Durante varios años, “Poliedro” fue la sección principal de las centrales de la revista Este País. Con el propósito de honrar a esa tradición impresa y renacer como EP en línea, hemos nombrado “Poliedro Digital” al blog semanal de la Redacción que, al tener diversos colaboradores, es como ese cuerpo geométrico de “muchas caras”.
Blog de la casa: Al inglés la obra completa de José Gorostiza
Durante varios años, “Poliedro” fue la sección principal de las centrales de la revista Este País. Con el propósito de honrar a esa tradición impresa y renacer como EP en línea, hemos nombrado “Poliedro Digital” al blog semanal de la Redacción que, al tener diversos colaboradores, es como ese cuerpo geométrico de “muchas caras”.
Texto de Roberto Ramos Trujillo 09/11/18
Mark Jacobs ha traducido y editado al inglés la poesía completa del mexicano José Gorostiza. Esta edición de Floricanto Press Latino Books (2018), con domicilio en Moorpark, California, ofrece al público angloparlante una obra poética que desde su origen se edifica con una dosis inédita de osadía en la complejidad estética y que todavía no es bien conocida, ni en los Estados Unidos ni en los principales países del mundo occidental. Hacia 1969, en Texas, Laura Villaseñor tradujo al inglés Muerte sin fin. José Gorostiza Alcalá publicó este poema en 1939, con el editor Rafael Loera y Chávez. Ya ha sido traducido al francés, al alemán, al portugués y al euzquera o lengua vasca. Ahora M.W. Jacobs traduce toda la poesía de Gorostiza, incluso la no coleccionada, como le denominó Edelmira Ramírez en su edición crítica, patrocinada por la UNESCO en 1988.
La introducción de Collected Poems destaca la opinión de Maurice Biriotti, catedrático de la University College of London, miembro de la Royal Society of Arts y profesor invitado de Yale, cuando sostiene que es imposible sobredimensionar la importancia de Muerte sin fin en la literatura mexicana, como uno de los poemas más relevantes en lengua española, con un lugar al lado de La Tierra baldía de T. S. Eliot (1922) y del Cementerio marino de Paul Valéry (1920), como una de las cumbres de la poética sustancial en el siglo XX.
No debemos pasar por alto que la introducción de Mark Jacobs es el extracto de un muy fino ensayo sobre la traducción de poesía. Nos ofrece, por ejemplo, la tesis de W.S. Merwin, quien ha demostrado que es posible ser al mismo tiempo preciso y poético en la traducción de la poesía; facturar una traducción literal con verso libre y en un inglés de alto nivel. Y no obstante que pondera la traducción de Laura Villaseñor, Jacobs no deja de señalar que la ensombreció una influencia negativa de los criterios de traducción de Ezra Pound. En general los críticos y traductores de coinciden en que, desde sus primeros poemas, se distingue una decantada madurez en la obra de José Gorostiza. Antes de escalar a los laureles de la fama, Juan Rulfo lo admiró y sin duda le representó un referente nítido del rigor extremo de autocrítica con el que se confecciona una obra.
Los lectores mexicanos sabemos que, en un rapto de extrema lucidez que prácticamente lo aloja en la clarividencia, el poeta de Muerte sin fin se transfigura en un hermeneuta agudo que cruza la corteza líquida del agua y explora con delectación y dilatada pausa la arquitectura de sus entrañas transparentes. Entonces el poeta arranca de cuajo el espejo más profundo de sí mismo y del mundo raro en el que vivimos, para consignar hasta los melindres angelicales ubicados en la intimidad del rubí o el instante fúlgido de una gota de rocío en la piel. Jacob señala que uno de los problemas para la comprensión de Muerte sin fin radica en lo que denomina la presencia de pronombres huérfanos. En estricto sentido no hay tales, pues significarían una mutilación en la sindéresis o lógica esencial de la expresión. Más bien sucede lo contrario, el sustantivo se adelgaza, se nubla, elimina al máximo la espesura de su autorreferencialidad y deja que los pronombres, con aire independiente, se sostengan por sí mismos en la línea del verso.
Realmente apreciamos que la obra de nuestro eminente poeta haya sido traducida al inglés no sólo con la pulcritud y el respeto pertinentes, sino también, sobre todo, con la calificada sensibilidad de alguien que cuenta con destreza y pericia para aquilatar las sonoridades, la riqueza rítmica y el sustrato semántico entre los dos idiomas. México y los Estados Unidos son dos mundos radicalmente distintos que comparten la fatalidad de una misma frontera y es paradójico que en una coyuntura tan acerba, donde las relaciones formales de ambos gobiernos se han larvado por los desplantes brutales del poder ejecutivo estadounidense, entre ambos pueblos se establezca un profundo vínculo de comunicación, ensamblado por la inteligencia sensible, por la poesía del más alto nivel.
Una de las mayores proezas en la poética de José Gorostiza es la orfebrería plástica que conjuga en una misma expresión nociones antagónicas, fórmula que en el glosario correspondiente a los relicarios retóricos se denomina oxímoron. Por ejemplo, traduciendo algunos de los versos de un castellano muy depurado hacia un español más ordinario, el agua que no se puede beber a sí misma y trae una sed de siglos en los belfos, el elemento cáustico que ara cauces en el sueño moroso de la tierra. O bien, la libertad enardecida que se agobia de cándidas prisiones, o el cielo sin piedad bajo el que nada es tan cruel como este puro goce de la vida.
Llevados por el encantamiento de esta inercia de conjunción de opuestos, podemos establecer que nuestra relación con los Estados Unidos, desde el siglo XIX hasta la fecha, ha sido eminentemente oximorónica. El caso es que el mejor castellano de México, cifrado en la obra poética de José Gorostiza, ha manifestado el registro resonante de un nítido eco en el ámbito de la inteligencia angloparlante.
Sabemos que hace cuatro años Mark Jacobs tradujo una selección de poemas del autor de la Suave Patria, de Zozobra y de La sangre devota, Ramón López Velarde. Este dato, rotundo en su sencillez, despeja la menor duda en cuanto a su oficio de traductor y editor, lo guía un impecable y taxativo rigor antológico. Apreciamos entonces los lectores, cada vez con mayor definición y relieve, la glosa sutil del linaje poético contemporáneo de nuestra patria, cuyas primeras luces se remontan al siglo XVII, con el Primero sueño de Sor Juana Inés de la Cruz. EP
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