Siempre, una línea en el diario, aunque sea como una secreción corporal, algo que sale cotidianamente de uno mismo y que el papel absorbe. Un sano hábito.
Diarios, de Ignacio Manuel Altamirano
Siempre, una línea en el diario, aunque sea como una secreción corporal, algo que sale cotidianamente de uno mismo y que el papel absorbe. Un sano hábito.
Texto de Pável Granados 27/01/20
Hojeo los periódicos, llegan El Diario Mercantil, El Diario de Barcelona. En América, la influenza causa tal mortandad que las empresas de pompas fúnebres no se dan abasto. Siempre, una línea en el diario, aunque sea como una secreción corporal, algo que sale cotidianamente de uno mismo y que el papel absorbe. Un sano hábito. Aquí, nada de heroísmo. Eso está en otros tomos, en los apartados adecuados. En estas páginas se encuentra algo que pareciera que iba a estar a resguardo de la gente. El mal humor de todos los días que se tenía que almacenar discretamente. Llegaron cartas, las cuales hay que contestar puntualmente: a Gutiérrez Nájera, a Manuel Othón, Peón Contreras, etc.; Juan de Dios Peza mandó libro de versos. Mi esposa Margarita amaneció mala. La humedad de París convirtió el paraíso deseado en una cotidiana fuente de malestares. Así que de nuevo, otro oficio, a ver si en Relaciones quieren que intercambiemos nuestras asignaciones Manuel Payno y yo. Viene a la mente el emperador Maximiliano, quien me recomendó el agua de Seltz para la dispepsia. El agua está siempre junto a la mesa. No está dentro de estas páginas la costumbre de Amiel, reflexionar por escrito de uno mismo. Curioso uso de las páginas del diario, pues es una constancia precisa de la existencia, sin más que agregar, pero que al sumarse a las demás páginas que escribió este autor se presencia algo como una resurrección de la vida. Porque aquí, nada que se parezca a las páginas de Chateaubriand con largos pensamientos inspirados en sus viajes. Todo muestra el cansancio de la realidad cansada. De viaje por el Vaticano, pagamos cinco liras a un guía para que nos contara lo que ya sabíamos. Por subir y bajar tantas escaleras, Margarita se enfermó de nuevo. Los cinco tomos con las poesías de Carducci costaron dieciocho liras. En fin, el orbe de la mundanidad. Me pregunto si todas estas anotaciones forman parte de una biografía. En todo caso, hay que hacerse varias preguntas de lo que es una biografía. Puede ser que una biografía sea la consignación e interpretación de los sucesos más importantes de una vida emparejados con los pensamientos respectivos que brotaron de esas acciones. De esas grandes categorías abarcadoras, van saliendo subcategorías más pequeñas: ¿con qué personalidades se mantuvieron relaciones y de qué tipo?, ¿de qué modo interfirieron los grandes eventos históricos en esta vida?, ¿cómo influyó el pensamiento de nuestro biografiado en su mundo? Las categorías van bajando poco a poco hasta los hechos más pequeños: qué tren es el que lleva de regreso, a qué hora se toman las pastillas y qué paseo se realizó en qué día. Naturalmente, las biografías no le dan tanta importancia a estos hechos, a menos que el té estuviera envenenado o el murmullo de la calle presagiara una revolución o una epidemia. Desde otro punto de vista, cuando interrogamos cada objeto y cada acción que el autor ha dejado en sus diarios sin darse cuenta, todo se vuelve significativo. Nos acordamos de que existen los telegramas y los cablegramas, nos fijamos en el repertorio de la música en las reuniones y nos preguntamos por qué había tantos mexicanos en Francia, quiénes eran y qué hacían entonces. Quizá hay menos biografía en un libro así, pero hay notoriamente más vida. EP
Ignacio Manuel Altamirano. Diarios, prólogo y notas de Catalina Sierra. México, SEP, 1987. (Obras completas, XX)