Los poemas de Pablo de Rokha

Tengo la costumbre de escribir por escribir, pero en muchos casos lo primero que comienza a fluir es el tema de mis lecturas. Trato de no elaborar juicios, ya que son conclusivos y generalmente no se puede volver atrás. Además, impide el diálogo con los autores y sus textos. Pero si bien eludo los juicios, […]

Texto de 25/11/20

Tengo la costumbre de escribir por escribir, pero en muchos casos lo primero que comienza a fluir es el tema de mis lecturas. Trato de no elaborar juicios, ya que son conclusivos y generalmente no se puede volver atrás. Además, impide el diálogo con los autores y sus textos. Pero si bien eludo los juicios, […]

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Tengo la costumbre de escribir por escribir, pero en muchos casos lo primero que comienza a fluir es el tema de mis lecturas. Trato de no elaborar juicios, ya que son conclusivos y generalmente no se puede volver atrás. Además, impide el diálogo con los autores y sus textos. Pero si bien eludo los juicios, no planteo mis prejuicios. Y ésos están por ahí, sobrevolando todo el tiempo. Uno de los que más me rondan es la reticencia ante lo “nuevo”: las novedades editoriales, los escritores de hoy, lo que se acaba de escribir. Quizá me vuelva esto muy limitado como lector, pero leo para mí y se desprenden textos por el mismo hecho de la lectura. Tendría que admitir que leo épocas más que autores. Octavio Paz, leyendo un viejo poema que halló en su biblioteca, lleno de tics de otros años, dijo: “Es un poema de época y yo amo la época en que se escribió”. Y quizá sí, busco tics, huellas de otros tiempos, algo que subsiste en las palabras y que me lleva a otras arquitecturas, a las texturas de las hojas, a ciertas tipografías. Máquinas de escribir con papel bien dispuesto, ante una ventana. Postal de lejanas décadas. A Pablo de Rokha (1894-1968), gran pilar de la poesía chilena —pero sólo dentro de Chile— le llaman “telúrico” porque cualquier pretexto es bueno para que su personalidad irrumpa, interfiera, se interponga entre el lector y el poema. Además, es poeta de los tiempos del asesinato de la metáfora. Sus elementos fueron: una personalidad en rebelión, el insulto aderezado de exquisiteces, la epopeya de la gastronomía regional, todo de manera inagotable. Fue una pequeña publicación que se me quedó pegado luego de una feria del libro, apenas una muestra, pequeña pero suficiente, para ver que lo material es contiguo de lo espiritual, que los adjetivos diluyen la frontera de los diversos mundos. “Los vinos maduros cantan en mis bodegas espirituales”. Este poeta fue un notorio enemigo de Pablo Neruda; no obstante, se parecen: ambos toman el mundo con las manos, pero en este poeta hay menos retozos sexuales. Quién sabe por qué Pablo de Rokha no sale tanto de sus fronteras, aun cuando tiene su propia leyenda de poeta sufriente: murieron su esposa y su hijo, él mismo suicida. Naturalmente, habla de su dolor: a veces el esqueleto se queda atrás, pero él le da un puntapié en las costillas. Este poeta agarra versos, imágenes, anáforas, y los amontona como en escombros para que se vea palpable la ruina de la felicidad, los escombros de la vejez. Sirven estos versos para vestirlos, en la intimidad de la lectura, para que nadie se ría del dolor que comparten lector y poeta, vestirse con la ropa más lamentable del continente tiene su encanto: “el amor nos agarró y nos estrujó como a limones desesperados”, dice en un verso que inmediatamente completa: “yo ando lamiendo su ternura”. Lamer el amor como se lamen las heridas… el amor, agrio como el limón… Son imágenes lastimeras de las que se desprenden conclusiones siempre de ambiguo gusto, lo que por otra parte tiene sus satisfacciones íntimas… EP
Pablo de Rokha. Antología. Santiago de Chile, LOM, 2000. (Col. Libros del Ciudadano)

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