El periodista Heriberto Paredes nos acerca al arte de Cherán, Michoacán, que se caracteriza por la resistencia del pueblo y sus artistas que, también, se pronuncian contra la violencia que han vivido.
Janastarhpekuarhu: algunos apuntes sobre el arte de Cherán
El periodista Heriberto Paredes nos acerca al arte de Cherán, Michoacán, que se caracteriza por la resistencia del pueblo y sus artistas que, también, se pronuncian contra la violencia que han vivido.
Texto de Heriberto Paredes 08/12/20
“¿Van a ir a Cherán? No dejen de visitar los murales, están por todos lados y son muy buenos”, recomienda un amigo mientras termino de desayunar en una posada de Pátzcuaro. Esta es la fama que se ha ganado esta comunidad p’urhepecha tras casi diez años de sostener una forma propia de organización política y muchos años más de preservar su cultura y su identidad. Aunque no ha sido fácil, hoy es posible conocer esto a través de formas artísticas.
A mediados de abril de 2011, en la madrugada del día 15 para ser exactos, un grupo de mujeres, hartas de la tala ilegal y excesiva que se hacía del bosque, decidieron, sin muchos miramientos, tocar las campanas de la iglesia de El Calvario para alertar al pueblo. Mientras éste despertaba, ellas, mujeres que cargaban palos y machetes, frenaron las camionetas del crimen organizado que venían bajando de los cerros llenas de madera.
Los primeros grupos de talamontes comenzaron a llegar a Cherán en 2008, actuaron bajo la complicidad de la presidencia municipal del priísta Roberto Bautista y de la policía municipal, quienes los escoltaban y protegían de cualquier reclamo o intento de freno. A pesar del temor y la impotencia, algunos comuneros trataron de frenar a quienes decían ser parte de la Familia Michoacana, pero con ello perdieron la vida.
Un dolor profundo comenzó a anidarse en la comunidad. Cuando los talamontes también comenzaron a afectar la zona del manantial principal, el miedo se transformó en enojo y fue entonces que las mujeres decidieron cerrar los caminos, enfrentar a los hombres armados, desarmarlos y con ello, poner fin al despojo y a la violencia. Junto a ellos también fueron expulsados funcionarios, policías y partidos políticos.
A finales de ese abril de hace más de una década, mientras alistaba mi pequeña maleta y mi cámara, un amigo me preguntó si realmente me dirigía a esta comunidad que aparecía, descrita en varios medios de comunicación, como tierra de nadie. “Allá todo está muy peligroso, te van a dejar pasar y luego qué vas a hacer, ya no vas a poder salir”.
Tata Trinidad “Trini” Ramírez, maestro y luego miembro del primer gobierno comunal, me permitió el acceso, logré pasar las barricadas que cancelaban el paso en la carretera que viene de Nahuatzen, y más atrás de Pátzcuaro. Tras una breve plática con Tata Trini acerca de mi origen, mis motivos periodísticos y las cosas que podían hacerse y las que estaban restringidas, mi primera impresión fue la de haber entrado a otro tiempo y a otro espacio, a un lugar calmado, lleno de aire fresco y limpio. Conforme avanzamos en las calles del pueblo, en cada esquina había fogatas encendidas en las que se arremolinaban algunas personas, tomaban atole y platicaban acaloradamente.
¿Alguna vez han llegado a un paraje, dentro de un bosque, del cual ya no quieren salir? Pues eso fue lo que pasó.
En la década que siguió a este proceso de levantamiento civil uno de los rostros que se tallaron con más precisión fue el del arte. Surgió un arte político y de denuncia, un arte que paulatinamente se transformó en otra cosa, que pasó del recuento testimonial del movimiento de la comunidad a otro arte mucho más profundo. Una forma de vida que da cuenta de las raíces identitarias de una cultura, ajena a muchos de los preceptos que rigen el desabrido mestizaje obligado al que se nos intenta someter día con día.
El de Cherán es un arte lleno de personajes fantásticos, lleno de texturas y colores, donde es posible sentir a través del color. Provoca la misma sensación que se ocasiona al ver algo aparentemente cotidiano y de pronto descubrir ahí mismo algo distinto, fuera de cause.
Ch’amonini (Eco)
A pesar de que antes del movimiento social que transformó la vida de Cherán el trabajo artístico de personas como Francisco Huaroco y Ángel Pahuamba ya era un referente, dentro y fuera de la comunidad, tuvo que haber una fractura. Una madrugada iluminada por la fuerza de las mujeres tuvo que darse para que estas voces resonaran en las generaciones que ahora consolidan propuestas radicales, llenas de significado, una plástica que da la vuelta a la página. Pensemos en el movimiento de la comunidad como una caja de resonancia.
El levantamiento armado ayudó a que la comunidad se cuestionara a sí misma pero también permitió la apertura de espacios de reflexión y discusión. Como en todas las revoluciones, siempre hay precursores que permiten que, en el momento de ruptura, no se pierda el cordón umbilical con la historia y el origen. Estos artistas que desde años previos al 2011 ya habían generado ruido en el medio artístico estatal, se convirtieron en las voces que pronto resonarían en los pinceles, brochas y aerosoles de las nuevas generaciones.
Luego de que en los medios de comunicación se dieran noticias sensacionalistas respecto a la lucha de Cherán, Ángel, quien entonces residía en Morelia y acababa de llegar de una experiencia de trabajo en Chile, de inmediato encontró resonancias en lo que ocurría en territorio mapuche, en donde una minera canadiense se había apropiado de miles de hectáreas. Tras asistir a varias reuniones en Cherán, escuchar detenidamente las discusiones y las pláticas de las fogatas, antes de pintar, comenzó a acompañar el proceso por el que atravesaba su comunidad.
De este momento iniciático nació la serie de cuadros titulada Historia paralela de 2 pueblos y, con ello, también la búsqueda de solidaridad para sostener el movimiento. “Siempre estoy hablando, en las obras, de lo que me hacen sentir, lo bueno y lo malo también, que muchas veces no nos atrevemos a decir, muchos artistas sólo se quedan con la parte bonita y con lo decorativo del arte. Tiene que haber, siempre, un concepto que respalde cada obra”.
Su voz, en la que confluyen diversas influencias, comenzó a consolidarse dentro del concierto de voces cheranenses como una voz crítica y solidaria, no con un momento sino con un proceso que le compete, como artista y como miembro de la comunidad.
Mientras la comunidad discute su propio destino y se comienzan a recuperar las formas tradicionales de organización —sin partidos políticos y sin las fuerzas de seguridad del Estado— también comienza un proceso de definición de la identidad de Cherán, como K’eri, es decir, como el hermano mayor de la nación p’urhepecha. Por supuesto que este cuestionarse colectivamente también se impregna en lo íntimo, al menos así sucede con Pahuamba, quien afirma que “la parte identitaria no se quita, tiene que ver con el lugar en donde nos desarrollamos, esos espacios que cuando vienen a la memoria, sientes el humo, el fuego, el olor de la tortilla quemándose”.
Como se trata de una voz que se consolidó antes de la fractura del sistema de partidos políticos, también ve la necesidad de señalar que su apego al origen ya estaba ahí desde siempre: “Yo hablo de Cherán a donde quiera que vaya y ya hablaba de Cherán incluso antes de que ocurriera el movimiento”. De igual forma, como Pahuamba, Francisco Huaroco fue también una referencia fundamental para comprender el tránsito de la cosmovisión a la expresión artística.
Parhangua (fogata)
“Doña Melita acompañó la inauguración con una ceremonia. Nos percatamos que en este primer contacto como Cherán, hubo mucha convocatoria, mucha más que en otras exposiciones que ya estaban. Había mucha aceptación hacia las propuestas desde la comunidad”, relata Giovanni Guerrero a través de una llamada telefónica, porque la pandemia no nos ha permitido reunirnos y platicar en persona.
Hablamos de la exposición colectiva «Cherani: empoderamiento de la propia identidad» que se inauguró en noviembre de 2019 en una sala del Centro Cultural Clavijero. Ubicado en el corazón colonial de Morelia, este recinto se ha vuelto un símbolo del arte consagrado, un arte en muchas ocasiones vacío y encumbrado por las élites. Nada nuevo bajo el sol, esto mismo pasa en el resto del país.
A pesar de que a comienzos de aquel año, Giovanni había sido invitado para realizar un mural en gran formato y que para ello se habían dado las facilidades necesarias, al tratarse de una muestra de varias personas, este recinto abrió sus puertas con limitantes claras: falta casi total de recursos públicos, un apoyo al 50% para la impresión del catálogo y por supuesto, cada artista cubrió los gastos de su obra.
“No nos importó si teníamos o no recursos para la exposición, porque para nosotros Cherán tiene todavía muchas cosas qué decir en muchos aspectos, incluso no sólo en el arte. Tiene mucho que decir ante la sociedad”.
Como si se tratara de un fuego alrededor del cual se reúne la gente para platicar historias o para contar lo ocurrido en la jornada, la muestra artística reunió trabajo de distintas generaciones. La exposición, se convirtió en iunueni, en lo que une las cosas, en una fogata que reúne: si durante los primeros años del levantamiento de la comunidad en defensa del bosque y de su ser p’urhepecha, el quehacer artístico, en mano de artistas de distintas edades, podría parecer dislocado, ahora lo que se unió a través de este fuego fue el reconocimiento mutuo.
Entrevistado en el contexto de la exposición, Francisco Huaroco declaró que en efecto, sí existía un carácter colaborativo entre los artistas de Cherán y que eso es ya un trabajo comunitario.
Para Guerrero, otro de los aspectos fundamentales de la exposición fue que “se muestra que lo que pasa en Cherán no es de 2011 para acá”, aunque, por supuesto, en las obras se abordó cómo se ve el proceso político comunal desde distintas miradas, pero también lo que significa la medicina tradicional, la participación política de las mujeres, el antes y el futuro del movimiento. “Se voltea a ver a Cherán no sólo por el arte mismo, sino por lo que significa la comunidad como tal”.
Es el arte, fiel reflejo colectivo y múltiple de lo que ahora es la comunidad, un lugar en donde convive “una tensión natural entre lo individual y lo colectivo, junto con las tensiones en el proceso político y social de la comunidad”.
“Cherán nos ha dado muchas cosas –continúa Giovanni–, salir de un territorio de violencia como sucede en muchos territorios de América Latina, para nosotros la circunstancia es ahora muy distinta: es pensar, estar acá, ver qué se puede hacer desde nuestra posición y nuestro quehacer”.
A lo largo de varios años, posteriores al levantamiento, Guerrero ha sido parte de una marea artística que involucra a una juventud motivada por la posibilidad de crear sus propios espacios y de comunicarse a través de su propio lenguaje. El mural ha sido una de estas formas que cobraron vida en las enmudecidas paredes de una comunidad en donde el fuego y la discusión cambiaron la historia.
Xharhatakuarhikuarhu, por ejemplo, se creó como una iniciativa para congregar a diversos artistas interesados en construir colectivamente propuestas artísticas al interior de Cherán. Antes de esta convocatoria, el propio Giovanni, como parte del Concejo de Jóvenes del gobierno comunal de la comunidad, volcó esfuerzos a respaldar iniciativas similares.
En efecto, aquí hay que hacer un énfasis en una cualidad que no ocurre en ningún otro municipio del país: a raíz del levantamiento armado, los cuatro brarrios que constituyen la comunidad acuerdan apostar a la construcción de una forma de gobierno distinta a la que marca el artículo 115 de la Constitución mexicana, en donde se dan las bases del municipio. En su lugar, Cherán se rige por un Concejo Mayor compuesto por doce personas, elegidas bajo un sistema normativo propio, a razón de tres representantes por cada barrio; además, el gobierno cuenta con los llamados Concejos Operativos (Asuntos Civiles, Honor y Justicia, Bienes Comunales, de la Mujer, de Jóvenes, Programas Sociales, Econímicos y Culturales, Administración Local y Coordinador de Barrios) y la máxima instancia es la Asamable General, la cual se compone de las asambleas de cada barrio: Jarhukutini, Ketsikua, Karakua y Parikutini.
Bajo este esquema, los jóvenes tienen la posibilidad de participar del gobierno comunal sin que esto represente una contradicción en su quehacer personal, ya que el ejercicio de una tarea de esta naturaleza se concibe como parte del fortalecimiento de la comunidad. Gracias a ello el arte ha encontrado muchos espacios para normalizarse de una manera creativa, crítica y en absoluto decorativa.
“El proceso tiene que darse de manera muy natural, sin querer abarcar más de lo normal. El arte en Cherán tiene que ver paso por paso, y no de la noche a la mañana se va a entender a Cherán como una comunidad donde vas a ir a ver arte”, alcanza a comentar Giovanni justo antes de que se pierda la comunicación y volvamos a intentar conectarnos.
Turishï (el que viene de fuera)
Con el trillado nombre de “Arte y Resistencia”, el artista chilango Fernando Llanos, ocupó también una sala del Clavijero, una sala de mayor tamaño que su vecina –en donde estaba montada la exposición “Cherani”– aunque con menor cantidad de piezas. La ocupó con una serie de ilustraciones, imágenes y artefactos que definen, a mi parecer el arte ladino, la versión hueca de la historia del arte reciente en la región.
“El proyecto nace en colaboración con la Nación P’urepecha de Michoacán y mantendrá un diálogo, especialmente con jóvenes estudiantes de distintas prácticas y disciplinas con el objetivo de fortalecer conocimientos locales y académicos y realizar intercambios con pueblos originarios de México y el continente. Busca generar espacios de diálogo y visibilidad hacia la vida contemporánea P’urhepecha y la relación entre la memoria e identidad como formas de resistencia desde el pasado, hacia el presente y futuro de las sociedades”, reza el texto de presentación de la exposición, aunquer nada de esto ocurra, ni antes ni durante, y por supuesto no después de esta muestra artística, digamos, de corte más clásico.
El eje central de su propuesta es la banalización de un recurso táctico muy polémico, usado por distintas experiencias de lucha, aunque también por agentes de la violencia organizada en Michoacán: la quema de vehículos en distintos puntos de las carreteras o a las entradas de algunos municipios. Presentado ahistóricamente en una serie de imágenes, reproducciones y objetos, este recurso pierde sentido por completo. Descontextualizar es también una forma de desprecio y manipulación.
Una gran estructura de madera, metal y piedra volcánica emulan la estructura de la cabina de un trailer. A su alrededor, diferentes pinturas, dibujos, algunas portadas de periódicos locales, un bordado y un pequeño camión lleno de diablos, hecho en Ocumicho, completan la exposición. No hay en ningún momento alguna pieza que refiera a las causas de las luchas indígenas en la meseta p’urhepecha. No se menciona en momento alguno que, por ejemplo, durante los primeros días del levantamiento de Cherán se quemaron los vehículos de los talamontes para impedir que huyeran, y que estos esqueletos de metal permanecieron durante un tiempo a orillas del camino, pero que luego fueron retirados.
Sin pena ni gloria, los autobuses en llamas han sido una expresión de distintas luchas en comunidades como Nahuatzen, Arantepacua y Cherán, pero no por ello constituyen un símbolo de la lucha. Tal y como lo propone la mirada ladina de Llanos, quien aparece en un video de sala, vestido con una camisa de corte texano, lentes oscuros, tratando de explicar los restos de un vehículo quemado, sin embargo, no puede ni articular una explicación legible y presenta a un fotógrafo muy conocido en la región para que complete su alegato. En la imagen, un señor mira al artista, claramente el jefe, con una seriedad que atemoriza.
Es posible que el artista, que también se desempeñó como “cronista de Morelia”, no conozca algunos de los hechos funestos ligados a la quema de vehículos, como aquella camioneta de la Comisión Federal de Electricidad que, quemada por el ejército de la 65 Zona Militar el 19 de julio de 2019, se le atribuyó su destrucción a la comunidad de Santa María Ostula otorgando con ello un pretexto más para argumentar a favor del ataque armado que llevaron a cabo los militares y que dejó, además de 11 heridos, un niño de 12 años muerto.
Fernando Llanos no quiere saber o peca de ignorancia, y continúa con su fallo de negación de la historia: durante varios años, organizaciones como la Familia Michoacana y luego los Caballeros Templarios, quemaron cientos de camiones y vehículos en distintos puntos del estado, teniendo al crucero de Cuatro Caminos, en la entrada de Tierra Caliente, uno de sus puntos favoritos. Es cosa de revisar algunos números de Proceso y ya, no hace falta mucho más trabajo, antes de elevar al carácter de símbolo a lo que claramente, no lo es.
“La imagen vacía, es como un reportaje de Televisa”, sentencia Pahuamba desde su casa en Cherán. ¿Y qué es lo que hace la televisora para estar vacía? No escuchar, tergiversar y modificar los hechos para mostrar algo que venda. Tal y como Llanos hace con los camiones en llamas que tanto enaltece.
La situación no podría ser más contradictoria: en una sala del museo, una muestra colectiva que trata de ir más allá de los estereotipos, que muestra el trasfondo de la identidad cheranense, sus críticas y sus aciertos, el sustento de la vida y la relación con el bosque como origen y destino; en la siguiente sala, alguien que se presenta como el artista que incluye a aquellos p’urepechas que queman vehículos como protesta, sin que sepamos más, sin que le interese escuchar y ahondar en las razones de las luchas.
En p’urhepecha se les dice turishï a aquellos que vienen de fuera y muestran una actitud soberbia, prepotente, de superioridad. Sin caer en lo personal, el artista de los camiones incendiados no sólo encarna a la perfección esta palabra, además se jacta de ello y usa a las personas para un beneficio, a todas luces individual.
Mójtakuti (persona que realiza cambios)
Aparece de pie en un andamio, con el borde de una lata de aerosol en el el filo del rostro. Viste de negro y desafía a la cámara. Desafía también todo lo que se concibe como una actividad adecuada para una mujer, porque pinta y porque se dedica al arte, por crea y porque forma a nuevas generaciones con su vasta experiencia estética.
Bethel Cucué, en esta foto de su cuenta de Instagram, se encuentra en un momento intermedio del proceso de un mural que se llamará Jueztemba y que muestra el rostro joven y femenino de una fiesta que ocurre antes del Corpus. Se trata de una mujer que pinta mujeres.
“En la casa siempre estuve rodeada de hacedores de arte, en gran parte porque mi papá también es artista plástico, artista visual, desde siempre estuve en contacto con artistas, no nada más de la comunidad, sino de Morelia sobre todo. En la casa siempre hubo la cuestión de hacer con las manos, en la prepa comencé a ver las opciones para formalizar esto que yo ya venía haciendo de tiempo atrás, para conocer más y estar en contacto con más personas de este mundo, porque en Cherán no había una apertura, realmente a lo cultural”.
A diferencia de otros trabajos, el quehacer artístico en la comunidad siempre fue incipiente, pocas personas estaban interesadas y quien había logrado consolidar su carrera –como Huaroco o Pahuamba– habían tenido que salir de su entorno, para formarse y para insertarse en los circuitos artísticos.
Además del síntoma que denota pocas opciones para incursionar en el mundo del arte, el otro elemento sustancial es que se trataba de hombres, sólo los hombres se habían formado artísticamente y esto cerraba la pinza para pensar en un equilibrio de género en el quehacer de la plástica cheranense.
Si hubo una veta artística que logró colarse a este desierto para refresacrlo, fue el graffitti. Sea por influencias externas en los distintos intercambios migratorios de los que es parte Cherán, –como cientos de comunidades de Michoacán–, sea por el paso fugaz de algunos crews de la capital, lo cierto es que algunas amistades de Bethel se volvieron cómplices desde sus pintas o desde sus cuadernos de bocetos. Un motor más para que ella, heredera de la tradición familiar y p’urhepecha, se decidiera por una formación universitaria artística.
De manera simultánea, en Cherán, todavía bajo el régimen de partidos políticos, no daba un peso para actividades juveniles, mucho menos si se trataba de algo cultural o artístico, así que Bethel y un grupo de jóvenes autogestionan algunos murales, piden cooperación económica por toda la comunidad, piden prestadas bardas, pintan, pero sobre todo disfrutan el dulce sabor de haber hecho todo esto con sus propias manos, con una independencia total.
Para aquel entonces, aún rondaban las críticas al respecto, “¿qué no tienen nada mejor que hacer?”, les decían algunas personas o se rumoraba discretamente en las calles. Poco a poco Bethel y su generación comenzaron a labrarse un camino, a dejar asentada su presencia, mientras que se formaban en la capital del Estado, ya que en Cherán no había dónde estudiar algo relacionado al arte.
Entonces vino el levantamiento y la fuerza de cambio del movimiento de Cherán, a esta ola se sumó la presencia de una gran cantidad de colectivos y artistas que, deseosos por usar el arte como un vehículo político y de solidaridad, realizaron otros murales, exposiciones fotográficas, conciertos, encuentros, toda clase de eventos y proyectos. A ellos se les acogió y se les dio credibilidad, lo que generó un momento crucial: “Pudimos haberlo dejado así y quedarnos con los brazos cruzados o decir, están viendo que realmente la cultura, el arte o lo visual sí tienen muchísimo peso y muchísima importancia, porqué no lo hacemos también desde acá, aquí también, lo sabemos hacer y se hicieron varias propuestas para trabajar, una de estas fue el Ex Joven, un encuentro de murales”.
Con mayor o menor apoyo, estas iniciativas caminan, sin abandonar la autogestión, los concursos, la búsqueda de recursos para poder echar a andar iniciativas que lleven a nuevos horizontes el quehacer artístico. El eco de la generación anterior ahora se ha vuelto una voz firme y clara de artistas que dedican su vida a redefinirse y a buscar nuevos lenguajes para transmitir los ámibitos e inquietudes de la vida comunal.
Si hay una artista orgullosa de serlo, es Bethel: no sólo realiza proyectos colectivos junto a otros artistas, lleva a cabos sus proyectos personales y participa activamente en la generación de recursos para echar a andar propuestas culturales fundamentales, además de esto, se encarga de una tarea fundamental, como lo es la formación pedagógica artística, por ello da clases en iniciación artística al interior de la comunidad, algo que tan sólo hace una década era impensable.
“Trabajo la gráfica, la pintura, la escultura y los elementos tecnológicos, gran parte de mi tiempo lo empleo ahí. Enseñar me gusta, se me da y me llena muchísimo, trabajo con niños y adolescentes. Es muy importante para mi transmitir el mucho o poco conocimiento, que no se quede sólo para mi, eso va de la mano con hacer comunidad, del trabajo en conjunto, que es algo de lo que trabajamos aquí en el pueblo. Como colectivo de artistas, sembramos conocimiento sin jerarquías, y ha funcionado muy bien”, me explica Cucué con una voz que se engancha rapidamente a la emoción de lo que han logrado como un colectivo de artistas.
En su labor formativa, uno de los enfoques centrales es el trabajo con las mujeres, con la mujer indígena, desde su vestimenta, sus actividades en el día a día, “todavía vemos a alguna gente romper con esta burbuja que hay en algunos pueblos marcada respecto al rol que tiene el hombre y el rol que tiene la mujer dentro de una comunidad, y si de repente te sales tantito, entonces ya empiezan a juzgarte”. A Bethel le gusta romper con este determinismo.
A veces sus talleres van dirigidos sólo a mujeres, ya que si a veces el arte no está abierto en lo general, para la mujer es áun más lejano el momento en el cual se pueda pensar, libremente y sin ataduras, en mujeres artistas.
Ella es la única mujer artista que, en Cherán, se dedica de tiempo completo al arte.
En el colectivo es también la única mujer.
En la exposición del Centro Clavijero es la única mujer que expuso.
A Bethel le gustan los globos de Cantoya, da talleres para su elaboración y hasta hace muy poco esto era algo para hombres, pero, acostumbrada a luchar por transformar lo que no le gusta, ha logrado fincar la equidad de género en los globos: “¿yo porqué no puedo hacer un globo?, y empecé a animar a más mujeres”. Muchas chicas de la comunidad se involucraron y ahora son artistas fácticamente, aunque en las familias todavía se necesita mayor sensibilización para comprender que el arte es tan de mujeres como de hombres.
Lo que para Pahuamba, Guerrero o Huaroco es una situación de mejoría en la aceptación del arte como factor de cambio y de reforzamiento de la identidad, no es parejo si de mujeres se trata. No lo es porque todavía quedan muchas capas por quitarse, queda mucho por hacer. “Antes me molestaba mucho, ahora me da risa –comparte Bethel– pero a la hora que yo salía a pintar un mural, por ejemplo, todo mundo con la mirada rara pero nadie se me acercaba, ninguna pregunta, nada. Pero si un compañero se me acercaba, Alain, Giovanni, quien fuera, se ponía junto a mi, llegaba la gente y a él le decían: ‘qué padre te está quedando, qué bueno que estés pintando’, aunque era yo la que estaba pintando, pero a mi jamás me dirijían la palabra. A veces el pueblo mismo o la familia te absorben y hay que salirse de esto para ir más allá”.
Las mujeres, como en el resto del país y del mundo, son el motor que genera cambios. Son la transformación misma, son las mójtakuti de una sociedad en constante cuestionamiento y reconstrucción.
Janastarhpekuarhu (el lugar de la imaginación)
Aquella madrugada, como muchas otras, el frío cortaba los huesos mientras que comenzábamos a caminar por las orillas del bosque. Alejados de los barrios cheranenses, ninguna luz alumbraba el camino, tan sólo alcanzaba a distinguir las botas de la persona que caminaba frente a mi. El sonido de la tierra y las ramas secas.
Tras algún tiempo llegamos a nuestro objetivo: la Kutsanda. Desde la punta de este lugar ancestralmente la gente bailaba invocando la lluvia. Desde lo alto se puede observar la magnitud del bosque, la voluptosidad con la que comenzaron estas visiones llenas de colores y formas.
De este primer recorrido quedan en mi memoria trazos firmes, colores llenos de sombras, la pureza del aire en la cima. “La revelación permanente del territorio dado, de aire boscoso y cimientos p’urhepechas”, escribió Francisco Huaroco en el catálogo de la exposición “Cherani”, precisamente al referirse a algo tan importante como el bosque: la gente de la comunidad. Cherani anapuecha, la pieza de Huaroco en la exposición, o lo que es lo mismo, los de Cherán, muestra el rostro de personas que perdieron la vida grabados en los troncos de un bosque que más que un lugar, es una relación.
Al caminar rumbo a la Kutsanda en aquella madrugada agonizante, iluminada al final por un sol naciente, pensé en toda la gente que vive y convive en este territorio. En aquellos momentos fue sólo un pensamiento, que gracias a la mirada y sensibilidad de una persona nacida de esta tierra, encontró una forma material para expresarse. “Los árboles llevan este rostro multiplicado en nombre y apellido: todos somos fuego ardiendo por la vida”.
Años después, tras muchos momentos de escucha, soñando cada noche con una persecución entre árboles y matorrales, Nana Adelaida nos llevó a la Piedra del Toro. Su confianza en nuestro respeto fue enorme y es hasta ahora que me atrevo a mencionar siquiera este momento. Un lugar tan íntimo y de tanta historia permanece resguardado por el bosque y por la comunidad.
Sin embargo, en ocasión de recordar la rapidez de la caminata, los colores fosforecentes que aparecían entre los primeros rayos del sol y las velas que se encendieron en aquella ceremonia, me viene a la mente el trazo irregular y dinámico de Ángel Pahuamaba. En mi recuerdo están muchos rostros que después encontraría en sus grabados y pinturas, rostros que aparecieron lentamente entre las sombras del bosque y entre las formas del fuego.
En la pieza Sïuankechua karreta jatarini (Toritos en carreta) de Pahuamba está la remembranza a este toro que representa a los más antiguos y primeros que vivieron a orillas del cerro, inmersos en el bosque. Esa es la puerta de llegada, el movimiento hacia un pasado primigenio, sin embargo Inteeeri unkateeskani (De eso estoy hecho) me interpela y me recuerda que hay una deuda pendiente al tener que definir el origen, de dónde y cómo llegamos hasta acá. Proveniente de una tradición distinta, la cultura xicalanca (en parte ubicada en Tlaxcala) está cimentada en el intercambio y en el movimiento humano en diferentes niveles y territorios, sin embargo, al encontrarme frente a frente con los rostros cheraneneses reconozco aquellos elementos de los cuales estoy hecho también: el bosque, el diablo, los panales, la fiesta, el olor del ocote quemándose para encender otro fuego.
Si algo es fundamental en el arte cheranense es la creación de muchos mundos posibles. Cada pieza guarda elementos que implican vasos comunicantes, que apelan al origen y a la identidad colectiva que la comunidad impregna, pero cada artista construye su visión, su atmósfera y sus personajes. Mientras que para algunos existen personajes muy característicos, para otros es el bosque el que provee la riqueza de las historias que se cuentan en muros, lienzos y esculturas. En ocasiones los personajes creados no dejan de interpelación y de recordarnos que el arte es una reinvención continua y que todavía falta mucho camino por recorrer, como aquella mujer que pintó Bethel, aquella obra llamada Nanaka, y que con la mirada desafiante mira al pasado, tal vez con la intención de, desde su juventud e ímpetu, aprender del origen pero tener la posibilidad de construir nuevas realidades. EP
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