En este reportaje, Guillermo Osorno se enfoca en los cambios y las perspectivas del modelo de negocios del periodismo en México, mediante un análisis de tres medios de comunicación: el primero con un modelo tradicional y luego con dos medios nativos digitales, para reflexionar acerca de lo que está en juego en esta profesión en nuestro país.
En este reportaje, Guillermo Osorno se enfoca en los cambios y las perspectivas del modelo de negocios del periodismo en México, mediante un análisis de tres medios de comunicación: el primero con un modelo tradicional y luego con dos medios nativos digitales, para reflexionar acerca de lo que está en juego en esta profesión en nuestro país.
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Shalma Gisel Mendoza, una chica de 27 años con grandes ojos
negros y cara oval, como cortada en ónice, se inició en el periodismo hace
apenas cuatro años. Trabaja para un medio local en Ciudad Victoria, Tamaulipas,
una urbe de 300 mil habitantes que forma parte del noroeste silenciado por los
narcotraficantes; aquí no se habla ni se escribe de eso, ni siquiera en la nota
roja del periódico. Hace un año asesinaron al corresponsal de Grupo Imagen en Ciudad Victoria, Héctor
González Antonio. Desapareció inexplicablemente y dos días después lo
encontraron con marcas de tortura. La versión oficial fue que González Antonio
había sido asaltado y luego muerto. Los periodistas locales hicieron una
manifestación para que se incluyera su labor periodística en la línea de
investigación sobre el asesinato. Para presionar más, el mismo Ciro Gómez Leyva
—uno de los periodistas más influyentes del país y con un noticiero en Grupo Imagen— presentó en televisión
nacional las últimas cinco notas de González de Antonio, todas relacionadas con
la violencia criminal del estado. Pero como siempre pasa, el caso fue enterrado
en los archivos y quedó impune.
Shalma Mendoza siempre ha sentido una gran pasión por el
periodismo investigativo y encontró en el gobierno local una fuente perfecta
para sus trabajos. El alcalde de Ciudad Victoria, Xicoténcatl González Uresti,
es tal vez uno de los peores del país, según el ranking del periódico Reforma. “Me conocen como la enemiga del
alcalde —dice—, pero yo no escribí nada que no estuviera bien fundamentado”.
Hace poco fue motivo de una campaña de desprestigio: comenzó a circular por
WhatsApp una foto suya, un montaje donde aparece su cara en el cuerpo de una
mujer desnuda. La imagen tenía su nombre, el logotipo y el nombre del medio en
el que trabaja. No era la primera vez que era objeto de alguna violencia; antes
ya la había agredido físicamente la jefa de comunicación del alcalde. Hizo una
denuncia y puso un mensaje en Facebook donde aclaraba que la foto era parte de
una campaña de desprestigio, pero alguien hackeó su cuenta y cambió el mensaje
para implicar que la foto era verdadera. Su editor le dijo que tenía el
respaldo total del periódico —un medio que le pagaba $2,500 pesos a la quincena
por honorarios fuera de nómina, sin seguridad social ni Infonavit— pero la
publicación apenas lo mencionó. Fue otro
medio el que sí sacó la información más completa y respaldó totalmente a
Shalma.
Ella tiene un amigo que trabaja en la oficina de Seguridad
Pública local: le dijo que tuviera mucho cuidado. Si algo le pasaba, era
evidente que el primer sospechoso sería el alcalde de la ciudad. “Pero los
accidentes pasan —dijo— y esos no se investigan”. Finalmente Mendoza salió de
Ciudad Victoria. Vive en la ciudad de México y es parte de los becarios de
Prende, un programa de becas para profesionalizar periodistas de todo el país.
Con todo lo que ha aprendido en la ciudad, sus habilidades de investigación han
mejorado. Cada domingo manda una nota que se publica los lunes en la portada
del periódico local. Sus notas denuncian actos de corrupción o mal manejo de
los arcas de la ciudad. Sigue levantando polvo. Pero no sabe qué hará. Ojalá
pudiera quedarse en la ciudad de México pero aún aquí las oportunidades son
limitadas.
Shalma Mendoza es objeto de todas las violencias que existen
contra los periodistas en México: está silenciada por temor al narco, esta
violentada por las autoridades y trabaja bajo pobres condiciones, pero quiere
seguir haciendo lo que hace; es una periodista que representa el futuro del
oficio en México y está pasando por una encrucijada. Esto se debe a una
combinación de factores: la violencia, la precariedad laboral y el cambio del
modelo de negocios aquí y en todo el mundo. Las viejas fórmulas no han
terminado por desaparecer y las nuevas apenas están viendo la luz. Las
oportunidades para periodistas de talento investigativo como Shalma son
escasas. En este reportaje me centraré sobre todo en el modelo de negocios del
periodismo, porque me parece una pieza crucial para entender cómo va a cambiar
este ejercicio profesional en México.
El modelo tradicional
De acuerdo con Andrew Paxman, profesor de historia y
periodismo del Centro de Investigación y Docencia Económica, la dependencia de
los medios impresos de la publicidad oficial inició en el siglo XIX con El Imparcial, el primer diario moderno
que empleaba reporteros y columnistas, además de recibir generoso dinero del
gobierno porfirista. Con la Revolución desapareció la prensa porfiriana, pero
los nuevos periódicos, como El Universal
(1916) y Excelsior (1917), nacidos
bajo la presidencia de Carranza, tenían el mismo modelo e “incluso tenían a
miembros del gabinete entre los inversionistas”, dice Paxman en una entrevista
por correo electrónico. Los apoyos gubernamentales se fueron normalizando. El
general Lázaro Cárdenas subsidiaba a los periódicos por medio de PIPSA, la
empresa que monopolizaba el papel. El “embute” o “chayote” se hizo una práctica
normal en los regímenes de Ávila Camacho y Alemán. “Durante muchas décadas
otros medios, de corte crítico e izquierdista, dependieron también de apoyos
oficiales, bajo un entendido de permitir ‘válvulas de escape’ y preservar la
posibilidad de que el PRI pudiera argumentar: ‘Aquí no existe censura. ¡Vea Proceso! ¡Vea La Jornada!’”.
Otro modelo de negocios aún bastante común es el del
empresario rico que lanza un medio para chantajear o halagar a los funcionarios
con notas favorables para beneficiar a sus intereses. Durante los años noventa
se vivió una especie de edad de oro del periodismo en México, pues arribó una
nueva generación de periodistas que creía en un periodismo crítico e
independiente, al margen de las dádivas del Estado, como los periódicos
occidentales, El País o The New York Times. Según Paxman, la
formación de esta nueva conciencia está acompañada por algunos cambios
políticos. Salinas quiso modernizar la relación del poder con la prensa y no
sólo terminó con el embute, sino que también privatizó PIPSA, estrategia
alineada con todo su aliento modernizador. En el mismo sexenio llegaron a
México nuevas empresas extranjeras y aumentó el pastel publicitario: así surgió
el periódico Reforma (1993), por
ejemplo, que seguía el modelo estadounidense. Recibía algo de publicidad
oficial, pero no era su principal fuente de ingreso.
Durante el primer o segundo año del gobierno de Calderón
—cuando Reforma tenía ya 12 años de
operar— el péndulo comenzó a cambiar de sentido. El presidente empezó a gastar
de nuevo grandes cantidades de dinero en publicidad oficial, como una manera de
influir la línea editorial de los periódicos y controlar sobre la narrativa de
la guerra contra el narco. Esta tendencia coincidió con un aumento en la
violencia contra los periodistas y con la precarización laboral, pues los
pactos se hacían entre el gobierno y los dueños de los medios, quedando los periodistas
en un segundo plano.
La tendencia de gasto en publicidad oficial se afianzó durante el gobierno de Enrique Peña Nieto. Según la organización Fundar, un centro de análisis e investigación en políticas públicas, el sexenio se caracterizó por recortes en programas en el área de salud, recursos naturales y medio ambiente, con enormes incrementos presupuestales para el ramo 23 de la Oficina de la Presidencia o gasto en comunicación social. Es difícil saber si la ampliación de recursos en este rubro mejora el cumplimiento del objetivo de la publicidad oficial, dice un informe de esta organización: comunicar e informar a la ciudadanía en asuntos públicos.1 En 2018, Article 19 —una organización internacional dedicada a los temas de libertad de expresión— dio a conocer las cifras mostradas en las páginas 10 y 11 sobre el gasto en publicidad oficial, revelando su magnitud y el crecimiento de un sexenio a otro.
El informe citaba a los relatores especiales para la
libertad de expresión de la ONU y la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos (CIDH), quienes concluyeron que “la publicidad oficial es el pretexto
para esperar que la prensa mexicana ofrezca una cobertura favorable para el
gobierno en turno”, con una breve historia de la insatisfacción de algunos
mexicanos ante esta situación, comenzando con las protestas que se encendieron
con la visita del candidato Enrique Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana,
origen del movimiento #YoSoy132, que en sus inicios buscaba la democratización
de los medios. El nuevo gobierno prometió regular el uso indiscriminado de la
publicidad, lo que nunca sucedió. En 2017, Article 19 inició una demanda de
amparo que llegó hasta la primera sala de la Suprema Corte de Justicia,
instancia que el 15 de noviembre de ese año determinó que “El Congreso de la
Unión deberá expedir, durante el segundo periodo de sesiones ordinarias del
segundo año de ejercicio de la LXII Legislatura […] la ley que establecerá las
normas a las que deberán sujetarse los poderes públicos, los órganos autónomos,
las dependencias y entidades de la administración pública y de cualquier otro
ente de los tres órdenes de gobierno, y que garantizará que el gasto en
comunicación social cumpla con los criterios de eficiencia, economía,
transparencia y honradez, así como respetar los topes presupuestales, límites y
condiciones de ejercicio que establezcan los presupuestos de egresos
respectivos”.4 Parecía un triunfo de las organizaciones de la
sociedad civil y una vuelta al camino establecido por las protestas
estudiantiles.
Gracias a esta sentencia se organizó el colectivo
#MediosLibres, que estableció algunos criterios que debían considerarse para el
uso eficiente y racional del gasto público, tales como evitar la desaparición
de la publicidad oficial, definir criterios claros de asignación, contar con
contenidos de utilidad pública y fomentar la pluralidad y la diversidad. El
colectivo intentó reunirse con el Congreso, pero la organización de las
audiencias fue un caos, entre otras cosas porque la diputada encargada de hacer
la convocatoria avisó un día antes por redes sociales, provocando un enorme
enojo entre los participantes del colectivo. En abril de 2018 el Partido
Revolucionario Institucional (PRI), en alianza con el Partido Verde Ecologista
y Nueva Alianza, presentó una ley que nada tenía que ver con los estándares
establecidos por la CIDH o los planteamientos de #MediosLibres. En abril de
2018 se aprobó la Ley General de Comunicación Social, conocida entre las
organizaciones de la sociedad civil como la “Ley chayote”, ya que perpetuaba
los vicios de la asignación de publicidad oficial, pero ahora vueltos ley.
Durante su campaña electoral, el candidato Andrés Manuel
López Obrador prometió reducir 50% el gasto en publicidad oficial y el gobierno
cumplió su promesa. Según fuentes de la Secretaría de la Función Pública (SFP)
citadas por el portal Sin Embargo, se
han gastado $143 millones. En lo que no ha cumplido el gobierno, dice el
columnista Hernán Gómez en El Universal,
5 es en la discrecionalidad del gasto. La misma nota del portal Sin Embargo revela que el periódico La Jornada recibió $31 millones de
pesos,6 el medio que más dinero obtuvo, y se llevan la gran parte
del pastel publicitario los mismos medios que antes. En una mesa en la Feria
del Libro de Guadalajara del pasado mes de diciembre, el vocero de la
presidencia, Jesús Ramírez Cuevas, se comprometió a impulsar una nueva Ley de
Publicidad Oficial, con criterios más claros y objetivos sobre las asignaciones
presupuestarias.
Según Diego Salazar, autor del blog No hemos entendido nada y del libro con el mismo nombre (Debate,
2019), sobre el periodismo y la industria de los medios, la publicidad oficial
distorsionó a los medios en este país. Mientras en el resto del mundo se
experimentaban nuevas maneras de enfrentar el modelo de negocios, frente a la
llegada de Facebook, Google y Twitter, en México los medios tradicionales
recibieron una buena cantidad de dinero por el arreglo entre las cúpulas. Pero
una mejor ley de publicidad oficial no es lo único que va a determinar el
futuro del periodismo en México. Lo será la capacidad de los medios de
adaptarse a nuevas reglas del juego. En las siguiente secciones ofreceré una
mirada sobre tres medios, uno tradicional y dos nativos digitales, con el ánimo
de reflexionar acerca de lo que está en juego.
Un gigante que se
tambalea
Es casi universal el respeto que muchos tienen por Proceso: una revista independiente,
hecha por periodistas, que se ha mantenido por más de 40 años en el mercado con
un modelo de negocios que todavía hoy funciona. En este momento de cambio de
paradigma, Proceso sigue anclada al
modelo tradicional de la venta de ejemplares y publicidad, más una pequeña
diversificación por medio de una agencia de noticias llamada APRO, un taller de
impresión, un proyecto de mensajería que le da servicios a terceros, así como
la publicación de ediciones especiales con mayor tiempo de exhibición y que
normalmente se agotan. Proceso abrió
su página de internet a mediados de los dos mil, y las visitas han aumentado
exponencialmente; esto los ha llevado a preguntarse seriamente cómo debería ser
el modelo en el futuro. Internamente la revista sigue estructurada como un
semanario, con un sitio de internet que tiene un diseño pobre y pocas
herramientas digitales, aunque reciban 25 millones de visitas únicas, según
Comscore. Por eso, no es raro que el consejo de administración, se pregunte si
valdría la pena hacer una inversión importante para poner de cabeza el negocio
y convertirlo en una empresa digital. Pero el dilema no se ve fácil.
La fortaleza de Proceso
siempre ha sido su distribución y la fidelidad de los lectores. En sus mejores
años, más o menos entre 2000 y 2010, la revista tenía un tiraje de hasta 80 mil
ejemplares que se vendían en los puestos de periódicos, con un porcentaje de
devolución muy bajo. Ahora, la revista tira unos 50 mil ejemplares y la
tendencia apunta a la baja. Esta situación a veces los lleva a inflar la
apuesta de sus portadas, con encabezados que prometen más de lo que entregan en
sus páginas interiores. En materia de publicidad oficial, la relación de la
revista con el gobierno nunca ha sido tersa. Es famosa la declaración del presidente
López Portillo en 1982 cuando dijo ante medios nacionales e internacionales:
“No pago para que me peguen”, como justificación del retiro de publicidad a la
revista. El consejo de administración terminó por despedir a trabajadores y
reporteros por aquel recorte. Durante el gobierno de Vicente Fox, Proceso
perdió publicidad oficial de nuevo, a partir de la demanda de Martha Sahagún
contra Olga Wornat por los artículos en que la periodista comprobaba que el
Vaticano había anulado rápidamente el matrimonio de Sahagún con Manuel Bribiesca,
para que ella se pudiera casar con Fox. Sahagún demandó a la periodista por
daño moral y el caso llegó hasta la Suprema Corte de Justicia, que en 2015
absolvió a la revista de la acusación.
La relación con el presidente Calderón fue mala desde el principio. En 2009 la revista presentó una queja contra el gobierno federal ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), por considerar que la política de asignación de publicidad oficial violaba los derechos de la revista y de la libertad de expresión. “La asignación discriminatoria de publicidad puede tener la intención de limitar o afectar el derecho a la libertad de expresión, además de que puede ser considerada como un medio indirecto de presión o censura en contra de la línea crítica que maneja la revista Proceso, circunstancia que contraviene el ejercicio de la libertad de expresión y el derecho a la información”, señala el texto de la queja, firmada por el director del semanario, Rafael Rodríguez Castañeda.7 José Luis Soberanes, entonces titular de la CNDH, prometió atender la queja y pronunciarse sobre la misma, pero dejó el puesto sin hacer ninguna de las dos cosas. Según Homero Campa, actual subdirector de Proceso, la revista inició un camino de litigio estratégico a finales de 2010, con la finalidad de que se legislara sobre el tema de publicidad oficial, pero no logró que se avanzara mucho más en el asunto. Con Peña, el presidente que más hagastado en publicidad oficial en la historia del país, la relación se deterioró casi en el momento de su arribo por una nota del periodista Antonio Jáquez Enríquez en su portada.
Por otra parte, la presencia de la publicidad privada en la
revista es nula, pues es un mantra entre los gerentes de marca mexicanos no
mezclar sus productos entre el escándalo, la corrupción y la violencia que
azotan al país —temas principales de la revista—, asunto que no sucede en otras
partes del mundo. Con la llegada de López Obrador la publicidad oficial ha
regresado a la revista, pero la relación con el presidente no es cordial. Su
descalificación a Proceso y a sus
reportajes tienen un efecto directo en sus lectores, que cuestionan la
legitimidad de la publicación o de plano emprenden campañas de descalificación
e incluso de amenazas a los periodistas. Si el ADN de la revista es la
confrontación con los presidentes, el futuro de esta gran institución se ve
difícil.
Un medio gana mejores
lectores
Sandra Romandía es una periodista de 35 años que comenzó en
medios impresos. Trabajó cuatro años para Denise Maerker en Punto de Partida, donde adquirió muy
buenas habilidades de investigación. Cuando terminó el programa se quedó seis
meses sin trabajar por decisión propia, hasta que recibió dos ofertas: una de
Telemundo y otra de La Silla Rota, un
portal de noticias que había iniciado el periodista Roberto Rock, exdirector
del periódico El Universal. Romandía
se decantó por internet, aunque sabía muy poco del medio, o precisamente por
eso. Como muchos otros sitios a principios de la década de 2010, el trafico
estaba basado en un contenido periodístico débil, vacío y sin profundidad.
Romandía se dio cuenta de que el contenido fácil —de nota roja, basado sólo en
declaraciones políticas, tomado de otros sitios, además de notas con contenido
sexual y del mundo de los espectáculos— generaba respuestas, clics espontáneos,
pero no lectores, ni atraía su fidelidad ni su lealtad. Así que se dio a la
tarea de tratar de mejorar el contenido. La
Silla Rota tenía dos sitios hermanos o “verticales”, uno era subarrio.com.
Tomaron la decisión de cerrarlo para sacar recursos que pudieran pagar la
investigaciones y los free lancers que
las hicieran. “Al principio no estaban leyendo nuestras nuevas piezas”, dice
Romandía, sentada en un café en la colonia Roma una mañana fría de sábado,
“seguíamos teniendo 300 mil usuarios únicos al mes”. Romandía impuso dos
modalidades de reportajes: los de mediano y largo plazo. Mandó a capacitar a
sus reporteros en solicitudes de transparencia y comenzó a rechazar las notas
que estaban mal hechas. Creó un sistema de bonos mensuales, además de mejorar
el ambiente de trabajo y la ambición de sus redactores. Hubo una investigación
llamada “El cartel inmobiliario” que significó un parteaguas en la audiencia
del portal; creció la base de seguidores y a partir de ese momento se dieron
cuenta de que hacer buen periodismo pagaba.
Actualmente, La Silla
Rota tiene una audiencia de 4.5 millones de visitantes únicos mensuales y
entre 13 y 15 millones de páginas vistas al mes. Antes, la audiencia era
predominantemente masculina; ahora el número de lectoras ha crecido. También
comenzaron a captar lectores haciendo notas muy locales y finalmente
diversificaron sus fuentes de ingreso creando otros portales: sumedico.com, que
publica información médica pero su mayor fuente de ingresos son los congresos; Yosoytú, un portal donde canalizaron los
temas de espectáculos, cultura y sexualidad, para que salieran de La Silla Rota; y La Cadera de Eva LSR, un sitio de internet que alberga notas sobre
feminismo y equidad de género, con una editora que tiene injerencia en los
contenidos de los otros portales del grupo, que ahora hace content marketing y pronto hará eventos sobre sus temas.
Cuando Romandía comenzó como directora del sitio, 20% de los
ingresos venían de publicidad federal oficial. El nuevo equipo expandió la
publicidad hacia los estados, incluso a los gobiernos municipales, de tal manera
que no hay un convenio dominante. La dirección general decidió invertir en
mejores ingenieros, analistas de datos y estrategas de marketing, quienes acompañaron el crecimiento del grupo. Hoy son 90
trabajadores que suben en promedio 120 notas diarias y trabajan en una empresa
sana y motivada. “Si entiendes la industria y cómo mantener el medio siempre
tendrás la oportunidad de hacer buen periodismo”, dice Romandía. Es el mismo
caso, por ejemplo, de Sopitas, que
comenzó publicando contenido fácil y después de una reingeniería editorial y de
negocio, logró establecer un medio sano.
La ilustración como
información
Pictoline nació a
finales de 2015 de una manera muy sencilla, pues se trataba de crear —como
dicen los libros sobre nuevos emprendimientos— un producto mínimo viable, ver
cómo funcionaba y hacia dónde tiene que crecer. No vendieron publicidad los
primeros años porque para Eduardo Salles —el fundador— y su equipo era más
importante entender un producto del que no había antecedentes: no es una
caricatura política ni una ilustración, sino la ilustración y el texto como
fuente confiable de información. Aprendieron varias lecciones. Por ejemplo, al
principio había un equipo de cuatro ilustradores que hacían también la
investigación; pero conforme creció la audiencia, se dieron cuenta de que
tenían una enorme responsabilidad sobre la calidad de la información. Entonces
dividieron el trabajo: se dedicaron a chequear las notas y atribuir su fuente.
“Fue una forma de validar la imagen”, dice Eduardo Salles, un joven
expublicista con barba y sonrisa fácil, que a veces trabaja desde distintos
cafés, sumamente concentrado.
Su punto de inflexión sucedió cuando los gerentes de
publicidad comenzaron a acercarse a Pictoline para hacer cosas con el sitio y
cuando esta empresa se empezó a usar como referencia en campañas publicitarias.
Salles se había dado a conocer como ilustrador en internet, luego entró al
medio de la publicidad y eso le ayudó a entender las virtudes y las fallas de
la comunicación en general; por eso no le teme al contenido hecho a la medida,
que es una de sus principales fuentes de ingreso. “Existe la idea de que la
gente odia la publicidad porque se presenta como una intromisión, como una
coerción”, comenta. Cuando el contenido hecho a la medida —branded content en inglés— baja la calidad del sitio, no funciona.
“Una cosa que hicimos bien fue tratar el contenido pagado como valioso y
ofrecer ese valor a los anunciantes. La clave es que tu modelo de negocio y la
oferta de valor estén alineados. Esta es una contradicción muy típica del
periodismo: los gerentes de marca no se quieren anunciar en sitios de política
que además tengan información sobre violencia. La salida es la publicidad
oficial, pero la publicidad oficial controla la línea editorial.”
Otra de las fórmulas de éxito de Pictoline es su búsqueda constante de nuevas plataformas y formatos
para contar historias, como en Instagram Stories, animaciones o TikTok.
“Siempre nos preguntamos qué nuevos formatos puedes encontrar y qué es lo que
puedes ofrecer. El modelo de negocios no debe estar en contradicción con la
oferta de valor. Es decir, los medios ahora no deben poner como antes un muro
entre la oferta editorial y la publicitaria. Ya el mundo no funciona así”.
El futuro ya está aquí
La Fundación Gabo de periodismo convocó a un desayuno el martes 10 de diciembre del año pasado. En el salón Constitución del Hotel María Isabel Sheraton se han congregado los editores de algunos portales, los directores de algunas organizaciones de la sociedad civil que dan dinero para el periodismo y algunos reporteros de lujo. El orador es Jean-François Fogel, de Le Monde, con más de 20 años pensando en el mundo digital ¿Dónde está el futuro? Según Fogel, en un modelo de negocios diversificado, que venda no sólo información sino otros servicios (congresos, contenido a la medida, educación, etcétera), que sepa fidelizar a sus lectores y que esté dispuesto a innovar con los nuevos formatos, además de vivir pegado a las cifras de la audiencia y cómo se comporta ésta. En fin, Fogel tiene esperanza en los nuevos periodistas, pero sobre los medios dice que sobrevivirán los que entiendan que este es otro ecosistema. Y quienes hacemos periodismo deberemos entender y escuchar a las audiencias, atenderlas, cultivarlas y, sobre todo, experimentar con los nuevos formatos para contar las historias. EP
1. Fundar, “Cada año se gasta más en publicidad y no sabemos
por qué”, 5 de septiembre de 2018, en fundar.org.mx
2. Article 19, “Ante el silencio, ni borrón ni cuenta
nueva”, Informe Anual 2018, p. 177,
en articulo19.org
3. Íbidem, p. 184
4. Amparo en revisión 1359/2015 recurrente: Campaña Global
por la Libertad de Expresión A19, asociación civil (Sentencia), 15 de noviembre
de 2017, en scjn. gob.mx.
5. Hernán Gómez, “La Política de comunicación de la 4T”, en El Universal, 10 de diciembre de 2019,
en eluniversal.com.mx.
6. Daniela Barragán, “La Jornada encabeza la lista con la
4T, reporta la SFP. Le siguen TV Azteca y Televisa”, en Sin Embargo, 6 de diciembre de 2019, en sinembargo.mx.
7. Homero Campa, “La publicidad oficial como censura
indirecta (el caso del semanario Proceso)”
Mimeo. p. 2.
Este País se fundó en 1991 con el propósito de analizar la realidad política, económica, social y cultural de México, desde un punto de vista plural e independiente. Entonces el país se abría a la democracia y a la libertad en los medios.
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