Buscando un mar
Texto curatorial de Jesús Ramón Ibarra
Pocos artistas, como John Berger, han colocado el centro de la obra (literaria, plástica o poética, en el caso del inglés) en la relación del creador con el o los diferentes espacios físicos que la inspiran. En su libro El tamaño de una bolsa (a propósito de una charla con el pintor español Miquel Barceló), por ejemplo, define el lugar como algo que “es más que una zona”. Y continúa: “Un lugar está alrededor de algo. Un lugar es la extensión de una presencia o la consecuencia de una acción. Un lugar es lo opuesto de un espacio vacío. Un lugar es donde sucede o ha sucedido algo”.
Más adelante señala: “Cuando se encuentra, el lugar se halla en algún punto de la frontera entre la naturaleza y el arte. Es semejante a un agujero en la arena dentro del cual se ha borrado la frontera. El lugar de la pintura empieza en este agujero”.
Descubrir el desierto, para la artista sinaloense Brenda Castro, representó descubrir el lugar. Sin embargo, no se detuvo en la mera apropiación del modelo de un paisaje fijo, sino que prolongó su hallazgo a los límites de la curiosidad e intuición científica, logrando diferentes rangos de interpretación sobre un mismo espacio.
Brenda diluyó el lugar en una suerte de arqueología del vacío, explorando, a través de diferentes recursos que van del dibujo figurativo y experimental, al uso complementario de objetos, glosario de profundidades, fotografías y collages, la naturaleza del desierto y su más antiguo antecesor: el mar.
Especializada en escultura, Brenda asume que el vacío también es volumen y a partir de esta noción realiza una obra cuyos márgenes se cruzan con la física, la geología o la oceanografía. Su propuesta visual suprime los límites de la consciencia estética para detentar las expresiones de una búsqueda que abraza las múltiples narrativas de un mismo territorio. Líquenes, fósiles, montículos de arena, conchas, líneas, configuran un paisaje más mental que físico, organizando, con ello, una propuesta plenamente original y arriesgada.
Siempre ha habido una correspondencia del lenguaje visual del arte con la música de cada época. El arte contemporáneo rompió, sin duda, con esta sincronía. Sus obras emiten sonidos. Bellas disonancias. Un goteo luminoso, golpes sordos, implosiones. Cortocircuitos que representan la fractura emocional de una realidad cambiante.
Al observar la obra de Brenda Castro, sin duda percibimos el sonido del viento, el susurro discontinuo y caliente del aire mezclado con la arena, o la inmersión de un cuerpo en las profundidades de un mar, hoy inexistente. EP