La campana que Sylvia no pudo romper

Reseña de la novela The Bell Jar de la poeta Sylvia Plath para conmemorar el 57º aniversario de su publicación: “Así que comencé a pensar que quizá era cierto que cuando te casabas y tenías hijos era como si te hubieran lavado el cerebro, y después te quedabas tan entumecida como una esclava de algún Estado secreto y totalitario”.

Texto de 16/01/20

Reseña de la novela The Bell Jar de la poeta Sylvia Plath para conmemorar el 57º aniversario de su publicación: “Así que comencé a pensar que quizá era cierto que cuando te casabas y tenías hijos era como si te hubieran lavado el cerebro, y después te quedabas tan entumecida como una esclava de algún Estado secreto y totalitario”.

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La campana de cristal es la única novela de la poeta estadounidense Sylvia Plath. Sylvia Plath entregó el manuscrito en 1962. En ese entonces vivía en Londres, estaba separada de su esposo, el también poeta Ted Hughes, y tenía a su cargo a sus dos hijos pequeños (una niña y un niño). En enero de 1963, cuando se publicó la novela, fue “el invierno más frío en Londres desde el de 1813 a 1814”, según escribe la biógrafa Lois Ames en las notas finales de la edición de Harper Perennial Modern Classics de 2005.

Las críticas que recibió el libro no fueron las mejores. Plath no las tomó nada bien. Al igual que su personaje, Esther, durante su juventud, Plath había pasado seis meses en instituciones psiquiátricas y recibido tratamiento de electrochoques: “Una época de oscuridad, desesperación y desilusión —tan negra como solo el infierno de la mente humana puede ser—, la muerte simbólica, la conmoción entumecida, y luego la dolorosa agonía del lento renacer y la regeneración psíquica”.

Cuando la protagonista, Esther Greenwood, es ingresada en un sanatorio psiquiátrico, ya había recibido terapia de electrochoques y planeado suicidarse de tres maneras distintas, aunque sólo había puesto en práctica una. Después de haber ingerido cincuenta pastillas, probablemente tranquilizantes que su madre guardaba en un cajón bajo llave, Esther se encerró en una pequeña caverna a la que accedía por medio de un pasadizo que salía del sótano de su casa.

Antes de pasar seis meses en hospitales psiquiátricos, Esther Greenwood, una joven de Massachusetts con aspiraciones de poeta, vio cómo el insomnio se presentaba cada noche. No podía concentrarse para leer y los renglones se le iban chuecos cuando intentaba escribir. Después de un mes de trabajar en una revista de modas en Nueva York, pues ganó un concurso literario cuyo premio consistía en ser editora invitada (con sueldo) en la revista más prestigiosa de la época (con claras reminiscencias a Vogue), Esther regresó a su casa, en un pueblo de Massachusetts, justo al comienzo del verano… pero no pudo con ello. La mujer, que se prometió no vivir más de dos semanas seguidas bajo el mismo techo que su madre, tuvo que enfrentarse con el rechazo a su solicitud para tomar un taller de escritura con un renombrado escritor, que estaba segura la admitiría con los brazos abiertos, lo que le dejó como única perspectiva pasar el verano en la casa de su infancia. Pero, ¿es esto lo que ocasionó el rompimiento de Esther con la realidad, sus intentos de suicidio y su posterior confinamiento? Es muy probable que no fuese la única causa, aunque sí un disparador.

Antes de ser seleccionada para trabajar en la revista de moda, Esther inició una relación con el típico chico “de al lado”, como dicen los estadounidenses. Buddy Willard era un rubio aspirante a médico, atlético, hijo de una pareja “ejemplar”, que esperaba que su novia llegara virgen al matrimonio, aunque él ya no lo fuera. Son los años cincuenta en Estados Unidos.

Un día en que Esther va a visitar a Buddy encuentra a su mamá, Mrs. Willard, tejiendo un tapete con retazos de los trajes viejos de lana de su esposo. Esther queda admirada por el colorido final del tapete, con brillantes tonos en verde y azul, pero al terminar Mrs. Willard lo coloca en el piso de la cocina, en donde pocos días después, el polvo y la grasa han emparejado sus colores, volviéndolo gris e “indistinguible de cualquier tapete que uno pudiera comprar por un dólar en la tienda Cinco y diez”. Es entonces cuando Sylvia Plath pone en la mente de su protagonista uno de esos pensamientos que la definirán como una rebelde a lo largo de la novela y que sin duda serán determinantes para sellar su destino: “Y supe que a pesar de todas las rosas y besos y cenas en restaurantes con que un hombre colma a una mujer antes de casarse con ella, lo que secretamente quiere es que cuando termine la boda ella se aplane debajo de sus pies como el tapete para la cocina de Mrs. Willard”.

Más adelante, Esther recuerda la vez que Buddy le dijo que después de tener hijos ya no iba a querer escribir poemas: “Así que comencé a pensar que quizá era cierto que cuando te casabas y tenías hijos era como si te hubieran lavado el cerebro, y después te quedabas tan entumecida como una esclava de algún Estado secreto y totalitario”.

Sylvia Plath se suicidó unos días después de que su única novela fuera publicada, bajo el seudónimo de Victoria Lucas, el 11 de febrero de 1963. Este mes se cumplen 57 años de la aparición de La campana de cristal en Reino Unido. (Para ver la luz en Estados Unidos habría de esperar hasta 1971, a petición de la madre de Sylvia Plath, Aurelia, por miedo a herir las susceptibilidades de las personas en quienes su hija había basado sus personajes). Aunque se dice que los aniversarios que hay que recordar son aquellos que terminan en cifras redondas: el 50, el 10, el 100, no veo porqué el 57 no sea un buen pretexto para reflexionar sobre lo poco que han cambiado las cosas para las mujeres, y sobre todo para aquellas que padecen depresión, desde que esta chica nacida en Massachusetts en 1932 quiso ser poeta y se atrevió a desafiar las convenciones de su época para lograrlo: una vez que fue dada de alta del tratamiento psiquiátrico, se dedicó a escribir cuentos y poemas sin descanso, se graduó con honores de la Universidad y consiguió una beca para Cambridge.

En esa institución académica Sylvia conoció a Ted Hughes y se enamoró de él, aunque al final de su vida el matrimonio estaba pasando por una crisis notable. Esther, en cambio, había decidido que nunca se casaría: “Esta es una de las razones por las que nunca me quiero casar. Lo último que quiero es la seguridad infinita (…) Quiero el cambio y la emoción”.

Cuando Plath se suicidó, tenía unos meses de haber cumplido los 30 años de edad. Diecinueve años después de su muerte, en 1982, se le concedió el Premio Pulitzer postmortem por sus Poemas Completos. Ambas, Sylvia y Esther, autora y personaje, definían a la depresión como esa campana de cristal que traes cargando y que te sigue a donde quiera que vayas. EP


Sylvia Plath. The Jar Bell. Harper Perennial Modern Classics, 2005.

DOPSA, S.A. DE C.V