Daniel Salinas Córdova explora el mapa de la Ciudad de México —de Emily Edwards en 1932— y el contexto histórico posrevolucionario en el que fue creado.
Historia, identidad y modernidad: el mapa de la Ciudad de México de Emily Edwards
Daniel Salinas Córdova explora el mapa de la Ciudad de México —de Emily Edwards en 1932— y el contexto histórico posrevolucionario en el que fue creado.
Texto de Daniel Salinas Córdova 19/07/22
Un mapa es mucho más que la expresión de calles, edificios y espacios plasmados en papel. Los mapas son complejas representaciones de la realidad que cuentan con sus propias historias y cualidades narrativas. Sirven para más que únicamente ubicarse en el espacio y encontrar la dirección que se busca: a través de su estética y diseño pueden transmitir narrativas, sentimientos e ideas. Hay muchos ejemplos de esto, pero sin duda uno de mis favoritos es el maravilloso mapa de la Ciudad de México creado por la estadounidense Emily Edwards en 1932. En esta representación cartográfica con fuertes tintes nacionalistas, la capital mexicana toma la forma de un guerrero águila mexica aludiendo a los gloriosos orígenes prehispánicos de la urbe. Sin embargo, el pasado prehispánico no es el único tiempo plasmado en el mapa, pues en él también confluyen el periodo colonial y la modernidad de aquellos tiempos de la posrevolución, condensando y promoviendo una idea sobre qué es lo que define a México.
El mapa
Con el nombre Mapa de la Ciudad de México y alrededores. Hoy y ayer, el plano fue comisionado y publicado por la Compañía Mexicana de Luz y Fuerza Motriz y la Compañía de Tranvías de México. En él, Emily Edwards representó a Ciudad de México contenida en el cuerpo de un guerrero águila mexica rodeado en verde por lo que en ese entonces eran sus alrededores. El guerrero águila es una de las figuras más recurridas en la corriente prehispanista de las artes gráficas populares de la primera mitad del siglo XX, que a la vez funge como una referencia a Cuauhtémoc, el último tlatoani de Tenochtitlán, un símbolo del glorioso pasado prehispánico de la ciudad.
Impreso en litografía a color y con medidas de 77.5 × 93 cm, en el mapa están plasmadas con lujo de detalle las calles, avenidas y plazas de la ciudad, sus diferentes colonias, barrios y pueblos, así como los principales atractivos turísticos y monumentos más prominentes de la capital mexicana en aquel entonces, como Palacio Nacional, Chapultepec, la pirámide de Cuicuilco y numerosas iglesias y conventos coloniales.
Siguiendo un estilo pictórico con reminiscencias a los códices del siglo XVI y a aspectos del movimiento muralista mexicano, el mapa está enmarcado por un número de glifos toponímicos mesoamericanos de los diferentes barrios y pueblos del valle del Anáhuac y sus inmediaciones (como Iztacalco, Cuernavaca, Azcapotzalco o Tenayuca), así como por escudos heráldicos coloniales, los cuales corresponden a villas o ciudades (como Coyoacán o Xochimilco), instituciones (Real y Pontificia Universidad de México) y ciertos personajes del periodo colonial como virreyes, conquistadores o arzobispos (Cortés o Zumárraga).
Estas decisiones estéticas e iconográficas se pueden interpretar como una alusión directa a la idea del mestizaje, la cual se encontraba muy en boga durante la posrevolución, cuando con fines nacionalistas se impulsó la concepción de que la esencia de la cultura e identidad mexicana se debía a la combinación racial y cultural de las herencias hispana occidental y la indígena mesoamericana. En su mapa, Edwards emplea un gran número de elementos indígenas precoloniales –glifos toponímicos, la figura del guerrero águila y las antiguas calzadas tenochas marcadas en rojo– ligando Ciudad de México con la identidad mexica y el pasado precolonial idealizado asociado a ella, pero también inserta elementos y referencias a la historia novohispana y la influencia occidental como los escudos de armas y las múltiples iglesias y monumentos coloniales de la ciudad.
Sin embargo, no sólo el pasado está presente en el Mapa de la Ciudad de México y alrededores. La modernidad de aquel presente posrevolucionario también es palpable: los tranvías y el alumbrado eléctrico tienen un papel destacado en la iconografía del mapa y las nuevas colonias creadas a partir del Porfiriato se diferencian de los antiguos pueblos y barrios por el uso de tipografía gris en vez de roja en sus nombres.
Además, el mapa está lleno de curiosos detalles y símbolos que ilustran la riqueza y singularidad de la ciudad: algunos famosos, únicos y muy reconocibles –como la virgen de Guadalupe en La Villa, la Piedra del Sol o los monumentos del Paseo de la Reforma– otros más comunes y ordinarios –como las chinampas y trajineras de Xochimilco, un grupo de picapedreros en el Pedregal o un golfista y su caddie en el Country Club–. Estas pequeñas viñetas presentan una ventana a la vida cotidiana de la capital en la década de los treinta, ilustrando actividades económicas y de ocio de las diferentes clases sociales de la ciudad.
El de Edwards es “uno de los más ambiciosos mapas artísticos de nuestra capital”, comenta la historiadora Alejandrina Escudero, “porque en él se recurre al pasado para hacer un documento ‘a la manera de códice’, donde Cuauhtémoc, alegóricamente, representa la moderna ciudad posrevolucionaria”.
La autora y los patrocinadores
La creadora del mapa, la artista y escritora tejana Emily Edwards (1888-1980), estudió en el Instituto de Arte de Chicago y vivió en México entre 1926 y 1936, donde conoció y fue alumna de Diego Rivera, de quien posteriormente se volvió amiga. En sus años en México realizó numerosos dibujos y pinturas del folklore mexicano e investigó a fondo el movimiento muralista. Su involucramiento con las artes mexicanas y la naciente industria turística en el país no se limitó a la creación del Mapa de la Ciudad de México de 1932, ya que también publicó dos guías sobre murales mexicanos: The Frescoes by Diego Rivera in Cuernavaca (Editorial Cultura, 1932) y Modern Mexican Frescoes (Central News Co., 1934). Décadas más tarde, en 1966, publicó el libro Painted walls of Mexico, ilustrado con fotos de Manuel Álvarez Bravo.
El plano en cuestión fue producido por dos importantes empresas privadas de capital extranjero cuyos orígenes se remontan al Porfiriato. La Compañía Mexicana de Luz y Fuerza Motriz desempeñó un papel fundamental en los procesos de industrialización en el centro de México durante la primera mitad del siglo XX. Constituida en Toronto, Canadá, en 1902, construyó y operó la planta hidroeléctrica de Necaxa, la primera de su tipo y tamaño en Latinoamérica. Para 1929, la empresa y sus subsidiarias tenían a su cargo la generación y distribución de energía eléctrica para Ciudad de México y una parte considerable del centro del país, siendo un monopolio regional que duraría hasta 1960 con la nacionalización de la industria eléctrica. Por su parte, la Compañía de Tranvías de México fue la empresa de transporte urbano más grande e importante de México desde su creación en 1901 hasta el inicio del Metro y la proliferación masiva de los autobuses. En su auge en la década de 1920, la red de tranvías de la capital llegó a tener cerca de 350 km de vías y movía a cientos de miles de pasajeros cotidianamente.
Las compañías que lo patrocinaron están muy presentes en el mapa. Las líneas del tranvía que entrecruzan la ciudad están presentes con lujo de detalle, así como la estación del Zócalo desde donde partían muchas rutas y los depósitos de Indianilla y San Antonio Abad. Al norte de la ciudad también se muestran la Planta Eléctrica de Nonoalco y las líneas de alta tensión, las cuales pictóricamente recuerdan a las representaciones de los caminos en los códices del siglo XVI, nada más que ahora, en vez de mostrar pequeñas huellas, cuentan con torres de alta tensión puntuando su recorrido.
Fue el presidente y director gerente de ambas compañías, el empresario e ingeniero inglés George Robert Graham Conway, quien comisionó a Edwards la creación del mapa en 1931. Conway tenía un gran interés por la historia de México: coleccionaba libros, documentos y mapas antiguos e inclusive editó y publicó varios documentos coloniales relacionados con la Inquisición y Hernán Cortés. En este sentido, es curioso cómo fueron dos extranjeros los que estuvieron detrás de la creación de uno de los mapas más emblemáticos de Ciudad de México de la primera mitad del siglo XX, uno que cuenta con tan fuertes cargas nacionalistas y que exalta tanto el pasado y la identidad de la capital y el país.
Mexicanidad, turismo y la ciudad
A través de sus representaciones, motivos y estilos estéticos, el mapa nos remite a un momento en el cual las concepciones sobre la identidad nacional mexicana estaban siendo redefinidas y negociadas. Tras la Revolución, en las décadas de 1920 y 1930, distintos actores, como políticos, empresarios, artistas, intelectuales, obreros y campesinos trabajaron arduamente para reedificar el país tras la guerra, construyendo un presente (y futuro) donde los ideales sociales de la Revolución fueran una realidad. Dentro de ese proceso, mucho se discutió sobre la mexicanidad, es decir, qué era lo que definía y hacía único a México, su cultura y sus habitantes. A partir de estas discusiones, se establecieron nuevos paradigmas identitarios, en los cuales la idea del mestizaje y el uso del español fueron unos de los principales ejes que tanto el Estado como las élites intelectuales impulsaron para crear una identidad nacional unificada y compartida, la cual aglutinara a toda la población del país. Además, en aquella época se tuvo un fuerte interés por recuperar y resaltar una visión idealizada del pasado indígena, así como una revalorización de las culturas populares del país: tanto la arqueología como la antropología nacionalistas se encontraban en un crecimiento que culminaría con el establecimiento del Instituto Nacional de Antropología e Historia en 1938.
Otro elemento involucrado en estos procesos, y con el cual el mapa también tiene una estrecha relación, fue el turismo. Esta industria comenzó a desarrollarse en México en esa misma época, cuando empresarios y promotores tanto mexicanos como estadounidenses, así como políticos e instancias gubernamentales, impulsaron al país para convertirlo en un atractivo destino turístico para los visitantes internacionales, principalmente provenientes de nuestro vecino del norte.
El turismo se desarrolló como una industria nacionalista que exaltaba el orgullo por la patria y además beneficiaba a la nación: creaba empleo e infraestructura y, de manera muy conveniente, también generaba sustanciosos ingresos para las élites empresariales y políticas que lo promovían. El patrimonio cultural y numerosos elementos de la historia y tradiciones de los diferentes pueblos y territorios mexicanos fueron claves en el desarrollo de México como un destino turístico, ya que fueron empleados para destacar lo especial y único que era el país.
Al ser Ciudad de México el epicentro de las crecientes redes de comunicación y transporte y el lugar donde se concentraba mucho del poder económico y político del país, no es sorpresivo que la ciudad capital se convirtiera en el principal destino turístico de la época. Además, la ciudad y sus alrededores contaban con numerosos monumentos históricos, pueblos pintorescos y sitios arqueológicos –como Teotihuacán, Coyoacán o Xochimilco– que fueron convertidos en importantes atractivos turísticos para consumo y disfrute de los visitantes.
La mancha urbana de Ciudad de México tuvo una notable expansión en las últimas dos décadas del siglo XIX y las tres primeras del XX. Con el establecimiento de grandes avenidas asfaltadas y numerosas nuevas colonias y fraccionamientos que extendieron sus límites, la urbe comenzó a absorber a los tradicionales pueblos que otrora rodeaban la capital. Para inicios de la década de 1930, la ciudad ya contaba con la nueva identidad urbana y arquitectónica moderna, la cual se ve reflejada en el mapa de Edwards.
En este sentido, el Mapa de la Ciudad de México y alrededores forma parte de una serie de publicaciones destinadas a ser consumidas y empleadas por viajeros y locales, en este caso con un alto valor estético además del utilitario, siendo al mismo tiempo parte de estrategias promocionales tanto de los destinos como de las empresas promotoras. Así, en conjunto con diversas corrientes nacionalistas y artísticas del momento, las imágenes y discursos empleados por publicaciones gráficas y turísticas como el mapa de Edwards contribuyeron en la creación de una idea y estética de la mexicanidad, en la cual se celebraba y promocionaba la unión de elementos indígenas e hispanos que condensaban la idea de lo que definía a la nación mexicana, orgullosa de su pasado y con un prometedor y moderno futuro. EP
Para saber más:
Escudero, Alejandrina, La ciudad posrevolucionaria en tres planos. Anales Del Instituto de Investigaciones Estéticas, 30(93), pp. 103-136, 2012.
Quiroz Ávila, Teresita, La Ciudad de México: Un guerrero águila. El mapa de Emily Edwards. México: Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Azcapotzalco, 2006.
Salinas Córdova, Daniel, Patrimonio, identidad nacional y el inicio del turismo en México. La Bola. Revista de Divulgación de la Historia. Año 2, No. 10, diciembre 2020.
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