Nephilas: el placer de la herida

Un texto de Andrea Sánchez Grobet a propósito del performance Nephilas.

Galería de &  23/05/24

Tiempo de lectura: 8 minutos

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No fue sólo que la figura mitológica de la araña borboteara con fuerza en el cuerpo de aquellas mujeres, sino que –por la cuidadosa urdidura de sus historias, por el proceso de ritualizar las heridas del pasado, por el acto mismo de arriesgar su vida a través de tejerse cariñosamente con la alteridad– ellas mismas se convirtieron en el símbolo viviente de aquella mitología feroz. Esta imagen fue lentamente tomando forma mientras la noche estrellada caía sobre nosotras. 

Alcé la mirada al ritmo de un violín que sonaba a la distancia. Llegué a distinguir una pata extrañamente afelpada que sobresalía desde la ventana. Sus ocho articulaciones alargadas se confundían con el barandal antiguo de aquella casona de la Portales. Un hormigueo incesante en el pecho me alertó que estábamos ante la presencia poderosa de un nido de arañas. Womb México –un colectivo de artistas emergentes que ofrece residencias para mujeres artistas y un espacio cultural con diferentes tipos de eventos al sur de la Ciudad de México–  se convirtió en exactamente eso: un ovisaco de sueños y miedos interconectado por varias capas de hilos de seda; es decir, de voces, de cuerpos y de sensaciones que resonaban cada una y de distinta manera entre nuestras miradas. “¿Cuál es tu herida?” La pregunta inicial que nos hizo una de las Nephilas vibró despiadadamente en mi piel durante la noche.

Mientras el sonido y el movimiento de sus dedos nos guiaron de un espacio a otro, sentí que cada una de las telarañas mutaban en lo que era un vientre común para renacer junto con las Nephilas: su voz y su canto fueron como un refugio articulado por el deseo de una curiosidad compartida; su danza, una inquietud o, mejor dicho, una insinuación afiebrada para despertar nuestra oscuridad. Pero no se dejen engañar: todo esto podría llevarse a cabo solo si cada participante ofrendaba su herida para que los colmillos de aquellas arañas pudieran desgarrar un deseo oculto. ¿Cuál era el mío?, me pregunté entre lo que parecían cientos de personas. ¿Podría abrirles mi herida según su ruego letal? De no ser así, aquel portal se habría cerrado para siempre.

Foto: Mona Montoya

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Si en algo coinciden las diversas fábulas arácnidas con las Nephilas que hicieron refugio y nido en el interior de Womb –y aquí rindo homenaje a sus  doce artífices: Mariana Terroba Schlam (creadora, compositora, directora y performer), Clarissa Rollo (codirectora, organizadora y performer), Daniela Terroba Schlam (performer), Paola Hernández (perfomer), Ruth Ramos (performer), Joui Turandot (directora de Womb México y performer), Natalia Montoya (performer), Carolina Morillo (performer), Regina Martínez (performer), Azhareel Sierra (dirección de movimiento y performer), Laura Corck (performer) y Johana Torres Díaz (performer)– es en su poder tanto de creación como de destrucción. Símbolo de Vida y de Muerte, la figura de la araña ha sido vinculada (directa o indirectamente)– por más de cinco mil años y por distintas culturas– con diversas mujeres y diosas; con distintos poderes, conductas, estilos y técnicas femeninas.

Entré cuidadosamente en cada espacio como si quisiera encontrar el poder que había abandonado, pero que seguía latente en mi herida. Así descubrí que las Nephilas no solo se habían convertido en arañas, además eran justamente la metáfora encarnada de aquellas diosas olvidadas. Y como es común con las metáforas, todas ellas revolvieron y se reapropiaron de los significados, esparciendo su fuerza femenina renovada por todas las zonas; entre todos los cuerpos; en cada uno de nuestros sentidos.

En un cuarto pequeño me sostuvieron la mano y la mirada. “¿Cuál es tu mordida?”, me preguntó aquella araña y fue como si escuchara a la diosa Neith, de Egipto. Con su voz convocaba tanto un acto de guerra como uno de protección: fundaba en nosotras un mito de creación. Después me adentré en un baño y escuché unos rezos desobedientes en italiano. Como Arachne, desafiaba y desobedecía a todos los que alguna vez quisieron socavar el poder de su arte. Todavía resonaban  sus plegarias  paganas cuando escuché unos nuevos cantos a la distancia. Y fue ahí que se me apareció un cuerpo casi monstruoso que sacaba de su vientre un canto de seducción y de engaño. La voz de esta Nephila era tan majestuosa y sugestiva como la criatura japonesa Jōrogumo. Con la piel plagada de deseo bajé las escaleras y me encontré con una Nephila creando sus pócimas. Sus tersas manos me atraparon mientras hacía un pequeño menjurje. Acercó sus labios a los míos y así recordé a Ix’Chel, la diosa maya, madre de todos los seres, dadora de vida y curandera. 

Con cada acercamiento a las Nephilas mi herida zumbaba, chillaba, aleteaba, saltaba y mordisqueaba por dentro como si una de ellas estuviera inyectando su veneno en mis entrañas. Constante, sigilosa y sabia, esa herida es ahora fuente de cada una de mis agonías más trágicas, pero también de cada placer que, regocijante y tumultuoso, alumbra y se revuelca en mi interior. 

Con una sonrisa que se abatía en mi corazón comprendí ahí algo: MI HERIDA SON TODAS ELLAS. Reconocí que mi herida fue haber enterrado una voz y una libertad que ahora me mostraban casi despiadadamente. La había abandonado tal vez por cobardía. O tal vez por el temor a una condena. Pero ahora eran ellas las que con tanta sensualidad me evocaban aquellos poderes olvidados.

Me descubrí deseándolas con una tristeza que brotaba de mis vísceras como un río salvaje. Ese río turbulento que destruye al mismo tiempo que abre paso. Algo en mí se movilizaba con el mismo espesor de las velas que iluminaban los cuartos: lento, caliente, denso y constante, como lo hacen algunas fantasías enterradas que desean ser descubiertas, exactamente como cada una de ellas. Con qué fuerza se manifestó la imagen olvidada que tenía de mi propia feminidad entre las sábanas de la cama y el reflejo del espejo en donde una de ellas se veía así misma y la otra nos invitaba a gozar con sus provocaciones.

Y, ¿es que existió alguna vez una mujer que portara con tanta elegancia, sensualidad y seguridad aquel mito de seducción, de desobediencia, de creación, de sabiduría y de ofensa como todas esas Nephilas? Y por el contrario yo, como el mito de Aracnhe, ¿había hecho de todos estos poderes una maldición que necesitaba permanecer oculta? ¿Es que había camuflado el eco de mi voz por temor al castigo de “los” dioses? O, ¿es que, como ellas, puedo volverme una araña que se zarandea, que canta, que grita, que implora y que se desnuda… ya no sigilosa y temerosa, sino eternamente llamativa y expuesta, frágil al mismo tiempo que temible, creadora sin dejar de ser deparadora, como la araña de Louise Bourgeois? ¿Podré, desde mis propias heridas, arrojarme en una danza tenaz y atrapar a mi presa que no es sino la propia imagen que había construido de mí? ¿Podré, de ahora en adelante, enmascarar mi propio rostro sólo para descubrir todo lo que puedo enfrentar?

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Cuenta la historia que las Nephilas, nacidas de los huevos de una gran araña, comparten una herida en común con la tierra. Por sus lágrimas y lamentos llegan a la grieta y descienden al abismo de la caverna. Pero para entrar necesitan ofrendar sus miedos a la oscuridad. Es sólo así que ellas se encontrarán de nuevo con la madre araña que las engendró. Una vez en su presencia,  les es inyectada el veneno mismo de la vida. Así, en una alucinación frenética y casi intolerable, las Nephilas danzaron con tal frenesí que surgieron hilos dorados de sus vientres con los cuales pudieron salir juntas de la cueva, rebosantes de un nuevo placer incubado desde el mismo dolor de su herida.1

Ésta fue justamente la invitación: percibir de qué grietas estamos hechas y descender cada vez más profundo en nuestro interior para descubrir cómo es que el veneno que alguna vez nos inmovilizó puede ser también la cura para revelar toda la potencia deseante que existe en nuestras historias. Así, en cada nido ritualizado, con cada canto y a través del roce de sus movimientos, las Nephilas nos enseñaron la maravillosa reserva de libertad que existe en el encuentro de un deseo compartido. Ellas nos mostraron que cada lazo es una mordida punzante que aflora en la piel y que la mantiene abierta, vulnerable y fértil. Lo que tenemos que descubrir, aprendí, es a inventar nuestra propia forma de “Tarantela”, nuestras propias maneras de ritualizar el veneno y convertirlo en un antídoto placentero y tierno, al mismo tiempo que feroz y danzante.

Se piensa que la potencia de una araña está en la obra que produce.2 Su fuerza radica en que “su ser” como “su arte” son la misma cosa. La araña no puede pensarse fuera, de forma autónoma o jerárquica de lo que ha tejido porque esta acción la conecta de múltiples e insospechadas formas con el mundo. La araña deja huella en el mundo a través de sus hilos, pero es sólo a través de ellos que puede sentir y conectarse con el mundo que la rodea. Deligney se preguntó: “¿podemos decir que el proyecto de la araña es tejer su tela? No lo creo. Más bien podríamos decir que es el proyecto de la tela ser tejido.”3

No fue sólo, entonces, que las Nephilas se convirtieran ellas mismas en su propio telar artístico; o que el performance fuera un acto para reencontrarse con su deseo. No. Fue la herida misma la que suplicó ser ofrendada y expuesta como vehículo para encontrar nuestro propio ritmo. Una hendidura que imploró ser convertida en un nido de seda; en un refugio desde el cual aumentar la frecuencia de su propia voz. De mi voz. De la tuya. De una voz común que hace vibrar el mundo más allá de lo humano. Como Anansi, el dios africano, ellas fueron un portal entre el cielo y la tierra; entre el deseo y el miedo; entre un cuarto propio y uno compartido. Fueron, además, un nido para mujeres que, como yo, todavía tienen mucho placer que descubrir en el dolor. EP

Referencias:

  • Deligny, Fernand (2015). The Arachnean and Other Texts, Minneapolis, Univocal Publishing.
  • Despret, Vinciane (2022). Autobiografía de un pulpo y otros relatos de anticipación, Bilbao, Edición consonni.
  • Suhamy, Ariel (2016). Spinoza por las bestias, Buenos Aires, Cactus.
  • Henáut, Yann, Guillermo Ibarra Núñez y Laura López Argoytia (2020). Arañas. Las maestras de la seda, Primera edición digital, México, San Cristobal de las Casas, El Colegio de la frontera Sur, p. 9.
  1. Esta crónica está acompañada de los textos y reflexiones que las Nephilas fueron desarrollando para esta puesta en escena y que amorosamente me compartieron. El mito de las Nephilas fue escrito por ellas. La versión que aquí se encuentra de este mito originario, además de algunas otras ideas desarrolladas en este texto, son sólo una serie de traducciones e interpretaciones que la escritora imaginó con el fin de acompañar su performance. Otras ideas fueron sacadas de los Instagrams de las artistas, otras más, de diferentes textos literarios sobre arañas. []
  2. Suhamy, Ariel (2016). Spinoza por las bestias, Buenos Aires, Cactus, pp. 9-15. []
  3. Deligny, Fernand (2015). The Arachnean and Other Texts, Minneapolis, Univocal Publishing, p. 34. []

DOPSA, S.A. DE C.V