La Lucha Libre forma parte indisoluble de la identidad mexicana, como el mole, los mariachis o el tequila; las máscaras de los luchadores nos identifican tanto como el águila sobre un nopal devorando una serpiente. Los luchadores son héroes de carne y hueso, quienes, a diferencia de Batman o Supermán, son personas reales: nuestros vecinos, taqueros, carpinteros, choferes, policías o hasta sacerdotes. La Lucha Libre representa un microcosmos de las realidades sociales mexicanas, un espacio de ensayo de las tensiones sociales, un lugar de liberación y posibilidad.
Desde 1933, los luchadores han sido los héroes de la vida urbana mexicana, protectores y justicieros, los que ponen en su lugar a los malvados. El cuadrilátero es el campo de acción de sus batallas míticas, son como Prometeos contemporáneos que tocan el fuego del Olimpo y comparten los destellos de su divinidad. En la Lucha Libre podemos ver a santos y demonios, a galenos asesinos y clérigos justicieros, a guerreras empoderadas y a delicados gladiadores, a enanos, robots y personajes fantásticos que en su representación exhiben las pasiones, los deseos y la justicia de nuestro México de todos los días.
Antonio Soto, 2015.