Entonces, ¿hay que quemarse hasta las cenizas para poder reconstruir?, le pregunto a Raine, que hace una pausa y mira a la calle. Busca algo, acaso la respuesta a mi pregunta en el pavimento, en los ladrillos del edificio de enfrente, en un perro que pasa y nos mira: los sábados en East Village parecen domingo a veces. Vuelve a mirar la mesa frente a ella, el pan danés cuyo nombre no supimos pronunciar, los dos vasos de café medio vacíos. Toma el suyo entre las manos y da un sorbo. Recarga su cuerpo sobre la silla de metal y concluye: Sí, hay que perderlo todo para poder reconstruir.
Inmediatamente e inconsciente de la ironía, reforma su respuesta y agrega: hay que perderlo todo para poder construir intencionalmente.
La primera vez que vi una foto de Raine Roberts fue a tan solo unos metros de aquí, en el departamento de Emile Kees. También era sábado y nos habíamos encontrado para cenar. Al principio de la noche la vi colgada junto a un cartel de Noguchi. Creí reconocerla de algún libro o alguna exhibición: una mujer acostada en una banca pública, ondulada, cerca del mar. Por más que lo intentaba mi memoria no podía decirme dónde carajo la había visto, hasta que antes de irnos alguien preguntó: ¿esa foto no es de Raine?
Y es que ella misma, sin querer, me describe esa imagen de una mujer tomando el sol en Coney Island cuando hablamos de aquello que busca en el mundo al sostener una cámara: estructura, rutina, ritmos.
Raine nació y creció en Chicago a mediados de los noventa y de alguna forma, quien se pare frente a una de sus fotos podrá entrever límites y geometrías, conjugaciones de líneas artificiales y superpuestas interactuando con las dimensiones (las propias y las del artista) y la luz: la ciudad entera contenida en una imagen, incluso cuando en sus fotos hay solo cuerpos humanos sobre oscuridad; la ausencia de color es la confirmación de ese discurso monocromático que Raine va construyendo entre frases, de a poco, como se construyen los espacios, mientras me habla en esta banqueta de la calle 12 devenida en terraza: he ido redibujando mis límites, antes eran muy difusos.
Para Raine la fotografía es energía, perspectiva, intención, la misma intención con la que Chicago se reconstruyó después del gran incendio de 1871. Y entonces las fronteras son eso que uno dibuja voluntariamente, cuando lo que había, lo que estaba, ha dejado de existir.
El cine fue la puerta a la foto, pero debo decir que antes mi vida era el futbol, me cuenta, cuando le pido que me diga si ve paralelismo alguno entre su práctica fotográfica y el deporte que acostumbra desde niña. Y de pronto hay un momento en que los dos soltamos una carcajada, porque yo también fui portero, la única diferencia es que Raine sigue jugando hasta la fecha. Y es que, pese a la poca popularidad de los que jugamos esta posición alguna vez, para ser guardameta hay que ser un gran observador. Raine, lejos ya de los días en los que hacía marometas cuando el equipo contrario tardaba en atacar su área, sigue encontrando en el futbol el equilibrio necesario de su vida artística.
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Son los primeros días de enero de este año. El escritor y curador David Campany habla dentro de un salón del International Center of Photography, tan solo iluminado por los rescoldos luminiscentes de un proyector. Después de presentarse como escritor/curador/editor/educador, Campany nos aclara a los 12 fotógrafos frente a él que lo más importante de cómo se define a sí mismo no está en esas palabras, sino en la línea que las separa: las diagonales. Al otro lado de la mesa, entre la oscuridad, veo a Raine asentir y luego escribir algo en su libreta.
Ahora, mientras hablamos de la excesiva categorización con la que nos tenemos que autodefinir la mayoría de las veces, sobre todo en los diminutos párrafos que las redes sociales nos ofrecen para presentarnos ante el mundo, Raine recuerda ese momento del taller de David y me dice, mientras emula diagonales con un gesto de sus manos: debemos abrazar nuestras diagonales, ahí es donde están nuestras cualidades únicas. Hay que abrazar nuestra rareza, nuestros errores.
Porque además de la fotografía abstracta en blanco y negro, Raine escribe poemas, mantiene un diario, es videógrafa. Cuando me cuenta cómo entre su trabajo de editora de video para un estudio neoyorquino encontraba el tiempo para hacer sus propios montajes con imágenes de archivo, pienso en la adolescente tomboyesca que hacía marometas para entretenerse mientras el partido se definía lejos de su portería.
Esos cortes de video o los Raine’s Archival Collection están plagados de imágenes de archivo con algún defecto, propios de cuando la digitalización empezó a dominar el mundo y las interfaces entendían tan poco como nosotros. Y son esos defectos únicos los que también Raine busca en la textura de la película fotográfica, aquel proceso que ella define como puramente humano: pienso que tenemos una crisis de identidad, y es en las imperfecciones donde nos encontramos a nosotros mismos.
Raine podría haber sido arquitecta. No le molesta la idea. Y se emociona cuando hablamos de la arquitectura que le rodea, igual que cuando hablamos de la primera vez que se enamoró en la vida. Su fotografía va buscando líneas y significado en las fronteras de las dimensiones. La fotografía es arquitectura, también: la fotografía es un lugar, un espacio, como este plato y esta mesa y esta banqueta, o este techo involuntario que crean los andamios con los que el edificio en el que está este café, esconde su reconstrucción.
El color me distrae a veces, sólo lo uso cuando fotografío a alguien muy cercano. Mientras nos levantamos, me extiende su celular y me enseña un retrato a color que le hizo al músico brasileño Nathan Dies. Nos alejamos de la calle 12 mientras hablamos de cómo en la corruptibilidad de los medios visuales está lo más genuino de su práctica. Nos adentramos en el ritmo y las estructuras de la Avenida A e irónicamente de lo único que hablamos es sobre el color y sobre su viaje a Grecia hace un año, en el que todas las fotos que hizo, fueron, contrario a lo que hace ahora, sólo con película a color.
Mientras sorteamos las líneas peatonales de St. Marks, Raine me dice que más allá de todo, cuando más me reconozco a mí misma es cuando tomo fotografías.
Yo sólo busco que para mí las cosas tengan sentido. EP