Ana Martínez Casas reseña Horizontes (Los libros del perro, 2024) de Néstor Pinacho.
Horizontes de Néstor Pinacho: la novela-espejo que es un incendio
Ana Martínez Casas reseña Horizontes (Los libros del perro, 2024) de Néstor Pinacho.
Texto de Ana Martínez Casas 28/10/24
…todos tenemos en la mano la cerilla que la hizo arder.
Horizontes (Los libros del perro, 2024) de Néstor Pinacho, a la Milorad Pavić, es muchas cosas: la historia de la rivalidad y venganza entre dos hombres-escritores, un triángulo amoroso a destiempo, el asesinato, incendio y suicidio de una mujer, un drama de crimen y corrupción política, dos mujeres que en realidad son una novela de metaficción.
Tengo que confesar que cuando acabé la novela, tuve que comenzar a leerla de nuevo. Pero es que hay que leer a Néstor Pinacho con atención, como se lee a los grandes, como engullimos cada palabra de Pavić, como saboreamos cada juego (meta)literario de Borges. La Verdad está detrás de cada palabra y, si nos perdemos de una, puede que nunca la encontremos.
Y así como se relee a los grandes para encontrar la historia oculta que no vimos en la primera lectura, cuando acabé Horizontes, comencé a leerla de nuevo, “como si la verdadera historia estuviera oculta en el anverso de la hoja” (p. 59). El germen del concepto de esta novela está sembrado desde la primera página: uno de los protagonistas es consciente (aunque el lector no lo sea) de su destino como personaje escrito, creado y manipulado por alguien más: el otro escritor.
La novela, como un espejo, está hecha de dualidades: tiene dos partes, dos personajes que son escritores-autores el uno del otro, dos incendios, dos mujeres que se transforman la una en la otra, incluso es un libro que está hecho para leerse dos veces.
En una segunda lectura cobra vida lo que, a primera vista, parece una historia decadente de un hombre intentando rehacer su vida después de su matrimonio fallido, pero que en realidad es una historia metaliteraria en la que nos preguntamos de qué está hecho el tiempo y quién es el autor y si, en lugar de estar locos, los personajes están absolutamente cuerdos, absolutamente fulminados por la lucidez de saber que existen porque son escritos, porque conocen “eso que está detrás de todas las páginas” (p. 27). (¿No será la locura el estado extremo de la cordura, al que llega el que se da cuenta de la Verdad? Tal vez la consciencia estalla al momento de contacto, en el instante del conocimiento total, la certeza incandescente de que somos escritos por alguien más, de que existimos como capricho literario —o venganza— de nuestro Escritor- Creador.)
Horizontes es una narración en espejo. La primera parte de la novela es una historia de inicio a fin que en la segunda parte se desdobla de fin a inicio. Espejo en llamas, fuego en espejo: el mismo incendio que arde en la primera parte y deja sus rescoldos, vuelve a alzarse, desde esas mismas cenizas, en la segunda parte.
En la primera, un periodista aspirante a escritor, frustrado y malherido tras su divorcio, busca algo (tal vez una respuesta, tal vez consuelo, tal vez nada) al establecer una relación íntima con una amiga del pasado, Fátima, una paciente del hospital psiquiátrico de San Bernardino. En la segunda, seguiremos la historia de Adán, “la piedra angular, el eje en el que parece girar todo esto” (p. 18), un anciano que en su juventud fue pareja de Fátima y que se encuentra recluido en San Bernardino culpado de ser el autor de la muerte de la joven.
Sin embargo, el drama se revelará cuando, finalmente, los dos hombres se den cuenta de que son presa del otro, de que sus acciones están sujetas a la volición del otro, de que su existencia
no es más que un puñado de palabras en una hoja de papel, de que se encuentran atrapados en una prisión en espejo, como leemos en la página 71:
Dos personajes-escritores que se escriben y, al hacerlo, se crean y se castigan por la violencia que han ejercido —e impuesto— en Fátima. Adán escribe la historia del periodista- escritor de la primera parte, a quien, por razones de conveniencia —pues el personaje no tiene nombre—, llamaremos Nada, en oposición, en anagrama y en espejo a Adán. Y Nada, sin abandonar la primera persona (atrapado todavía, quizá, por los hilos narrativos de Adán), escribe la historia de Adán en la segunda parte refiriéndose a él en tercera persona.
Una de las cosas que más disfruté de esta novela fueron las descripciones táctiles de los personajes al escribir y ser escritos y la tensión que se construye en la lucha metaliteraria entre ellos. Nada “desesperado [voltea] al cielo, como si fuera a vislumbrar a alguien allá arriba, pluma en mano” (p. 56) y se siente “de alguna manera observado” (p. 103) mientras escribe a Adán y Adán (el primer hombre, aquel que se rebela contra el Autor-Dios) “escupe las letras con las que trat[a] de apresarlo… se resiste, no se deja tomar” (p. 104). Pero trágicamente, aunque se niegan a que las palabras del otro dominen sus actos y pensamientos, están —como dice Nada— “unidos y condenados” (p. 124).
Con dejos de Pedro Páramo, Nadie me verá llorar, El gran truco, la literatura decadente de los poetas malditos y la metaficción borgiana, Pinacho crea una novela de estructura asombrosa,
un verdadero ejercicio de reflexión sobre lo que es posible en la literatura y los alcances de la ficción metaliteraria.
Y ahora tú, lector de esta reseña, lee (no: experimenta) por ti mismo Horizontes de Néstor Pinacho porque, quién sabe, “puedes estar leyendo y no ser más que un personaje que está leyendo que está leyendo” (p. 66). EP