La delgada línea entre dos vocaciones. Conversación con Sergio Ramírez

A lo largo de su vida, en diferentes momentos y con distintos matices, Sergio Ramírez ha ejercido la política en su país, Nicaragua, así como el oficio de las letras, que le ha significado el Premio Miguel de Cervantes 2017. En esta conversación nos describe estos momentos y nos ofrece el escenario que actualmente vive este país centroamericano.

Texto de & 09/11/18

A lo largo de su vida, en diferentes momentos y con distintos matices, Sergio Ramírez ha ejercido la política en su país, Nicaragua, así como el oficio de las letras, que le ha significado el Premio Miguel de Cervantes 2017. En esta conversación nos describe estos momentos y nos ofrece el escenario que actualmente vive este país centroamericano.

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Sergio Ramírez, oriundo de Masatepe, se ha esforzado en trazar una línea entre las dos vocaciones que lo identifican: la literatura y la política. “Yo no compraría la novela de un vicepresidente”, les dijo a los jóvenes escritores de la Fundación para las Letras Mexicanas, un tanto en broma, sin duda, pero atento a los intereses de su auditorio, que una mañana de agosto de 2018 le harían preguntas en torno a su obra literaria, y no acerca de las últimas revueltas ocurridas en Nicaragua. “Veintidós años sin estar en la política activa me reconfortan un poquito”.

Si su vida fuera un manto, en ella podrían identificarse con claridad, por lo menos, dos zurcidos. Es 1974 y Ramírez vive en el barrio de Wilmersdorf, en Berlín, a dos cuadras de donde había vivido Albert Einstein. Forma parte del Programa de Artistas Residentes auspiciado por el Servicio de Intercambio Académico Alemán, y se adentra en el camino literario mientras trabaja en su novela ¿Te dio miedo la sangre? Recibe un ofrecimiento para integrarse al Centro Pompidou como guionista de cine y seguir en Europa cuando, una noche de invierno, mientras mira el noticiero antes de cenar, se entera de que un comando sandinista asaltó una residencia donde familiares y ministros de Somoza estaban reunidos, tomándolos como rehenes. “La decisión de dejar Alemania —narraría décadas después en su libro autobiográfico Adiós muchachos— quedó sellada para mí”.

Es difícil resumir lo que pasó después. Sin empuñar armas en la revolución ni llevar nunca uniforme militar, Sergio Ramírez llegaría a convertirse en uno de los líderes más notorios del movimiento sandinista, un movimiento que luchó contra la dictadura de Anastasio Somoza, a quien logró derrocar. Formó parte del Grupo de los Doce, de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional y del Consejo Nacional de Educación. Fungió como vicepresidente de Daniel Ortega, encabezando labores diplomáticas que procuraban la independencia del nuevo gobierno ante las presiones de Estados Unidos. Formó parte de la fórmula política que perdió las elecciones de 1990. Encabezó la Asamblea Nacional de Nicaragua. Creó el Movimiento Renovador Sandinista (MRS), una escisión del FSLN, y contendió por la presidencia de Nicaragua; fue derrotado.

Otro zurcido. Es 1996, han pasado 22 años vertiginosos desde que decidiera formar parte activa en la vida pública nicaragüense. Un año antes había jurado que no habría reelecciones en el MRS y, fiel a su palabra, apoya a Dora María Téllez para que sea la nueva líder. En una extensa entrevista concedida a Silvia Cherem, afirmó que en ese momento supo que se había bajado del caballo de la política. “Si hubiera ganado las elecciones, nunca hubiera sido el escritor que soy, pero finalmente la vida impone un phatos, un destino. Llegué a este momento porque todo lo demás se deshizo”.

En abril de este año comenzó la crisis política nicaragüense, cuando un grupo de estudiantes decidió protestar contra la reforma al Seguro Social, impulsada desde el gobierno, que aumentaba las cuotas de trabajadores y empresarios así como los impuestos a las pensiones de los jubilados. El conflicto, entre enfrentamientos violentos, escaló hasta convertirse en un llamado a reinstaurar la democracia perdida en Nicaragua. Un movimiento del que forman parte diversos sectores sociales, y cuyo prolongamiento ha llevado al país a una grave crisis económica. El trasfondo, de igual forma que en 1974, es la acumulación despótica del poder. Los detentores: Daniel Ortega, presidente, y su esposa Rosario Murillo, vicepresidenta. En seis meses de conflicto, cientos de personas han sido asesinadas y miles heridas, torturadas y detenidas de manera arbitraria.

Otros 22 años han pasado desde que Ramírez se retiró de la política. Es septiembre de 2018 y se ha convertido en el más notorio de los escritores centroamericanos. Entre algunos de los reconocimientos que ha obtenido se encuentran el Premio Alfaguara 1998 —que le permitió solventar una parte de las deudas adquiridas durante la campaña presidencial— y el Premio Miguel de Cervantes 2017, el más importante de la lengua castellana. Considera, por un lado, que los organismos encargados de regular a los partidos políticos en Nicaragua están contaminados por su adhesión al régimen. Considera, también, que la ausencia de seguridad jurídica que existe en América Latina ha trastocado de manera inevitable al género policiaco escrito en esta parte del mundo; que su última novela, Ya nadie llora por mí (Alfaguara, 2017), le permite tomar una doble distancia para hablar de política. Sabe que no depende de él cómo llegará a ser recordado, que eso depende de la historia, y que, gracias a un trabajo persistente, ha llegado a cosechar más lectores entusiastas que electores.

Un retazo más a la vida que abrazó dos vocaciones, si no contradictorias, distintas. Ramírez observa con perturbación cómo su antiguo compañero de lucha, Daniel Ortega, se convierte en un político carente de legitimidad, que se sostiene con base en la fuerza. Considera que no puede evadir su responsabilidad como ciudadano y alzar la voz. Ha cambiado su concepción del destino: piensa que parte de nuestro problema es creer en él.

Frente al equipo de Este País, Sergio Ramírez habló sobre los caminos que ha debido adoptar la oposición en Nicaragua, sobre el papel que ha desempeñado el ejército en los últimos meses, sobre la diferencia entre el “sandinismo” y el “danielismo”, sobre la dinámica que desempeñan los medios de comunicación y las redes sociales en la crisis política, sobre el futuro inmediato de su país y sobre el papel que, en su opinión, pueden desempeñar los escritores en el conflicto. Al final, recordó cómo fue que volvió a escribir luego de 10 años sin hacerlo, cómo evitar las novelas de compromiso, del peso que la imagen tiene en su proceso creativo y recordó la edición de su primer libro.

La oposición en Nicaragua

Los organismos estatales que se encargan de regular a los partidos políticos están totalmente contaminados por su adhesión al régimen, de manera que el proceso de inscribir un partido o legalizarlo es nulo en todos sentidos. Esto provoca que las presiones políticas genuinas terminen por ser ilegales. Por otro lado, existe lo que en Nicaragua llamamos partidos “zancudos”: aquellos que sí tienen un reconocimiento legal, que son utilizados como partidos satélite en la Asamblea Nacional y que no califican como oposición. Yo diría que la vitalidad en las circunstancias que hoy vive Nicaragua se debe a las organizaciones que no son propiamente partidos políticos —sino organizaciones cívicas—: expresiones juveniles, movimientos universitarios, organizaciones de mujeres, organizaciones defensoras de los derechos humanos y la misma cámara empresarial. Ellos conforman la Alianza por la Justicia y la Democracia.

Estos movimientos surgieron a partir del 18 de abril, después de la represión policial. Se fueron consolidando a lo largo de estos últimos meses y están muy reprimidos. Varios de los dirigentes juveniles se encuentran en la cárcel, otros se fueron al exilio y la mayoría trabaja desde la clandestinidad. Por ejemplo, hay un movimiento de madres, de familiares de presos políticos, de caídos. Yo diría que es una red bastante amplia de movimientos, lejos de ser un partido político. En este momento yo diría que la prioridad de la gente no es afiliarse a partidos políticos. Hay una alergia de la población hacia los partidos y no hay ninguna propuesta programática; sería riesgoso en este momento —para quien intente aparecer con una propuesta de reformas sociales o económicas— hacer propuestas de este tipo. La gente se concentra en tres asuntos fundamentales: justicia, democracia y libertad. Son principios muy básicos que no tienen disidencia, no hay cómo apartarse de esos principios y esa es una ventaja. Hasta ahora, el movimiento no tiene una articulación de arriba a abajo. No estamos hablando de un movimiento articulado, con cabeza, manos, pies. Sino que son organismos que se mueven más bien guiados por la acción de cada día.

El ejército nicaragüense

Es muy difícil saber lo que pasa dentro del ejército. Los militares usan la palabra neutralidad. Dicen que este no es un asunto de seguridad nacional, que su tarea consiste en defender los sitios y los asuntos estratégicos. Que lo que ocurre ahora concierne a la policía, y que ellos se atendrían a lo que se resolviera en el diálogo nacional. Ahora, el diálogo ha desaparecido. Es muy complicado porque la última vez que apareció el jefe del ejército al lado de Ortega fue en las celebraciones del aniversario del 2 de septiembre. Como es un acto protocolario de la presidencia, el jefe del ejército aparece rodeado de banderas rojas y negras. Y esto desmiente o neutraliza el papel de realidad constitucional que ellos proclaman.

También hay muchas acusaciones no comprobadas de que el ejército entrena o surte las armas de los paramilitares; ellos lo han negado siempre. Pero cada vez crece la insatisfacción de la gente porque el ejército sí ha tolerado que crezcan y se reproduzcan estos grupos paramilitares enmascarados que funcionan mano a mano con la policía, que tienen armas de guerra, y el ejército nunca ha hablado de desarmarlos, como sería su deber constitucional, porque la constitución no permite otras fuerzas militares más que las establecidas por la ley.

Sandinismo y danielismo

Yo diría que el sandinismo como tal hay que mirarlo en la lucha por derrocar a la dictadura, en los 10 años de resistencia de la revolución en contra de la intervención de los Estados Unidos durante la administración de Reagan, hasta la década de los 90, cuando el ejército sandinista perdió. Quien llega delante de este partido estaba a favor de una visión colectiva y desaparece. Y como desaparece, los vacíos que deja los llena Daniel Ortega y después su esposa en la década siguiente. De manera que yo no encuentro parentescos políticos con aquel Frente Sandinista que derrocó a Somoza y después llevó adelante la revolución. Son dos cosas completamente diferentes, el Frente Sandinista —o lo que queda de él— puede llamarse el danielismo ahora. Se parece más a una secta que tiene un brazo armado propio que son los paramilitares, que tiene la lealtad de la policía y que tiene una fidelidad absoluta y fanática alrededor de la pareja presidencial. Luego, en la periferia de esto se encuentran los empleados públicos que van de manera forzada o voluntaria a las manifestaciones de respaldo al gobierno, pero yo diría que se trata de una identidad hacia una secta y no hacia un partido político.

Los medios de comunicación y las redes sociales

Hay una disputa alrededor de las redes sociales porque es el método de comunicación más importante en el país hoy día. En Nicaragua hay unos seis millones de teléfonos celulares en manos privadas, y, de éstos, por lo menos cuatro millones son teléfonos inteligentes. Esto es una cifra que me sorprendió cuando la leí hace poco, porque Nicaragua tiene seis millones de habitantes. Claro, yo estaba consciente de que cada quien tiene un teléfono: una empleada doméstica, un conductor, un jardinero, todo mundo tiene su teléfono. Uno o dos, en función de que hay dos compañías en competencia, entonces trasladar una llamada de una red a otra es caro. Entonces la gente tiene dos teléfonos. Pero, lo que me sorprendió es que haya cuatro millones de teléfonos inteligentes y, que de esa cifra, 80% esté cubierto por la red de LTE. Quiere decir que son teléfonos con capacidad para descargar datos, y hay más de tres millones de ellos. Incluso el gobierno había tenido la política de establecer redes gratuitas en los parques y plazas. Y lo primero que hicieron, en los primeros días de las protestas, fue cerrarlas. Después del 18 de abril, la imagen que desencadenó la protesta fue la de un anciano derribado a golpes porque había salido a manifestarse. Esa imagen se multiplicó por todo el país.

Uno puede observar cómo cada persona con un teléfono en la mano se convierte en un periodista de uso múltiple, porque no sólo filma o fotografía lo que le parece interesante en el sentido de la denuncia, sino que hace entrevistas, filma como si fuera un camarógrafo profesional. Mucho de esto se trasmite por Facebook y Twitter, llega directo a la población. Antes dependíamos de los medios tradicionales y hoy hay noticieros que sólo se transmiten en línea. Incluso los periódicos y los noticieros televisivos reproducen los videos de la gente. La fuente es la sociedad. Creo que esto es un fenómeno resultado de lo que ocurre en Nicaragua a partir de abril.

Los dos periódicos escritos que hay son de oposición: La Prensa, que es un periódico tradicional, y El Nuevo Diario, que depende de un grupo financiero y antes tenía una posición política neutra, pero que ahora es muy abierto y muy crítico. Los dos tienen un alcance limitado. La gente que lee el periódico cada vez es menor, como en todas partes del mundo. El gobierno, a través de la familia presidencial, controla cinco canales de televisión que transmiten el mensaje oficial; estos canales suman muy poca audiencia, yo diría que ni el 8%. La gente no quiere ver noticias oficiales o informaciones previsibles. El partido también tiene un sitio que se llama El 19 digital, usado por los periodistas como referencia para saber cuáles son las informaciones del gobierno, porque el gobierno mismo no permite que los periodistas independientes asistan a las comparecencias de prensa, ni del sistema judicial.

De abril para acá, los medios independientes públicos han crecido. Se ganó un periódico escrito y también dos canales de televisión. Uno de ellos es el más importante de todos, el Canal 10, cuyo dueño es Ángel González, un mexicano radicado en Miami. Este canal tiene la mitad de la audiencia nacional y el noticiero más visto del país. Antes de la crisis sus noticieros presentaban crímenes y accidentes. Después, se creó un cuerpo independiente de redacción. El gobierno empezó a presionar y amenazar al canal para que González aceptara neutralizarlo y entregárselo al gobierno. Pero se negó, el gerente del canal terminó asilado en la embajada de Honduras y las noticias siguen siendo independientes.

El futuro inmediato de Nicaragua

Tiene que haber una salida civil al conflicto. Hay tres salidas que descarto de entrada. Descarto un golpe de Estado, no quisiera verlo y creo que no se va a dar. Nunca ha salido nada bueno de un golpe de Estado; en segundo lugar, descarto y rechazaría cualquier intervención extranjera, eso tampoco resuelve nada, ya lo hemos vivido en el pasado. En tercer lugar, rechazo la idea de una nueva guerra civil, que tanto nos costó en el pasado. Yo ya viví dos. La guerra civil para derrocar a Somoza y de la guerra de la contra. Estoy lejos de querer que exista una tercera. Son momentos duros porque el gobierno cree que tiene ganada la partida y que no tiene nada que ceder ni negociar y lo que se impone es la mano dura. El 21 de septiembre se dio el discurso más raro que el país ha escuchado cuando cerró todas las puertas del diálogo. Ha acusado a la iglesia de complotar contra él y ahora ha dicho que en el paro nacional van a abrir por la fuerza los bancos y las empresas. Esta posición de dureza extrema no se puede sostener, la economía está en picada. Es muy pequeña la economía de Nicaragua, las reservas del país son de 2 mil 200 millones de dólares, pero la disponibilidad de importación neta es de apenas unos 700 millones. Se han fugado más de mil 200 millones de dólares de las cuentas de ahorro del país, entonces cada vez que Ortega dice que va a intervenir los bancos —si no abren cuando se da un paro nacional— la gente corre a retirar su dinero.

El día que el Banco Central anunció que la Comisión de Cambio volvía a ser libre y que el presidente del banco la podía establecer a su criterio, en tres horas se fueron 75 millones. Me parece que hay un talón o dos, que es la situación económica y la presión internacional que también es muy grande. Las naciones económicas contra funcionarios del gobierno. La economía popular que está aprobada. Es retórica, el país no puede vivir en esos términos. Yo creo que la misma realidad va a determinar que un diálogo nacional es imprescindible. No hay otra salida que un diálogo donde haya una negociación política. Que le dé una salida a esta crisis. No veo otra.

El artista y la actividad política

Creo que es una decisión personal. Yo respeto mucho a los artistas. Hay buenos artistas, buenos escritores que no opinan de política o que hacen una literatura que no tiene que ver con los asuntos de interés público, político, social, contemporáneo y son buenos escritores. Me parece un asunto de opciones personales. A mí me perturba la cercanía con la realidad. Es decir, ver lo que está ocurriendo en Nicaragua y decir: “Me voy a encerrar a escribir ficción independientemente de lo que ocurra”. Eso, para mí, como escritor, no es posible porque me siento en un estado de perturbación y al pendiente de lo que ocurre. Cuando me preguntan sobre lo que está pasando respondo o hago declaraciones, dejo oír mi voz porque me parece que tengo un deber ciudadano que es distinto de mi deber de escritor, aunque ambos se confundan. Y yo sé que tengo una plataforma como escritor y que tengo un altavoz con un poquito más de volumen que la demás gente y por lo tanto estoy obligado a usar esa voz. Pero insisto que son opciones personales. Yo no diría que el que no tenga esta conducta es alguien que no está cumpliendo con su deber. No. Eso yo no lo podría decir.

Imponer reglas de conducta en la construcción literaria es muy complicado. Yo mismo me cuido mucho de llevar algo del molino político a la creación literaria, de manera deliberada, cuando no sea parte de la construcción artística. Y la realidad entra por todos los huecos que la construcción artística le deja. A mí me parece que el discurso deliberado echa a perder una obra de arte.

La convivencia del político y el escritor en los años ochenta

En ese tiempo, los años ochenta, adquirí una computadora. Era una gran novedad, entonces casi ningún escritor tenía acceso a los procesadores de palabras, y, además, Nicaragua estaba bajo el embargo comercial de Estados Unidos. Entonces conseguí que una computadora hecha en Canadá —con partes norteamericanas— ingresara a Nicaragua vía Madrid. Empecé a excitarme mientras usaba el procesador escribiendo un libro sobre Cortázar y la revolución. Luego comencé a escribir la novela Castigo divino, en el pico mayor de la guerra de los contras, hacia 1985. No quería abordar un tema contemporáneo porque no estaba preparado para hablar de la revolución: desde el poder es muy difícil. Seguramente hubiera tomado una postura a favor del poder y eso no hubiera permitido que mi escritura sirviera a los intereses de la novela misma. Yo tenía un tema en la cabeza, el proceso judicial contra del guatemalteco Oliverio Castañeda, estudiante de Derecho, en los años treinta. Ese tema me fascinaba porque tenía que ver con el ambiente político de entonces, y podía ser una novela múltiple, en la que recreara el ambiente, utilizara recursos del lenguaje judicial, de la narración oral y de los enlaces políticos, para hacer un retrato de época.

Escribir novela y cuento

Trato de poner por encima lo que al lector y al escritor les interesa, que es la condición humana. Hablar de las vidas humanas más que las condiciones políticas que aparecen en el espacio porque están allí, pero que no son el tema estricto de la narración. El tema son las vidas humanas. Y mantener ese marco deja que la narración se escriba.

Yo creo mis historias en términos de imagen. Cuando comencé a escribir Sara (Alfaguara, 2015), no tenía un argumento —tenía un guión, que es el Génesis—. En mi cabeza apareció una imagen, un plano largo en donde se veía una duna y un desierto y unas figuras que, en la resolana, no se sabe si avanzan o se alejan. Y luego imaginé un primer plano, en donde Sara y Abraham ven cómo esas figuras de hombres, en efecto, se acercan a ellos. Sara se lleva un cuenco de leche a los labios y dice: “Ahí vienen otra vez”. El plano largo vuelve a ver que las figuras se acercan de verdad. Eso, para mí, es puro cine, pero tenía que ponerlo en palabras. Lo mismo me ocurrió con Sombras nada más (Alfaguara, 2002). Al inicio era la imagen de alguien que huye en una playa, perseguido por guerrilleros. Cae en el agua y no puede seguir. En el yate que lo estaba esperando, perciben que él no podrá alcanzarlos y deciden irse, dejando al hombre solo. Eso era también imagen. Son maneras de comenzar a escribir

Cuentos, mi primer libro, fue una edición artesanal, pagada por mí. Impresa en la imprenta de un amigo en Managua, Mario Cajina Vega, que la llamaba muy ruidosamente Editorial Nicaragüense, cuando era en realidad una pequeña prensita Heidelberg con tipos manuales. Se hicieron 500 ejemplares y yo tuve que recoger la producción y distribuirla. Así tuve que hacer entonces, cuando mi editor no tenía tiempo de hacer la distribución y era imposible que una librería comprara los libros, había que dejarlos en consignación. Me llama la atención que aún haya ediciones de 500 ejemplares; que sean, incluso, comunes. EP

DOPSA, S.A. DE C.V