Conversamos con Gabriela Jauregui sobre su primera novela Feral (Sexto Piso, 2022).
Apostar por la esperanza: Entrevista con Gabriela Jauregui
Conversamos con Gabriela Jauregui sobre su primera novela Feral (Sexto Piso, 2022).
Texto de Este País 09/02/23
En Feral, primera novela de Gabriela Jauregui, el lenguaje genera un espacio de turbulencia y tensión entre el pasado de lengua domesticada y la posibilidad feral y desaforada del futuro. Es un viaje por los túneles del tiempo desde donde se construye el saber que explica las ruinas de nuestro presente. Un saber que es preciso reconstruir y recontar porque, como dicen las archivistas, «algún día este archivo será jardín».
. . .
Gina Velázquez (GV): Después de haber escrito poesía, ensayos, cuentos, de ser académica y editora, ¿cómo fue ese paso para escribir Feral, tu primera novela?, ¿fue un curso natural, una decisión?
Gabriela Jáuregui (GJ): Para mí, fue un poquito de las dos como curso natural y decisión. Durante mucho tiempo jamás pensé escribir ficción: pensé que siempre iba a escribir poesía y que la ficción era el mundo de otras personas que viven en otro país. Y, de pronto, escribí mi tesis de doctorado, que no es ficción pero es escribir algo de largo aliento; es ensayo y teoría, entonces intenté cuentos y vi que sí se podía hacer. Cuando terminé el libro de cuentos, decidí intentar empezar a escribir novela. Me costó mucho trabajo, porque eso fue hace muchos años. O sea, el camino fue natural, pero no salió en una noche.
GV: En ese sentido, has mencionado que tuviste esta novela en el cajón durante nueve años. ¿Cuántas veces volviste a ella?, ¿la reescribiste? Imagino que fue cambiando conforme fuiste cambiando tú. ¿Cómo fue ese proceso? y ¿cómo decidiste que estaba lista para dejar definitivamente el cajón?
GJ: Sí, fue cambiando conforme yo fui cambiando. Al punto que también hubo momentos en que dije: “bueno, pues no, tal vez no pasó”. Estuvo años entrando y saliendo del cajón la pobre novela. De pronto la dejaba y a veces volvía, y esto en gran parte fue gracias a mis amigas y amigos, que me decían: “en qué vas”, “pero no la dejes”, “oye, yo sí la quiero leer”. Y entonces regresaba y cambió muchísimo en esos ocho años, en parte porque yo cambié y porque cambió mucho también nuestro país. En ocho años pareciera que no cambiaron, pero algunas cosas sí; otras tristemente no cambiaron nada. Por ejemplo, no es la misma novela que era antes de la pandemia y después de la pandemia; fue un momento que nos marcó como humanidad, no sólo como país o mujeres.
Aunque yo creo que un libro nunca está acabado del todo y siempre es perfectible, el momento en el ya está acabado es cuando alguien más lo lee, es cuando realmente ahí se completa —aunque suene cursi, es verdad—. Para mí, terminó cuando ya sentía que esto estaba cuajando, que era un todo coherente con sus niveles, sus voces, sus tiempos. Antes, en las versiones anteriores, cojeaba de una pata o estaba medio manco, le faltaban cositas; luego estaba bien este lado, pero entonces el otro se desmoronaba. Quedaba mucho como un cuerpo adolescente, cuando te crecen mucho las piernas y te ves rarísimo, y luego ya se empareja el torso, pero luego la nariz… Y de pronto mi libro dejó de ser adolescente; tenía forma, ya estaba parejo.
GV: En tu libro abordas temas que no nos son ajenos socialmente desde hace muchos años, como el feminicidio. Sin embargo, aunque cada vez se abordan más estos temas, existe poca literatura al respecto; por ejemplo, de hace varios años 2666 de Bolaño, o más recientemente El invencible verano de Liliana de Cristina Rivera Garza. ¿Por qué piensas que se tardó tanto en llegar este tema a la literatura, o en ser explorado más por mujeres? ¿Cuál es tu perspectiva al respecto?
GJ: Fue por eso que quería escribirlo desde hace ocho años, había pocos libros sobre eso, ahora hay más; tampoco hay tantísimos para las tantísimas muertas que sí tenemos. En ese entonces estaba Huesos en el desierto, aunque no es ficción, gran libro, de un varón, un gran escritor y periodista. 2666 y Mujeres muertas de Selva Almada. Había ensayos y escritos sociológicos, antropológicos, Rita Segato. Claro, desde que hay muertes en Juárez ha habido de eso, pero ficción por autoras mexicanas en ese entonces no había. Entonces pensé que sí necesitábamos empezar a hacer este ejercicio de memoria y de testimonio. En el ínter, en los años que me tardé en escribir la novela, alegremente otras mujeres empezaron a publicar sobre esto. Por ejemplo, Agua de Lourdes. Ya hay muchos textos desde una perspectiva más literaria. También hubo momentos en que dije: “Ya lo contaron. Ellas hicieron muy bien, yo ya qué voy a decir”; entonces la novela se iba otra vez al cajón. Siento que esto es así, quizás, en parte por lo mismo que me pasó a mí: hay momentos en que es tan grande el tema, el dolor y la responsabilidad, que te preguntas: “¿quién soy yo para abordarlo?”. Pero también surge la necesidad de seguir contando esto, pensándolo desde la mayor cantidad de ángulos y puntos de vista, voces, tonos, estilos y géneros posibles.
GV: Feral es una novela polifónica que nos apela desde un ahora, un antes y un después, pero prevalece la sensación de ser narrada desde el futuro, ¿por qué elegiste narrar desde ese punto, es una forma de anunciar la esperanza?
GJ: Sí, creo que para mí era muy importante y desde donde podía aportar algo, era narrarlo desde la esperanza; no, desde el “aquí estamos”, es decir, en el horror y el dolor, y ahí nos quedamos. Quería tratar de imaginar que sí sobrevivimos a esta especie de epidemia feminicida, y que desde el otro lado podemos mirar y decir “Ah, mira, esto es lo que hicieron las mujeres durante ese tiempo para sobrevivir, para acompañarse, para resistir”. Eso es lo que siempre está sucediendo, es lo que podemos ver y admirar. Hay periodistas que lo documentan; hay mil formas de seguir contando eso; hay mil formas en las que las mujeres y las personas de este mundo resistimos ante las injusticias varias. El pretexto de contar desde el futuro es poder tener esa distancia de decir que sí se logró; sobrevivimos a pesar del horror. De lo macro a lo micro, qué hizo este pequeño grupo de amigas para acompañarse en medio del horror más horroroso. Es apostar por la esperanza.
GV: En esta novela la amistad se convierte en una fuerza política. Primero, con las cuatro amigas y después con las mujeres que se unen. ¿Por qué decidiste dotar a tus personajes de esta fuerza?, ¿estás retratando algo que tú ves o vives?
GJ: Creo que lo que a mí me da también esperanza es ver que muchas personas que viven en condiciones inimaginables tienen esa fuerza admirable y maravillosa, aunque a la vez nunca deseas estar en esa situación. Tampoco quiero romantizar esa fuerza; también hay días que se les desmorona la vida, que le mientan madres al universo, que no quieren levantarse. A pesar de esos días malos, se salen, se organizan, se acompañan, van con su vecina para ver cómo está, le dan de comer a un perro callejero. Acciones tan pequeñas que son casi imperceptibles, pero que van totalmente en contra del poder y de la injusticia. Son acciones de cuidado de la vida en un mundo de descuido y de despojo. Eso es lo que creo que está en posibilidad de todas las personas y que prácticamente todo el mundo hace ese tipo de pequeñas cosas al menos una vez en su vida, hasta la gente más terrible ha tenido momentos de ternura, de cuidado. Creo que debemos mirar a la humanidad desde ahí, y no desde lo monstruoso destinado al horror. Lo estamos haciendo; sólo hay que tejerlo más.
GV: En una parte importante de la novela usas expedientes y testimonios reales para recrear las voces de madres buscadoras, ¿qué te hizo usar el archivo como una fuente para tu novela? ¿Por qué te decantaste por la polifonía?
GJ: Para mí fue un momento de mucha responsabilidad; esas palabras eran como un regalo preciado; era algo que se dijo sobre esto tan doloroso, entonces sentía que debía cuidarlo mucho. Al mismo tiempo, eso está envuelto en toda otra serie de capas, voces y registros que no son solamente del periodismo, sino también de la imaginación. Para mí, al ser algo tan complejo y tan doloroso, la mejor manera de acercarme era a través de las preguntas, más que de las respuestas o las soluciones. Y eso sólo se logra a través de muchas voces: de alguien que cree que sabe, de alguien que no tiene ni idea, de una mujer que se supone que tiene visiones pero no puede ver lo que está en sus narices, de alguien que está excavando tratando de rescatar el pasado y ahí se acaba su vida. Todas esas pequeñas aristas nos permiten acercarnos a verlo desde diversos puntos y darle más distancia. Para mí, fue una especie de recurso retórico, pero también político, de decir que no hay una sola forma de mirar esto, ni una sola forma de vivirlo, ni una sola forma de resistirse a la injusticia y de hacerle frente, sino una multiplicidad de formas. Y entre todas se van acompañando, y así se teje la vida.
GV: A lo largo de estos años de escritura, ¿qué libros, autores o autoras influyeron en ti? ¿Hay alguno que haya sido fundamental?
GJ: Muchas, muchos. Sobre todo porque creo que de ocho años para acá muchas empezamos a leer más mujeres, a despatriarcalizar nuestra vida. Por ejemplo, para mí hay muchos textos semilla de este libro; entre ellos está Las guerrilleras de Monique Wittig, una escritora increíble. También está Maggie Nelson, quien escribió dos libros sobre el feminicidio de su tía en Estados Unidos, aunque en ese país no necesariamente se use ese término; uno de los libros es una especie de novela y el otro es sobre el juicio del presunto asesino. Es una reflexión muy fuerte: parece ser que era enfermero en un hospital y ella pensaba “bueno, quizás hizo el bien después de haber hecho eso”; se empieza a cuestionar la justicia, la vida, la muerte, la memoria… es una belleza ese libro. Además me acompañó un montón de libros de poesía, La tinta negra y roja, que son varios poemas prehispánicos, por ejemplo. Estuvo muy presente Mal de archivo de Derrida. O sea, libros de todo en teoría, poesía, novela, ensayo, no ficción. Obviamente, en su momento, leí Huesos en el desierto, La fosa de agua, a Rita Segato; pero después me di cuenta de que tenía que dejar eso a un lado y leer otras cosas. Hay una cantidad de libros compañeros, también La parábola del sembrador de Octavia E. Butler o Los desposeídos de Ursula K. Le Guin.
GV: ¿Piensas que desde el arte, desde la literatura se pueden transformar las miradas y las perspectivas para emprender acciones sociales?, ¿qué más tendríamos que estar haciendo?
GJ: Mi esperanza es que quizás el arte, la literatura, el cine, nos ayuden a nombrar las cosas o hacernos preguntas a partir de ese nombrar las cosas que podamos hacer, que empecemos a hacer las cosas de otra forma. O sea, no creo en mi libro ni en ningún libro esté la solución; pero sí creo que son formas de hacernos preguntas y de empezar a conocernos. Como cuando lees un libro y te conoces, pero también te desconoces. Creo que eso puede ayudar a que empecemos a cambiarnos y organizarnos para cambiar. Urge que esto cambie. Creo que el libro en sí un libro no va a cambiarlo todo, pero creo que sí es una invitación a movernos. EP