Como parte de su estancia en la Fundación para las Letras Mexicanas durante el periodo 2020-2021, Anehel Ramírez Hernández escribió un poema que resignifica los anaqueles de Home Depot.
Becarios de la Fundación para las Letras Mexicanas: The Home Depot
Como parte de su estancia en la Fundación para las Letras Mexicanas durante el periodo 2020-2021, Anehel Ramírez Hernández escribió un poema que resignifica los anaqueles de Home Depot.
Texto de Anehel Ramírez Hernández 20/10/22
Cuando un estante cobra vida
se une a los de su especie
recolectora de polvo. Entonces me veo
en la penosa necesidad
de alcanzar rincones imposibles,
a no ser que fuera un ser alado
y doméstico, como un plumero.
El refrigerador está lleno de contenedores vacíos,
de latas que conservan desperdicios;
por suerte hay un pasillo dedicado a la higiene
de nuestros hogares, es decir, a la supervivencia
del más fuerte, que en este caso seríamos
tú y yo contra la suciedad,
contra las partículas que viven en el viento;
tú y yo, tan parecidos
a los modelos elegantes del catálogo de muebles
que hojeamos a la entrada.
He notado algunas cosas:
primero, estantes rima con instantes,
y organizan el silencio de una casa
en el espacio que se deja entre los libros.
Se reproducen por lo menos una vez al año
y sobreviven mejor en manada
—su cualidad de soporte,
cómo se quiebran con el tiempo.
Hasta ahora no sabría cómo ocuparlos:
si respetar su naturaleza desierta
o llenarlos de pequeños pobladores
—figuras, ceniceros y algunas fotos
para que mis visitas se lleven la impresión
de que en mi tiempo libre amo a alguien.
Duele colonizarlos
son seres nobles de madera y polvo
pendientes de mí.
Aunque no puedo decir que me observan
pensarías que estoy loca,
pero me dejan estar con ellos,
junto a ellos, soportando algunas cosas.
Otro nota sobre los estantes:
son objetos que aprenden.
Poco se habla de ello
y francamente el mundo tiene asuntos más importantes
aunque mi vida sea a veces un tema de conversación
por lo menos para mi abuela,
que espera que pronto me pidas matrimonio
para llenar los estantes con fotografías.
Necesito uno más,
que llenaré con recetarios
—necesito que un libro me diga
cuántos gramos de carne,
cómo calibrar el fuego,
cómo vivir, si es posible.
Ya no confío ni en mi propio refri,
sólo haciendo el ridículo,
aunque supongo que algunas máquinas son así,
como personas engañadas de sí mismas, engañando.
Y que todos sepan que tú y yo estamos lejos
de Dios, y que así estamos bien;
de Él están más cerca mis estantes,
que por lo menos no morirán
en un corto circuito
o dejarán de funcionar porque alguien
no pagó el recibo de la luz.
Sé que no todo es culpa de mi refrigerador,
pero no puedo evitar deshacerme de algo mío
cuando vierto algo podrido en el cesto.
El teléfono está sonando.
Ya sé que me esperas. Imagino tu rostro
desconcertado frente a la cajera
y una sinfonía de códigos de barras
en la que pusimos algunas notas nuestras.
Volveremos a ser lo que antes fuimos:
tú, un hombre de familia con álbumes llenos;
yo, la humedad silenciosa de la casa de mis padres
acabando con la poca solidez de sus paredes.
Tal vez deberías conocerlos.
Mi mamá te diría que la verdadera vida
es la de los microbios, la vida real,
la protagonista de todas las vidas,
mientras mi papá leería el Antiguo Testamento
en la palma de tu mano.
No voy a contestar el teléfono,
mejor voy a soñar despierta
que limpio el polvo del estante,
este que no puedo pagar
para los nuevos libros de recetas.
Lo haré todo muy tranquila
mientras murmuro esta canción. EP