Anuar Jalife Jacobo ensaya sobre Carlos Gutiérrez Cruz, el poeta cristiano y comunista de México.
Sangre de la muchedumbre, de Carlos Marx y de Jesús: la poesía libertaria de Carlos Gutiérrez Cruz
Anuar Jalife Jacobo ensaya sobre Carlos Gutiérrez Cruz, el poeta cristiano y comunista de México.
Texto de Anuar Jalife Jacobo 27/06/23
Un poco náufrago de las modas a fines de los años noventa, pasé muchas tardes de mi adolescencia escuchando a Óscar Chávez, gracias a unos discos que mi mamá había vuelto a poner a circulación por aquel entonces. En una época en que no había en casa televisor ni internet ni mucho que hacer en lo que todavía parecía una pequeña ciudad del Bajío, escuchábamos y cantábamos álbumes completos de Chávez como remedio casero contra el tedio y como suerte de comunión familiar. Varias de sus canciones me llamaban la atención, pero pocas como “30-30”, un corrido que me parecía especialmente raro por arremeter contra patrones y sacerdotes, por promover al mismo tiempo la repartición de la tierra, la ejemplaridad de Cristo y el levantamiento en armas:
Nosotros sufrimos todo
la explotación y la guerra;
¡y así nos llaman ladrones
porque pedimos la tierra!
Y luego los padrecitos
nos echan excomuniones…
¡A poco piensan que Cristo
era como los patrones!
Compañeros del arado
y los de toda herramienta,
nomás nos queda un camino:
¡Agarrar un 30-30!
Siempre pensé que la canción era anónima; “30-30 (Corrido zapatista)” se consignaba en la contraportada de Latinoamérica canta. Hace no mucho, investigando sobre un poeta que me había producido un asombro similar al de aquellos versos escuchados veinte años atrás, descubrí que, sin saberlo pero sabiéndolo, me había encontrado con el autor de “30-30”: Carlos Gutiérrez Cruz, el poeta cristiano y comunista de México.
Nacido en la ciudad de Guadalajara en 1897 en el seno de una familia acomodada, como muchos de los jóvenes escritores de su época, Gutiérrez Cruz comenzó escribiendo poemas de aliento todavía modernista, a la manera de Enrique González Martínez, uno de los poetas más influyentes de las primeras décadas del siglo XX. Sería con su llegada a la Ciudad de México a comienzos de 1922, que entraría en contacto con personajes en ese momento asociados al movimiento sindical o al comunismo mexicano —como Pedro Henríquez Ureña y Vicente Lombardo Toledano, Diego Rivera y Xavier Guerrero— y se operaría en él una profunda conversión ideológica y poética que lo llevarían a ser uno de nuestros poetas militantes más radicales. El primer fruto literario de su giro a la izquierda se dio apenas un año después de su arribo a la capital, con la publicación de Como piensa la plebe, libro editado por la Biblioteca de la Juventud Comunista en el que se reúnen casi una treintena de poemas breves, cercanos al aforismo, el refrán o el haikai, que expresan consignas políticas con una buena dosis de ingenio popular, como una forma didáctica de difundir un mensaje emancipador entre las masas que hacia mediados de los años veinte aún esperaban que se cumplieran las promesas de la Revolución:
Cuídate del rico y de la pantera,
porque siempre tienen
las uñas de fuera.
o
El pobre que roba es ladrón.
El rico que roba es patrón.
Un año más tarde, en 1924, saldría a la luz el que sería su poemario más conocido: Sangre roja. Versos libertarios, publicado por la Liga de Escritores Revolucionarios, con ilustraciones de forros de Rivera y Guerrero. El primero nos regala una imagen de fraternidad y camaradería típica de la iconografía comunista: un par de trabajadores sosteniendo una hoz y un martillo, respectivamente, se abrazan frente a una enorme estrella soviética; el segundo, traduce a la plástica el mundo poético de Gutiérrez Cruz al crear un paisaje en el que un dominante sol con facciones humanas irradia su luz por toda la cuarta de forros, que al centro tiene una estrella de cinco picos, abajo de la cual aparecen una mazorca de maíz y un par de manos sosteniendo cada una una hoz y un martillo.
El libro, conformado por quince poemas, podría dividirse en cuatro partes: un poema-dedicatoria a José D. Álvarez —posible impresor del libro—; un poema introductorio que da título al poemario, “Sangre roja”, y expone la poética de este; un largo poema dividido en diez partes, “El canto de la senda lírica”, donde Gutiérrez Cruz da cuenta de su transformación poética del intimísimo al compromiso social; y una última parte integrada por trece poemas en los que cristaliza esa poética militante. Quizás baste acercarse solo a “Sangre roja” para tener una visión de este momento poético del jalisciense.
El poema habla de la sangre como un elemento ambivalente, que alude al sufrimiento, al dolor y a la muerte, que a la fuerza, la redención y la vida. Las estrofas iniciales introducen a los personajes principales del poemario; unos soslayados, los burgueses, y otros presentados de forma explícita, los proletarios; ambos enmarcados en una relación de antagonismo. La vida de los trabajadores, su sangre, es dada como un sacrificio inútil, una ofrenda que no es entregada para renovar la existencia sino para “pagar desmanes”, es decir, para satisfacer los placeres individuales de una clase:
¡Sangre roja!
Sangre de los obreros muertos en los engranes,
sangre cuya congoja
trocase en monedas para pagar desmanes;
Una vez presentada la situación, esa misma sangre, entendida como potencia, se muestra en el límite de su contención, a punto de desbordarse. Estamos ante la idea de una clase oprimida que lejos de ser débil encarna las fuerzas productivas de su tiempo y que, por tanto, en cualquier momento puede liberarse de forma violenta, haciendo estallar su vigor históricamente contenido:
sangre que desespera de su eterna prisión
y que se precipita
con una fuerza trágica buscando salvación;
sangre que en dinamita
hace estallar su propio corazón;
Después de estas dos estrofas donde predominan los alejandrinos, versos relativamente largos, el ritmo del poema se acelera mediante el uso de la anáfora, la repetición, y el uso de versos más cortos, de ocho sílabas, que luego se alargan nuevamente. Este cambio en la velocidad del poema coincide con una nueva connotación de la palabra sangre que a partir de este momento se asocia al fuego y su simbolismo revolucionario, así como a dos personajes, Carlos Marx y Jesús, que marcan las coordenadas ideológicas de todo el poemario:
Sangre que parece lumbre,
sangre que proyecta luz
sangre de la muchedumbre,
de Carlos Marx y de Jesús,
ennegrecida por el sacrificio,
amoratada por el cilicio
y despreciada por la sangre azul.
En la última parte del poema aparece la figura del poeta, quien se apropia de la sangre mencionada versos arriba, asumiéndola como una fuerza violenta que da a su voz un talante libertario. No es casualidad que el último verso del poema, “¡salud!” —que hace eco del verso inicial mediante los signos de admiración— se presente como un brindis. Con este acto de habla, el poeta renuncia a su soledad y se nos muestra hablando ante un público, una muchedumbre podríamos suponer; por otra parte, la imagen tácita de beber la sangre roja en ese brindis, reforzada por el nombre de Jesús, nos hace pensar en la liturgia cristiana de la comunión: el poeta bebe y nos invita a beber con él la sangre redentora y revolucionaria de Cristo, de Marx y de las masas trabajadoras, como una forma de hacer que ese sacrificio esbozado en los versos iniciales cobre un sentido liberador:
Tal es la sangre que corre en las arterias
de mis canciones bárbaras de tanta rebeldía,
sangre impetuosa y bravía
que se derrama para reivindicar miserias…
sangre roja contra la esclavitud,
sangre del verso púrpura que incendia y que
despoja,
sangre roja,
¡salud!
“Sangre roja” es uno de los poemas más llamativos del libro homónimo y, como decía antes, traza los ejes principales por los que transita el poemario: el mensaje emancipador, los oprimidos como objeto de representación pero también como lectores ideales de los poemas, la mezcla ideológica de comunismo y cristianismo, la idea de un mundo transformado por la esperanza revolucionaria.
La lírica de Carlos Gutiérrez Cruz cayó, con el paso de los años, en un olvido relativo, quedó envuelta en un halo de promesa incumplida, de obra malograda, debido, en parte, a su temprana muerte, ocurrida en 1930 a la simbólica edad de 33 años, pero también, como piensa Evodio Escalante, debido a su carácter panfletario, al cultivo de un “verso afirmativo, a veces violento, que quiere ligarse a los procesos de transformación social” en un medio poético caracterizado por el cuidado de la forma y el subjetivismo. No obstante, revisitar su poesía a casi un siglo de distancia sigue siguiendo una experiencia inspiradora, tristemente vigente, capaz de conmover incluso a un adolescente que, sin plena conciencia de ello, descubría en los versos de Gutiérrez Cruz la pasión de un poeta que se arrojó, con fortuna desigual, a la búsqueda de un nuevo lenguaje poético dirigido a los desposeídos y que trató de hacer de su voz un instrumento incandescente contra las injusticias de su tiempo, que en muchos sentidos continúan siendo las del nuestro. EP