Leandro Arellano ofrece un sentido homenaje a Raúl Ortiz, quien fue agregado cultural de la Embajada de México en Londres y traductor de Bajo el Volcan de Malcom Lowry.
Raúl Ortiz bajo el volcán
Leandro Arellano ofrece un sentido homenaje a Raúl Ortiz, quien fue agregado cultural de la Embajada de México en Londres y traductor de Bajo el Volcan de Malcom Lowry.
Texto de Leandro Arellano 12/12/24
A don Javier Jiménez Espriú
Lo precedía una suerte de conmoción, una suerte de sacudimiento del entorno. El fenómeno solo respondía a la mezcolanza de la tozudez e integridad de su carácter. No podía ser de otro modo. Cuando lo conocí personalmente, alrededor de nosotros el asombro era mayor y no podía ser menos: se desmoronaban el Muro de Berlín y la Guerra fría a la vista de todos, y sin violencia.
A diferencia del actual, el tiempo corría entonces con cierta prisa amañada. Acercarse a Raúl Ortiz equivalía a ingresar al vórtice de un ventarrón. Vehemente e intenso, no se apartaba de sus convicciones ni de sus juicios y, por el contrario, los ejercía sin miramientos sobre tirios y troyanos, sobre güelfos y gibelinos, como bola de béisbol. Abiertos y radicales eran tanto sus afectos como sus rechazos. Con facilidad se creaba enemistades y amistades.
Agustín García López me dio la noticia: el agregado cultural designado a nuestra Embajada en Londres era Raúl Ortiz, el mítico traductor de Bajo el volcán. Si bien su nombre y reputación estaban ya establecidos, yo no lo conocía personalmente.
Coincidimos dos años y medio en la Embajada, la duración de mi permanencia allí. Tiempo más que suficiente para forjar una amistad entrañable, sólida, grata. El continuó en Londres por varios años más.
Su dominio del inglés era insuperable y él —con sonrisa maliciosa— se ufanaba de ello. Del mismo modo, sobrecogían y admiraban su erudición y su memoria prodigiosa. Caminar a su lado por las calles londinenses se tornaba una cátedra amena y jubilosa. Mientras marchábamos se detenía de pronto para comentar: “En esa casa Charles Dickens vivió por tantos años y allí escribió tal y cual obra”. O con frecuencia nos sorprendía recitando sonetos y parlamentos enteros de Shakespeare y largos monólogos de Hamlet.
A dos autores modernos recurría en sus citas constantemente: a James Joyce y a Marcel Proust. Como que creció en sus tiempos.
Si con sus virtudes atraía hasta a los escépticos, no se esforzaba en disimular u ocultar sus debilidades. Lo dominaban y se hundía con fruición en ellas, así como en sus grandes pasiones. Una de ellas fue el teatro. Gracias a él, no sólo Esther y yo tuvimos acceso al quizás mejor teatro del mundo en aquella época, sino todos quienes en la Embajada nos aficionamos a su amistad. El orquestaba, cada dos o tres semanas más o menos, salidas al teatro y a cenar.
Por su afición y a insistencia suya —que entonces y para siempre le quedamos agradecidos— asistimos cualquier cantidad de veces a funciones de la Royal Shakespeare Company y otros grupos teatrales. Así, podemos recordar a Sir Ian McKellen en el papel de Ricardo III; la puesta en escena de Regreso a casa, de Harold Pinter; El Tartufo de Moliere y Homecomming con Donald Plasence, por solo citar algunas.
La cocina fue otra de sus pasiones. Al terminar la función nos dirigíamos al restaurante que hubiese elegido para la ocasión. Usualmente, quienes lo acompañábamos nos ateníamos a su elección; sabíamos que con él al frente en esos menesteres no había yerro. Fue también él quien nos introdujo al Joe Allen, al Ed´s y a otros restaurantes simpáticos, los cuales no abundaban en Londres. La cocina no ha sido virtud de ese creativo pueblo.
Juntos también acudimos a conciertos de la Orquesta Sinfónica de Londres. Pero acaso por sus prejuicios o por la diferencia en edades —me aventajaba un poco más de veinte años— nunca logré persuadirlo de acompañarme a algún concierto de rock. Londres, no habría que decirlo, es paraíso de grandes personalidades, grupos y bandas. De los Rolling Stones, Eric Clapton, Dire Straits, Elton John, fueron algunos de los conciertos que él omitió.
Raúl era devoto de sus amistades en todas partes. Mantenía amistad y relaciones estrechas con varias personalidades de la cultura y la sociedad británicas. Su trabajo como agregado cultural fue excepcional. El concibió y organizó la magna exposición de arte antiguo de México en el Bristish Museum, en 1994, si no me falla la memoria. También organizó la visita de varias delegaciones y personalidades de la cultura mexicana. Una recordamos especialmente: la que hicieron Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis y Juan Villoro en ¿1990 o 1991? En una cena, Raúl y Monsiváis —memorias privilegiadas— sostuvieron un debate, en realidad un duelo, sobre la época dorada del cine mexicano.
Raúl vivió con el prestigió de su traducción del libro de Malcom Lowry y no se preocupó por escribir nada más, hasta donde sabemos. Se dedicó más bien a socializar. Contaba con un gran número de amistades, personalidades todas en una u otra área. Los grandes nombres de la UNAM lo procuraban. Las mujeres brillantes militaban en su afecto. De dos en particular se ufanaba y repetía anécdotas gratas: de Rosario Castellanos y de Angela Gurría.
Era un gran conversador, cualidad que, entre otras cosas, le permitía mostrar y lucir su erudición. Acaso esa circunstancia —más una dosis de incuria— le clausuró la puerta de la escritura. Fueron no pocas las veces que le rogué que, por lo menos, escribiera su biografía, comentando los libros que leyó a lo largo de su vida. Sonreía con el gesto de niño —del que no lo privaron los años gastados—, ignorando por completo mis solicitudes.
No era diplomático de carrera, pero sus cualidades personales bien que lo facultaban para ello. Fue a París como agregado cultural, después de concluir su término en Londres. Dominaba el francés con maestría, también. Sabemos que allí, al igual que antes, realizó un trabajo memorable.
Nos volvimos a encontrar un par de veces algunos años más tarde, cuando él ya había salido de la diplomacia. Yo confiaba en buscarlo una vez que me jubilara, pero el tiempo se me adelantó. Raúl murió en enero de 2016 y yo me jubilé poco más tarde. El próximo mes se cumplirán nueve años de su fallecimiento. Lo seguimos recordando con efusión y gratitud. EP
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