restos arqueológicos dejados por estas poblaciones intermitentes de la sierra. Después de explicarme que los muertos eran enterrados en sitios sagrados donde aún pueden encontrarse los metates que les pertenecieron, hizo una reflexión que revela la conexión personal que este biólogo polifacético tiene con la zona:

“Cuando ves algo así, te pones a pensar en toda la historia, en todos los siglos que han transcurrido desde que las personas que vivieron ahí hicieron eso. Tendrías que vivirlo, que estar ahí para sentirlo… Es un lugar mágico. Para mí, el Pinacate siempre ha sido, y en eso coincido con los Tohono O’odham, el origen del universo. Para ellos, el universo se creó ahí. Fue el Hermano I’Itoi quien, sentado sobre una olla de gobernadora, empezó a crear a los seres humanos con lodo, arena y agua; en algunos casos no le quedaban bien, pues no tenían manos ni pies: esos eran los peces. El Pinacate es un sitio sagrado muy importante para la nación Tohono O’odham, que está dividida entre México y Estados Unidos, porque es el sitio de la génesis de su pueblo y del universo”.

Ningún área natural, por remota y agreste que sea, carece de significación para algún grupo humano. Durante miles de años, los Tohono O’odham han coexistido en el desierto sonorense con una enorme y frágil biodiversidad. La lección que nos enseñan es que un área natural puede habitarse y protegerse al mismo tiempo, siempre y cuando se encuentre un equilibrio sustentable con el resto de la vida. Las áreas naturales protegidas no tienen porqué estar vedadas a los humanos, sino a las prácticas de explotación ambiental destructiva. El reto de la conservación ambiental está en encontrar la manera de convivir en armonía a largo plazo.

Al concluir nuestra conversación, Carlos Castillo ya me había contagiado su pasión por la naturaleza del noroeste mexicano, y quedé con unas ganas tremendas de visitar el Pinacate, de conocer sus plantas, animales y cráteres volcánicos, y sentir la emoción de estar en un lugar que rebasa por completo nuestra capacidad de comprensión: el origen del universo. Por último, Carlos me confesó:

“Me han invitado a trabajar en otros lugares de la República, pero la verdad es que el desierto me enamoró y quise quedarme aquí. Para mí, el Pinacate sigue siendo mi segunda casa”. 

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