Kenya (2022) es la ópera prima de Gisela Delgadillo; registra una lucha por procurar justicia, visibilización y formas de apoyo a la comunidad trans de la Ciudad de México. Heriberto Paredes reflexiona en torno a este documental.
La fuerza de la noche se llama Kenya
Kenya (2022) es la ópera prima de Gisela Delgadillo; registra una lucha por procurar justicia, visibilización y formas de apoyo a la comunidad trans de la Ciudad de México. Heriberto Paredes reflexiona en torno a este documental.
Texto de Heriberto Paredes 21/09/23
I
La mirada de Kenya Cuevas te cambia la vida. Luego de que ella te mira, nada puede ser igual. En el documental que lleva su nombre, nos mira constantemente, mira la tragedia, mira la injusticia y la impunidad, nos mira para cuestionarnos como sociedad, sin filtros y sin frenos: ¿qué hemos hecho para permitir que las aberraciones e injusticias más profundas ocurran en un sector más de la población mexicana y la vida cotidiana continúe? No es sorprendente que esto pase en México, un país tan lleno de horrores, de violencia, en la misma proporción en que, sin previo aviso, algo se transforma, algo cambia realmente y se construyen cosas esperanzadoras.
A veces de la mierda nacen los hongos que nos ayudan a sanar, no sólo a nuestros espíritus, sino a las personas que nos rodean. A veces de las muertes más tristes surgen las luchas más profundas y legítimas. Ese es el efecto Kenya y el documental homónimo, dirigido por Gisela Delgadillo, es la narrativa de esta grieta por donde entró la luz. Si al menos la mitad de las personas tuviéramos la fortaleza y la decisión que tiene Kenya, muchas cosas ya hubieran cambiado en el México de hoy, sin necesidad de tanta vuelta, tanta burocracia y tanta desidia; ella se plantea un objetivo o se le presentan necesidades que atender y resolver, y lo hace.
II
A mediados de 2023 tuve una experiencia fatal durante una plática con algunas personas que conocía previamente y otras que recién estaba tratando. No recuerdo específicamente lo que estábamos conversando, pero sí recuerdo que en algún momento se mencionó la condición de lucha de las personas trans, no sólo para ampliar el reconocimiento a nivel sociedad, sino para salir de muchas situaciones de marginación laboral, médica e incluso a nivel de seguridad cotidiana. Cada quien contó algunas historias relevantes: por supuesto, hablé de Kenya, de los mil y un contratiempos y retos que ha enfrentado en su vida y mencioné que ella había presenciado el asesinato de su amiga Paola Buenrostro, compañera de trabajo que fue asesinada en la vía pública con un arma de fuego disparada por un militar.
Todo bien hasta este punto. Creí que estábamos en un ambiente de empatía y de reconocimiento; sin embargo, de pronto alguien en el grupo empezó una frase de la manera más ruin posible: “Yo no tengo nada en contra de las personas trans, de las mujeres trans, tengo muchas amigas así, PERO hay que decir que no son mujeres realmente: no pueden parir y no pueden menstruar, o sea, no tienen un aparato reproductor femenino y lo mismo los hombres trans, no tienen pene”.
Un silencio arrollador cayó de pronto y de inmediato hubo un alto en esta plática antes de seguir alimentando una charla que no tenía salida. “Voy a parar esta charla en este momento para evitar que siga hablando la transfobia”, le dije a todas las personas presentes. “¿Qué es un hombre? ¿Qué es una mujer?”, me preguntó esta persona antes de guardar silencio ante una forma de argumentar basada en esencialismos trasnochados.
No soy un experto en definiciones –ni me interesa–, pero sentí una violencia de tal magnitud que preferí callar y alejarme, a sabiendas de que esta misma violencia es la que a nivel institucional ha generado tanta impunidad en materia de justicia por los crímenes de odio dentro de la comunidad trans y de las diversidades sexuales ampliadas. Si se sigue reproduciendo como verdad un argumento esencialista, se pierde de vista la diversidad, la existencia de muchas posibles identidades y se permite la opacidad cuando se ejerce la violencia en contra de alguna persona por motivos de discriminación y odio.
Si un militar sigue libre después de haber asesinado a una mujer trabajadora sexual y las instituciones del Estado, lejos de hacer justicia, criminalizan, desprecian y aplican los protocolos de impunidad,1 está claro que algo hay que cambiar en nuestra sociedad. Mientras existan los transfeminicidios, algo muy profundo y radical tiene que ocurrir. Es urgente.
III
Sólo me quedan preguntas por plantear: ¿Se hará justicia en el caso de Paola Buenrostro? ¿Alguna vez su asesino será castigado por haberle arrebatado la vida a Paola? ¿A qué llamamos justicia en este caso? ¿Kenia podrá cerrar el círculo que inició cuando empezó a exigir justicia por el asesinato de su amiga y compañera de trabajo? ¿Llegará el día en que se acaben los transfeminicidios? ¿Algún día dejará de haber silencios incómodos o molestias explícitas en las conversaciones? ¿Seguiremos siendo cómplices de esta realidad tan hiriente? No existen respuestas únicas ni acabadas para estas interrogantes, pero documentales como Kenya son, sin duda, pasos fundamentales para ir contestándolas. EP
- Cada que ocurre un evento, como un asesinato o una desaparición, las autoridades tiene la obligación de aplicar diversos protocolos para iniciar las averiguaciones y empezar el arduo camino de la justicia. Más o menos esto ocurre en la mayoría de los países (o debería ocurrir) y no es casualidad, es el resultado de un aparato de procuración de justicia que pretende, entre otras cosas, aclarar lo que que aconteció. En México, se aplican a modo o de manera inepta estos protocolos, aunque el que sí se aplica con mucha precisión y contundencia es el que asegura la impunidad. Existe una serie de medidas que garantizan la opacidad de las investigaciones, que ocultan la corrupción entre los cuerpos de seguridad, los Ministerios Públicos, las Fiscalías. Este protocolo también fabrica culpables y pruebas para estos culpables, permite a la prensa cooptada salir a decir las más grandes incoherencias y que se les crea. La mecánica de la impunidad genera que no exista un horizonte de justicia y esclarecimiento en la mayoría de la población. [↩]
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