En este texto, Fernando Clavijo escribe sobre el útero y sus múltiples implicaciones culturales, incluido el ámbito culinario.
Taberna: Histeria
En este texto, Fernando Clavijo escribe sobre el útero y sus múltiples implicaciones culturales, incluido el ámbito culinario.
Texto de Fernando Clavijo M. 11/10/24
Pocas cosas tan difíciles de definir o entender como un gusto. El sabor se puede describir como salado, dulce, ácido, amargo o umami, y el aroma, aunque más complicado de puntualizar, también se puede delimitar. Para describir una experiencia culinaria se pueden agregar notas sobre textura y temperatura. Sin embargo, que algo nos atraiga o desagrade tiene que ver no solo con lo químico y sensorial, sino con aspectos menos tangibles, como la cultura —en la que debe incluirse aquella parte de lo colectivo de la cual no somos conscientes—, la memoria y sus derivaciones afectivas.
Lo que para nosotros es normal, para otras personas puede parecer sofisticado o pretencioso, soso, vulgar, o sencillamente inexplicable. Por alguna razón, nos pone medio locos que la gente coma “cosas raras”. Podría decirse que nos pone “histéricos”, un término que tal vez ya se podría considerar inapropiado para la época actual de correctitud política del lenguaje, pues su etimología tiene género. La palabra proviene del griego ὑστέρα (hustéra), que denota nada menos que al útero; de ahí palabras como histerectomía. Y aunque octubre es el mes de conciencia sobre el cáncer de mama, la prevención del cáncer cervicouterino no es menos relevante. La condición de histeria era, pues, únicamente femenina y supuestamente afectaba a mujeres que no hubieran tenido hijos, aunque más tarde se utilizó para describir la agonía del parto.
Es típicamente griego, y estereotipante, decir que una mujer que no ha tenido hijos “está incompleta” o que no es “una mujer de verdad”. Estos prejuicios de género son muy crueles y rara vez tienen equivalencia en el ámbito varonil. No hay, para poner un ejemplo particularmente chocante, una contraparte masculina de “puta”, un término que ya no tiene ningún uso. Pero hace poco me topé con una buena descripción por parte de Fernanda Melchor en su novela faulkneriana Temporada de huracanes. Con su excelente pluma dice en boca de Chabela: “así como lo ves, este pinche estorbo un día fue un hombre de verdá”, refiriéndose a un pobre diablo y recordando que los hombres que no ganan dinero —o que no pueden cambiar una llanta— no son hombres de verdad. Para una referencia más pop, baste la canción “Bills, bills, bills” de Destiny´s Child, en la que Beyoncé pregunta sin empacho a un hipotético bueno-para-nada: “can you pay my bills, can you pay my telephone bills, can you pay my automobiles?”.
Médicamente, el término histeria se utiliza para describir un exceso emocional ingobernable o psiconeurosis (y definitivamente no se cura teniendo hijos, tal vez al contrario). En la actualidad es preferible usar eufemismos como “desorden de personalidad histriónica”, o “desorden disociativo” o “de conversión”, cuando es grave. Cuando es leve, “estrés” o “ansiedad”. Es interesante pensar que la histeria no es exclusiva de las mujeres, ni siquiera del individuo. Es decir, que no solo la padecen los hombres, sino también los grupos de gente e incluso las masas. Pensar en la posibilidad de histeria colectiva me pone los pelos de punta.
Útero en lenguaje de taquería se dice nana. Combinado con buche se le conoce como nenepil (que en náhuatl significa lengua). No hay consenso respecto al significado exacto, pero para quien esté interesado recomiendo ver el artículo “Tenemos que hablar de carnitas” de Alonso Ruvalcaba en la bonita revista Hojasanta, en el que cita el Diccionario de Mejicanismos (1959) de Francisco J. Santamaría y el Diccionario de aztequismos (1904) de Robelo. En el artículo “Notas sobre Nahuatlismos“, escrito por Carlos Montemayor para La Jornada, se presentan más interpretaciones de las palabras nana y nenepil por parte de Fray Alonso de Molina.
Comer nana es una de esas cosas supuestamente “raras” que, cuando se mira bien, terminan siendo más comunes de lo que se piensa. En México se come en tacos, lo que no tiene nada de especial porque así nos comemos prácticamente todo. En otras partes del mundo se come igual, como se comen todas las cosas. En Japón, por ejemplo, se hace en yakiniku, es decir al carbón, a veces utilizando uno de sus asadores miniatura tan adorables, como en este video. Otro video interesante de Youtube muestra la preparación de este platillo en China. También se come en Vietnam. En Bolivia y el norte de Argentina se le pone ubre al asado, que se hace pre-salada como si fuera una cecina que luego se pre-cuece en agua antes de llevarse al carbón (mi amigo Pedro Martin, chef primero del Tezka, luego Jaleo y ahora Bulla, usó este mismo procedimiento en mi casa para preparar mollejas).
En algunos ámbitos las personas consumen ciertos productos por cuestiones religiosas o de salud. Hay, por ejemplo, personas que creen que comer la placenta tiene beneficios espirituales. En general, este tipo de órganos aporta vitaminas A, B, D, E y K, además de hierro y zinc. Pero la respuesta corta a por qué comemos útero es que somos animales omnívoros: comemos de todo.
El útero es sin duda el órgano más importante de nuestra especie. Por ello, es uno de los símbolos más representados en el arte arcaico. Según el Libro de los símbolos. Reflexiones sobre imágenes arquetípicas, publicado por Taschen, gran parte de las piezas de cerámica o jarrones que vemos en los sótanos y plantas bajas de los museos —siempre mis piezas favoritas, pues en su curvatura se puede apreciar toda la sofisticación o barbarie de una cultura— son alusivos a la relación entre mujer, maternidad y tierra. La vasija de Lepenski, una pieza de barro de unos 6,850 años de antigüedad encontrada en Serbia, y en cuya superficie hay una mano en relieve, es la representación de un vientre. “Tanto en materia como en forma,” dice citando a Neumann, “es un símbolo central de los misterios transformativos del útero”. Barro rojizo, redondo, con manchas que parecen las del globo terráqueo. El arte pre-colombino no es ninguna excepción. Por supuesto que a los griegos, maestros en el retrato de arquetipos, no se les escapó este simbolismo y por ello la alfarería era una de las artes de Atenea, diosa cuyo lado femenino muchas veces se olvida por su relación con la estrategia militar. La madre primordial, a fin de cuentas, es Gea, la Tierra, y de su vientre —el subsuelo— emana toda la vida.
Del vientre de la ballena salió un Jonás mejorado, lo que se refiere por supuesto al renacimiento luego de un viaje interior. En otras historias, el vientre es de un elefante (para los zulúes) o un lobo (leyenda alemana). El propio “viaje del héroe” empieza siempre en un seno materno, y a veces vuelve ahí al final como en el caso de Odiseo. La literatura es, a fin de cuentas, la conciencia de la humanidad, y por ello es apropiado que el escritor Joseph Campbell se refiera al “útero cósmico” u “ombligo del mundo” cuando teoriza que lo sagrado (y transformador) del vientre de la ballena puede hallarse en el interior de un templo o en el reino de los cielos. En el hogar y especialmente en la cocina, agregaría yo. En términos más modernos, la película de acción y fantasía The Matrix (1999) no es más que el mito de la caverna ambientado en un mundo electrónico.
Encontramos este símbolo en los lugares más inesperados, como en los mandalas y en la arquitectura y, sobre todo, en el diseño de interiores. El interior de un coche, con sus sillones de cuero que abrazan el cuerpo, no puede ser otra cosa que un útero, aun si el macho alfa que lo conduce se siente muy independiente y ve en su deportivo un artículo puramente masculino. Incluso soñar con el interior de un coche es, probablemente, una llamada a lo materno.
El útero es el símbolo universal de la seguridad, del cuidado, del interior. De la regeneración. Representa la renovación y pertenencia al mundo. En vasijas, tacos, mitos o en la revisión ginecológica anual, no tiene nada que ver con la histeria. Tal vez luego de nuestro paseo por el poderoso significado y aportación del útero podamos sufrir una transformación similar a la del héroe que vuelve de su viaje. Y tal vez para esta vuelta podamos dejar palabras inútiles como histérica, como puta —y sobre todo su carga de género— en el pasado. EP
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