Lucero de la Fuente, beneficiaria del área de narrativa en la FLM, nos ofrece este cuento en el que José lleva días sin poder arreglar su vida. Regina se fue. José amanece en un día normal, excepto por su hija: Esmeralda.
Esmeralda
Lucero de la Fuente, beneficiaria del área de narrativa en la FLM, nos ofrece este cuento en el que José lleva días sin poder arreglar su vida. Regina se fue. José amanece en un día normal, excepto por su hija: Esmeralda.
Texto de Lucero de la Fuente 25/06/21
— Todo es como en un día normal, excepto por mi hija, una niña morena con el cabello rizado, de cinco años. Al menos yo tengo esa idea: que tiene cinco años. Me levanto de la cama, pero en vez de ir al baño y luego a la cocina, en vez de eso, voy al cuarto de al lado, porque hay un cuarto extra junto al mío, y despierto a la niña. La despierto por su nombre, le digo: Esmeralda, amor, ya es hora de ir a la escuela, o algo parecido. La niña abre los ojos y lo primero que hace es echarme los brazos al cuello. Luego aparecemos caminando hacia la escuela. Ella lleva un uniforme rojo y gris, como el que usan los chamacos de la primaria de la esquina. La dejo ahí, no sin antes cargarla para que me dé un beso en el cachete, y me voy al trabajo, pero salgo temprano, a la hora de la comida. Recojo a Esmeralda y nos venimos para acá, también caminando, mientras me cuenta que el murciélago es el único mamífero con alas, ¿sabías? Yo no sabía hasta que me dijo. Ella tiene la mano pegajosa, como si se hubiera comido un dulce y se le hubiera derretido, pero no me importa, yo la llevo de la mano de todas maneras, contento de tenerla conmigo de nuevo… Ya en la casa le doy de comer sopa de fideo y nos sentamos en el sillón de la sala a ver una película, esa que les gusta a todas las niñas, la de Frozen. Esmeralda se acurruca a mi lado y canta las canciones a todo pulmón, lo que me hace reír. Luego la ayudo a hacer su tarea. En la noche la arropo y le leo un cuento, un cuento de una ballena que se come a una niña y la niña le nada en la panza y se duerme sobre su corazón que late, de eso trataba el cuento, ¿tú crees? Y a Esmeralda le encanta. Ya al final yo la abrazo y siento un olor a chicle, como a eso que huele el champú de las niñas pequeñas. La abrazo varios segundos. Y le doy un beso en el pelo.
José se quedó callado. Sus manos, con las que había estado gesticulando mientras hablaba, se quedaron quietas, abiertas y vacías, como a la expectativa de sostener algo. Estábamos en la mesa de la cocina, a su espalda se veía la pila de trastes sucios que se habían acumulado a lo largo de varios días y que ya despedían un olor a podrido, sólo atenuado por las veces que yo les echaba agua. En ese preciso momento mi roomie bebía café en la última taza limpia que le quedaba. La playera que llevaba puesta, y con la que dormía, tenía unas manchas amarillas a la altura del pecho.
—¿Y luego? —pregunté, esperando a que terminara su narración.
—Nada, eso es todo, al menos lo de ayer en la noche.
Desde que Regina lo dejó, unas ojeras moradas se habían ido expandiendo en su rostro, pero nunca lo había visto tan demacrado como esa mañana. Tenía los labios pálidos y agrietados y el cabello revuelto y grasoso. No supe qué decirle… el silencio lo llenó la bocina aguda del carrito del pan rodando por nuestra calle. No bajé por una canasta de piña sólo porque sentí que José estaba a punto de ponerse a llorar, aunque quizás sus ojos enrojecidos eran resultado de la falta de sueño.
—Te juro que hoy me desperté buscando la otra puerta, la del cuarto de Esmeralda —dirigió la mirada hacia el pasillo que conectaba la cocina con las dos habitaciones.
—Pues qué bueno que no la encontraste, porque entonces sí habrías perdido la razón completamente.
Mi roomie no me devolvió la sonrisa, es más, no pareció detectarla, ni tampoco el tono de sarcasmo amistoso con que estábamos acostumbrados a hablar. Llevaba así desde hacía tres semanas, cuando agarró la costumbre de despertarse en la madrugada y caminar como alma en pena por el departamento. Como arrastraba los pies, sus pasos llegaban hasta mi cuarto. Desde entonces él dejó de hablar de su exnovia y empezó a querer contarme de la dichosa niña. Primero consideré bueno que pensara en cualquier otra cosa que no fuera su relación fallida, pero en seguida se puso como ido. A veces no me devolvía el saludo, se espantaba con el ruido de los coches y había quemado un trapo por dejarle un cerillo encima. Las cajas de cigarros se amontonaban en el bote de basura, que era imposible abrir sin percibir un tufo a tabaco mezclado con los demás desperdicios.
—Y antier que fui al súper me metí a la sección de juguetes con la idea de comprarle algo a mi hija —se talló la cara.
—¿Y qué compraste?
—No compré nada, pero vi una Barbie veterinaria que pienso que le gustaría…
—No —lo interrumpí—, me refiero a qué ibas a comprar al súper, porque hace rato que sólo tienes una cebolla echada a perder y botes de crema vacíos en el refri.
—Ah, eso —hizo una pausa tratando de recordar—Sí fui a comprar… algo, pero después me distraje con los juguetes y al final salí sin nada.
José se mordió la uña del dedo índice, que de por sí ya traía a ras de la carne, y movió nerviosamente una pierna.
—No estás bien, cabrón —seguí hablando aunque él no dio señales de haberme escuchado—. Ya te dije que deberías ir a terapia o algo, hacer algo de tu vida.
—¿Alguna vez has tenido el mismo sueño por mucho tiempo? —detuvo la pierna y me miró a los ojos como si la pregunta fuera de vital importancia.
—Pues el mismo, el mismo, no. De niña seguido soñaba con aviones, pero no cambies el tema, ¿cuánto tiempo vas a seguir así? Ya sé que pensaste que te ibas a casar con Regina y a tener una familia, pero eso ya fue, no eres ni al primero ni al último que dejan, la vida sigue…
—Yo tampoco tengo el mismo sueño exactamente —me interrumpió y volvió a morderse la uña—. De hecho, todos son distintos, distintos días de nuestra vida.
—¿Tu vida con Regina?
—¿Qué? —puso una cara de confusión tan exacerbada que parecía nunca haber escuchado el nombre de su exnovia— No. Mía y de Esmeralda. Veo nuestra vida juntos y cuando me despierto ya no está —su mirada cayó en un vacío.
—¡José! —sacudí la palma de la mano frente a su cara.
—No sabes lo que es perder a alguien así.
—Mano, relájate, sólo son sueños. Tienes cosas más importantes de que preocuparte, como que hoy sí deberías ir a trabajar, o mínimo bañarte o sacar la basura.
Bebió de la taza que llevaba abandonada en la mesa un buen rato. Por las mañanas y en las noches, los momentos en que coincidíamos en el departamento, no lo había visto comer nada, se dedicaba a caminar descalzo por la casa, a fumar y a beber café soluble. En los platos de días anteriores los restos de comida se solidificaban. Él cerró los ojos y temí que se quedara dormido en ese instante.
—¿No vas a desayunar? —dije.
—A Esmeralda le gusta desayunar hot cakes —respondió sin abrir los ojos.
Un tráiler pasó por la avenida haciendo que la casa vibrara unos segundos. El final de la pila de trastes en el lavabo se sacudió peligrosamente. Por la ventana llegó la voz grave y potente del hombre que anunciaba el gas, señal de que ya eran las siete y media y se me había hecho tarde. Sacudí a José por el hombro. Él abrió los ojos como si de hecho se hubiera quedado dormido ahí sentado.
—Deberías comer bien y aprovechar para lavar los trastes. No puedes seguir así.
No me contestó. El grito del gas se alejó por la calle hasta desaparecer.
—Mira —me puse de pie—, tanto café y cigarros no te van a ayudar. Trata de desayunar algo. Ahí yo tengo huevos, jamón, tortillas. Agarra lo que quieras, yo ya me tengo que meter a bañar.
—Amanda, ¿qué crees que signifique? Lo de mi hija.
Decidí hacer un último esfuerzo por él.
—¿Cómo te sentías en el sueño?
—¿Por qué?
—Tengo una amiga que pregunta eso sobre los sueños, dice que a veces no es tanto la situación concreta, sino lo que sentimos al soñar lo que puede ser importante—José se quedó pasmado—. Medítalo, ¿va? Si quieres en la noche seguimos platicando.
Me fui y él se quedó como lo había encontrado, sentado en la cocina, los ojos irritados y la piel gris, con cara de haber visto un fantasma.
…
Cuando regresé al edificio, escuché desde las escaleras que alguien lloraba en el departamento. Metí las llaves en la cerradura y abrí la puerta con cautela. Hecha un ovillo en una esquina del sillón, con un uniforme escolar, había una niña. Un suéter azul cielo estaba cuidadosamente doblado en el reposabrazos y había una mochila, también azul, con figuras del mar, tirada en el piso en una esquina de la sala. Frente a la niña, hincado, estaba José enseñándole un oso de peluche viejo y percudido. Mi roomie estaba bañado, afeitado y vestido con camisa por primera vez en semanas. Al verme ella, lloró más fuerte, tenía la cara roja e hinchada, como si llevara mucho tiempo en ese estado.
—¿Quién es ella?
La niña volteó la cara sucia de lágrimas lejos de José.
—Como que quién es, es Esmeralda, sólo que no ha estado de buenas en todo el día —esto último lo dijo haciendo un tono de voz agudo y aniñado como el de algunas caricaturas, moviendo al peluche como si fuera éste quien hablara.
Ella se cubrió la cara con los brazos, tratando de no ver a José, o quizás de que él no la viera. Tenía unos moretones a la altura de las muñecas.
—José, ¿qué hiciste? —me salió la voz temblorosa.
—Llevo horas tratando de tranquilizar a Esmeralda, no sé qué le pasa hoy. Si no me vas a ayudar, no estorbes.
—¡No me llamo así! ¡Quiero a mis papás! —gritó ella sin levantar la cara.
—Aquí estoy, hija, aquí estoy, no me voy a ir a ningún lado.
Él trató de acariciar el pelo chino de la niña, pero ella pegó un grito como si la hubieran quemado y a mí se me cayeron las llaves, que hicieron un sonido metálico y chirriante al chocar contra el piso. Mi roomie me volteó a ver con cara de confusión inocente, como si me pidiera ayuda para calmarla. Los sollozos de ella eran rasposos y desesperados, un tipo de llanto infantil que yo escuchaba por primera vez en la vida. Me entró la urgencia de taparme los oídos o de salir corriendo. Afuera, todavía algo lejos del departamento, sonó la sirena de una ambulancia o de la policía. La niña soltó un alarido que rayaba en lo animal. Retrocedí y choqué con la puerta que yo misma había cerrado. EP