Tejiendo palabras: Bibliotecas comunitarias y fomento a la lectura en lenguas indígenas

¿Qué lengua es más válida para nombrar el mundo? Nadia López García ensaya sobre la relevancia de los libros en lenguas indígenas y su relación con las bibliotecas comunitarias.

Texto de 08/06/22

¿Qué lengua es más válida para nombrar el mundo? Nadia López García ensaya sobre la relevancia de los libros en lenguas indígenas y su relación con las bibliotecas comunitarias.

Tiempo de lectura: 6 minutos

Este territorio que habitamos piensa, habla, imagina, crea, escribe y sueña en muchas lenguas; muchas atravesadas por una discriminación y exclusión sistemática que las ha hecho silenciarse, apagarse, morirse. ¿Qué lengua es más válida para nombrar el mundo?, ¿por qué es importante que haya espacios físicos y simbólicos para compartir la palabra?, ¿por qué es necesario que haya libros en distintas lenguas originarias con las narrativas propias de sus hablantes?

Cuando era niña, los únicos libros a los que tenía acceso eran los de la SEP. Recuerdo muchísimo el “Libro del perrito”, un libro amarillo con muchas historias y dibujos de colores muy llamativos; cómo olvidar a Paco el Chato, los zapatos del novio, la cucaracha comelona, los animales cantores…  Esas se convirtieron en mis primeras lecturas, todas en español, a pesar de que crecí en un entorno migrante donde se escuchaban varias lenguas entre los surcos de fresa; aun cuando varios y varias de nosotras pertenecíamos a familias que  hablaban otra lengua, todo sucedía en español. 

Durante esos años no me cuestionaba lo que años más tarde comencé a pensar: ¿por qué no había historias en esos libros en los idiomas que hablábamos?, ¿por qué no teníamos libros en la lengua de Aracely –una niña nahua— o en la lengua de Paty –una niña triqui–?, ¿por qué era tan normal saber que los libros sólo estaban escritos en español?

La primera vez que mis abuelas tuvieron en sus manos un libro escrito en nuestra lengua se emocionaron mucho, pero no podían leerlo, como pasa con muchas y muchos hablantes de alguna lengua originaria. Venimos de un camino donde se nos prohibió pensar y hablar en nuestra propia lengua, aún más escribirla y leerla: durante nuestros tránsitos por el sistema escolar, fuimos alfabetizados en español; se buscó que olvidáramos nuestras lenguas, que aceptáramos como normal que no hubiera historias escritas en zapoteco, mixteco o yoreme. 

Aquí quiero hacer una anotación: no es que las lenguas indígenas no tengan escritura, la tienen e incluso muchas tienen un sistema de escritura mucho más antiguo que el español en este país. Algunas otras lenguas tienen escrituras de hilo, como le nombro a todas las narraciones que podemos encontrar en los lienzos y huipiles. 

“Si bien es cierto que el libro es un territorio privilegiado, también es cierto que tenemos derecho a que nuestras historias sean escritas, a que niñas y niños tengan historias que les representen y puedan leerlas, acceder a ellas desde sus propias lenguas”.

Entonces, si son lenguas que sí tienen escritura, ¿qué sucedió?, ¿por qué no todas y todos sabemos leer y escribir en nuestras propias lenguas? Hay todo un sistema que ha clasificado los cuerpos, los conocimientos, las escrituras, decidiendo cuáles son válidas para transitar por este mundo y cuáles no; así se decidió que las lenguas indígenas fueran invisibilizadas y con ellas todo su sistema de conocimientos y prácticas, que ha logrado resistir gracias a la oralidad y que, desde hace algunos años, se apoya de la escritura con alfabetos que contienen grafías occidentales, en su mayoría. Si bien es cierto que el libro es un territorio privilegiado, también es cierto que tenemos derecho a que nuestras historias sean escritas, a que niñas y niños tengan historias que les representen y puedan leerlas, acceder a ellas desde sus propias lenguas.

Desde hace varios años, comencé a escribir en mi lengua, el tu´un savi, por varias razones, pero una de ellas tiene que ver con mi casa y las infancias que la habitan; comencé primero traduciendo pequeños cuentos para que mis primitos pudieran conocer esos mundos. Después comencé a escribir historias con y para ellos, poco a poco empezaron a llegar más niñas y niños: querían escribir sus propias historias; así que lo hicimos: preparé colores, hojas, lápices y nos juntarnos en casa de mi mamá para poder jugar, compartir un vaso de atole y comenzar a imaginar historias, platicarlas y escribirlas. Empezamos a hacer pequeños libros con cartón y cartulinas; despacio y sin planearlo mucho, hicimos nuestra propia biblioteca con los libros que ellas y ellos iban creando.  Ese espacio, esa pequeña biblioteca, se convirtió en un lugar para intercambiar historias, palabras, para escuchar, para tejer la posibilidad de crear nuestras propias narrativas en nuestros propios idiomas y compartirlas. 

Las bibliotecas comunitarias van mucho más allá del acto de reunir libros y colocarlos en estantes para su lectura: tienen que ver directamente con la construcción de espacios seguros para compartir la palabra, las historias, las miradas e incluso los silencios desde nuestras propias formas de habitar el mundo, nuestros propios referentes simbólicos, nuestros propios idiomas. A partir de crear libros con infancias desde sus lenguas comenzamos a generar bibliotecas comunitarias, nutridas por libros que recibíamos en donación, pero sobre todo nutridas por los libros que ellas y ellos mismos creaban.

Posteriormente, replicamos la experiencia en la CDMX, donde hay muchos predios con población hablante de una lengua originaria; comenzamos con talleres, juegos y poco a poco empezamos a usar el espacio para platicar y compartir sobre nuestros pueblos y lenguas, para aprender a leer y escribir en nuestros idiomas, para gozar nuestra palabra. En ese espacio urbano, la biblioteca comunitaria que construimos tenía una función adicional: se convirtió en el espacio seguro, el espacio refugio para hablar nuestra lengua sin el temor ni la vergüenza que nos ha metido en el cuerpo todo el racismo y la discriminación que vivimos cotidianamente.

Si hablamos de fomento a la lectura en México, automáticamente, pensaremos en el fomento a la lectura que se hace desde el español, poco miramos el fomento que se hace desde las muchas y muy variadas lenguas habladas en este país. Recuerdo una ocasión cuando escuché que hablar de fomento a la lectura en lenguas originarias era una contradicción, ya que nuestro terreno, mayoritariamente, está en la oralidad. Quienes hacemos fomento a la lectura en lenguas originarias sabemos que el libro es sólo una posibilidad para acompañarnos con historias; leemos más que libros: leemos el mundo. De manera personal y desde hace más de 10 años en el trabajo que hago en el fomento a la lectura en lenguas originarias, el libro está hasta el final del camino, ante todo están la palabra, las historias, las narrativas que construimos.

“Quienes hacemos fomento a la lectura en lenguas originarias sabemos que el libro es sólo una posibilidad para acompañarnos con historias; leemos más que libros, leemos el mundo”. 

Hay quienes dirían que juntarnos a platicar sobre lo que soñamos, lo que pensamos, sobre las historias que hemos imaginado, no es hacer fomento a la lectura; olvidan que leer sobre todo es dialogar. Valga recalcar que, de hecho, hay muy pocos libros escritos en alguna lengua indígena y que, de esos pocos libros, los que se escriben para infancias todavía son menos. Hace poco desarrollé y brindé un taller para escribir literatura para infancias en lenguas originarias, gracias al apoyo del INBAL, 22 personas escribieron relatos y poemas para las niñas y niños de su comunidad en lenguas tan diversas como mixteco, otomí, tzeltal, maya, mixe, chinanteco, entre otros. En la sesión final, mi madre estuvo escuchando con atención y al terminar afirmó: “Qué bueno que hay gente que está haciendo cosas para los niños, ojalá ya no los maltraten tanto como antes”. 

Mi madre viene de una generación muy golpeada, donde les violentaban y multaban por hablar en su lengua; una de las cicatrices de su rostro le fue hecha en un salón de clases; por mucho tiempo tuvo un profundo temor, rencor y muchos sentimientos mezclados por no haber nacido hablando español. Recuerdo que cuando comencé a hacer talleres en su casa para escribir poemas en mixteco, ella se molestaba y me reprochaba por perder mi tiempo enseñando algo que no valía la pena, “aprende inglés, enséñales español para que lo hablen bien”: me decía; hoy mi mamá es mi más grande aliada en las actividades relacionadas con nuestra lengua. Cada vez que doy un taller, que escribo un poema con una niña, que hacemos libros en nuestros idiomas, siento que estoy acompañando a esa Alejandra chiquita que fue muy golpeada por hablar en mixteco. Sé que las bibliotecas comunitarias y el fomento a la lectura en lenguas originarias no van a salvar las lenguas indígenas, sé que hay un tema estructural que las está matando y que quizá lo que yo hago es algo que se considera hasta iluso, una pequeña gota en este mar, pero trabajo con lo que tengo y con lo que puedo, así como otras y otros trabajarán desde otros frentes. 

Muchos y muchas de nosotras normalizamos que nuestras lenguas no tuvieran la posibilidad de escucharse en lugares públicos, de estar en libros, de compartirse, se normalizó que los libros y las historias sólo estén en español. Mi esperanza es pensar que día con día hay personas abriendo espacios seguros para compartir historias en nuestros propios idiomas y desde nuestras propias narrativas, historias que pueden venir en libros o venir de la boca de las personas que las comparten. He comprobado que generar espacios seguros es generar espacios de confianza para narrarnos el mundo desde la lengua que habitamos; he visto a decenas de personas quitar el miedo de sus cuerpos al compartir la palabra en su lengua de forma colectiva.

Quizá esta esperanza es una muy romántica, pero qué es la revolución en estos días, si no es tener esperanza y trabajar para que cada día haya más historias en distintas lenguas; que no sea algo sorprendente que las infancias de Durango puedan encontrar un libro en o´dam, sino que sea algo normal. El libro no es la llegada; es una de las posibilidades en el fomento a la lectura. Y todas las posibilidades son bienvenidas.

Gracias a este recorrido que inició hace varios años, he podido conocer muchas experiencias de fomento a la lectura en lenguas originarias a lo largo y ancho del país, conocer a personas que invitan a otras y otros a comprender el mundo de forma acompañada y desde sus propios idiomas, que desde hace mucho están leyendo, cantando, soñando, escribiendo, luchando y gozando la palabra desde sus propias lenguas. EP

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