Mónica Maristain reúne una serie de testimonios para descubrir qué escritor fue Francisco Haghenbeck y por qué su partida significó para tantas personas.
¿Qué escritor era Francisco Haghenbeck?
Mónica Maristain reúne una serie de testimonios para descubrir qué escritor fue Francisco Haghenbeck y por qué su partida significó para tantas personas.
Texto de Mónica Maristain 14/04/21
No le tenía miedo a la palabra terror, al horror, a lo paranormal. Su imaginación era la realidad de este país que a veces se vuelve increíble, pero también iba a los terrenos de la ciencia ficción, de los zombies, un autor muy moderno o por lo menos siempre atento a lo que leía la mayoría.
La muerte del autor Francisco Haghenbeck fue para muchos sorpresiva, aunque arrastraba una enfermedad que como bien dice el escritor Kike Ferrari, “él sabía desde –los médicos lo habían hecho consciente– hace unos años, lo que ninguno de nosotros debería olvidar: que tenía fecha de vencimiento”. La partida, por complicaciones del coronavirus, fue muy triste para todos. Como cuando falleció Nacho Padilla: no eres amigo, pero es uno de los tuyos.
Ahora bien, ¿qué clase de escritor era Haghenbeck? La otra vez me decía el joven autor Roberto Abad (autor de Cuando las luces aparezcan, una gran novela de ciencia ficción publicada por Paraíso Perdido) de la increíble imaginación que tenía Paco, que dio frutos en libros algunos muy distintos que los otros.
Desde el famoso Simpatía por el Diablo, hasta ese tratado secreto de Frida Kahlo, donde la pintora ponía sus recetas para la Santa Muerte o el infantil Corre, democracia, corre, que cuenta la historia de Álex, que cuando le hablan de política, se aburre y duerme.
Claro que Haghenbeck hizo El caso Tequila, La primavera del mal, otro infantil: Santa vs.Vampiros y los Hombres Lobo y su elogiado Trago amargo, las aventuras de su detective Sunny Pascal. Es una gran novela, con las piernas de Ava Gardner, con los alcoholes de Richard Burton, quien llega a Puerto Vallarta acompañado de Elizabeth Taylor.
“Francisco Haghenbeck nos deja muchas cosas que agradecer, como lectora agradezco su sentido del humor, su buen ojo para encontrar y desarrollar historias interesantes y su talento para contarlas de una forma divertida, aparentemente sencilla (aunque sabemos que lograr la sencillez es una de las cosas más complicadas). También agradezco su generosidad, era un hombre que siempre estaba al tanto de lo que se estaba escribiendo, un lector atento que fomentaba el intercambio de textos, de ideas, de experiencias, que enriquecía los proyectos en los que participaba. También agradezco su ejemplo como escritor. Siempre estaba escribiendo o pensando qué más escribir y, lo más importante, nutriéndose de información, investigando para darle sustento a sus historias, sin ese gran trabajo de investigación libros como La primavera del mal o Sangre helada no habrían podido existir. Creo que quienes nos dedicamos a leer, difundir o escribir literatura de género perdimos a nuestro hermano mayor y ahora lo que nos queda es honrar su legado y leerlo, leerlo mucho”, dice la escritora Iris García Cuevas, autora de Ojos que no ven, corazón desierto y de 36 toneladas, entre otros.
Iris se refiere a Sangre helada, que es la última novela publicada por Océano de Francisco Haghenbeck, un escrito que revela los conocimientos del pasado alemán (y no sólo de su apellido) en México y donde Paco se preguntaba “qué es peor, si el horror del racismo o un horror paranormal”.
No le tenía miedo a la palabra terror, al horror, a lo paranormal. Su imaginación era la realidad de este país que a veces se vuelve increíble, pero también iba a los terrenos de la ciencia ficción, de los zombies, un autor muy moderno o por lo menos siempre atento a lo que leía la mayoría.
“Creo que Paco Haghenbeck, de haber nacido y hecho carrera en los Estados Unidos, habría sido otro Robert Kirkman, otro George R. R. Martin; es decir, un creador de historias capaces de tener éxito en muchos medios y formatos diferentes, igual que Kirkman con The Walking Dead y Martin con Game of Thrones. Paco pudo ver que su novela El diablo me obligó se convirtiera en la serie de Netflix Diablero, pero lo cierto es que varios otros de sus libros podrían haber seguido ese mismo camino. De hecho, tal vez llegue a suceder todavía, y estaría muy bien que así fuera. Hay muy poca verdadera representación de Hispanoamérica en los medios globales más allá de las historias más convencionales de violencia, narco, etcétera y algo de eso ofrecen tanto Diablero como Trago amargo, Hierba santa (también conocido como El libro secreto de Frida Kahlo) y otros de sus mejores libros”, dice el escritor Alberto Chimal, un gran amigo de Paco y muy de acuerdo con sus búsquedas.
“La literatura no la concibo, creo que la llamaría narrativa. Me gustan las narraciones de hombres, de personas, sin ponerles género, puede ser cualquiera. Quizás por eso ahora estoy trabajando en series de televisión”, afirmaba F.G. Haghenbeck, en el sentido de estar ahora como “trabajador” de Netflix, adaptando sus libros.
“Literariamente, lo que Paco escribió aporta una actitud distinta ante lo popular y ante la tarea misma de la escritura. En cuanto a lo primero, él fue un escritor que triunfó comercialmente a pesar de que su obra no siempre se conforma con lo que se supone comercial y que además lo hizo recurriendo a aquellos temas que eran más queridos para él, exclusivamente para él, en lugar de estar atento a las tendencias de moda para “subirse” a ellas. Sus narraciones históricas, fantásticas, policiacas, son reconocibles como tales, pero de pronto dan vueltas inesperadas y llegan a situaciones y escenarios que no se habían visto dentro de sus géneros, y que se vuelven entrañables para sus lectores incluso si no los conocían con anterioridad”, dice Chimal.
“En cuanto a lo segundo, Paco jamás fue un mero “productor de contenido”, como ya dije, ni tampoco un autor diletante, seguro de que su posición en el mundo le daría reconocimiento sin importar lo que escribiera. Al contrario, él no contaba con ninguna ventaja heredada y tuvo que trabajar muy duro para construir su carrera, enfrentándose durante años a rechazos de todo tipo, en especial dentro del mundo de la “literatura seria”. Narradores aspirantes harían muy bien en estudiar e imitar su disciplina, seriedad y constancia para escribir”, agrega Alberto, autor de entre otros La torre y el jardín y Manos de lumbre.
Paco Haghenbeck escribió también El código nazi, Un mexicano en cada hijo te dio, Justicia Divina y El diablo me obligó, la novela que derivó en la serie de Netflix, Diablero.
“Es común ver los intentos de adaptar el lenguaje literario al visual: cada tanto tiempo aparecen versiones fílmicas o gráficas de libros que tuvieron una buena recepción. Tampoco es nuevo lo de las “versiones noveladas” de películas y hasta videojuegos que gustaron. Pero lo que Paco hacía no era ni uno ni otro de estos ejercicios. Me parece que él los juntaba, los volvía una sola cosa. Cuando lees cualquiera de sus libros, lo mismo los que están catalogados como LIJ como los que van a un público adulto, sientes que estás en una película o un cómic: Paco tenía una capacidad enorme para describir visualmente. A eso podemos agregar el hecho de que tomaba elementos de la cultura pop, de la Historia, de la imaginación fantástica y los combinaba a su gusto, sin preocuparse realmente de las etiquetas. Podemos decir “tal libro de Paco es una biografía histórica”, “tal otro es fantasía”, “éste es novela negra”, pero es probable que en cada uno de ellos encontremos elementos que normalmente se asocian con otras etiquetas. Yo creo que Paco fue de los pioneros en borrar las fronteras entre los géneros literarios, sobre todo los considerados “subgéneros” (puestas inicialmente para ayudar al autor en la mercadotecnia, pero convertidas con el tiempo en grilletes). Quizá futuras generaciones de escritores ni siquiera lo sepan, pero le deberán a él en buena medida una mayor libertad creativa y un mayor entendimiento de los subgéneros como literatura a secas”, opina la escritora Raquel Castro, autora de Ojos llenos de sombra, de El ataque de los zombis, de Dark Doll, entre otros.
Los autores de novelas policiales se sentían a tono con Haghenbeck. Los de zombies, ni hablar. Los de la literatura fantástica (Paco elogiaba mucho a Mariana Enríquez) se mostraban gemelos de él.
“Qué ha aportado a nivel creativo: El legado es productivo. Qué le ha dado a la novela negra, a la literatura fantástica, a la de terror. De estas preguntas creo que puedo hacer una respuesta que abarque las tres:
Desde mi punto de vista de lector/escritor, creo que no puedo contestar sobre lo productivo de cualquier obra.
Desde los catorce años (circa 1988) he leído a Stephen King por gusto, porque me identifico con sus historias. Viviendo en Ciudad Juárez y teniendo familiares en Estados Unidos puedo sentirme cercano a esas ciudades que conozco como El Paso, Los Ángeles, Mississippi, Vandalia.
No sé qué tan productivo sea el legado de Stephen King, igual no sé qué tan productivo sea el legado que dejará cualquier autor mexicano vivo y cercano a mi edad, menos de Francisco Haghenbeck, porque yo soy un vil lector que me agrada lo que escribe y me identifico con lo que hizo. Con él aprendí de autores de terror y detectives literarios.
Nos dejó un detective, Sunny Pascal, que solo podía existir en México siendo pocho, gran idea, porque aquí la justicia es distinta a Estados Unidos, por ejemplo. A Francisco le gustaban los cócteles igual que a Sunny Pascal y sus novelas son coloridas y ágiles.
¿Qué busco en una novela? Entender este país tan grande y caótico. Los libros de Francisco los recomiendo porque su obra me habla y me identifico con esos mundos que construyó. No soy catedrático ni crítico. Soy primeramente lector y es un placer leer a un mexicano que puede unir la historia de México con monstruos y eventos sobrenaturales, tener esa capacidad para darle la vuelta y contarnos una historia con tantos elementos históricos y fantásticos. Tal vez por eso le han publicado más de veinte libros y está traducido a 35 idiomas”, dice muy emocionado el autor César Silva Márquez, conocido por La balada de los arcos dorados y Juárez Whiskey, entre otros.
“Paco Haghenbeck entendió mejor que nadie que el trabajar en la frontera de los géneros, llámese novela negra, fantástico o de terror, era pertinente y necesario, si la historia lo requería. Hay tres cosas que siempre admiré de Paco: la primera era su imaginación y olfato para crear historias con elementos supuestamente dispares, pero como escritor siempre buscaba contar una buena historia, no lo que estuviera de moda. Segundo, su disciplina nos dejó grandes novelas que estoy seguro serán el rito de iniciación de muchos lectores jóvenes; tercero, su gran generosidad para todos los colegas. Siempre tenía un consejo de lectura, película o documental según lo que estuvieras escribiendo, una palmada en la espalda cuando las cosas no iban bien, pero sobre todo era un ejemplo de lo que un escritor debe ser y hacer”, dijo Carlos René Padilla, un autor y periodista del norte, autor entre otros de Hércules en el desierto, su reciente libro.
Terminamos esta nota con un trabajo hecho especialmente para nosotros, por la docente, escritora y teórica Magali Velasco Vargas, también una gran amiga de Francisco Haghenbeck. Autora del reciente trabajo Necronarrativas en México / Discurso y poéticas del dolor (2006-2019).
Sillas para el jardín, In memoria para Francisco Haghenbeck
En la que sería la última entrevista a Francisco Haghenbeck, Héctor Alvarado Díaz le preguntó si sus mejores amigos son escritores, a lo que Paco contestó: “Creo que sí, pero algunos no. En general me siento más a gusto con colegas”.
En la universidad, a pesar de estudiar letras, mi bola entrañable de amigos eran los amorfos roqueros letrados junto con grupis de artes plásticas, idiomas, antropología, ingeniería y bailarinas. Por mucho tiempo desdeñé los grupos endógamos literarios (incluso cuando fui becaria del FONCA nacional) porque me parecía de lo más snob. Un día en Ciudad Juárez me volví, supongo, ultra snob porque me casé con un poeta-ingeniero y me quedé enfiestada en la frontera por cinco años, conociendo al resto de la República de la Letras Mexicanas que llegaban rebotando a las cantinas del viejo oeste, en la avenida Juárez.
Entonces coincidí con Haghenbeck, no todos los escritores son mis amigos, pero sí me siento muy contenta con ellos.
A Paco lo conocí gracias a Norma Lazo cuando coordinaba la Feria Internacional del Libro Universitario FILU, en el 2014. Norma me recomendó invitar a Haghenbeck, José Luis Zárate, Pepe Rojas y a Bernardo Fernández BEF para armar unas mesas de género fantástico, ciencia ficción y novela gráfica. Este fue el inicio de una ininterrumpida colaboración y amistad que fue fortaleciéndose en cada proyecto creativo, antologías juntos, ferias, presentaciones de libros, lecturas, coloquios, en cada comida, en cada trago compartido y viaje coincidiendo siempre muy divertidos.
Nos llamábamos, nos enviábamos mensajes, preguntábamos por nuestras familias, por los libros en curso de escritura, por los que estaban en concurso. Fuimos de pronto compañeros de jurados o “contrincantes”, nos compartíamos lecturas y críticas. Este año, Francisco me pasó varios libros por Kindle, ¡nos enseñó a César y a mí a hacerlo!, vivíamos en la prehistoria.
Hay demasiados recuerdos de amistad que podría registrar y con mucho cariño. Hace una semana que se fue y no había podido escribir nada. Creo que todo irá a su tiempo y parece que ahora apremia hablar de él como autor.
En 1850 el francés Saint-Beuve se preguntó “¿Qué es un clásico?” y lo delimitó así: es un autor que ha enriquecido el espíritu humano, que ha aumentado realmente su tesoro, que le ha hecho dar un paso más, que ha descubierto alguna verdad moral inequívoca, o hecho renacer alguna pasión eterna en ese corazón donde parecía conocido y explorado; que ha entregado su pensamiento, su observación o su invención en no importa qué forma, pero generosa y grande, delicada y sensata, sana y bella en sí; que ha hablado a todos en un estilo propio que también es de todo el mundo, en un estilo nuevo sin neologismos, nuevo y antiguo, fácilmente contemporáneo de cualquier época (Sainte-Beuve, t.111, p. 42)
Esta definición del siglo XIX y que se remonta a la usanza griega conlleva en su haber el eslabón de una tradición y la pertenencia de clase. Las apologías canónicas (pensemos en las genealogías de Harold Bloom) han abonado a los clasicocentrismos que desafían a las academias.
¿En qué radica el valor literario? ¿En la obra o en la muerte bartheana del autor? ¿En la tradición? El juicio por lo bello y lo valioso es el problema antiguo de la crítica, la Crítica de Kant, texto fundamental para transitar de la tesis de la objetividad de lo Bello a la subjetividad nos enseña que el tema del juicio de gusto, no es de conocimiento sino estético.
La estética es subjetiva.
La literatura es bella o fea en tanto que expresa sensaciones e ideas. Me agrada o no. Me habla o no.
Claro que han pasado demasiados años y teorías entre Kant y el mundo hipermodernidad de hoy, pero creo que la esencia sigue ahí: la seducción, la belleza está en el ojo del espectador. Gilles Lipovetsky, en su libro Gustar y emocionar. Ensayo sobre la sociedad de seducción lanza la tesis de que lo ultracontemporáneo halla un sorprendente punto de encuentro con la época clásica: “Estamos en la sociedad del ´gustar y emocionar´, la última manera de actuar sobre le comportamiento de los hombres y de gobernarlos, la última forma del poder en las sociedades democráticas liberales” (2021, p. 10).
Voy a recuperar tramposamente algunas ideas de la definición de clásico de Sainte-Beuve, un autor que logra con sus libros enriquecer a sus lectores de forma generosa y grande, hablándoles con su estilo propio, nuevo y antiguo a la vez, sin neologismos, fácilmente contemporáneo, pero de cualquier época. Creo que define a Haghenbeck.
Dividí así sus novelas de acuerdo con sus obsesiones temáticas y dejé a un lado, por falta de espacio ahora, las antologías numerosas que convocó y su producción en el área gráfica:
1) La saga coctelera del detective beatnik Sunny Pascal: Trago amargo (2006), la novela con la que Paco se lanza a la literatura y gana el premio “Una vuelta de tuerca”, ocurre en Puerto Vallarte, en los años 60, durante la filmación de la clásica película La noche la iguana; El caso tequila (2011) Acapulco, Sunny y Frank Sinatra, años 60 y más cocteles; Por un puñado de balas (2016), Sunny deja el Pacífico, pero no el mundo del cine y los tragos.
2) Nostalgias históricas: los thrillers con temáticas obsesas como la Segunda Guerra Mundial, el Nacismo y su presencia en México, Maximiliano Emperador y el inicio del narcotráfico en México a principios del siglo XX: El código nazi (2008); Aliento a muerte (2009); La primavera del mal (2013) y Querubines en el infierno (2015).
3) Fantástico: Demonios, monstruos y alienados en Deidades menores (2018); la saga de Elvis Infante en El diablo me obligó (2011) y Simpatía por el diablo (2019); y la última publicada en vida que fusiona su obsesión de temática nazi con weir: Sangre helada (2020).
4) Personajes famosos y seductores: Novelar la vida ficcionada de personajes icónicos: Solamente una vez. Toda la pasión y melancolía en la vida de Agustín Lara (2007); Hierba santa/El libro secreto de Frida Kahlo (2009), publicado en México con el seudónimo de Alexandra Scheiman; El libro secreto de Frida Kahlo (2012); Matemáticas para las hadas (2017); y Matar al candidato (2019) junto con BEF.
Francisco Haghenbeck publicó con Planeta, Suma, Atria, Ediciones B, Montena, Océano, SM, Grijalbo, Image Comics, Altea, Norma, Carvajal, Plaza y Janés, Editorial Jus y le vendió a Netflix derechos para una serie. Menciono sólo tres de sus novelas juveniles: Caballitos del diablo, En el crimen nada es gratis y La doncella de la sal. Y sé, porque nos contó, que dejó lista al menos otra más en este género.
De prosa impecable, lo suyo fue la creación de historias con pivotes, trasfondos históricos, investigación, construcción de personajes no estereotipados, trabajo de diálogo fluido y acorde con la psicología de sus voces, perspectivas marcadas, variedades temáticas, pero siempre en espiral sus obsesiones, como cualquier buen escritor.
Abrió el canon mexicano como lo hizo un Francisco Taro, una Amparo Dávila, un Juan José Arreola que buscaron los intersticios de las historias que no quieren o no interesan contar. Rompió con el prejuicio de lo nacional para transfronterizar, como su apellido, la literatura y explorar las porosidades de los géneros literarios heredando a sus lectores y a los nuevos escritores paisajes por explorar. Así era, así fue, universal y por eso está traducido a más de veinte idiomas y por eso goza la atención de las editoriales y de una pluralidad de lectores que encuentran en él a un contemporáneo de cualquier época.
Los últimos dos días que estuvimos con Francisco fue en marzo de este año, en Tehuacán. Llegamos un sábado a su casa y él había ido a Home Depot a comprar unas sillas extras para el jardín. Comimos ahí un delicioso pollo que Lillyan asó al horno y Paco me preparó primero un Negroni y luego un Gin con especies y platicamos mucho como siempre lo hacíamos. Él estaba feliz, comimos el delicioso pan que hace Lilly, pan de centeno, pan con arándanos, y Paco hacía burbujas de jabón para sus perritas, era una tarde perfecta de primavera, a cada instante les decíamos César y yo, que su jardín era hermoso, el pasto japonés perfecto, la luz de la tarde iluminando la felicidad de un año sin vernos, los ojos de él, recuerdo, resueltos con la vida.
No podía tomar más de un litro al día de líquido. Lo resolvía con un poquito de jugo de naranja, luego otros mililitros de agua mineral para poder compartir un mezcal juntos o un gintonic en la noche. Quiero pensar, querido amigo, que la sed terminó.
“Me desperecé estirando los brazos. Con mi botella de ginebra en la mano, me encaminé hacia donde llegaban las olas. Las mañanas en Puerto Vallarta son hermosas. El lugar valía cada centavo, cada gota de sangre. Bebí otro trago, un gran trago, y arrojé la botella al mar con todas mis fuerzas. Dejé que las olas la arrastraran hasta que la perdí de vista.
No me habría gustado el último trago. A veces ni todo el alcohol del mundo te quita el mal sabor que te deja la vida”. (Trago amargo, F. G. Haghenbeck). EP