El Coyoacán de Tablada no parece en retrospectiva un entorno que inspirara versos de vanguardia; aún separado de la gran ciudad por la distancia y el resago de los medios de transporte, era todavía un “lindo pueblo” al que “había que trasladarse en tranvías de mulitas”, como el propio Tablada lo describió.
Exclusivo en línea: El Coyoacán de José Juan Tablada
El Coyoacán de Tablada no parece en retrospectiva un entorno que inspirara versos de vanguardia; aún separado de la gran ciudad por la distancia y el resago de los medios de transporte, era todavía un “lindo pueblo” al que “había que trasladarse en tranvías de mulitas”, como el propio Tablada lo describió.
Texto de Veka Duncan 22/01/20
En un artículo publicado por El Universal Ilustrado el 13 de noviembre de 1919, José Juan Tablada define sus poemas sintéticos de la siguiente manera:
“Mis poemas actuales son un franco lenguaje; algunos no son simplemente gráficos sino arquitectónicos: La calle en que vivo es una calle con casas, iglesias, crímenes y almas en pena.”[1] Ya mejores plumas que la que esto escribe han derramado tinta sobre lo que significó la poesía de Tablada; aquí lo que interesa es la calle descrita. Una de las iglesias referidas probablemente sea la Capilla de San Mateo Apostol y Evangelista, en San Diego Churubusco, un barrio de Coyoacán que se resiste a perder su aire de pueblo, evocado también en los versos y memorias del poeta. Sabemos que Tablada nació en Coyoacán y, por sus propios textos, que fue en ese barrio donde construyó su casa, en la calle de Héroes del 47, precisamente a unos pasos de la Iglesia de San Mateo. De esa casa, ahora sede de la SOGEM, perviven testimonios y fotografías que nos permiten reconstruirla con sorprendente precisión, a pesar de haber sido destruida casi en su totalidad tras el autoexilio neoyorkino de Tablada en 1914 y la consecuente toma de la casa por parte del ejército zapatista. Forzado a abandonarla por su apoyo a Victoriano Huerta, el poeta no solo dejó atrás el fruto de sus ganancias, sino también el pueblo de su infancia, al que – a juzgar por los textos y versos que le dedicó – le guardaba un gran arraigo.
Coyoacán, al pasado muerto
El coyote de tu jeroglífico
Lanza implacable lamento…
El Coyoacán de Tablada no parece en retrospectiva un entorno que inspirara versos de vanguardia; aún separado de la gran ciudad por la distancia y el resago de los medios de transporte, era todavía un “lindo pueblo” al que “había que trasladarse en tranvías de mulitas”, como el propio Tablada lo describió. Si bien ese Coyoacán estaba lejos de la vibrante vida bohemia del Centro Histórico y las nuevas colonias modernas que comenzaban a brotar a su alrededor, le ofrecía al poeta la posibilidad de explorar otra faceta fundamental para su creación literaria: la contemplación de la naturaleza. Así, desde que inició la construcción de la casa en 1903 y hasta su fugaz abandono en 1914, Tablada se dedicó a recrear minuciosamente los jardines que lo maravillaron en el país del sol. A través de sus propios escritos, podemos imaginar cómo debió ser aquel jardín japonés que tanto inspiró al poeta y maravilló a sus contemporáneos. En Las sombras largas, Tablada dedica varías líneas a su descripción, particularmente del lago y de las criaturas que lo habitaban:
“Muchas tardes me envolvió el crepúsculo sentado en la verandah del pabellón japonés edificado en medio de mi jardín, despidiéndome en larga y amorosa contemplación de los árboles frondosos que yo mismo trasplanté, de las flores exóticas que logré aclimatar, del lago lleno de peces y tortugas que acudían al verme llegar, de los pijijes de plumaje carmelita y pico y patas de coral, que me acompañaban con extraño murmullo de bienvenida en mis largas rondas por los vericuetos del jardín”.
El pabellón japonés fue retratado en Revista de Revistas en 1913 y esas fotografías aún existen, resguardadas por la UNAM, pero quizá el mejor testimonio de aquellos vericuetos los encontramos en los versos del propio poeta. En Las sombras largas Tablada también refiere constantemene a un sauce, describiéndolo como “el primer árbol que planté con mis propias manos” y “que inclinaba sus largas ramas sobre el lago, como si quisiera coger las estrellas que en él se reflejaban”. Ese sauce se convirtió en protagonista frecuente de su poesía:
Saúz llorón
Romántico saúz, lloraste tanto
Que agobiado, en el río te reflejas
Como en tu propio llanto.
Refleja las cruces
Refleja las cruces
Del cementario rústico
El río llorado de saúces…
Es probable que en este útimo vuelva a evocar la capilla de San Mateo Apostol, entrecruzando la imagen de su propio sauce con el que se encuentra en el atrio, espacio que además debió resguardar un pequeño cementerio. De esta manera, vemos cómo en su poesía se mezcla el paisaje de su jardín con el entorno coyoacanense, ya sea vistos desde su ventana o recorridos a pie:
Nocturno
Sombra del volcán al ocaso
Y en la bóveda inmensa, gritos
De invisbles aves de paso…
Pedregal
A mis pies arroyos de plata;
Brillan bajo el sol y la lluvia
Las piedras del camino de la montaña.
De esos paisajes queda muy poco ya; los volcanes ya no se asoman entre el smog y el jardín se perdió. Quizá tan solo esos arroyos de plata que son los pedregales sea lo único del Coyoacán de Tablada que aún perdura. EP
[1] El extracto corresponde a una carta enviada por Tablada a Ramón López Velarde y reproducida por la revista.
NOTA: Para conocer más de Coyoacán y ver otros textos de Veka Duncan, puedes entrar a https://www.amigoscoyoacan.com/
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